La clave para decodificar el Apocalipsis.

En el primer artículo de esta serie vimos que Juan se refirió constantemente al Antiguo Testamento para describir sus visiones simbólicas acerca de “las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1:1). Esta referencia a las Escrituras hebreas constituye la primera clave teológica para la comprensión de sus visiones apocalípticas. Este uso del Antiguo Testamento no solo nos señala las raíces hebreas de la fe cristiana, sino también la relación que existe entre el Antiguo Testamento y el contexto literario y teológico del Apocalipsis.

El Apocalipsis supone que el Dios de Israel es el “Dios y Padre” de Jesucristo (1:1, 6), y que el plan de Dios para el mundo se va a llevar a cabo por medio de su Mesías, que participa de la identidad única de Dios (comparar con Apoc. 1:8, 17; 21:6; 22:13). Desde el mismo principio, “el Apocalipsis de Jesús” adopta y redefine el curso de la historia de la salvación tal como aparece en el libro de Daniel (Apoc. 1:1 19; Dan. 2:28, 29; 10:21).

Pero, ¿cómo podían estar completamente seguros los cristianos de origen judío de que Jesús de Nazaret era el Mesías de la profecía, y que el Jesús crucificado estaba entonces gobernando sentado en el trono de Dios en el cielo? ¿Cómo podían estar tan seguros de que Jesús era el Rey Mesías mientras que su pueblo era arrojado a las fauces de leones hambrientos y quemados vivos bajo la autoridad de los romanos?

Juan recibió esta certidumbre de fe en su visión inaugural. “Y cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No te mas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apoc. 1:17, 18).

Aquí Juan da testimonio de que el Señor resucitado se identifica totalmente con el Jesús histórico, a quien Juan conoció personalmente, en cuyo pecho se reclinó y cuyo testimonio registró en el cuarto Evangelio. La identificación de Juan se basa en la histórica resurrección de Jesús de entre los muertos. Como “primogénito de los muertos” (Apoc. 1:5) y “primicias de los que durmieron” (1 Cor. 15:20), Cristo es la fuente de la fe y la esperanza de los cristianos (ver 1 Cor. 15:20- 26). Un testimonio personal del Señor resucitado inspiró a los santos a animarse y a perseverar en su fidelidad a Cristo hasta el mismo fin.

La sangre de Cristo: el Cordero

Juan comenzó a alabar a su Señor como el “que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 1:5, 6). Esta doxología reconoce la muerte expiatoria de Jesús por amor a la humanidad. El derramamiento de “su sangre” en la cruz ha hecho que el creyente sea “libre” de la esclavitud del “pecado”, una declaración que trae a nuestro recuerdo la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia: “Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto” (Éxo. 12:13).

Juan aclara aún más su alusión a Jesús como el Cordero Pascual antitípico, al decir 28 veces que es el “Cordero” (Apoc. 5:6, 7, 12, 13, etc.). El título simbólico de “Cordero” afirma la validez de su muerte “en rescate por muchos” (Mar. 10:45), que es el corazón y la médula del evangelio apostólico (vea Juan 1:29; 1 Cor. 5:7; 15:1-4; Rom. 3:25; 1 Ped. 1:18-20; Heb. 1:3; 9:14, 22). Mediante este principal símbolo de Jesús, Juan nos indica que el evangelio es el poder que controla el Apocalipsis. Roy C. Naden lo dice con acierto “A través de todo el libro, este símbolo de Jesús mantiene nuestra vista fija en la única fuente de nuestra redención”.[1]

Juan les asegura a los santos que vencerán al diablo, frente a la muerte, “por la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio” (Apoc. 12:11; ver también 6:9), que están anotados “en el libro de la vida del Cordero” (21:27), que cantarán con Israel “el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero” (15:3), y que exclamarán “¡Aleluya!” en ocasión de las futuras “bodas del Cordero” en el cielo (19:7).

Sobre la base de su obra redentora ya cumplida, Jesús llamó a sus seguidores para que fueran sus testigos en todo el mundo (Hech. 1:8). A la iglesia de Pérgamo le aseguró: “Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás” (Apoc. 2:13).

Jesús, “el Hijo del Hombre”, como sacerdote

En su visión inaugural, Juan vio a Jesús mientras ministraba “en medio de los siete candeleras” como si fuera “el Hijo del Hombre”, revestido de ropa sacerdotal y ceñido con un cinto de oro (1:13). Es notable que Juan haya adoptado la descripción de Daniel del “hijo de hombre” (Dan. 7:13), para identificar a su Señor resucitado que sirve como Rey y Sacerdote en favor de su iglesia que está en la tierra.

La adjudicación del sacerdocio al “hijo de hombre” de Daniel es una interpretación evangélica, ajena al judaismo. Por supuesto, Juan no está aplicando el “hijo de hombre” de Daniel exclusivamente al juicio final. Ha sido comisionado por el Sacerdote celestial para escribir en un libro “lo que ves”, para enviarlo como carta apostólica profética a las siete iglesias del Asia Menor (1:11).

Por lo tanto, el Apocalipsis de Jesús tenía una importancia inmediata para la iglesia de los días de Juan, como asimismo la tiene para la iglesia de todos los tiempos “hasta” que regrese el Señor. El énfasis de Cristo en que la iglesia “retuviera” lo que había recibido tenía que ver con el evangelio apostólico (1 Cor. 15:1, 2). La fiel adherencia a este evangelio capacitaría a cada creyente, por la gracia “protectora” de Jesús, para ganar la victoria en la prueba “que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra” (Apoc. 3:10).

A los que están perdiendo de vista a Jesús en la complacencia de su propia justicia, y están viviendo engañándose a sí mismos espiritualmente, se los invita a aceptarlo de nuevo como su Salvador y Señor. Especialmente la iglesia de Laodicea está en serio peligro de perder el evangelio (Apoc. 3:14- 21). Como “testigo fiel y verdadero”, Cristo les ruega: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo” (3:20). Les aconseja “que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas, para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio, para que veas”(3:18).

Los adventistas y este énfasis en el evangelio

Los adventistas al principio le dimos un énfasis desproporcionado a la Ley de Dios, sin otorgarle la debida importancia al evangelio, a pesar de citar tantas veces este mandato de las Escrituras: “Éste es un llamado a la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús’ (Apoc. 14:12)”.[2]

Cuando muchos en 1888 comenzaron a reconocer la fundamental importancia del “evangelio eterno”, Elena de White escribió en 1892: “Ha estado resonando el mensaje a Laodicea […]. La justificación por la fe y la justicia de Cristo son los temas que se deben presentar a un mundo que perece”.[3] Y: “Nos invita a comprar ropas blancas, que es su gloriosa justicia; y colirio, para que podamos discernir las cosas espirituales. ¡Oh! ¿No le abriremos la puerta del corazón al visitante celestial […]?”[4]

Este interés en el Cristo celestial ubica al evangelio apostólico en el centro de sus cartas a la iglesia. Este es el ministerio sacerdotal de Cristo por su iglesia, a fin de hacer de ella una luz resplandeciente de verdad salvadora y santificante para todo el mundo (ver Mat. 5:14; Apoc. 18:1).

El evangelio conecta los primeros mensajes del Apocalipsis con las visiones posteriores

Juan primero describe a Jesús como Alguien “semejante al Hijo del Hombre” (1:13), mientras sirve como Sacerdote en el cielo durante la era cristiana. Después ve la futura venida descrita por Daniel como Alguien semejante “a un hijo de hombre”, con una corona de oro en la cabeza y una hoz aguda en la mano, como el divino Rey y Juez (Apoc. 14:14-20; 19:11-15). Por lo tanto, Juan distingue los dos diferentes oficios del “Hijo del Hombre” celestial: su ministerio de intercesión y seguridad durante la era de la iglesia y su obra final como Juez de todos los hombres en ocasión de su segunda venida. Esta doble aplicación a Jesús, del “hijo de hombre” de Daniel, como Sacerdote y Juez, une las cartas y las visiones en una unidad inseparable.

Juan debía enviar todo el Apocalipsis (“las que son, y las que han de ser después de éstas” (1:19), las siete cartas junto con las visiones, a las iglesias que en su condición espiritual representan a la iglesia universal. Cada carta contiene el consejo pastoral de Jesús: “Retén lo que tienes”; “pero lo que tienes retenedlo hasta que yo venga”; “retén lo que tienes” (2:10, 11, 13, 25, 26; 3:11). Juan da testimonio de que él mismo estaba desterrado en Patmos “por causa de la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (1:9).

Recientes estudios han demostrado que las dos secciones del Apocalipsis se iluminan e interpretan mutuamente. Roberto Badenas llega a esta conclusión: “Una comparación de las cartas a las siete iglesias (2:1-3:22) y la visión de la Nueva Jerusalén (21:1- 22:6) demuestra que los vínculos entre los dos pasajes son numerosos […]. Lo que las cartas les prometen a los miembros de las iglesias se cumple cuando llegan a ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén, de acuerdo con Apocalipsis 21 y 22”.[5]

Además de esto, G. K. Beale observa que las siete cartas están plenamente relacionadas con la parte visionaria del libro: “Las promesas finales de las cartas se anticipan abiertamente al final del libro y a las visiones paradisíacas finales (ver caps. 19-22)”.[6] Dice que las cartas son “el microcosmos literario de la estructura macrocósmica del resto del libro”.[7] Esto implica que las visiones simbólicas de los capítulos 4 al 22 desempeñan el papel de representaciones interpretativas de las advertencias y las promesas que aparecen en las cartas dirigidas a cada una de las iglesias en los capítulos 1 y 2.

Esa sustancial correlación entre las cartas y las visiones confirma que el evangelio apostólico sigue siendo la prueba inmutable de la era de la iglesia desde el principio hasta el mismo fin. La última generación del pueblo de Dios expresa de nuevo su lealtad al evangelio apostólico, tal como lo hizo la primera generación de cristianos, al ser fieles testigos de Cristo y su testimonio (comparar 1:9; 2:13 con 12:17; 20:4).

Daniel y Apocalipsis están conectados. El hijo del hombre es el Juez

Juan concluyó el prólogo de su Apocalipsis resumiendo el tema culminante de su libro: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él” (1:7).

Evidentemente, Juan alude aquí a la visión de Daniel relativa al juicio universal que aparece en el capítulo 7 de ese libro. Daniel vio que en “las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre” en dirección del Anciano que se encontraba en el tribunal celestial, donde recibía autoridad para llevar a cabo el juicio final de toda la humanidad (Dan. 7:13, 14, 27). Apocalipsis 1:7 le da al “hijo de hombre” de Daniel un cumplimiento en el tiempo del fin relacionado con la segunda venida de Jesús. Esta identificación de Jesús con la figura celestial de Daniel fue uno de los temas de Cristo durante su ministerio terrenal, y especialmente cuando dio su testimonio bajo juramento ante el sumo sacerdote Caifas: “Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mat. 26:64).

Juan reafirma que la venida del Hijo del Hombre será “con las nubes” del cielo a la tierra (Apoc. 1:7). La “futura” venida amplía la visión de Daniel, pues este sólo vio al Hijo del Hombre acercándose al Anciano de Días en el cielo. Juan lo ve como el Rey-Juez que viene a la tierra, donde todo ser viviente será testigo del terrible esplendor de su venida como Rey de reyes y Señor de señores (ver tam bién 6:12-17; 19:11-21).

Juan repite, en una visión posterior, el cumplimiento del tiempo del fin de Daniel 7, cuando dice: “Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda” (Apoc. 14:14). Esta visión describe vividamente el regreso de Je sús en su condición de Rey y Juez. Lleva “una corona de oro, y en la mano una hoz aguda” para cosechar “la mies de la tierra” (14:14), y para juntar “los racimos de la tierra” (14:18).

La figura de la “hoz aguda” es una aparente alusión a la visión de Joel relativa al juicio, en la que presenta a Jehová juzgando al mundo en el valle de Josafat: “Echad la hoz, porque la mies está ya madura. Venid, descended, porque el lagar está lleno, rebosan las cubas, porque mucha es la maldad de ellos” (Joel 3:13).

Esta creativa combinación de diferentes visiones relativas al Juicio en el Antiguo Testamento, para adjudicarles un nuevo cumplimiento centrado en Cristo, ilustra el sistema de interpretación de Juan. Les da, a las visiones de Daniel y de Joel, un cumplimiento cristológico que exalta a Jesús a la gloria divina y redefine la prueba de la verdad como fe en Jesús como el Mesías enviado por Dios y obediencia a su testimonio (ver Apoc. 1:2, 3; 9; 12:17; 14:12; 20:4). De esta manera, Juan formula de nuevo las profecías hebreas relativas al Juicio por medio de los principios evangelio.

La hermenéutica universalista de Juan

Seis veces Juan insiste en que la cosecha final será “de la tierra” (Apoc. 14:14-19). De este modo, Juan enseña sin lugar a dudas que los juicios nacionales y palestinos del Antiguo Testamento tendrán un cumplimiento universal. Apocalipsis 14:14 al 20 es un notable ejemplo del carácter universal del juicio de Dios, gracias al testimonio universal del evangelio predicado por la iglesia fiel (Mat. 24:14; Apoc. 14:6, 7; 18:1).

Otro luminoso ejemplo de la clave evangélica de Juan es su alusión a la visión de Zacarías acerca del Juicio, cuando anuncia que “todo ojo le verá, y los que le traspasaron”, junto al lamento universal por causa de él (Apoc. 1:7). Unos quinientos años antes de Cristo, Zacarías predijo: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito […]. Y la tierra lamentará, cada linaje aparte” (Zac. 12:10, 12).

Zacarías anuncia un tremendo acontecimiento que ocurriría en Jerusalén: rechazaría y “traspasaría” a su propio Mesías, y después lloraría “como se llora por hijo unigénito” (Zac. 12:10). Juan se refiere a estas notables predicciones mesiánicas y les da un énfasis universal: “todo ojo le verá” y “todos los linajes de la tierra harán

lamentación por él” (Apoc. 1:7).

Juan, a propósito, amplía a escala mundial el significado original de la profecía de Zacarías. El rechazo del Mesías por parte de Israel y su posterior “lamento” por él ya no se limita a los israelitas. Juan aplica a todas las naciones las predicciones de Zacarías. De esta manera, amplía el concepto tradicional de “Israel”. Lo que Zacarías predijo para las doce tribus de Israel Juan lo transfiere a todos “los linajes de la tierra” (Apoc. 1:7), que asumen el papel de un Israel arrepentido o lleno de remordimientos.

La sistemática universalización de Juan de las promesas del pacto con Israel nos enseña un principio de interpretación profética generalmente pasado por alto. Juan revela que la consumación apocalíptica no girará en torno de Israel sino en torno de Cristo. Para la iglesia de Jesucristo, el campo de labor no es más Palestina, sino el mundo entero.

El cumplimiento cristológico de las profecías mesiánicas de Israel implica el cumplimiento, en la iglesia, de la elección de este pueblo.[8] Cristo confirmó claramente que su iglesia es el verdadero Israel de Dios cuando dijo: “Los siete candeleros (del templo hebreo) que has visto son las siete iglesias (cristianas)” (Apoc. 1:20). El llamado divino para que Israel fuera la luz del mundo ha sido renovado ahora, por la divina autoridad de Cristo, al Israel de los doce apóstoles, la iglesia de Jesús, el pueblo mesiánico de Dios. Se los ha llamado a anunciar la luz salvadora del evangelio “como testimonio a todas las naciones” (Mal. 24:14).

El propósito del uso de los símbolos hebreos en el Apocalipsis cristiano consiste en asegurarle a la iglesia la continuidad, en ella, del llamado hecho al Israel de antaño (Isa. 49:6), de manera que el eterno plan de Dios para toda la humanidad tuviera finalmente un glorioso cumplimiento.

¡Dios no conoce fracasos! Jesús es la “garantía” del pacto de Dios con Israel (Heb. 7:22).

Las dos claves complementarias

En resumen, el libro de Apocalipsis presenta dos claves indisolubles para la comprensión de sus símbolos: 1) Estos reciben su significado teológico de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) y de la historia de la salvación relativa a Israel; 2) los términos y las imágenes extraídos de esa Biblia y la nación literal de Israel, tienen un cumplimiento cristológico, eclesiologico y universal por medio del evangelio apostólico.

Algunos intérpretes del Apocalipsis aplican solo la primera clave, es decir, reconocen el uso que hace Juan de las imágenes y la terminología hebrea, pero aplican literalmente a nuestro tiempo las descripciones étnicas y geográficas del pueblo judío y sus enemigos nacionales en el Medio Oriente. Ese “literalismo absoluto” respecto de la interpretación profética cuenta con la defensa del dispensacionalismo y ha sido popularizado por la New Scofield Reference Bible (La nueva Biblia de referencias, de Scofield) de 1967.

Otros intérpretes aplican solo la clave evangélica, y no toman en cuenta la relación que existe entre Daniel y las visiones de Juan acerca de “las cosas que deben suceder pronto”.[9] Esas interpretaciones extremas ponen en evidencia la necesidad de una clave amplia que reúna los dos Testamentos en una unidad indivisible. Juan añadió una clave adicional como salvaguardia contra cualquier interpretación antojadiza. Todo lo que él vio en visión lo resume en esta significativa declaración: “La Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (1:2).

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor emérito de Teología Sistemática del Seminario Teológico Adventista, Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias

[1] Roy C. Naden, The Lamb Among the Beasts (El Cordero entre los seres vivientes) (Hagerstown, Ma  ryland: Review and Herald Pub. Assn., 1996), p. 25.

[2] Ver George Knight, A Search for Identity. The Development of Seventh day Adventist Beliefs [En busca de identidad. El desarrollo de las creencias adventistas] (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Pub. Assn, 2000), pp. 108, 109.

[3] Elena G. de White, en el Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), t. 7, p 975.

[4] Ibíd.

[5] Roberto Badenas, “New Jerusalem, the Holy City” [La Nueva Jerusalén, la Santa Ciudad, en Symposium on Revelation [Simposio sobre el Apocalipsis], t. 2, serie publicada por la Comisión de Daniel y Apocalipsis, t. 7, F. B. Holbrook, editor (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Pub. Assn ., 1992), pp 264, 265.

[6] G. K. Beale, John’s Use of the Old Testament in Revelation [Cómo usa Juan el Antiguo Testamento en el Apocalipsis] (JNST: Supl. Ser., 1998), p. 299

[7] Ib(d, p. 300.

[8] Para un estudio profundo de los principios cristológicos, eclesiológicos y universales de interpretación,ver LaRondelle, The Israel or God in Prophecy. Principies of Prophetic Interpretation [El Israel de Dios en la profecía Principios de interpretación profética], Universidad Andrews, Monografías Estudios acerca de la religión, t. 13 (Berrien Springs, Michigan: Imprenta de la Universidad Andrews 2001) caps 5, 7, 9

[9] A título de ejemplo, vea G. Goldsworthy, The Lamb and the Lion pp. 146 y 147.