La evangelización no se limita a hacer discípulos y a bautizar. A la conversión le debe seguir una vida de aprendizaje y obediencia, hasta que los discípulos lleguen a ser semejantes al Señor.

Durante las últimas décadas se acuñaron varias definiciones para el término evangelizar. La declaración de evangelización formulada en Inglaterra en 1918 por la Comisión de los Arzobispos Anglicanos de Investigación de la Tarea Evangelizados de la Iglesia, posiblemente sea la definición más conocida.[1] Dice: “Evangelizar es presentar a Jesucristo con el poder del Espíritu Santo, para que los hombres depositen su confianza en Dios mediante Jesucristo, aceptándolo como Salvador y sirviéndolo como Rey en la comunión de su iglesia”.[2]

Al analizar esta definición, descubrimos los cuatro pasos que comprende el proceso de la evangelización. El primero es presentar a Jesucristo. El segundo, conseguir que el hombre confíe en Dios. El tercero, que acepte a Jesús como su Salvador. Y, el cuarto, que el creyente le dé un servicio fiel.

A esta altura puede ser útil que nos formulemos una pregunta: ¿Qué misión le confió el Señor a la iglesia? Esta pregunta nos lleva a considerar la gran comisión evangélica. Según el registro de los cuatro Evangelios y del libro de los Hechos, esa comisión se podría sintetizar con las palabras de John Stott: “El énfasis está puesto en la predicación, el testimonio y la tarea de hacer discípulos… mucha gente deduce de esto que la misión de la iglesia, según lo declaró el Señor resucitado, se circunscribe a predicar, convertir y enseñar”.[3]

Las palabras de Stott pueden generar otras preguntas, tales como: ¿Cuáles son los objetivos concretos de la misión? ¿Hacer discípulos? ¿Bautizar? ¿Enseñar? Es probable que la respuesta más lógica a estas preguntas sea hacer discípulos. Pero nos lleva a otra pregunta: ¿Es la tarea de hacer discípulos el objetivo supremo de la evangelización, o es sólo una de las tareas que se deben cumplir en el proceso de la evangelización?

Con frecuencia se ha afirmado que la misión de la iglesia está incluida en la declaración “hacer discípulos” A muchos cristianos les parece que la evangelización culmina en el momento cuando el nuevo converso ingresa en la iglesia por medio del bautismo. Pero, ¿es esto realmente así? ¿Cuál es el objetivo final de la evangelización? Para obtener una respuesta clara y concluyente es importante que comprendamos cuál fue la misión de Cristo al venir al mundo.

La misión de Cristo

El apóstol Juan describió la misión de Cristo al señalar que “no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17). La misión concreta de Cristo consistió en salvar al mundo (Juan 4:42). No obstante, “la proclamación de Jesús como ‘el Salvador del mundo’ no significa que todos los hombres serán salvos automáticamente, sino una invitación dirigida a todos los hombres para que pongan su confianza en Aquel que dio su vida por los pecados del mundo”.[4]

Desde que el pecado malogró la paz del Edén, desarticulando la armonía reinante, el diablo se constituyó en príncipe de este mundo (Juan 14:30; 1 Juan 5:19). Pero en la cruz Jesús lo derrotó. Pablo declaró enfáticamente la victoria de Cristo con la siguiente afirmación: “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15).

Cuando se observa la misión de Cristo desde ese ángulo, podemos afirmar que el anuncio básico de las buenas nuevas consiste en proclamar a Cristo como Señor del mundo (1 Cor. 8:5, 6; Fil. 2:9-11; Efe. 1:10; 2:22; 4:7-16). En este sentido, Oscar Cullmann destaca que la confesión de Jesucristo como Señor (kurios) resume la fe de la iglesia primitiva. Eso señala el hecho de que quien fue crucificado en el pasado y que ha de venir en el futuro ejerce hoy el gobierno de todo el universo, sentado a la diestra de Dios.[5]

Según D. Burt, la tarea de la evangelización debe coincidir con el objetivo que tuvo Dios al enviar a su Hijo al mundo. El propósito de la venida del Hijo de Dios abarcaba un doble objetivo: uno inmediato y otro mediato.[6] El inmediato consistía en hacer discípulos, “integrándolos a la comunidad del pueblo de Dios para que lo adoraran y dieran testimonio de su Nombre, contribuyendo así al objetivo final de Dios”.[7] Por otro lado, Burt sostiene que el objetivo final de la evangelización consiste en conseguir que los reinos de este mundo pasen a ser el reino de nuestro Señor Jesucristo (Apoc. 11:15), en el cual un pueblo escogido ame, adore y proclame por la eternidad las maravillas de Dios.[8]

La misión de los discípulos

J. L. Dybdahl, en su libro Adventist Mission in the 21st Century [Misión adventista en el siglo XXI], destaca que “Jesús envió a sus discípulos al mundo de la misma manera que el Padre lo había enviado a él al mundo”.[9]

En la versión de Juan de la gran comisión, Jesús ya había anticipado la misión de la iglesia al pronunciar la oración sacerdotal en el cenáculo: “Como tú me enviaste al mundo, así  yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18). Días después, posiblemente en el mismo lugar donde oró por sus discípulos, inmediatamente después de su muerte y su resurrección, el Señor transformó esa súplica en un mandato, cuando les dijo a sus seguidores: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).

La gran comisión de Mateo 28 se basa en la autoridad de Cristo. Además, en el Evangelio de Mateo se observa que Jesús llamó, instruyó y envió a sus seguidores.[10] La orden misionera dada en Galilea se expresa en el original griego por medio de cuatro verbos: ir, hacer discípulos, enseñar y bautizar. La orden “haced discípulos” es un imperativo,[11] y para las tres restantes emplea participios.[12]

El discipulado

En la gran comisión registrada por Mateo, Cristo les dio esta orden a los apóstoles: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:19, 20).

John Stott dice que “el propósito de Cristo en la gran comisión no se logra, sin embargo, cuando sólo hacemos discípulos y los hemos bautizado. Se debe enseñar a los conversos. Después de la conversión viene toda una vida de aprendizaje y obediencia, hasta que los discípulos lleguen a ser semejantes a su Señor”.[13]

Más adelante, Stott añade: “Jesús no envió a sus hombres sólo para hacer discípulos. Esa es solamente la primera etapa de la gran comisión. Hay otras dos cosas que se debe hacer: bautizar y enseñar. El evangelista que desea ser fiel a su vocación debe pensar, por lo tanto, en tres cosas fundamentales: primera, conversiones a Cristo; segunda, integración de los conversos en una iglesia local; y tercera, su instrucción en todo lo que ordenó Cristo”.[14]

Podríamos afirmar que la obra de hacer discípulos no es un acontecimiento sino un proceso que requiere tiempo y dedicación. Por otro lado, si hacer discípulos es la meta inmediata de la gran comisión, y de ningún modo el proceso final de la evangelización, queda en pie entonces que ese propósito es colaborar con Cristo en la misión de preparar ciudadanos para el reino.

A esta altura de nuestro análisis puede ser positivo que nos formulemos algunas preguntas que se concentren en la misión de hacer discípulos. ¿Qué implica la expresión hacer discípulos? ¿Qué es un discípulo? ¿Cómo se forma un discípulo? La palabra discípulo se aplica a alguien que sigue las enseñanzas de otra persona, como sería el caso de un alumno o del asistente de un maestro.[15] El Nuevo Testamento no establece ninguna diferencia entre creyente y discípulo.[16] Es oportuno destacar que el nombre más repetido y más usado para referirse a los cristianos es “discípulos”. Esa palabra aparece 261 veces en el Nuevo Testamento.

El discipulado es un concepto dinámico que abarca toda las áreas y toda las edades de la vida de una persona.[17] Por lo tanto, si alguien dice que es creyente y no vive la vida de un discípulo, todo lo que hace es estorbar el testimonio cristiano y la vida de la iglesia.[18]

El bautismo

Todos aquellos a los que se les proclamó el evangelio y han creído en Jesús y lo siguen, se convierten en discípulos. El mandamiento de Cristo indica que tales personas se deben bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Según Mateo, se bautiza a los discípulos (Mat. 28:19). De acuerdo con Marcos, a los creyentes (Mar. 16:15, 16). En la comisión evangélica de Lucas, no se menciona el bautismo. Pero en Hechos, cuando el autor registra las palabras de Pedro, vincula el bautismo con el arrepentimiento y el perdón de los pecados (Hech. 2:38; 3:19), elementos que aparecen en Lucas 24:47.

Los escritores bíblicos también vinculan el acto del bautismo con la predicación y la enseñanza del evangelio. De ese modo, los discípulos se transformaban en heraldos de Cristo.[19] John Stott señala que la proclamación del heraldo debe contener cinco aspectos importantes:[20]

• El perdón de los pecados.

• El nombre de Cristo.

• El arrepentimiento.

• A todas las naciones.

• El poder del Espíritu.

Sólo quien acepte y viva el evangelio podrá disfrutar de la experiencia de ser bautizado en nombre de la Trinidad, para llegar a ser así ciudadano del reino.

La enseñanza

D. Burt aclara que “nuestra tarea evangélica no terminará hasta que hayamos comunicado… toda la enseñanza de Jesucristo (Mat. 28:20) y todo el consejo de Dios (Hech. 20:27); mientras el individuo no esté firmemente integrado en la comunidad de los creyentes, y mientras no esté viviendo activa y poderosamente como discípulo de Jesucristo, el Hijo de Dios”.[21]

Como el nuevo nacimiento, la evangelización no termina; apenas comienza. Hay que cuidar al nuevo miembro. Ese cuidado incluye, entre otros aspectos, amor y paciencia. Pero también requiere velar por la adecuada alimentación e instrucción del creyente. El que ingresó en la iglesia por medio del bautismo es un bebé espiritual que necesita atención individual y alimentación adecuada.

W. Moore dice que “las iglesias que ponen excesivo énfasis en los bautismos y en los programas, o un interés indebido en la calidad de los miembros, deben considerar el mandamiento de Cristo de hacer discípulos. La salvación de las personas y la formación de discípulos están inseparablemente unidas en las Escrituras”.[22]

Instrucción posbautismal

Una investigación que tiene que ver con la Argentina, el Paraguay y el Uruguay, basada en una encuesta hecha entre 840 miembros y ex miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día,[23] reveló que los exmiembros no abandonaron la iglesia por falta de instrucción bíblica doctrinal antes del bautismo. Como contrapartida, al evaluar la instrucción posterior al bautismo, el estudio indicó que la deficiencia en ese tipo de instrucción es un factor importante en la pérdida de miembros. Esto subraya la imperiosa necesidad de establecer una estrategia que se base en el concepto paulino que encontramos en Efesios 4:11 al 16.

El Comentario bíblico adventista del séptimo día destaca acertadamente un aspecto neurálgico de la gran comisión: la enseñanza. “Es tan importante enseñar a los hombres a observar las cosas que Cristo ordenó, como bautizar… Por eso, la instrucción es de vital importancia antes y después del bautismo”.[24]

En las Escrituras encontramos declaraciones que apoyan la idea de que la proclamación del evangelio no es sólo para los que están fuera de la iglesia, sino también para los que están dentro de ella. En la introducción a la epístola a los Romanos el apóstol Pablo afirma: “Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma” (Rom. 1:15). ¿Quién era esa gente de Roma que Pablo quería evangelizar? En su salu­tación se refiere a ellos como “llamados a ser santos” Eso indica que la evangelización no es una tarea que termina con el bautismo sino un proceso amplio, que se desarrolla antes y después del bautismo.

En algunas de sus campañas, Pablo y Bernabé invirtieron varios meses en el proceso de evangelización posbautismal; por ejemplo, en la experiencia de Hechos 11, cuando se congregaron en la ciudad de Antioquía durante un año, “y enseñaron a mucha gente” (Hech. 11:26).

La evangelización en su fase posbautismal incluye la tarea de capacitar a los santos para la obra del ministerio (Efe. 4:11- 16). El apóstol Pablo expone con claridad este proceso. Señala que el Espíritu Santo concedió dones a los hombres, y de ese modo constituyó líderes para la obra de capacitación de los miembros, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efe. 4:12-15).

Un discípulo eficiente

En esta declaración, Pablo menciona algunos conceptos básicos relativos al discipulado que nos permiten llegar a las siguientes conclusiones:

1. El discipulado velará por una sana instrucción doctrinal. Ninguna planificación eclesiástica para hacer discípulos estará completa si no cuenta con un saludable programa de instrucción doctrinal.[25]

2. El discipulado velará por la disciplina eclesiástica. Otro aspecto del proceso de la evangelización rela­cionado con el discipulado es la diciplina. Emphill afirma: “Si usted sigue las normas bíblicas, responderá de inmediato a las medidas de disciplina apropiadas, proporcionará instrucción correctiva, demostrará genuina compasión y verificará que los creyentes se desarrollen bien. Cuando no se aplica disciplina, sólo se consigue que la iglesia se debilite. Si se permite que un comportamiento enfermizo, que no se ajusta a la Biblia, continúe en la iglesia sin hacer nada al respecto, destruirá su unidad y su pureza, y reducirá su testimonio a la ineficacia en la comunidad”.[26]

3. El discipulado velará por la atención personal. “El cuidado pastoral de los creyentes que se están desarrollando sigue fortaleciendo las convicciones de que yo soy yo’ y ‘me aman’”.[27]

4. El discipulado velará por la motivación por el servicio. “Tenemos que desafiar a los cristianos que están pasando por el proceso de maduración a que alcancen la madurez doctrinal a medida que van descubriendo cuál es su lugar de servicio”.[28]

5. El discipulado capacitará a los miembros. “La meta de cada creyente debe ser no sólo participar del ministerio, sino también entrenar a otros para que también lleguen a ser ministros”.[29]

6. El discipulado velará, mediante este proceso, por la formación de nuevos discípulos. “Cuando la iglesia toma en serio el compromiso del ‘discipulado reproductivo’, el potencial para el crecimiento llega a ser explosivo en el sentido matemático del término”.[30]

El establecimiento del reino

Jesús relacionó la evangelización del mundo con el establecimiento del reino de Dios. “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14). Cuando se termine la proclamación del mensaje del primer ángel de Apocalipsis 14 y la obra del séptimo ángel de Apocalipsis 11, multitudes de todas las naciones adorarán al Creador de los cielos y la Tierra. Entonces prorrumpirán en cánticos porque los reinos del mundo finalmente vendrán a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos (Apoc. 11:15).

Concluimos que la evangelización es un proceso desde la perspectiva del significado etimológico del término, como también desde el punto de vista histórico del hecho que se anuncia. La evangelización es un proceso mediante el que se proclama a Jesucristo como Salvador del mundo con el propósito de que los hombres confíen en él, lo acepten y lo sirvan. Los discípulos, orientados por Jesús y capacitados por el Espíritu Santo, serán protagonistas en la misión de establecer el reino de Dios en la Tierra.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata (UAP), Libertador San Martín, Entre Ríos, Rep. Argentina.


Referencias

[1] John Stott, La misión cristiana hoy (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1977), p. 51.

[2]  D. Watson, Creo en la evangelización (Miami: Editorial Caribe, 1976), p. 29.

[3]  John Stott, Ibíd.

[4] R. Padilla, Misión integral: ensayos sobre el Reino y la iglesia (Grand Rapids: Eerdmans, 1986), p. 5.

[5] Oscar Cullmann, Cristología del Nuevo Testamento (Buenos Aires: Metopress, 1965), p.

237.

[6] D. Burt, Manual de evangelización para el siglo XXI (Barcelona: CLIE, 1999), p. 27.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9]  J. L. Dybdahl, Adventist Mission in the 21st Century [La misión adventista en el siglo XXI| (Hagerstown: Review and Herald, 1999), p. 80.

[10] M. J. Wilkins, The Concept of Disciple in Matthew’s Gospel as Reflected in the Use of the Term Mathetés [El concepto de discípulo en el Evangelio según Mateo tal como se refleja en el uso del término mathetés] (Tesis doctoral, Seminario Teológico Fuller, 1990), p. 8.

[11] H. E. Dana y J. R. Mantey, Gramática griega del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1977), p. 294.

[12] Ibid.

[13] John Stott, La evangelización y la Biblia (Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1969), p. 34.

[14] Ibíd., p. 36.

[15]  S. H. Horn, Diccionario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 1995) p. 334.

[16] D. Burt, Ibíd., p. 27.

[17] Ibid., p. 23.

[18] Ibid., p. 27.

[19] John Stott, Ibíd., p. 41.

[20] Ibíd., pp. 41-43.

[21] D. Burt, Ibíd., p. 27.

[22] W. Moore, Multiplicación de discípulos: un método para el crecimiento de la iglesia (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1988), p. 27.

[23] Rubén Otto, Una aproximación al estudio de factores percibidos como asociados al abandono de la Iglesia Adventista del Séptimo Día por parte de algunos de sus miembros en la Argentina, el Paraguay y el Uruguay (Tesis doctoral, Seminario Adventista latinoamericano de Teología, 2000), pp. 261-264.

[24]  Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 1995), p. 545.

[25] K. Hemphill, El modo de Antioquía: características de una iglesia efectiva (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1996), p. 197.

[26] Ibid., p. 198.

[27] Ibid.

[28] Ibid., p. 199.

[29] Ibid., p. 202.

[30] Ibid., p. 203.