Es sin duda un motivo de preocupación el hecho de que el pueblo adventista, que predica el cuidado del cuerpo junto a las verdades espirituales, encuentre que muchos de sus obreros padecen a temprana edad, de enfermedades físicas que adelantan a veces la necesidad de un retiro de su actividad por razones de salud.

¿Será que los obreros sólo predican con los labios y no con el ejemplo? En algún sentido no y en otros posiblemente sí.

No me caben dudas de que los obreros se abstienen de bebidas alcohólicas, del tabaco y otras intoxicaciones y que en general cuidan sus cuerpos en cuanto a un régimen sano, saludable, higiénico y bien balanceado.

Posiblemente tendremos que revisar algunos otros aspectos del cuidado de nuestro cuerpo, que muchas veces reciben poca consideración y son poco tenidos en cuenta.

Al ministro se le pide, y con toda razón, no sólo que cuide de sus ovejas sino que realice esfuerzos evangelizadores para aumentar la feligresía. Esto crea muchas veces un espíritu de competencia y de gran esfuerzo mental y físico, que a su vez plantea incertidumbre por blancos no alcanzados o por almas que no responden en la forma esperada.

La necesidad de salir a la calle en busca de nuevas personas con las cuales trabajar, puede crear un estado de no adaptación a constantes modificaciones en los hábitos de vida del ministro. Los constantes viajes y giras misioneras, que lo alejan de su familia y de su sociedad, son otra causa que puede provocar falta de adaptación a todas las circunstancias que lo rodean.

Esta falta de adaptación fue estudiada ya hace muchos años e identificada con el nombre médico de estrés. Cuando este factor perdura a través de los años provoca grandes trastornos capaces de producir enfermedades psíquicas y orgánicas. Entre las primeras puede haber: angustia, irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.; y entre las segundas: gastritis, úlcera gastroduodenal, trastornos evacuatorios intestinales, dolores musculares en nuca, cabeza, dorso o región lumbar, hiper o hipotensión arterial, etc., etc.

En otro capítulo sobre la salud del ministro, digamos algo sobre la presunción que muchos tienen en cuanto a la posibilidad de hacer muchas cosas sin riesgo, pensando que a él no le puede pasar nada.

Conocemos bien la segunda tentación de Satanás a Cristo: “Échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará cerca de ti, para que no tropieces con tu pie en piedra”.

¿Cuántas veces el ministro duerme sólo seis horas por noche, o viaja de noche para seguir con su tarea al día siguiente? ¿Cuántas veces conduce su automóvil a velocidad exagerada para cumplir sus compromisos? ¿Cuántas veces tiene conferencias setenta u ochenta noches seguidas con hasta dos conferencias diarias y con estudios bíblicos durante el día, presumiendo que Dios debe cuidarlo? ¿Cuántas veces come sin horarios, muy apurado, casi devorando los alimentos, por nuevos compromisos que lo esperan? ¿Cuántas veces está rumiando de impotencia y frustración el aparente fracaso, porque no consiguió todo lo que se propuso y permite que el desaliento le impida dormir adecuadamente y comer y digerir los alimentos con paz y tranquilidad?

Por más que estemos haciendo un servicio a Dios, no podemos presumir que debe cuidarnos de esos excesos, sin mencionar que a veces el espíritu que predomina no es el de servicio sino el de buscar la propia exaltación.

Dios desea un pueblo temperante en todo, incluyendo el trabajo y el descanso, que comprenda su responsabilidad de evangelizar al mundo y no se duerma; pero que cuide su salud física y mental.

Cuántos motivos tiene el ministro de sentirse satisfecho, feliz y en paz cuando comprende que su noble esfuerzo provocó una palabra cariñosa, una acción magnánima, un generoso impulso de auxilio eficaz de cada buena palabra o acción de las almas con las cuales trata y que lleva al conocimiento de Cristo. Se ha dicho que la felicidad es un mosaico compuesto de pequeñas piedrecitas de escaso valor, pero que dispuestas en acertada combinación constituyen una preciosa joya.

Un poco de esparcimiento no sólo mejorará nuestra salud, sino que acrecentará nuestra fuerza. El necesario recreo nos da mayores bríos; parece como fluido de alegría que penetra en nuestras facultades mentales para limpiar de escorias el cerebro. Cuando a esto se agrega alguna actividad física, ya se trate de un trabajo manual al aire libre, un deporte que active nuestros músculos, o un paseo en bicicleta, caminando o trotando, experimentaremos los transformadores, rejuvenecedores y estimulantes efectos del solaz o el ejercicio honesto y placentero.

Otro de los peligros que amenazan al ministro cuando las cosas no salen bien y permite que la congoja y desconfianza lo inunden, son los síntomas hipocondríacos, es decir el pensamiento de que distintas partes de su cuerpo están enfermas, cuando en realidad no lo están.

Comienza a tener síntomas de enfermedades en todos los órganos del cuerpo, especialmente en el hígado y el intestino. Estos temores infundados pueden terminar produciendo verdaderos trastornos funcionales de nuestras vísceras para los que muchas veces se busca un paliativo temporal con un tratamiento no convencional ni aceptado en forma general, como son los administrados en un consultorio de un homeópata, de un iriólogo o naturista.

Generalmente, el hipocondríaco mejora por un tiempo con cualquier tratamiento, pero como su problema de fondo persiste, vuelve a tener nuevamente sus temores y síntomas.

Dios bendecirá al ministro abnegado que ponga sus talentos a su servicio, y que sin espíritu competitivo trabaje por las almas in- conversas, por sus ovejas del redil y que tome también tiempo para ser cabeza de su hogar, amante esposo y amigo de sus hijos. Esto hará que su abstinencia de tóxicos y dietas inadecuadas se complemente con una salud mental y espiritual y una paz interior que dignifique el ministerio y honre y glorifique a Dios.