Afrontar la pérdida con esperanza
La muerte es siempre un visitante inoportuno e indeseable. Alcanza a todos, pobres y ricos, cultos y analfabetos, pues afecta a toda la humanidad. En estos momentos de dolor, cuando la familia y los amigos lloran la pérdida de un ser querido, es esencial que el pastor encargado del funeral proceda correctamente.
Atención pastoral a la familia
En primer lugar, el pastor debe mostrar empatía y solidaridad visitando a la familia inmediatamente después de recibir la noticia del fallecimiento y poniéndose a su disposición para ayudarla en todo lo que pueda. No es un momento para discursos teológicos, sino una oportunidad para orar con la familia y ofrecer palabras de consuelo. Sin embargo, debido a los trámites relacionados con el velatorio y el entierro, el contacto más prolongado entre el ministro y la familia suele suceder en el lugar donde se vela el cuerpo.
La Guía para ministros afirma que, en el contacto inicial con la familia, “se deberían dar sugerencias específicas acerca de qué manera puede ayudar la iglesia, tales como ayudar a notificar a familiares y amigos, atender el teléfono o la puerta, arreglar el cuidado de los niños, proveer alimentos o limpiar la casa como preparación para la llegada de huéspedes”.[1]
Sensibilidad
Es necesario manifestar sensibilidad para comprender y respetar las lágrimas y las expresiones de dolor. La gente intenta asimilar la nueva realidad: cómo seguir adelante sin la compañía del marido, de la esposa, del hijo, de la hija, del padre o de la madre. En este momento, el pastor debe ofrecer compañerismo cristiano, expresar palabras de aliento o incluso acompañar con un silencio solidario. Si el pastor tenía una relación de amistad con el fallecido, será reconfortante para la familia escuchar palabras de aprecio y sincero pésame.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, mostró empatía y sensibilidad hacia los que sufrían. “Jesús lloró” (Juan 11:35) es uno de los versículos más breves de la Biblia, pero también uno de los más profundos. Elena de White declaró: “Aunque era Hijo de Dios, había tomado sobre sí la naturaleza humana y lo conmovía el pesar humano. Su corazón tierno y compasivo se conmueve siempre de simpatía por los dolientes. Llora con los que lloran y se regocija con los que se regocijan”.[2]
Muchas personas no saben qué decir en un funeral, lo cual es perfectamente comprensible teniendo en cuenta las limitaciones de nuestra humanidad. Frases como “sé lo que sientes”, “no estés triste, ya pasará”, “sé fuerte” o “las cosas volverán a la normalidad” nunca deben decirse en un momento de duelo. En estas circunstancias, la mejor actitud es abrazar al doliente, llorar con él y escucharlo con empatía. Evita también expresar opiniones sobre el estado espiritual del fallecido. Recuerda que solo Dios conoce el corazón. ¿Cuáles fueron los últimos pensamientos en los últimos segundos de vida? Solo él lo sabe.[3]
Organización de la ceremonia fúnebre
La ordenación no es un requisito para dirigir un funeral. En ausencia del pastor, un anciano puede organizar y oficiar el funeral. La hora de inicio del servicio debe consensuarse con la familia. Siempre que sea posible, el servicio debe concluir poco antes de que el cuerpo sea trasladado de la funeraria a la tumba. La secuencia del oficio es sencilla: introducción, oración, himnos (que pueden incluir los himnos favoritos del difunto), biografía, sermón y un himno de consuelo y esperanza.
La apertura de un espacio para testimonios debe realizarse con cautela y previa consulta con los familiares. La Guía para ministros aconseja: “Algunos encuentran consuelo en dar o escuchar testimonios de los asistentes que pueden ser útiles en algunas situaciones, pero que pueden ser demasiados largos, muy emocionales o inadecuadamente personales”.[4]
Sermón
Al presentar el mensaje, el oficiante debe tener en cuenta que no es el momento para el exhibicionismo homilético o teológico. Debe evitarse la tentación de utilizar la ceremonia para adoctrinar a los presentes sobre la verdad bíblica acerca del estado de los difuntos. Se debe ofrecer el consuelo de la Palabra, no herir creencias personales. Después de una ceremonia fúnebre realizada con respeto y amor cristiano, es frecuente que algunas personas se sientan conmovidas y quieran saber más sobre la Biblia, especialmente lo que dice sobre la vida eterna, la venida de Cristo y el Cielo.
Duración
A menudo el servicio funerario se celebra en lugares donde los oyentes no tienen dónde sentarse y, en algunas situaciones, están expuestos al calor del Sol o a la lluvia. Por supuesto, cuando el servicio tiene lugar en una iglesia, las personas se encuentran en un entorno más cómodo. Sin embargo, sea cual fuere el lugar, no es prudente que la predicación sea larga.
Entierro
No está de más repetir lo importante que es utilizar adecuadamente la Biblia a la hora de presentar sus pasajes más consoladores. Junto a la tumba, siempre serán oportunas las palabras de Apocalipsis 21:4: “Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Y no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron”. En ocasiones, puede ser conveniente orar el Padrenuestro con todos los presentes unidos de la mano y enfatizando el significado de la expresión “Venga a nosotros tu Reino”. En esta oración, encontramos el anhelo de la venida del Señor y la consiguiente victoria obtenida por él sobre la tiranía de la muerte.
Despedida
Tras la ceremonia, el oficiante no debe tener prisa por marcharse. Debe demostrar que ha estado allí no solo para cumplir un compromiso religioso, sino para ser portador de esperanza y consuelo para los familiares en luto. Este apoyo no termina en el velatorio o el entierro. La Guía para ministros afirma: “Dado que los deudos seguirán sufriendo por la pérdida del ser amado después del funeral, continúe en contacto con ellos. Lugo de que la crisis ha pasado y los visitantes se han ido, comienza la soledad. Ministrar a los que estén de duelo solamente comienza con el funeral y debería continuar por muchos meses después. La iglesia debería proveer apoyo como un ministerio continuo a los que están de duelo”.[5]
Sobre el autor: Pastor jubilado
Referencias
[1] Guía para ministros adventistas del séptimo día (ACES, 2010), p. 164.
[2] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (ACES, 2008), p. 490.
[3] Nilza T. Araújo, “Jesus Também Chorou”, Ministério Adventista (julio-agosto de 2007), p. 16.
[4] Guía para ministros adventistas del séptimo día, p. 165.
[5] Guía para ministros adventistas del séptimo día, p. 169.