No hay dudas de que el canto cristiano es heredero directo del hebreo, y sus raíces nos llevan a los salmos y otros trozos musicales del Antiguo Testamento.
Las referencias acerca del canto ritual en los primeros tiempos de la iglesia cristiana no son muy abundantes [1], lo cual ha llevado a algunos a opinar que la música estaba proscripta en los cultos de la iglesia primitiva. Sin embargo, podemos reconocer cuatro fuentes de información para cerciorarnos de que efectivamente se cantaba. Ellas son:
- El Nuevo Testamento
- El espíritu de profecía
- Los escritos de los Padres de la Iglesia
- La historia secular.
Veamos algunos datos; por ejemplo, los apóstoles Santiago y Pablo aconsejaban a los fieles a cantar; San Ignacio escribe a los efesios: “Formad todos un coro, para que fusionándose en concordia y tomando la nota dominante de Dios podáis cantar en unísono con una voz a través de Jesucristo al Padre”. Plinio, Propretor de Bitinia escribe en el año 109 al emperador Trajano acerca de las costumbres de los cristianos y le refiere que se reúnen al amanecer en un día determinado “para cantar por turno entre ellos un himno a Cristo como Dios”.
La forma más antigua de canto cristiano es la salmodia, sin embargo, por la falta de comunicación entre las diversas congregaciones, cada grupo tenía sus cantos. Había cuatro maneras diferentes de cantar:
- Canto antifonal, donde la congregación se divide en dos sectores que cantan alternadamente.
- Canto responsorial, aquí el solista alterna con los fieles.
- Solo salmódico, el solista canta un salmo; es como una especie de recitado.
- “Indirectum”, así se denominaba al canto congregacional. No sabemos cómo eran las melodías, pero por analogía con las escuelas hebrea y griega dominantes, se supone que el canto era silábico, severo, monótono. Los instrumentos fueron excluidos de la liturgia para diferenciarse de los cultos paganos; y las voces femeninas también se excluyen en el siglo IV.
Los himnos cristianos primitivos son los himnos de una iglesia perseguida; sin embargo, todo en ellos era alegría, amor, fe y esperanza. La nota triste no aparece nunca. Además son himnos de carácter universal, procedentes de una época que no hacía distinción de credos o sectas. Veamos los tres más importantes: 1) “Tersanctus” o “Trisagion”; basado en Isaías 6:3. “Santo, Santo, Santo es Jehová de los Ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria”. Ya se cantaba en la liturgia hebrea. Probablemente se modifica en el siglo III, quedando la versión cristiana que todos conocemos. 2) “Gloria in Excelsis”: es el canto de los ángeles en la noche del nacimiento del Salvador. Se llama “Doxología Mayor”. 3) “Te Deum Laudamus”: es el más sublime de todos, es un tipo de salmo de alabanza, dignidad y grandeza no superadas.
El centro más importante de la música cristiana primitiva es Antioquía; allí estaba el origen del canto antifonal. San Ignacio, que viviera en dicha ciudad fue un gran propagador del uso de los himnos. Hay un número de compositores de himnos griegos en los primeros siglos de la iglesia cristiana, sobresalen tres monjes del monasterio de Mar Saba, situado en un lugar desierto, son Cosmas, Esteban y Juan Damasceno. Del último aún se cantan dos himnos.
Pero en el siglo IV es cuando se codifica y ordena la música cristiana, por la obra genial de Ambrosio, obispo de Milán. Introdujo el uso de cuatro tonos melódicos según el estilo griego, y a su vez compuso y enseñó himnos a los fieles de Milán. A pesar de que se conoce poco acerca del sistema y estructura de las melodías ambrosianas, tenemos constancia de que eran capaces de producir nobles sentimientos. San Agustín escribe después de haberlo oído por primera vez: “¡Cómo he llorado con tus himnos y cánticos!, profundamente conmovido por las voces de tu dulcemente melodiosa iglesia” (Confesiones, IX, 6). Finalmente aparece en escena el papa Gregorio Magno, que ocupó el solio pontificio entre 590 y 604. A pesar de que no todo lo que se atribuye tradicionalmente a Gregorio es obra suya, es muy cierto que fue el iniciador de un sistema, que luego, desarrollado y perfeccionado, ocupa toda la Edad Media y es la base de la música religiosa de la Iglesia Católica. Hay numerosos autores de himnos en la lengua latina; sobresalen tres monjes: Bernardo de Claraval, Bernardo de Cluny y Tomás de Celano, este último escribe alrededor de 1250 el himno latino más grandioso y descriptivo, que ha inspirado a músicos y poetas de todos los tiempos, es el famoso “Dies Irae”.
Hemos asistido así, muy esquemáticamente, a la fase inicial de la música cristiana, y a su ulterior desarrollo. Tal vez el punto más importante de todo el tema lo encontremos en las palabras de San Pablo a los corintios: “…cantaré con el espíritu, mas cantaré con entendimiento” (1 Cor. 14:15). Dios quiera que nuestras congregaciones vuelvan al estilo de aquellos tiempos lejanos, sin templos hermosos ni órganos seductores, pero cuando lo importante era cantar con el espíritu” y con “entendimiento”.
[1] Algunas referencias bíblicas y del espíritu de profecía acerca de la música en el Nuevo Testamento y la iglesia cristiana primitiva:
Mat. 26:30.
Mar. 14:26.
Hech. 16:25.
Rom. 15:9.
1 Cor. 14:15, 26.
Efe. 5:19.
Col. 3:16.
Sant. 5:13.
Apoc. 5:9: 14:3; 15:3.
Los Hechos de los Apóstoles, págs. 29, 156. 157.
El Conflicto de los Siglos, pág. 45, ed. PP.
La Educación, pág. 161.
El Deseado de Todas las Gentes, págs. 54, 626, 627, 771, ed. PP.