El legado de un pastor no es medido por funciones administrativas en la iglesia ni por conquistas materiales, sino por las características de su vida y de su ministerio que fueron distintivas para todos los que convivieron con él.

            La vida de pastor es extraordinaria. Digo esto por experiencia propia, pues trabajé como pastor durante cuarenta años y estoy jubilado desde hace cuatro años. Tengo dos hermanos, un yerno y un sobrino que son pastores. Mi historia está ligada a la de la Iglesia Adventista del Séptimo Día desde la mitad del siglo pasado.

            Conocí a notables pastores y oí sermones de grandes predicadores, entre ellos un nieto de Elena de White. Sin embargo, lo que más me impresionó en la vida de los pastores fue el legado que recibí de mi padre, el pastor Geraldo Marski. Ese legado no es medido por funciones administrativas en la iglesia (él siempre fue pastor de iglesias), ni por conquistas materiales. No obstante, algunas características de su vida y de su ministerio fueron distintivas para todos los que, como yo, convivieron con él. Ellas son las siguientes:

DESPRENDIMIENTO

            A pesar de ser pastor de pocos recursos, jamás dejó de ayudar a la causa de Dios con donaciones para las iglesias en las que trabajaba, además de proyectos especiales de la iglesia. Muchas veces lo ayudé a completar cheques para esas donaciones.

PERSEVERANCIA

            Las palabras “desánimo” y “desistir “estaban ausentes de su vocabulario. Jamás “se dio por vencido” sea en la vida académica, en el colportaje o en el trabajo pastoral. Perseveró en la búsqueda del ideal de transformarse en un pastor, incluso cuando fue aconsejado a no continuar con esa vocación, ya sea por no hablar bien el idioma o por causa de su deficiencia física (era alemán y cojo de una pierna).

LEALTAD

            Defendía con uñas y dientes a la iglesia y a sus líderes. Realizaba consideracio­nes y daba sugerencias sobre diferentes asuntos, pero jamás lo escuché criticar a la iglesia o hablar mal de algún líder.

PASIÓN POR LA BIBLIA

            Era un profundo conocedor de la Biblia, libro que estudiaba diariamente, desde que adquirió el primer ejemplar, en 1930, hasta su muerte, en 2010; habiendo conquistado el tercer lugar en un concurso bíblico nacional, promovido por la Sociedad Bíblica del Brasil. Tengo conmigo la primera Biblia que él adquirió con ahorros que inicialmente estaban destinados a comprar un par de zapatos. Prefirió ir a la iglesia con los pies descalzos, pero llevando la Biblia. Me acuerdo de una ocasión en la que yo me había atrasado un poco en el Año Bíblico. Interpelado por él, le informé que había terminado el sexto capítulo del libro de Isaías el día en el que debería haber leído el último capítulo del libro. “Lo importante primero”, me dijo, y tuve que leer lo que restaba del libro en ese mismo día.

ORDEN Y ORGANIZACIÓN

            Tanto en casa como en la iglesia y en el trabajo, veló por el orden en todas las cosas. Tengo conmigo sus cuadernos en los que anotaba las actividades pastorales: bautismos, nombre de los nuevos conversos, casas visitadas, iglesias en las que predicaba.

AMOR POR LA EDUCACIÓN CRISTIANA

            Con veinte años, hablaba pocas palabras en portugués. A pesar de eso, asistió al colegio y jamás repitió ni un solo año, hasta que se graduó en Teología, en el año 1941. Nosotros, los hijos, siempre estudiamos en escuelas adventistas. Al asumir el distrito de Campinas (Estado de San Pablo, Rep. del Brasil), encontró a la escuela con dificultades financieras. Entonces, realizó algo realmente valioso: fue a vivir en los fondos de la iglesia, para que el alquiler de la casa pastoral fuese destinado al mantenimiento de la escuela.

SACERDOTE DEL HOGAR

            Diariamente, por la mañana y por la tarde, mi padre realizaba el culto familiar con mi madre. El culto matinal era dividido en dos partes: el del matrimonio y el de los niños. Para que no nos cansáramos con la lección de los adultos, se leía apenas un texto de esa lección. La mayor parte del tiempo quedaba para la lección de los niños. Después, él estudiaba más detalladamente su lección. Incluso cuando mi madre estaba enferma, en sus últimos días de vida, sin oír nada ni conocer a nadie, él se colocaba a su lado, por la mañana y por la tarde, cantando, meditando y orando, como si ella estuviese participando de todo. La última cosa que él hizo antes de morir fue el culto doméstico. Le pidió a su asistente que lo hiciera. Leyeron la Biblia, cantaron y oraron. Enseguida, se acostó y descansó.

AMOR POR LA LECTURA

            Mi padre se convirtió después de leer el libro Vida de Jesús, de Elena de White, en alemán. Fue suscriptor de varios periódicos seculares y de todos los de la iglesia. Decía que quería estar actualizado en todo y, a causa de eso, tenía una rica biblioteca.

PREDICADOR DE LA PALABRA

            Poco tiempo antes de morir, él me entregó un pedazo de papel que contenía una sugerencia de sermón, con el título: “La casa de mi Padre”. En el esbozo, estaban anotados varios textos bíblicos. Así eran los sermones que él predicaba: solo textos de la Biblia y, raramente, alguna anotación adicional sobre ellos. El esbozo entraba en un cuarto de una hoja normal. Guardo decenas de esos esbozos y, eventualmente, uso algunos de ellos. Cuando se aproximaba el tiempo de mi jubilación, él –con insistencia– me incentivaba a escribir sermones nuevos. Ese era su hábito y esperaba que sus hijos hicieran lo mismo. ¡A mí me gustaba escuchar predicar a mi padre!

PASTOR INCANSABLE

            Mi padre era constante en la realización de todas las actividades pastorales. Visitaba regularmente los hogares, daba estudios bíblicos, estaba siempre dispuesto a servir. Incluso después de jubilarse, participó de muchos congresos de colportaje, de jóvenes, retiros espirituales, y predicó en varias iglesias en ciudades diferentes. Según sus anotaciones, des­pués de jubilado, realizó 77 semanas de oración en el Brasil y en otros países.

            Al enumerar algunos pormenores de la vida y del ministerio de mi padre, que en forma muy positiva influyó en mi ministerio, quedo pensando en el legado que él dejó para la actual generación de pastores. Vivimos en los últimos días de la historia de este mundo. Cristo está volviendo. Nuestros pioneros trabajaron sin las facilidades que disponemos hoy. No tenían teléfono móvil, tablets, iPods, notebooks, y muchos ni siquiera tenían automóvil. Todo lo que tenían era la Biblia; en algunos casos, modestos proyectores de diapositivas. Con el poder del Espíritu Santo, eso era suficiente. Fue de este modo como ellos llevaron a muchas personas a la conversión, establecieron iglesias y colegios, abrieron el camino para tantas otras instituciones que existen hoy.

            Teniendo como base el legado que esos pioneros nos dejaron, nuestro desafío actual es hacer práctica la lealtad, la dedicación y la excelencia pastoral.

Sobre el autor: Pastor jubilado, residente en Hortolandia, San Pablo, Rep. del Brasil.