El nuevo evangelio, predicado sobre la filosofía humanística, sin una base bíblica, sin cruz, sin resurrección, sin un mediador, sin un Rey que viene, no tiene nada que ofrecerle a un pecador que enfrenta el juicio o a un mundo que está en el umbral de la destrucción total.

Tal como dijera acertadamente un escritor fundamentalista: “Debemos negarnos a recibir la influencia de los populares pero falsos llamados que vienen de los centros humanísticos de filosofía, teología y cultura. No debemos abandonar nuestra creencia de que la condenación de los juicios de Dios está ante el hombre, aun cuando nuestros sabios bracmanes la consideren un disparate teológico. Debemos proclamar sin ambages la verdad de Cristo con el poder del Espíritu Santo. Ha llegado el tiempo para que los cristianos, individual y colectivamente, nos reconciliemos con la obra de evangelizar a la humanidad. Debemos avanzar con convicción y valor para exponer lo que Cristo pide de cada ser humano, recordando siempre la promesa de Jesús: ‘He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”[1]. Sólo la predicación basada en un panorama tal transformará a los pecadores y conmoverá a los fríos y vacilantes santos. Sólo un mensaje tal proporcionará alimento espiritual para que los infantes en Cristo crezcan en gracia y desarrollen caracteres que los hagan aptos para el reino celestial.

INSTRUIR PLENAMENTE Y ESTABLECER FIRMEMENTE A NUESTROS CONVERSOS

Debemos también tener un mensaje que instruya plenamente y establezca firmemente a los nuevos conversos en todas las enseñanzas de la iglesia —un mensaje que ayude a los recién bautizados a adaptarse a un nuevo estilo de vida. Cristo, nuestra justicia y nuestro redentor, debe convertirse también en Cristo nuestro camino, nuestra verdad y nuestro ejemplo. El hombre moderno necesita tanto de los Diez Mandamientos como el Monte de las Bienaventuranzas. Nuestro mensaje debe tener tanto la ley como la gracia —el Sinaí tanto como el Calvario. La doctrina cristocéntrica inspira la vida cristocéntrica.

Pedro nos amonesta a estar “confirmados en la verdad presente” (2 Ped. 1:12). Las doctrinas cristocéntricas del mensaje adventista son por cierto la verdad presente para el mundo presente. En los Evangelios hallamos el corazón del adventismo en la vida y las enseñanzas de Jesús. Predicamos la inmutabilidad de la ley porque Cristo declaró: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mat. 5:17). Cristo mismo es nuestro ejemplo en la observancia de los mandamientos (Juan 15:10), y recuerda a los hombres de nuestros días, así como enseñó a los hombres de sus días, que si verdaderamente lo aman guardarán sus mandamientos (Juan 14:15).

Predicamos la observancia del día de reposo sabático hoy porque Cristo, nuestro Ejemplo, lo guardó y predicó a otros que debían guardar su santo día de descanso (Luc. 4:16; Heb. 13:8). Los adventistas siguen tanto el ejemplo como el precepto de Jesús en el bautismo por inmersión (Mat. 3:16; Efe. 4:5). Enseñamos que la muerte es un sueño (Juan 11:11-14), y que los justos serán despertados por la voz del Salvador, el gran Dador de la vida, en su segunda venida, porque éstos son principios de la fe de Jesús (Juan 11:25; 1 Tes. 4:13-18).

Los adventistas proclamamos un mensaje de esperanza para un mundo afligido el pronto advenimiento del bendito reino de Cristo de paz y de justicia, basados en las propias palabras del Salvador en Juan 14:1-3. Creemos y sabemos que el momento de su aparición está gloriosamente cercano, porque contemplamos a nuestro alrededor el cumplimiento de las señales que él mismo recalcó, especialmente en Mateo 24 y Lucas 21. ¿Es actual nuestra predicación? ¿Qué otro pueblo en la tierra proclama un mensaje de tanta actualidad para las necesidades del mundo de nuestros días?

Las profecías del Apocalipsis son en verdad “la revelación de Jesucristo”, y le añadiríamos énfasis a nuestra predicación si las presentáramos como tales. El mensaje de la hora del juicio de Apocalipsis 14:7 es el mensaje de Cristo. El surgimiento del papado y de la imagen de la bestia (Apoc. 13) son la revelación de Jesucristo con tanta justicia como lo es la visión del “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (vers. 8). Lo mismo puede decirse de la caída de las plagas (cap. 16:1) y del regreso literal y audible del Salvador (caps. 14-16).

Es la “revelación de Jesucristo” la que amonesta a los hombres a prepararse para el fin del tiempo de gracia (cap. 22:11), y la misma “revelación” describe gráficamente la gran reunión de toda la familia humana (cap. 20:7, 8), y la gran culminación: el descenso de la Santa Ciudad y las glorias de la nueva tierra (caps. 21, 22).

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias” (cap. 22:16). El revelador vio igualmente “volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el Evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (cap. 14:6). Aquí tenemos mensajes evangelísticos de Cristo para su iglesia y de Cristo para el mundo entero. ¿Qué cosa podría ser más actual que estas verdades vitales que son en esencia el mensaje adventista?

Este mensaje actualísimo de Jesús declara: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (vers. 7). La observancia del séptimo día como monumento de la creación tanto como de la recreación es de una actualidad extrema para una generación en la cual se llevará a cabo el juicio en base a todos los Diez Mandamientos, y que presenciará la grandiosa realidad del segundo advenimiento de Cristo.

NUESTRO MENSAJE DEBE DIRIGIRSE A LA PERSONA

Nuestro bíblico y cristocéntrico mensaje para los últimos días debe ser presentado en el marco de un contacto estrictamente personal. Se cuenta la historia de un predicador que usaba el término “amados” con tanta ternura que algunos lo recibían como algo personal.

Dios a veces lava con lágrimas los ojos de sus hijos para que puedan leer correctamente su providencia y sus mandamientos. T. L. Cuyler

La exhortación “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros” (Hech. 2:38) debe ser tan personal hoy como lo fue en los días de la iglesia primitiva. El dicho de Jesús “Os es necesario nacer de nuevo” es tan actual y aplicable personalmente a cada santo y a cada pecador hoy día como lo fue cuando el Maestro habló con Nicodemo hace dos mil años. Lo mismo ocurre con todos los mandamientos y las doctrinas de Cristo. Ud. y yo en nuestra predicación evangelística debemos hacer que nuestros sermones y llamados sean enfáticamente personales. Cuando hombres y mujeres salen de nuestras reuniones, deben hacerlo con la profunda convicción que Dios ha hablado a sus corazones personalmente durante el servicio religioso.

PREDICACIÓN LLENA DEL ESPÍRITU

Para suplir las necesidades de hombres y mujeres en todas partes del mundo de hoy, nuestro mensaje no sólo debe ser cristocéntrico, estar basado en la Biblia y ser personalmente dirigido, sino que ¡debe estar lleno del Espíritu! Este modelo de predicación fue trazado por los evangelistas de la iglesia primitiva. Fernando Vangioni, evangelista argentino que formó parte del equipo evangélico de Billy Graham en América Latina, lo resume así: “El poder del Espíritu Santo se manifestó primero en la profunda convicción de pecado de corazones arrepentidos que de pronto, a la luz divina del Evangelio, vieron la magnitud de sus errores, la maldad de su conducta hacia Jesús, la gravedad de sus pecados y el castigo que merecían. El mismo poder del Espíritu Santo creó la fe, la cual al ser puesta en Jesús para salvación, trajo perdón y paz como frutos del Calvario. Corazones vacíos y tristes fueron así llenados de gozo. Siguió el bautismo como señal de obediencia e identificación con Aquel que murió, fue sepultado y resucitó de los muertos.

“Una vez que los nuevos cristianos hubieron ingresado en la iglesia no se conformaron con ser meros miembros y en participar en todas las actividades y privilegios de su nuevo estado espiritual. La fe tenía que manifestarse en una vida cambiada, llena de buenas obras: los frutos de la justicia. Los ojos del mundo que durante treinta y tres años habían observado la vida más admirable y perfecta, la del Señor Jesucristo, estaban ahora puestos en ellos. Tenían que vivir a Cristo; o más bien, Cristo vivía en ellos y se manifestaba al mundo mediante ellos”.[2]

Sólo una predicación llena del Espíritu pudo cumplir esto en los tiempos apostólicos. Sólo una predicación llena del Espíritu logrará el mismo deseado fin en 1969. Hombres llenos del Espíritu proclamaron el Evangelio en cada rincón del mundo de los días apostólicos. Sólo una predicación llena del Espíritu cumplirá el mismo cometido en el mundo más grande y más sofisticado de 1969.

Bien podemos parafrasear las palabras de la mensajera del Señor, escritas originalmente acerca de la iglesia primitiva, y sin hacer violencia a su propósito, ponerlas en tiempo presente y aplicarlas a nosotros mismos hoy: “El Salvador sabe que ningún argumento, por lógico que sea, podrá ablandar los duros corazones, o traspasar la costra de la mundanalidad y el egoísmo. Sabe que los discípulos deben recibir el don celestial; que el Evangelio sólo será eficaz en la medida en que sea proclamado por corazones encendidos y labios hechos elocuentes por el conocimiento vivo de Aquel que es el camino, la verdad y la vida. La obra encomendada a los discípulos de Cristo de hoy requiere gran eficiencia; porque la corriente del mal que fluye contra nosotros es profunda y fuerte. Está al frente de las fuerzas de las tinieblas un caudillo vigilante y resuelto, y los seguidores de Cristo podremos batallar por el bien sólo mediante la ayuda que Dios, por su Espíritu, nos dé”.[3]

Como predicadores evangelistas en esta hora, necesitamos desesperadamente ser hombres llenos del Espíritu que prediquemos un mensaje basado en la Biblia, cristocéntrico y directamente personal. Nada que sea menos que esto será suficiente para responder al desafío de esta hora crítica. Que Dios nos ayude a pagar de buena gana el alto precio que exige este don celestial: ¡todo lo que tenemos, todo lo que somos en el altar!

Sobre el autor: Presidente de la Asociación General


Referencias:

[1] Christianity Today, 28-10-1966, pág. 33

[2] Id., 11-11-1966, pág. 26.

[3] Adaptado de Los Hechos de los Apóstoles, pág. 25