Únicamente los que han experimentado la emoción de la verdadera conversión pueden apreciar el éxtasis que debieron tener los cristianos de la iglesia primitiva. La iglesia corintia había sido establecida hacía poco. Los hermanos se regocijaban en su nueva libertad que los había alejado de las tinieblas del paganismo, y en su “primer amor”. Muchos dones espirituales acompañaban a su bautismo por el Espíritu Santo, como demostración del agrado de Dios por los pecadores que se arrepentían. Todavía no habían desarrollado la cualidad que llamamos cautela, y como resultado, Pablo sintió necesidad de amonestarlos y restringirlos. Actuaban más o menos como un grupo de jóvenes con una libertad recién adquirida: estaban abusando de ella.

Pablo, en una de sus reuniones con ellos, les dijo: “¿Qué hay pues, hermanos? Cuando os juntáis, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación: hágase todo para edificación” (1 Cor. 14:26). A la luz de estas palabras del apóstol resulta evidente que en la cúspide de su fervor espiritual y entusiasmo, llevaban a esas reuniones muchas de sus composiciones personales —cantos compuestos con ayuda de sinceras vivencias.

Nadie se atrevería a negar que algunos de esos cantos carecían de valor musical, o aun arrancaban del fanatismo. Pero es evidente que el reavivamiento apostólico produjo algunas composiciones valiosas, porque Pablo declara en Colosenses 3:16: “La palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia en toda sabiduría, enseñándoos y exhortándoos los unos a los otros con salmos e himnos y canciones espirituales, con gracia cantando en vuestros corazones al Señor”.

Con el transcurso del tiempo los corintios maduraron, y no hay duda de que se acabaron muchos de esos cantos inspirados por el reavivamiento. No se sabe con seguridad que exista alguna de esas “canciones espirituales” apostólicas. ¡En el año 1909 el Dr. Rende! Harris aportó una interesante contribución al tema que nos ocupa, al anunciar el descubrimiento de un “antiguo himnario cristiano”. Es una colección de “salmos privados” fechados por el Dr. Harris por lo menos en el último cuarto del siglo primero. Pisamos un terreno más sólido, sin embargo, cuando consideramos el antecedente apostólico de estas canciones espirituales remitiéndonos a lo que dice Pablo. Varios eminentes himnólogos concuerdan en que en el texto de Efesios 5:14 citaba una de esas canciones:

“Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”.

Si tal fuera el caso, cuán apropiada es la amonestación del versículo 19: “Hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.

¿No estaríamos, entonces, en terreno seguro al aceptar la experiencia de los corintios como una norma de los acontecimientos más o menos relacionados con todo reavivamiento y reforma prominentes? ¿Y no confirma la historia que tal ha sido el caso? Considerad los cantos espirituales producidos en idioma vernáculo durante la reforma alemana. Sabemos que una de las poderosas armas de Lutero eran sus cantos entregados al pueblo para que los \i cantara. El pueblo se apoderó de esos cantos, y el mensaje, como fuego en una pradera, fue. llevado hasta las mismas puertas del Vaticano. Los católicos temían a los cantos de Lutero tanto como a sus tesis.

Ningún gran reavivamiento espiritual ha dejado sin afectar los cantos de la iglesia. Observad Ja poderosa ola de cantos evangélicos que surgió del movimiento wesleyano o del reavivamiento producido por Moody y Sankey. Muchos de esos himnos no han soportado la prueba del tiempo y comparativamente pocos permanecen en los himnarios actuales. Sin embargo, las palabras del apóstol Pablo permiten entrever que en la comunión cristiana se prevé un lugar importante para esas canciones espirituales. Debemos recordar lo que el Dr. Luis F. Benson dice de Pablo:

“Por cierto que no está proyectando un servicio de canto para las imponentes basílicas de la época de Constantino. Sólo está exhortando a un pequeño grupo reunido en un hogar para la mutua edificación. Y sin embargo la clase de canto que aquí se indica no deja de ser una forma autorizada de canto eclesiástico: y cada teoría himnológica debe chocar con ella o aceptarla” (Himnody of the Christian Church, Nueva York, Doran 1926, pág. 43).

Del pasaje de Colosenses ya citado comprendemos que Pablo tenía en mente los cantos más espontáneos y espirituales por otra razón. Habla de amonestación y enseñanza por las vías de los “salmos e himnos y canciones espirituales”. La característica principal de esta modalidad del canto cristiano es un estricto individualismo. Pablo no está estableciendo una ordenanza “que reside en el santuario, esperando hasta que la congregación se reúna para ejercerla… Es un don espiritual que cada cristiano lleva al santuario y con el cual contribuye a un canto común de comunión espiritual” (Id., pág. 44). Esta es la finalidad peculiar del canto evangélico.

El gran movimiento del segundo advenimiento está en vías de lanzar la campaña evangélica más poderosa de su existencia. A juzgar por los datos históricos brevemente consignados, podemos esperar que paralelamente al derramamiento de la lluvia tardía surjan canciones espirituales. Es indudable que en la segunda venida de Cristo se oirán estos cantos ofrecidos en alabanza a nuestro Redentor. Hasta ese momento, habrán tenido su lugar y cumplido su obra particular. Por virtud de su naturaleza es de esperar que sean más o menos efímeros.

¿Ocupan actualmente los cantos evangélicos un lugar en la obra de Dios? La respuesta depende de nuestra actitud hacia el evangelismo y los reavivamientos en particular. Ciertamente el canto evangélico no contribuye a un servicio litúrgico. Por este motivo no se lo encuentra en las iglesias populares. Por su naturaleza no contribuye a una aproximación estética al culto. Tiene más que ver con la moral, la experiencia cristiana, la verdad, la amonestación, el llamamiento. La clase de música que se utilizará en cualquier iglesia dada debe determinarse por los objetivos de tal iglesia. Las finalidades de nuestra iglesia decidirán la música que emplearemos en los himnos.

El propósito de este artículo no es condenar, sino señalar cuál es, en mi creencia, la esfera debida de cada clase de música. Ciertamente los himnos y los salmos de alabanza tienen un lugar, así como los cantos de llamamiento y amonestación y testimonio tienen el suyo. Un cúmulo de cantos y coros está siendo volcado hoy día sobre el público. Esto exige que los directores de música y canto establezcan una diferenciación. No hay duda de que el motivo que ha impulsado la composición de muchas de estas canciones es el deseo de lucro antes que el afán de promover la edificación espiritual. Un poco de estudio de tales composiciones revelará que algunas de ellas se parecen mucho al estilo musical que predomina en los salones de baile. Con seguridad que ningún obrero evangélico sincero empleará tales composiciones.

Parecería que ha llegado el momento cuando los evangelistas y los directores de música deberían estudiar seriamente la clase de música que debe utilizarse en los esfuerzos evangélicos, con miras a establecer normas definidas y sólidas. Sé por experiencia que muchos de nuestros pastores realmente no saben diferenciar entre un canto evangélico aceptable y uno que no lo es. Pero están ansiosos de aprender. Por otra parte, hay algunos músicos que no dan lugar al canto evangélico o al destinado a estimular un reavivamiento, y carecen del punto de vista evangelístico. Hasta que llegue el tiempo cuando haya unificación, educación y organización, la paciencia cristiana de músicos y ministros contribuirá notablemente a facilitar el adelanto de la obra de Dios.