La palabra profética a través de los tiempos

“Cuando alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús” (Mat. 17:8, NVI). ¿Sigue siendo vigente y relevante hoy este sencillo mensaje sobre el evangelio? Vivimos en tiempos inestables, en los que casi todo se evalúa críticamente y se redefine subjetivamente. En este contexto, muchos consideran que los mensajes proféticos de Dios son obsoletos y necesitan una actualización que los haga más relevantes para nuestra generación. Es innegable que si queremos comunicar estos mensajes con mayor eficacia, debemos hablar el lenguaje de nuestro tiempo. Pero ¿son los mensajes en sí mismos obsoletos y necesitan ser actualizados?

Al abordar un tema tan controvertido desde una perspectiva bíblica, tenemos que reconocer dos realidades básicas. Una se refiere a los contextos socioculturales en los que se han transmitido los mensajes a lo largo del tiempo y que pueden variar significativamente de unos a otros, lo que exige nuevos enfoques (1 Cor. 9:19-23). La otra realidad es la naturaleza humana pecadora —en constante necesidad de la gracia transformadora y santificadora de Cristo—, que ha permanecido igual a lo largo de los tiempos (Rom. 3:23). De hecho, existe una tensión continua entre las diversas exposiciones de los mensajes proféticos y su contenido inmutable.

En tiempos del Antiguo Testamento

En su perspicaz artículo “Los profetas del Antiguo Testamento como reformadores sociales”, George Stibitz explica que “todos los profetas, designados o no, que aparecieron en el curso de la historia de Israel eran, en cierto sentido, embajadores enviados por

Dios a los reyes y ciudadanos de Israel” y se dirigían “al hombre, pero como ciudadano, no como individuo”.[1] Sin embargo, “no se preocupaban tanto en reformar la conducta del hombre hacia su prójimo sino más en la renovación del corazón e impulsaban al pueblo y a sus gobernantes a volverse hacia Dios, la fuente de vida espiritual y el fruto de pureza y justicia social”.[2] Lo mismo ocurrió en todos los diferentes contextos socioculturales en los que los profetas transmitieron sus mensajes inspirados por Dios.

La civilización antediluviana se había degradado en una apostasía sin precedentes (Gén. 6:5; Mat. 24:38), por lo que Dios llamó a Noé para que fuera su “pregonero de justicia” a aquella generación (2 Ped. 2:5). La advertencia de un diluvio inminente se limitó a ese momento (Gén. 9:8-17), pero el llamado al arrepentimiento de los pecados sería repetido por todos los profetas después de él. Jesús no solo consideró el diluvio como un acontecimiento histórico, sino que también predijo que “como fue en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre” (Mat. 24:37).

La peregrinación de los israelitas por el desierto durante 40 años fue una experiencia única (Hech. 13:18), pero las instrucciones de Moisés en el Sinaí tuvieron un carácter duradero (Éxo. 20:1-17; Deut. 5:1-22). En la frontera de la Tierra Prometida, Josué aconsejó a los israelitas: “Acuérdense de lo que mandó Moisés siervo del Señor” (Jos. 1:13). Por eso, no es de extrañar que el rey Josías basara sus reformas religiosas en el Libro de la Ley (2 Crón. 34:14-33). El Libro de Malaquías recordaba al pueblo de Dios: “Acuérdense de la ley de Moisés mi siervo, a quien entregué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel” (Mal. 4:4).

El enfrentamiento de Elías con los falsos profetas en el monte Carmelo fue un acontecimiento único (1 Rey. 18), pero el llamamiento a restaurar el verdadero culto (1 Rey. 18:18, 21, 22, 36-40) fueron repetidos por Juan el Bautista y el movimiento adventista del Séptimo Día (Mal. 4:5, 6; Mat. 17:9-13).[3] Daniel también hizo llamamientos similares al arrepentimiento y la reforma en la ciudad de Babilonia (Dan. 4), al igual que Jonás en Nínive (Jon. 3). En cada caso, el discurso abordaba las necesidades locales, pero la esencia del mensaje seguía siendo la misma.

Como ya se ha mencionado, los profetas posteriores a menudo se referían a los escritos de sus predecesores (como Moisés) como la palabra permanente de Dios. Daniel, por ejemplo, se basó en “por la palabra del Señor al profeta Jeremías” (Dan. 9:2). Isaías subrayó el carácter permanente de la palabra profética en su afirmación clásica: “La hierba se seca, la flor se cae; pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isa. 40:8).

En tiempos del Nuevo Testamento

Jesús ejerció su ministerio profético cuando Palestina estaba bajo dominio romano, lo que generó un nuevo escenario sociocultural y político. Pero en lugar de sustituir las enseñanzas de Moisés, dijo a los judíos que le perseguían: “Si ustedes le creyesen a Moisés, me creerían a mí; porque él escribió de mí. Pero si no creen a sus escritos, ¿cómo creerán en mis palabras?” (Juan 5:46, 47). Más tarde, en el Sermón de la Montaña, Jesús declaró: “No piensen que he venido para abolir la ley o los profetas. No he venido a invalidar, sino a cumplir” (Mat. 5:17). Luego citó varios mandamientos, revelando las profundas implicaciones espirituales que contenían (vers. 17-48).

El apóstol Pablo adoptó una postura similar. En su Carta a los Corintios evocó algunos incidentes adversos de los israelitas en el desierto, advirtiéndoles que “estas cosas les sucedieron por ejemplo, y fueron escritas para advertirnos a nosotros, a los que han llegado al fin del tiempo” (1 Cor. 10:11). El apóstol también dijo al procurador romano Festo: “Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada” (Hech. 25:8).

La forma en que los escritores del Nuevo Testamento utilizaron partes del Antiguo Testamento confirma el carácter permanente de la palabra profética.[4] Los cumplimientos tipológicos han sustituido la sombra por la realidad. Pero aun así, “no hay tal contraste como a menudo se afirma que existe entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la ley de Dios y el evangelio de Cristo, entre los requisitos de la dispensación judía y los de la cristiana. Cada alma salvada en la dispensación anterior fue salvada por Cristo tan ciertamente como nosotros somos salvados por él hoy. Los patriarcas y los profetas eran cristianos. La promesa del Evangelio fue dada a la primera pareja en el Edén, cuando por su transgresión se habían separado de Dios. El evangelio fue predicado a Abraham. Todos los hebreos bebieron de esa Roca espiritual, que era Cristo”.[5] “El Antiguo Testamento es el evangelio expresado en figuras y símbolos. El Nuevo Testamento es la realidad. El uno es tan esencial como el otro”.[6]

La Reforma Protestante

La Reforma protestante del siglo XVI rescató las Escrituras de las tradiciones medievales no bíblicas. En su comentario sobre Génesis 37:9, Martín Lutero declaró: “He hecho un pacto con mi Señor Dios para que no me envíe visiones, sueños, ni siquiera ángeles, pues me contento con este don que poseo, la Sagrada Escritura, que enseña y suple abundantemente todo lo necesario tanto para esta vida como para la venidera”.[7] De hecho, los principios protestantes sola Scriptura y tota Scriptura reconocen el carácter permanente de los mensajes proféticos.

Juan Calvino afirmó que “cuando Dios nos comunicó su Palabra, no quiso que ella nos sirviese de señal por algún tiempo para luego destruirla con la venida de su Espíritu; sino, al contrario, envió luego al Espíritu mismo, por cuya virtud la había antes otorgado, para perfeccionar su obra, con la confirmación eficaz de su Palabra”.[8] Reflexionando sobre Efesios 4:11, Calvino distinguió entre oficios extraordinarios-temporales (apóstoles, profetas y evangelistas) y oficios ordinarios-permanentes (pastores y maestros). Sin embargo, admitió que el Señor suscitó los tres primeros oficios “al principio, cuando el Evangelio comenzó a ser predicado. Aunque no deja de suscitarlos de vez en cuando, según lo requiere la necesidad”. En su opinión, un profeta “en nuestro tiempo no los hay, o son menos manifiestos”.[9]

El tiempo del fin

El Nuevo Testamento enseña que la partida de Jesús trajo el Espíritu Santo al mundo (Juan 16:17; Efe. 4:8) y que el Espíritu Santo otorgó dones a los creyentes, incluido el don de profecía (Rom. 12:6; 1 Cor. 12:28; Efe. 4:11). Daniel (8:17; 11:35, 40; 12:4, 9) se refirió al “tiempo del fin” como una época en la que “los tiempos exigían” una ayuda profética especial (como afirma Calvino).[10] El Apocalipsis anuncia que en los últimos días habrá una manifestación del espíritu de profecía, que iluminará “las verdaderas palabras de Dios” (Apoc. 19:10).

Los adventistas del séptimo día creen que este don espiritual se manifestó en la vida y el ministerio de Elena de White.[11] Al iluminar “las verdaderas palabras de Dios”, su función profética buscaba “servir a tres propósitos básicos: (1) dirigir la atención a la Biblia, (2) ayudar a comprender la Biblia y (3) ayudar a aplicar los principios bíblicos en nuestras vidas”.[12]

Su ayuda profética no solo fue fundamental en los comienzos del movimiento adventista del Séptimo Día, sino que sigue desempeñando un papel crucial a medida que nos acercamos al final de la historia humana aquí en la Tierra. De hecho, vivimos hoy en una época en la que “Nada es claro, nítido e inamovible”[13] y muchos cristianos creen que “los requerimientos de Cristo son menos estrictos de lo que una vez creyeron, y que asemejándose al mundo podrán ejercer más influencia sobre los mundanos”.[14] En este contexto, se nos recuerda que “la Palabra de Dios es la única cosa permanente que nuestro mundo conoce. Es el cimiento seguro. ‘El cielo y la tierra pasarán –dijo Jesús–, pero mis palabras no pasarán’ (Mat. 24:35)”.[15]

Consecuente con el don de profecía, Elena de White abordó muchas situaciones únicas, pero sus enseñanzas son atemporales y siguen siendo relevantes para nosotros hoy. Ella era consciente de esto cuando escribió en 1906: “En estos últimos días, se ha dado luz abundante a nuestro pueblo. Ya sea que mi vida sea preservada o no, mis escritos hablarán constantemente, y su obra irá adelante mientras dure el tiempo”.[16]

Dios continúa hablándonos

Los escritos proféticos contienen principios universales y detalles de tiempo y lugar. Pero incluso estos detalles se apoyan en principios universales que hacen que estos escritos sean relevantes y atemporales. Puesto que todos somos pecadores (Rom. 3:23) y la misión inmutable de Cristo ha sido siempre salvar “a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21), los llamamientos proféticos a los pueblos antiguos siguen siendo relevantes para nosotros hoy. De hecho, la forma puede cambiar con el tiempo, pero la esencia sigue siendo la misma. Afirmamos con Pablo: “me propuse no saber nada entre ustedes sino a Jesucristo, y a él crucificado” (1 Cor. 2:2). Los tiempos difíciles que vivimos exigen nuevos enfoques para comunicar el mensaje evangélico con mayor eficacia, pero estos enfoques nunca deben socavar nuestro compromiso con la propia palabra profética, cuyo mensaje trata esencialmente de Cristo.

Sobre el autor: Director asociado del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista


Referencias

[1] George Stibitz, “The Old Testament Prophets as Social Reformers”, Biblical World 12 (1898), pp. 20, 22.

[2] Ibid., p. 22.

[3] Hans K. LaRondelle, Armagedom: O Verdadeiro Cenário da Guerra Final (Tatuí: Casa Publicadora Brasileira,

2004), pp. 149-158.

[4] Ver G. K. Beale y D. A. Carson, eds., Comentário do Uso do Antigo Testamento no Novo Testamento (São Paulo: Vida Nova, 2014).

[5] Elena de White “Obedience better than sacrifice”, Signs of the Times, 14 de septiembre de 1882, p. 1.

[6] Elena de White, Mensajes selectos (Florida: ACES, 2015), t. 2, p. 130.

[7] Martín Lutero, Luther’s Works (Albany, OR: Books for the Ages, 1997), t. 6, p. 329.

[8] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana (Barcelona. FELIRe, 1999), t. 1, p. 46.

[9] Ibid., t. 2, pp. 839, 840.

[10] Ver Gerhard Pfandl, The Time of the End in the Book of Daniel, Adventist Theological Society Dissertation Series (Berrien Springs: Adventist Theological Society Publications, 1992).

[11] Denis Fortin, “Ellen G. White and the Gift of Prophecy: The Test of a Prophet” (Notas de clase, Andrews University, s.f.), disponible en: <www.andrews.edu/~fortind/EGWTest.htm>, consultado el 26/2/2024.

[12] T. Housel Jemison, A Prophet Among You (Mountain View: Pacific Press, 1955), p. 371. Ver Merlin D. Burt, “El centro del ministerio profético de Elena G. de White”, en El don de profecía en las Escrituras y en la historia, ed. por Alberto R. Timm y Dwain N. Esmond, Clásicos del adventismo 14 (Doral: APIA, 2016), pp. 353-376.

[13] Elena de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 17.

[14] Elena de White, Testimonios para los ministros (Florida: ACES, 2013), p. 485.

[15] Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo (Florida: ACES, 2010), p. 136.

[16] Elena de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 66.