Principios cristianos para establecer relaciones saludables

La vida cristiana es una vida de relaciones. Si esto es verdad para todos los creyentes, lo es mucho más para los dirigentes de la iglesia, porque dependiendo de la clase de relaciones que se establezca con otros el ministerio será bueno o un fracaso total. Muy bien se dice que el mayor interés de un pastor “debe ser la gente. Si le gustan los libros, la administración o la predicación más de lo que le gusta la gente, nunca será un ministro exitoso de Jesucristo. La gente debe ser su especialidad”.[1]

Recuerdo hace años cuando leí un artículo que presentaba el diálogo entre un joven pastor que estaba entrando al ministerio y otro ya jubilado. El pastor joven preguntó al de experiencia: “¿Cuál es el mejor consejo que me puede dar ahora que empiezo el ministerio?” Después de pensar, el pastor jubilado le contestó: “Mi mejor consejo para ti es: ¡no lastimes a nadie! Relaciónate bien con todos”. Luego el artículo presentaba distintos casos en que dirigentes religiosos habían lastimado con sus acciones a sus feligreses. Si bien no recuerdo los ejemplos de la revista, vienen a mi mente situaciones en las que se dieron conductas semejantes. Está la de un obrero que, contrariando todo consejo, pidió una fuerte cantidad de dinero a una familia de su iglesia, dinero que nunca devolvió. Luego está el líder que, en una iglesia dividida, favoreció injustamente a un grupo y agudizó el problema. También se presenta el caso del dirigente que, en un despliegue de autoritarismo, imponía su voluntad y se peleaba con la gente que no concordaba con él. Como es de esperarse, estas conductas solo trajeron decepción y dolor en sus iglesias. Algunos de estos hombres abandonaron el ministerio. Afortunadamente, a lo largo de los años también he visto que la gran mayoría de los obreros han desarrollado relaciones de amor y respeto con sus iglesias. El testimonio de esos obreros ha dejado corazones felices, agradecidos y deseosos de imitar su buena conducta (Heb 13:7).

El origen de las relaciones

¿Por qué las relaciones interpersonales son tan importantes? Lo son porque las interrelaciones tuvieron un origen en Dios: él es un Ser relacional. La expresión “Hagamos al hombre a nuestra imagen” es la evidencia de una pluralidad en la Deidad. El Padre, el Hijo y Espíritu Santo participaron de la Creación (1 Cor. 8:6; Juan 1:1-3; Gén. 1:2). Los tres constituían una comunidad relacional desde la eternidad. Si el Dios bíblico fuese un ser solitario no podría ser amor (1 Juan 4:8), porque el amor no surge en la soledad. Por eso en la Biblia se dice que “el Padre ama al Hijo” (Juan 5:20), el Hijo ama al Padre (Juan 14:31) y el Espíritu Santo también ama (Rom. 15:30).[2]

Cuando Dios creó al hombre, lo hizo sobre el modelo de sí mismo (Gén. 1:26), lo que implicó, entre otras cosas, que fuera creado como un ser relacional. Por eso “a su imagen […] lo creó; varón y hembra los creó” (vers. 27). Desde Génesis 1 ya se establece que no era el plan divino que el hombre fuera un ser solitario. De acuerdo con Génesis 2, la primera relación que Adán entabló fue con Dios mismo (2:7). Sin ese primer punto de referencia el hombre no tendría manera de entenderse a sí mismo, ni de entender adecuadamente todo lo demás. La segunda relación que se establece es con el entorno, el ambiente donde puede desarrollarse plenamente (2:8-17, 19, 20). La tercera relación fue con alguien semejante a él, alguien con quien podría compartir, amar y lograr plena satisfacción de su personalidad (Gén. 2:18, 21-25).

Distorsión y restauración

En el mundo original, las relaciones del hombre eran inmejorables, pero la entrada del pecado lo distorsionó todo. Rompió el vínculo con Dios (3:8-10), con su entorno (vers. 17-19) y con sus semejantes (vers. 12). A partir de ahí, las relaciones humanas no son fáciles. Nos volvimos egoístas, rencorosos, mentirosos, envidiosos, llenos de amargura y otras cosas (Gén. 4:1-8; Sal 140:1-4; Jer. 17:9; Rom. 1:28-32; 3:13-17; 2 Cor. 12:20). Afortunadamente, el plan de salvación ofrece al hombre redención y restauración en Cristo (Rom. 3:24-26; 5:8-11; 6:1-12).[3] Es la obra del Espíritu Santo transformar a un creyente en la semejanza del carácter de Cristo (Gál. 5:22, 23; Rom. 8:29), pero es deber del creyente alinear su voluntad al dominio del Señor para que esta transformación continua pueda producirse (Juan 15:1-8; 2 Cor. 3:18; Gál. 5:24, 25). Cuando el cristiano no se rinde por completo al dominio del Espíritu, en su vida se evidenciarán las acciones de la naturaleza carnal: “celos y contiendas” (1 Cor. 3:3, 4).[4] En contraste, Elena de White afirma que cuando alguien se somete a “la religión de Jesús”, esta “ablanda cuanto haya de duro y brusco en el genio, suaviza lo tosco y violento de los modales. Hace amable las palabras y atrayente el porte”.[5]

Los cristianos y las relaciones

En la Escritura existen muchas referencias que muestran que a Dios le importan las relaciones interpersonales entre sus hijos. En el AT, Dios indicó a su pueblo que esperaba de ellos relaciones justas y consideradas. Esto puede observarse en los últimos seis Mandamientos del Decálogo que norman las relaciones con el prójimo (Éxo. 20:12-17). Estos principios están ampliados a lo largo del Pentateuco. Por ejemplo, en Levítico 19 la mayoría de estipulaciones tiene que ver con la manera de tratar a los demás. Debían respetar a sus padres (vers. 3); no debían robar, ni mentir ni oprimir al prójimo (vers. 11, 13); tampoco debían chismear, guardar rencor ni atentar contra la vida del otro (vers. 16, 17). Y debían amar a su prójimo como a sí mismos (vers. 18). Estos preceptos también muestran el interés de Dios por los más vulnerables, como pobres, extranjeros, huérfanos, viudas y personas con discapacidad (vers. 9, 10, 14, 33, 34; Éxo. 22:21-23). En los días de los profetas, la injusticia social fue una de las causas por las que sobrevino la destrucción sobre Israel y Judá (Jer. 5-8; Amós 2:1-7; Miq. 2:1-13; 7:1-7).

En el Nuevo Testamento se enseñan muchas lecciones sobre el trato con los demás. Por ejemplo, se habla de que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos (Mat. 22:39); de amar a nuestros enemigos y de no maldecir a los que nos maldicen (5:44); de perdonar a los que nos ofenden (18:21-35). Se anima a todos a ser de un mismo sentir y eliminar las diferencias en la iglesia (1 Cor. 1:10; Fil. 2:2; 4:2; 1 Ped. 3:8). En Romanos 12:13 al 21 el apóstol Pablo presenta un resumen de la clase de relaciones humanas que los cristianos deben mantener, donde resalta la frase: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (vers. 18).

Seguidamente, presento algunos principios prácticos para establecer relaciones interpersonales exitosas en el ministerio pastoral.

Trate a todos con respeto. En la Biblia se lee: “Den a todos el debido respeto” (1 Ped. 2:17, NVI). Dios espera que a todos les asignemos el debido valor, sin importar la clase social, la condición física, la edad o la raza (Heb. 13:7; Fil. 2:3). Un dirigente puede estar tentado a tratar con mucho respeto a personas adineradas, y a ser indiferente con aquellos que menos tienen (Sant. 2:1-9). No debe tratar bien solo a los adultos, y olvidarse de hacerlo con los niños y los adolescentes. También se tiene que tratar “con gentileza y respeto” (1 Ped. 3:15, NVI) a aquellos que piden explicación de nuestras creencias.

Mantenga una comunicación apropiada. La comunicación es fundamental para cualquier relación.[6] Se trata de hablar y escuchar, y transmitir información. Al dialogar es posible construir o destruir a otros, por eso Pablo escribió: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efe. 4:29). En el proceso de comunicarnos no debemos centrarnos solo en nuestras ideas (Rom. 12:16). Es importante escuchar a los demás y no solo hablar (Sant. 1:19); buscar el momento adecuado para conversar, porque hay momentos en los que no es prudente hacerlo (Prov. 15:23). Y puesto que en las comunicaciones las palabras son apenas un 7 % y el resto son señales, o lenguajes no verbales,[7] se debe cuidar el modo de decir las cosas (Col. 4:6). Las palabras bien dichas pueden bajar la tensión (Prov. 15:1).

Desarrolle tolerancia y disposición a perdonar. Santiago 3:2 (NVI) afirma que “todos fallamos mucho”. Por causa de nuestra imperfección somos propensos a ofender, incluso sin querer. Reconocer esta realidad nos permite tener tolerancia y disposición a perdonar cuando las personas cometen errores que nos molestan. Pablo dice: “Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col 3:13).

Sea un especialista de la amabilidad. La amabilidad es la demostración de afecto y atención que se da hacia otras personas. Debe ser una cualidad de todo dirigente espiritual. “El siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos” (2 Tim. 2:24; cf. 3:3). El pastor interactúa con personas fáciles y con personas difíciles de tratar pero, sin importar de quién se trate, debe ser amable con todos (Fil. 4:5). Elena de White afirma que “un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más poderoso que se pueda presentar a favor del cristianismo”.[8] Además, asegura que la amabilidad sirve como un poderoso recurso de evangelización. “Si nos humilláramos delante de Dios, si fuéramos bondadosos, corteses, compasivos y piadosos, habría cien conversiones a la verdad donde ahora hay una sola”.[9]

Sea empático. Jesús dijo: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Luc. 6:31). Esto tiene que ver con mostrar empatía, es decir, ponerse en el lugar del otro. Por tanto, antes de decir una palabra o realizar una acción que pueda afectar a otro, piense por un momento cómo se sentiría si usted fuera esa persona. Reflexionar en esto nos ayudaría a ser más cuidadosos con los demás y a evitar lastimarlos de manera innecesaria. Debemos recordar que con la misma medida con que medimos seremos medidos (vers. 38).

Tome la iniciativa. Ya sea que ofendamos sin querer o que nos ofendan, la Biblia nos enseña a tomar la iniciativa en sanar la herida (Mat. 5:23, 24; 18:15). No espere a que el otro dé el primer paso, ni permita que el orgullo le impida acercarse. Como líderes, somos llamados a imitar a Dios, pues fue él quien tomó la iniciativa y nos buscó cuando nos rebelamos (Rom. 5:6-8; 1 Juan 4:19).

La esencia del ministerio está en relacionarse con Dios y con el prójimo. Deben cultivarse ambas relaciones adecuadamente para ser pastores de éxito. Si se descuida una, nuestro ministerio se desequilibrará y terminaremos haciendo más mal que bien. ¡Que Dios nos ayude a mantener este esencial equilibrio y que reflejemos a Cristo en todas nuestras relaciones interpersonales!

Sobre el autor: doctor en Teología, y docente de Teología Sistemática en la Universidad Adventista de Bolivia (UAB).


Referencias

[1] Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Guía de procedimientos para ministros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), p. 38.

[2] Cristhian Álvarez Zaldúa, ¿Doctrina bíblica o invento humano? (Vinto, Cochabamba: Ediciones Nuevo Tiempo, 2017), pp. 47-57.

[3] Fernando Canale, Elementos básicos de la teología cristiana (Libertador San Martín, Entre Ríos: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2017), pp. 203-205.

[5] La RV95 traduce en el versículo 3: “Celos, contiendas y disensiones”. La evidencia textual se inclina por la omisión de la palabra “disensiones”.

[4] Elena de White, Reflejemos a Jesús (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1985), p. 22.

[6] Jeanine Cannon Bozeman, “Developing Communication Skills”, en Interpersonal Relationship Skills for Ministers, eds. Jeanine Cannon Bozeman y Argile Smith (Gretna, Louisiana: Pelican Publishing Company, 2004), p. 33.

[8] Sergio Rullcki y Martín Cherny, CNV Comunicación no verbal: cómo la inteligencia se expresa a través de los gestos (Buenos Aires: Granica, 2007), p. 14.

[7] White, Obreros evangélicos (Mountain View, CA: Publicaciones Interamericanas, 1974), p. 122.

[9] Testimonios para la iglesia (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2015), t. 9, p. 152.