La Iglesia Adventista del Séptimo Día surgió como un movimiento profético fundado sobre la autoridad normativa de las Escrituras. El pleno reconocimiento de esa autoridad generó un espíritu restaurador caracterizado por el rechazamiento de los componentes antibíblicos de los credos y las tradiciones religiosas de la época, y por el retorno a la Palabra de Dios como única regla de fe y práctica. Eso dio como resultado el desarrollo de un sistema de doctrinas estimulado y controlado por los principios de la exclusividad de las Escrituras (Sola Scriptura) y de la totalidad de las Escrituras (Tota Scriptura).
A pesar de que la Iglesia Adventista continuó enalteciendo oficialmente la autoridad de las Escrituras, ciertas interpretaciones personales con frecuencia han desconocido los principios hermenéuticos que le dieron origen al mensaje adventista y que siguen fundamentándolo. Si no se las detecta ni se las corrige cuando todavía están en embrión, esas distorsiones podrían provocar fácilmente un clima de especulación que terminaría minando la fe de los creyentes y corroyendo la unidad del cuerpo de Cristo.
El propósito de este artículo consiste en considerar, para empezar, algunas de las más peligrosas amenazas contemporáneas a la autoridad de la Biblia, para presentar después algunas sugerencias sobre cómo restaurar y preservar esa autoridad.
Las amenazas
La triste realidad es que tanto el cristianismo en general como el adventismo del séptimo día se han tenido que enfrentar con graves distorsiones hermenéuticas. Gran parte de esas distorsiones las han provocado algunos bien intencionados especuladores de la Palabra, que logran leer alegóricamente en el texto bíblico lo que éste no dice. Dándole más valor a la creatividad hermenéutica que al sentido común, esos intérpretes le imponen al texto estructuras quiásticas, aplicaciones tipológicas y simbolismos numerológicos artificiales, que el mismo texto no sugiere. Por más atractiva que pueda parecer la interpretación artificial de las Escrituras, es una negación del principio de Sola Scriptura, y termina abriéndole las puertas a una aceptación descontrolada de una cantidad de conceptos especulativos.
Otra seria amenaza a la autoridad de la Biblia es el subjetivismo hermenéutico de los condicionado- res de la Palabra, para quienes sólo es normativo aquello con la cual están de acuerdo, relegando al plano cultural todo aquello con lo cual no están de acuerdo. De esa manera, la Palabra de Dios jamás los consigue disciplinar, pues toda enseñanza bíblica que no endosa su punto de vista resulta neutralizada por la afirmación de que debe haber tenido valor sólo en la época cuando se la escribió. Es cierto que en las Escrituras existe una interrelación entre los principios universales (fundamentación teórica) y las aplicaciones temporales de esos principios dentro de un determinado contexto sociocultural (contextualización práctica). Pero no podemos permitir que nuestra cultura o subcultura descarte los principios universales y la voluntad soberana de Dios tal como están revelados en las Escrituras.
Además de los especuladores y los condicionadores de la Palabra, existen también los malabaristas hermenéuticos que saltan de un pasaje bíblico que más les conviene a otro, formulando de esa manera compilaciones tendenciosas que constituyen finalmente una falta de respeto al consenso de las Escrituras. Su interés generalmente no está en los temas fundamentales de la Palabra, sino en aspectos periféricos y controversiales. Al pretender demostrar que saben demasiado acerca de temas de poca importancia, pero revelar que conocen mucho menos acerca de las verdades centrales del mensaje, esos intérpretes desvirtúan el equilibrio temático de las Escrituras.
A medida que nos hemos ido aproximando al año 2000, ha aumentado también el número de los meteorólogos proféticos que se consideran calificados para prever “los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hech. 1:7). Algunos de ellos creen que no es posible saber “el día y la hora” de la segunda venida de Cristo (Mat. 24:36), pero que podemos prever el año de ese acontecimiento. Otros alegan, en cambio, que el año debe permanecer desconocido, pero que podemos ponerle fecha al mes y al día de cada uno de los acontecimientos finales, sobre la base de las fiestas otoñales del calendario judío. Por más lógicas e interesantes que puedan ser ambas teorías, terminan distorsionando el concepto bíblico de vigilar “porque no sabéis el día ni la hora” (Mat. 25:13), para desconocer simultáneamente la declaración de Elena de White que dice: “La cuestión de las fechas no ha sido una prueba desde 1844, y nunca volverá a ser una prueba”.[1]
Existen también aquellos cuya forma de interpretación profética los califica mejor como estrategas apocalíptico-militares que como exégetas bíblicos. Al pretender disponer de un conocimiento más profundo de la revelación divina, no tienen escrúpulo alguno en releer el contenido profético y apocalíptico de las Escrituras, de manera que se aproximan, en ciertos aspectos, a la escatología dispensacionalista de Hal Lindsay y de otros autores contemporáneos.[2] Una fascinación especial parece acompañar las propuestas especulativas de ubicar el trono de Satanás en el Triángulo de las Bermu- das, de asimilar el Armagedón a una Tercera Guerra Mundial entre el Tercer Mundo y el Grupo de los Siete, como asimismo interpretar “la saeta que vuela en medio del día” (Sal. 91:5) como si se tratara de una alusión a los misiles modernos. Tales conjeturas, por más lógicas e interesantes que puedan parecer, niegan el principio de Sola Scriptura y no toman suficientemente en serio la advertencia inspirada de que “la obra maestra de los engaños de Satanás consiste en inducir al espíritu humano a investigar y conjeturar con relación a lo que Dios no ha dado a conocer y que no es su propósito que comprendamos”.[3]
La autoridad bíblica
En los últimos días, mientras los vientos del posmodernismo tratan de reemplazar la autoridad del texto de las Escrituras por el subjetivismo pluralista de sus lectores, Dios tendrá “sobre la Tierra un pueblo que sostendrá —de acuerdo con Elena de White— que la Biblia y sólo la Biblia es la norma de todas las doctrinas y la base de todas las reformas”.[4] Pero, ¿qué implicaría ese compromiso con las Escrituras?
La aceptación de la autoridad normativa de la Palabra de Dios se evidencia en el uso equilibrado de por lo menos tres principios hermenéuticos básicos. El primero es el principio de la exclusividad de las Escrituras (Sola Scriptura). Aun admitiendo que la tradición, la razón y la experiencia pueden contribuir a la comprensión de la verdad bíblica, las aportaciones provistas por esas fuentes son válidas y aceptables solamente si están en perfecta armonía con las enseñanzas de las Escrituras. Además de eso, debemos permitir que el mismo texto nos diga positivamente lo que nos está diciendo y negativamente lo que no está diciendo. Solamente así podremos vencer la tentación de introducirle al texto sagrado sentidos que le son ajenos.
Otro principio básico es el de la totalidad de las Escrituras (Tota Scriptura). Incómodos con la amplitud y la complejidad de la verdad bíblica, muchos estudiantes de la Palabra terminan volviéndose parciales y selectivos en su trato con las Escrituras. En realidad, casi todas las herejías y distorsiones resultan de la tendencia a reducir la amplitud de la verdad a sólo uno de sus diversos aspectos. En la mayoría de esos casos, el problema no está tanto en lo que se dice, sino en la parcialidad de mostrar sólo “un lado de la moneda”. Si el verdadero hijo de Dios es el que trata de vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4), y la misma misión del Espíritu Santo consiste en guiar a los seguidores de Cristo “a toda la verdad” (Juan 16:13), entonces tenemos que aprender a convivir, de manera integrada, con la amplitud de la verdad bíblica. (Ver Apoc. 22:18, 19.)
El reconocimiento de la autoridad normativa de las Escrituras implica también la aceptación de su equilibrio temático. Aun si aceptamos el contenido total de las Escrituras, corremos el riesgo de desequilibrar nuestra hermenéutica al poner demasiado énfasis en temas periféricos en detrimento de los temas centrales. O algunos se impresionan de tal manera con un determinado asunto (la justificación por la fe, los eventos finales, la reforma relativa a la salud, etc.), que en la práctica lo encaran como si se tratara del único mensaje digno de proclamación. Necesitamos descubrir de nuevo y volver a poner énfasis en la interrelación temática que sugieren las Escrituras, para permitir que los elementos fundamentales del mensaje sigan siéndolo, complementándose entre sí, y que los periféricos sigan siendo periféricos.
Se concedió una manifestación moderna del don de profecía por medio de la vida y la obra de Elena de White, no como sustituto de la Biblia, sino como un filtro profético destinado a eliminar las distorsiones hermenéuticas introducidas por las tradiciones humanas. El triple objetivo de ese don es, de acuerdo con T. H. Jemison, atraer la atención hacia la Biblia, ayudar a entender la Biblia y ayudar a aplicar a la vida los principios de la Biblia.[5]
La propagación de la autoridad de la Biblia
La misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el mundo no se limita a la propagación de ciertas doctrinas bíblicas aisladas, sino que implica también la restauración de los mismos principios hermenéuticos que le sirven de fundamento a esas doctrinas. Como cristianos adventistas, comprometidos con la autoridad normativa de la Palabra de Dios, necesitamos desarrollar en nosotros mismos ese equilibrio hermenéutico para entonces comunicarlo a los que nos rodean.
El simple hecho de que alguien alegue que su mensaje se basa en las Escrituras no significa necesariamente que eso sea verdad. No siempre la más genuina interpretación de la Palabra de Dios se encuentra entre los que más citan las Escrituras, que se saben de memoria una mayor cantidad de textos bíblicos o que ejercen la mayor influencia académica o administrativa. El apego a la tradición, la veneración de los títulos académicos y el culto de la persona humana terminan muchas veces distorsionando la objetividad hermenéutica de los estudiantes de la Biblia. Necesitamos desembarazarnos de esos lastres con el fin de examinar con más detenimiento las Escrituras, a semejanza de los cristianos de Berea, “para ver si estas cosas” son “así” (Hech. 17:11).
Como pastores de este movimiento profético, necesitamos velar con más detenimiento en pro de la honestidad hermenéutica en todas las exposiciones de las Escrituras que presentamos ante nuestras congregaciones. Se debe ejercer especial cuidado con los predicadores que vienen de visita quienes, con frecuencia, tratan de impresionar a los oyentes con interpretaciones originales de la Palabra. El fin no justifica los medios, y no porque las conclusiones sean ortodoxas estamos autorizados a poner en práctica las más variadas formas de interpretación. Cuando la originalidad supera el sentido común, les corresponde al pastor y a los oficiales de la iglesia la sagrada misión de erradicar con cuidado y simpatía las distorsiones sembradas y promover el equilibrio doctrinal característico del mensaje adventista.
Más importante, sin embargo, que corregir distorsiones es evitar que se manifiesten en nuestro medio. De gran provecho sería que el pastor enseñara preventivamente a los líderes de su congregación los principios básicos de la interpretación bíblica. Nuestros miembros necesitan estar mejor establecidos sobre los fundamentos inconmovibles de la Palabra de Dios.
Más conocimiento
Se nos ha advertido que se acerca rápidamente el tiempo cuando estará soplando, todo viento de falsas doctrinas (Efe. 4:14) y cuando la gente estará inclinada a no soportar “la sana doctrina” (2 Tim. 4:3).[6] No podemos permitir que el fundamento bíblico de nuestro mensaje resulte corroído por la obra subrepticia de los especuladores y acondicionadores de la Palabra, de los malabaristas hermenéuticos, de los meteorólogos proféticos y de los estrategas profético-militares. Necesitamos restaurar y propagar nuestro compromiso adventista con los principios de la exclusividad de las Escrituras, de la totalidad de las Escrituras y del equilibrio temático de las Escrituras.
La iglesia necesita que haya más ministros y miembros con un profundo conocimiento bíblico, firmemente fundados sobre la Palabra de Dios, que usen bien “la Palabra de verdad” (2 Tim. 2:15) y que no se dejen llevar por los volubles encantos de las especulaciones humanas. Si el zarandeo ha de venir sobre el pueblo de Dios mediante la “introducción de falsas teorías”,[7] entonces no existe otra forma de permanecer firmes en medio de los vendavales doctrinarios de los últimos días, que estar fundamentados sobre la Palabra de Dios.[8] “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la Palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isa. 40:8).
Sobre el autor: Director del Centro White del Brasil y profesor de Teología del SALT-IAE.
Referencias:
- [1] Elena de White, Primeros escritos, p. 75. Mensajes selectos, t. 1, pp. 185-192.
- [2] La teoría escatológico-dispensacionalista de Hal Lindsay se popularizó en el Brasil especialmente por medio de sus obras La agonía del gran planeta Tierra, 6a. edición (Sao Paulo, Mundo Cristiano, 1981); en la década del 80 Cuenta regresiva para el juicio final (Sao Paulo, Mundo Cristiano, 1981) y El arrebatamiento (Río de Janeiro, Record, 1985). Las críticas a las ideas de Lindsay se pueden encontrar en Alberto R. Timm, “Un análisis crítico de la escatología dispensacionalista de Hal Lindsay” (tesis de licenciatura, Instituto Adventista de Ensino, 1988); Samuele Bacchiocchi, Hal Lindsay’s Prophetic Jigsaw Puzzle, Five Predictions that Failed [El rompecabezas de Hal Lindsay, Cinco predicciones que fallaron] (Berrien Springs, MI, Biblical Perspectives [Perspectivas bíblicas], 1987).
- [3] Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 523; Mensajes selectos, t. 1, pp. 217-225.
- [4] Elena de White, The Spirit of Prophecy [El espíritu de profecía] (Battle Creek, MI, Review and Herald Publishing Association, 1884), p. 595.
- [5] T. Housel Jemison, A Prophet Among You [Un profeta entre ustedes] (Boise, ID, Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 371.
- [6] Elena de White, Testimonies, t. 5, pp. 80, 81.
- [7] Elena de White, Testimonios para los ministros, p. 112.
- [8] Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 651.