Una de las mayores necesidades en la Iglesia Adventista del Séptimo Día es hoy la de una vida cristiana equilibrada. Esta urgente necesidad no es sólo para los laicos o los que tienen cargos no rentados en la iglesia. Es esencial que cada ministro de justicia conserve un equilibrio espiritual apropiado para que su servicio a Dios y al hombre sea aceptable y fructífero en términos de bienes eternos.

Jesús, hablando a los dirigentes judíos de sus días, recalcó la importancia de la necesidad del equilibrio con estas palabras: “Diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley; la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello… Limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia… Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que, por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mat. 23:23, 25- 28).

Hace dos mil años los dirigentes religiosos eran ciertamente devotos y celosos. La letra de la ley era algo de gran importancia y se trataba muy severamente a los que eran sorprendidos violando sus aspectos legales tal como los interpretaban los rabinos.

Al paso que admiramos a las personas que se mantienen firmes en sus convicciones, sentimos conmiseración al presenciar el celo desequilibrado. Veamos otro aspecto del cuadro que presentaban los dirigentes de los días de Jesús. Ellos pretendían guardar el sábado al pie de la letra, pero descuidaban el espíritu del sábado, el amor. Podía ayudarse a un buey enfermo o herido, que no tenía un alma que salvar, en ese santo día, pero ayudar a un hombre con una mano seca era pecado. El joven rico estaba sobrecargado de actividades religiosas, pero se había olvidado de compartir sus bendiciones materiales recibidas del Cielo. La limpieza ceremonial era algo de una importancia extremada, pero la oración del rey David: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”, estaba casi olvidada. El diezmo, reconocimiento de que Dios es el dueño de todas las posesiones materiales, era calculado hasta el último centavo sobre los productos más ínfimos: la menta, el eneldo y el comino; pero demasiado a menudo no se le daba el corazón en reconocimiento al Mesías que era el autor de la ley del diezmo.

La lección es clara y sencilla, ¿no es cierto? El celo, el fervor y la convicción en ciertos campos del deber no pueden ser considerados como licencia para descuidar otras responsabilidades igualmente importantes. El ser sincero para Cristo en unas pocas actividades elegidas no disculpa a nadie por su falta en cumplir con el desafío divino de crecer “en todo en aquel” [Cristo].

Una gran necesidad del movimiento adventista en el siglo XX es la que enfrentó la iglesia judía en los días de Cristo. Lo que necesitamos es una vida cristiana equilibrada. Al repasar los votos que formulamos en el día de nuestro bautismo, encontramos allí la receta para una vida plena y consecuente. Cada pastor adventista está frente a la gran necesidad de llevar una vida bien equilibrada en estos tremendos días de tensión y angustia.

Esta es ciertamente la hora en la historia del mundo cuando no deberíamos dar “a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien” recomendándonos “en todo como ministros de Dios” (2 Cor. 6:3, 4). Es la hora cuando los laicos, los dirigentes y los ministros deberían testificar mediante una vida consistente y equilibrada.

No es éste el tiempo para un celo que se demuestra mediante un interés especial hacia una doctrina de la fe o un aspecto de la vida cristiana, descuidando otros asuntos igualmente importantes. Los decenios transcurridos en la historia de este movimiento han sido testigos de cómo cierto número de individuos y grupos han gastado su vida y sus medios en promover ciertas fases de vida o ciertas así llamadas ideas o doctrinas preferidas. En muchos casos el asunto en cuestión era en sí mismo noble y esencial, pero el método de promoción y el descuido de otras importantes verdades no dejaba al alma sincera otra elección que la de declararlo de origen no divino. A los tales el Señor desde antiguo les hubiera dicho: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”.

Aun entre los ministros de Dios, el celo en predicar las doctrinas, devolver el diezmo con fidelidad, organizar a los miembros para la obra de ganar almas y la participación en un sinnúmero de otras buenas cosas no es excusa o licencia para ser laxos en lo que atañe a la observancia cuidadosa del sábado, la reforma en la alimentación, las relaciones con el sexo opuesto o el dominio propio. El consejo divino llama no sólo al miembro de iglesia, sino sobre todo al ministro a ser sobrio, “presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable… No defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tito 2:7-10).

Se han dado consejos valiosos a los ministros adventistas mediante la mensajera especial del Señor. Compartiremos unos pocos pensamientos escogidos y oportunos para vuestra meditación sincera hecha con oración:

“Puede ser que los hombres sean capaces de repetir de corrido las grandes verdades presentadas con gran exactitud y perfección en nuestras publicaciones; ellos pueden hablar inteligentemente y con fervor acerca de la decadencia de la religión en las iglesias; pueden presentar la norma del Evangelio delante de las personas de una manera muy eficaz, y a pesar de eso pueden considerar que los deberes cotidianos de la vida cristiana, que requieren tanto la acción como el sentimiento, no están entre los asuntos de mayor importancia… La religión práctica extiende sus reclamos por igual sobre el corazón, la mente y la vida diaria” (Testimonies, tomo 4, pág. 372).

“Cualquier hábito o práctica que pueda inducir a pecar y atraer deshonra sobre Cristo, debe ser desechado cueste lo que costare. Lo que deshonra a Dios no puede beneficiar al alma. La bendición del Cielo no puede acompañar a un hombre que viole los eternos principios de la justicia. Y un pecado acariciado es suficiente para realizar la degradación del carácter y extraviar a otros” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 406).

Compañeros en el ministerio, ¿no sería bueno que hiciéramos un examen cuidadoso de nuestras vidas? ¿Somos consecuentes en nuestra vida pública y privada? ¿Podrán nuestras acciones, vistas y ocultas a los ojos humanos, soportar la mirada del Observador celestial?, Ojalá que nosotros, los que predicamos a las almas que “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” recordemos que también seremos medidos con el juicio con el cual ellos serán juzgados.

¿Celo? Sí, que Dios nos lo dé en mucha abundancia en estas horas culminantes de la historia de la tierra. Pero que sea divinamente atemperado, fortalecido y equilibrado para que produzca bienes eternos para todos. Al examinarnos a nosotros mismos a la luz de la plena verdad del Evangelio, ojalá que las palabras de Jesús: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”, nos insten a un ministerio equilibrado.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial en la Unión Norte de Filipinas.