Hace más de cuarenta años, en una excavación hecha en la bíblica y aislada montaña de Masada, situada en el desierto de Judea, al lado del Mar Muerto, se encontró un puñado de semillas de hace más de dos mil años.

Dos décadas después, una investigadora y bióloga decidió hacer un experimento. Colocó en agua caliente una de esas semillas, luego la sumergió en un compuesto rico en nutrientes, enzimas y fertilizantes, y la puso en una maceta. Seis semanas después, vio con sorpresa abrirse la tierra y surgir un pequeño tallo verde. La semilla, de una palmera datilera, fue bautizada como Matusalén. La palmera tiene ahora más de tres metros. Desde 2019 se han cultivado más semillas de palmera datilera de Judea, con lo que se recuperó la planta de la extinción. Varias de estas son femeninas, por lo que fueron polinizadas con el polen de Matusalén. Una de ellas, llamada Hannah, dio dátiles en 2021.[1]

Hay vida latente y poderosa en una semilla; tanta, como para germinar luego de estar enterrada durante más de dos mil años en uno de los terrenos más áridos del planeta. Las parábolas de Jesús están llenas de alusiones a las semillas. Tomemos, por ejemplo, la parábola del sembrador (Mar. 4:1-20). Allí, él cuenta las vicisitudes de un labrador. Siembra a voleo. Una buena parte de la semilla se pierde por varias razones: las aves, los abrojos y el suelo pedregoso son cosas familiares para todo labrador, y que siempre ha de tener en cuenta. Pero ningún labrador se desalienta ante esa inevitable pérdida de trabajo y semilla: hay que contar con ello. A pesar de todo, puede lograr una excelente cosecha.

La semilla es la Palabra de Dios, que cae en distintas clases de suelos, que representan a los corazones humanos. Si la semilla cae en terreno fértil y propicio, rendirá una abundante cosecha. Si el terreno es árido o está lleno de malezas, probablemente la semilla no germine inmediatamente o rinda poco fruto.

Pero la siguiente parábola, que habla acerca del crecimiento de la semilla (Mar. 4:30-32), dice que no tenemos de qué preocuparnos. Hay tanta fuerza viva en la semilla que rendirá sus frutos. El sembrador echa la semilla en la tierra, y realiza sus actividades diarias (se levanta y se acuesta) sin preocuparse por el crecimiento de la semilla. ¿Por qué ese aparente descuido? Porque sabe que no hay nada que pueda hacer para hacer germinar y crecer la semilla: hay un poder latente en ella, que finalmente generará vida.

No hay corazón tan seco que no pueda ser reavivado por el cariñoso llamado del Espíritu Santo. Hay tanta vida latente en la Palabra que germinará si le damos solo un resquicio de oportunidad.

¿Dónde estaría una de las claves, entonces, del reavivamiento tan anhelado? La clave está en sembrar la Palabra en nuestro corazón. Siembra cada día la Palabra, de tal manera que rinda “a ciento por uno”. Y verás que pronto serás “primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga” (Mar. 4:28).

Sobre el autor: director de la revista Ministerio, edición ACES


Referencias

[1] Sue Surkes, “After reviving ancient dates, a Negev pioneer plants seeds against a dry future”, Times of Israel, 12 de mayo de 2021. https://www.timesofisrael.com/after-reviving-ancient-dates-a-negev-pioneerplants-seeds-against-a-dry-future/