El calendario escatológico adventista señala una época en la que el pueblo de Dios, debido al recrudecimiento de la intolerancia religiosa, deberá salir de las grandes ciudades: “No está lejano el tiempo en que, como los primeros discípulos, seremos obligados a buscar refugio en lugares desolados y solitarios. Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea, así la asunción de poder por parte de nuestra Nación [los Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes ciudades y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas” (Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 165, 166).

Pero, hasta que llegue ese momento, hay un deber que debe ser cumplido: “¿Quién se preocupa por las grandes ciudades? Algunos, pero poca es la atención que se ha dedicado a esta obra, si se piensa en las inmensas necesidades y en las innúmeras oportunidades” (Ibíd., t. 3, pp. 333, 334).

“El mundo debe ser amonestado. Me fueron señalados muchos lugares donde se necesita hacer esfuerzos inspirados por una consagración fiel e incansable. Cristo está abriendo el corazón y la mente de muchos habitantes de nuestras grandes ciudades. Ellos necesitan las verdades de la Palabra de Dios; y, si tan sólo queremos llegar al ánimo sagrado de Cristo y luego procuramos acercamos a esas personas, causaremos en ellas impresiones que las beneficiarán. Necesitamos despertarnos y ponemos en simpatía con Cristo y con nuestros semejantes. Hemos de trabajar inteligentemente en las ciudades grandes y las pequeñas, y en los lugares cercanos y los lejanos. Nunca emprendamos la retirada. El Señor hará las debidas impresiones en los corazones, si trabajamos al unísono con su Espíritu” (Ibid., pp. 436, 437).

A la iglesia le fue confiada la misión de proclamar “el evangelio eterno […] a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6), y nada existe que deba intimidarla frente a esta tarea. Los tempestuosos cambios socioeconómicos, o el secularismo posmoderno, la creciente violencia de las grandes ciudades, y aun el terrorismo asesino, representan grandes desafíos que deben ser enfrentados y vencidos, en vez de barreras antes las cuales debamos retroceder. “Si trabajamos al unísono con el Espíritu de Dios”, el Señor nos indicará los caminos para la conquista de muchos corazones, perdidos en las selvas de cemento.

Como dice Leighton Ford, en su libro La iglesia viva, “debemos evangelizar, no porque tenemos la certeza de obtener éxito y demostrar nuestra relevancia, no porque podemos entender todas las implicaciones de nuestro testimonio en favor de la vida personal y social futura, sino porque Jesucristo, que es el gran Maestro estratega, nos manda hacerlo y porque creemos que él no permitirá que su Palabra vuelva vacía”.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.