“Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada ‘la Italiana’ ” (Hech. 10:1). Una historia interesante. En ella se narra la forma enérgica en la que el Espíritu Santo sacude los preconceptos heredados por el apóstol Pedro y el resto de los creyentes que aceptaron a Cristo. El Espíritu Santo concedió dones a los que aún no eran de la “iglesia” y ni siquiera habían sido “bautizados”. En este acto divino no hay discriminación de raza, de condición social o de género para otorgar los dones. Hay que entender los dones de Dios y su administración dentro del contexto de la sabiduría y de la gracia de Dios.

 Cristo dijo a sus discípulos que mediante el Espíritu se produciría el acompañamiento del crecimiento de la iglesia. El Espíritu arbitraría los medios necesarios para convencer de pecado, justicia y juicio (Juan 16:8); en la historia de Cornelio se destaca este aspecto en forma notable. Cornelio buscaba, anhelante, recibir la gracia divina. El relato dice que Dios envió a un ángel que le dijo que su oración había sido escuchada y le dio instrucciones para que buscara a alguien de la iglesia en ese momento, que podría ayudarlo más. Esta historia permite comprender cómo los creyentes colaboran con Dios en la tarea de dar testimonio de su gracia, es decir, con el proceso iniciado por el Espíritu. Incluso deben ser cautos para “ver” cómo el Espíritu está obrando en cada corazón.

 Mientras tanto, el Espíritu Santo trabajó en el corazón y la mente de Pedro. Pedro fue “convencido” por el Espíritu de dejar sus preconceptos culturales, mediante una visión. Cuando los emisarios de Cornelio llegaron, su mente estaba lista para no rechazar la invitación de visitar a este “gentil”. No hay dudas, el Espíritu es el que convence. En el caso de Cornelio, el Espíritu Santo lo había convencido de pecado previamente (era “temeroso de Dios”, Hech. 10:2) y le mostró cómo obtener la “justicia” señalándole a alguien que podía darle explicaciones. En el caso de Pedro, el Espíritu lo convenció de justicia. Lo preparó para entender mejor la extensión de la gracia divina. También le mostró su error, o pecado, al tener todavía barreras establecidas por tradiciones culturales y religiosas de interpretación de las Escrituras. Cuando Pedro tomó la decisión de ir a la casa de este “gentil”, alguien rechazado culturalmente por los “elegidos”, decidió no hacerlo solo, para evitar ser criticado, y llevó una comitiva de “creyentes de Jope” a la casa de este centurión.

 Y el Espíritu derramó dones abundantemente en la casa de Cornelio entre todos los presentes “gentiles” aun antes de ser “bautizados”. Así, el Espíritu muestra a los creyentes las barreras sociales y culturales que se deben derribar para sumar a quienes él está convenciendo de que sean integrantes del gran pueblo de Dios (Apoc. 18). Ahora bien, ¿qué pasa con aquellos que reciben dones del Espíritu de Dios? Este artículo extrae principios de administración de los dones del Espíritu, obtenidos de momentos clave en la historia.

Principios de administración de los dones

 Número 1: El Espíritu es el que administra los dones, no los seres humanos. Durante la visión previa a su visita a Cornelio (Hech. 10), Pedro recibió el don de discernir la gracia de Dios y lo administró no oponiéndose a la actuación del Espíritu de Dios, quien otorgó dones a quienes Pedro mismo hubiera considerado impedidos para recibirlos debido a sus propias barreras personales raciales y preconceptuales. El Espíritu otorgó, y Pedro aceptó y también recibió el don de difundir la gracia de Dios de una mejor manera. Dio testimonio de la orientación que recibió del Espíritu a los que estaban “dentro” de la iglesia. Evidentemente, la “iglesia”, con todos los dones que había recibido, aún no entendía la forma en que actúa la gracia de la administración de dones mediante el Espíritu. “Ver” esa gracia es un “don” del Espíritu.

 Número 2: El Espíritu es quien se encarga de generar un organismo que permite la plena expresión de los dones otorgados para la misión. El Espíritu tiene a veces que lidiar con la incomprensión de quienes recibieron sus dones y aceptaron la gracia de Dios; aunque son sus colaboradores, se transforman en impedimentos para el avance de la misión. Como en el caso de Cornelio, el Espíritu tuvo que trabajar en la mente de sus seguidores para que se aceptaran mutuamente. Dios llevó a Pedro y a sus amigos para que fueran “testigos” de que su gracia se derramaba en dones para quienes creyeron en él. Y Pedro y sus amigos no pudieron rechazar esa manifestación; hacerlo hubiera ido en contra de Dios. De esa manera, el Espíritu vinculó a los recién convencidos con quienes ya eran parte de su iglesia. Pedro comprendió que cada don fue otorgado para el “servicio” a los demás (1 Ped. 4:10). Cuando Pedro recibió el don de discernir, sirvió a Dios ayudando a integrar en la comunidad de la iglesia a los nuevos creyentes. A veces, el término “servicio” se traduce como “ministerio”. Pero el término griego es el mismo, diakonéo, y se usaba para describir la actividad de alguien dispuesto a recibir los dones del Espíritu para servir a otros. Pablo se considera un “diácono” (Efe. 3:7; Col. 1:23, 25). Y Cristo se considera un servidor y quien vino a hacer diaconía (Mat. 20:28; Mar. 10:45). Se podría decir que el diaconado es el nivel en el que entran todos los dones. Los creyentes deben ser cuidadosos de no limitar, encasillar o impedir las expresiones de los dones para el servicio que envía el Espíritu.

 Número 3: En el otorgamiento de los dones no hay distinción racial, social o de género. Pablo dice que en Cristo ya no hay “judío ni griego; no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer”, que todos son “herederos de la promesa” (Gál. 3:28, 29). El Nuevo Testamento deja en claro que el “servicio” corresponde a todos los creyentes. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel en su conjunto era un pueblo de sacerdotes y gente santa dedicada a Dios (Éxo. 19:6), que se encargaba de la misión de mostrar a Dios al mundo; y no solo era responsabilidad de los levitas y los sacerdotes. Estos últimos tipificaban el ministerio de Cristo en el Santuario celestial. Cuando Cristo murió ya no fue necesaria esta tipología. No se requería de sacerdotes que representaran el ministerio de Cristo en el cielo. No obstante, quedó vigente el sacerdocio de acompañamiento de la labor de Cristo en el cielo. Pedro destacó este hecho diciendo que quienes aceptan a Cristo llegan a ser “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9).

 El Espíritu otorgó dones sin discriminación de ningún tipo. Por ejemplo, los primeros diáconos eran de origen griego (Hech. 6); Priscila y Aquila eran evangelistas (Rom. 16:3); recibían el don de profecía hombres y mujeres por igual (Hech. 13:1; 15:32; 21:9), lo mismo que el don de lenguas (Hech. 2) y otras capacidades para el servicio (diaconía) (Tit. 1:5; 2:2, 3).

Objetivos de los dones

 Los dones otorgados no son para manifestar competencia por conocer quién tiene los mejores o mayores dones, sino para servir armoniosamente sin impedir el funcionamiento previsto por el Espíritu. Solo de esa forma la iglesia podrá ver los dones y mantendrá una correcta vinculación con el Espíritu de Dios para la difusión del evangelio.

Dones para el crecimiento interno de la iglesia

 Pablo dijo que Cristo es la cabeza; y la iglesia (los creyentes), su cuerpo (Efe. 5:23; Col. 1:18, 24). Este cuerpo crece por el poder de la misma energía que obró en Cristo al resucitarlo de los muertos (Efe. 1:11, 19, 20; 2:2; 3:7, 20; 4:16).

 Según Pablo, la intención de Dios al conceder los dones era “para que habite entre ellos Dios” o “para llenarlo todo” (Efe. 4:8-10). Cada creyente llega a ser habitación donde mora Dios. Cuantos más dones del Espíritu se manifiesten en la iglesia, la presencia de Dios es mayor. Así que, los dones no deben competir o anular su operación para lograr que unos se destaquen y otros no, pues al hacerlo están opacando y anulando la presencia manifiesta de Dios en la iglesia.

 Hay distintas listas de dones del Espíritu hechas por Pablo, en Efesios 4:11, Romanos 12 y 1 Corintios 12. Según el contexto de sus cartas, Pablo hizo diferentes énfasis. En Efesios 4, destaca a los que tendrán una responsabilidad más directa en promover el crecimiento en el conocimiento, lo que es un pedido y un anhelo constante en esta carta, para evitar que el cuerpo se lastime perdiendo parte de sus miembros en la lucha interna.

 Cada don tiene la función de realizar una diaconía (servicio) por amor para promover el crecimiento del cuerpo. En las otras listas de dones de Pablo, también se resalta el mismo tema. Todos los dones tienen el propósito de promover el crecimiento del cuerpo. Los dones y su relación con el crecimiento interno de la iglesia se describen como sigue:

 1. “Para la capacitación de los santos” (Efe. 4:12, NVI).

 2. Que los creyentes no sean fluctuantes en la fe (Efe. 4:13-15).

 3. En 1 Corintios 12:7 dice que los dones fueron dados para “el bien de todos”. Para que “todos los miembros se preocupen los unos por los otros” (1 Cor. 12:25, 26).

 Los miembros del cuerpo son muchos y tienen funciones diferentes (1 Cor. 12:18-20), y todos son importantes. Aunque Pablo exhorta a procurar los dones mejores (1 Cor. 12:31), muestra justamente que ese objetivo es el amor (1 Cor. 13). La idea es que el ejercicio de los dones no sea un anhelo que distraiga del objetivo fundamental por el que operan. Cristo dijo que el amor que se manifieste entre sus seguidores, su iglesia o su cuerpo será el elemento de distinción con el mundo (Juan 17:21-23, 26).

 Actualmente, la iglesia cristiana tiene varios problemas que entorpecen su crecimiento. Las dificultades no solo se aprecian en el conjunto de la iglesia mundial sino en las iglesias pequeñas y las congregaciones locales.

 Algunas de esas dificultades o problemas tienen que ver con el crecimiento cuantitativo de las iglesias. Son diversas las tensiones que enfrentan en su seno. La falta de información o la información deficiente respecto de la administración de los dones introduce críticas o mala interpretación de las actitudes de quienes cumplen diferentes “servicios”. Estas críticas fructifican, a veces, produciendo movimientos independientes, o separatistas. Todo esto contribuye a que los miembros dejen de congregarse o abandonen la iglesia.

 Otro aspecto es que las exigencias de las administraciones eclesiásticas por resultados cuantitativos de crecimiento de iglesia producen tensión en relación con los resultados de calidad de crecimiento. Lo mencionado afecta, produciendo entre los feligreses crisis de fe.

 La exhortación de Pablo a los creyentes del primer siglo a crecer en el conocimiento de la gracia de Dios llega hasta nuestros días con voz potente. Todos los dones se resumen en un objetivo: amor. Todos los dones se expresan en uno: amor. Y Dios es amor. Por lo tanto, los dones expresan directamente el carácter amoroso de Dios, que se brinda en diaconía a sus seres creados.

Dones para atraer a otros a la gracia de Dios en Cristo

 El Espíritu es el que convence y atrae, pero los que ya recibieron dones colaboran con él. Los dones que tienen que ver directamente con la difusión del evangelio entre los de cerca y los de lejos podrán hacer mejor su trabajo cuando sean apoyados por los dones dados también para el crecimiento interno de la iglesia. El camino más excelente del amor hace que la vinculación sea real en el Espíritu para el apoyo de todas las necesidades de la iglesia en su misión.

 Un aspecto interesante del otorgamiento de los dones durante los primeros años del surgimiento de la iglesia cristiana fue entenderlos a la luz de la resolución de los desafíos que presentaba la expansión del evangelio. La consigna manifiesta para la resolución de los problemas o los desafíos era: mantener la unidad de la iglesia. Esta unidad solo se lograba mediante la aceptación y el pedido de la conducción o la intervención del Espíritu Santo, quien se manifestaba otorgando los dones que mejoraban la organización del cuerpo para que este creciera en calidad.

 Los primeros capítulos de Hechos resaltan los dones que parecieron ser clave para un momento específico de la difusión del evangelio, en una etapa particular de la formación y el crecimiento de la iglesia. Estos fueron diversos. Por ejemplo, (a) la concesión del don de lenguas en Hechos capítulo 2 ayudó a expandir la obra sin la barrera del idioma, en un momento en que se encontraban presentes en Jerusalén representantes de varias culturas; (b) el don de caridad y hospitalidad que fue dado en situaciones críticas de conversiones masivas a fin de que los que fueron separados de sus familiares y sus hogares tuvieran contención en todo aspecto; (c) las visiones y los sueños para llamar la atención de algunos, como Cornelio, Saulo y Pedro, y guiarlos a una relación estrecha con la iglesia y evitar errores por prejuicios o fanatismos. Y en esto no hizo diferencia entre judíos o gentiles. Dios no hace favoritismos (Hech.11:15-17). Esto evidencia la forma en que la provisión divina de los dones colaboró para resolver las dificultades que estaba enfrentando la iglesia a medida que se producía su expansión.

 La tensión entre el crecimiento en calidad y en cantidad la maneja el mismo Espíritu, quien se encarga de otorgar dones que sirvan y atiendan situaciones de conflicto para evitar que se detenga el crecimiento de calidad y se mantenga el crecimiento en cantidad.

Consideraciones finales

 La historia de Cornelio presenta a Pedro haciendo la siguiente pregunta: “Si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros al creer en el Señor Jesucristo, ¿quién soy yo para pretender estorbar a Dios?” (Hech. 11:17).

 Los dones son administrados por el Espíritu, no por los líderes o los creyentes. Todos los dones son otorgados para apoyar el crecimiento interno y la difusión de las noticias de la gracia. El que recibe un don debe entender que tiene el privilegio de colaborar con el Espíritu de Dios.

 El tratar el tema de los dones es tratar sobre el carácter de Dios. Dios es un “servidor”, un “diácono”, que administra y da dones a quienes lo aman, para que lo imiten sirviendo como él lo hace. Dios manifiesta su presencia continua entre los creyentes y plenamente en la iglesia mediante el otorgamiento de dones.

 La Biblia presenta que quienes reciben la gracia de los dones de Dios es porque se están involucrando decididamente con Dios en su obra. Dios ha otorgado dones a la iglesia como una forma de manifestarse personalmente en medio de ella. El creyente no debe crecer solo sino en comunidad. Es vital que sienta esa conexión (Efe. 4:12-16; 6:10-18).

 Algunas preguntas pueden ser de ayuda para aquellos que desean lograr ese objetivo:

 1. Los creyentes de la iglesia local, regional o mundial ¿están propiciando el ambiente para la plena expresión de los dones que otorgó el Espíritu Santo para el crecimiento personal y corporativo, y también para la expansión del evangelio?

 2. ¿Existe algún impedimento que limita la plena expresión de los dones del Espíritu (raza, cultura, género)?

 3. ¿Está creciendo mi iglesia local internamente en conocimiento? ¿Hay conflictos, celos, competencia entre los dones? ¿Cuál es la solución que presenta la Biblia a esos conflictos?

 La iglesia no es un “negocio” exitoso, que maneja diferentes instituciones en todo el mundo, sino que ejerce los dones que administra el Espíritu, quien se encarga de preparar un pueblo para la segunda venida de Cristo.

 La iglesia sigue enfrentando problemas y desafíos. Aún está en la Tierra, y no en el cielo. Todo creyente tiene la responsabilidad de ejercer el don que ha recibido para preservar la unidad en amor, sin competir, ni impedir la operación de los dones, ni buscar la supremacía. Es importante que el compromiso de cada creyente sea el mismo que el del Espíritu: preparar “una iglesia gloriosa”, que pueda estar en pie en el “día de la redención”.

Sobre la autora: Doctora en Teología y editora en la Editorial Universidad Adventista del Plata, Argentina.