¿Sería revelado en el Antiguo Testamento el Señor como un Dios esclavista?

“Me gustaría vender a mi hija como esclava, de acuerdo con la orientación de Éxodo 21:7. Actualmente, ¿cuál sería un precio justo en el mercado?” La pregunta me dejó en estado de shock, al notar que no estaba leyendo un interrogatorio del siglo XVIII, sino una carta abierta a Laura Schlessinger, la presentadora de un programa de radio que ofrece consejos prácticos para la vida cotidiana, con base en principios fundamentados en el Antiguo Testamento.[1] El tono sarcástico del pedido, sin embargo, revelaba las verdaderas intenciones de la persona que preguntaba.

Aunque el comercio de esclavos ya no sea aceptado en la mayor parte del mundo, esa pregunta remite a una preocupación muy actual: ¿Cómo debemos interpretar y aplicar los textos del Antiguo Testamento en nuestra vida? Algunos textos presentan un verdadero desafío, especialmente en el contexto posmoderno en el que vivimos. A primera vista, incluso parecen estar describiendo a un Dios “controlador, mezquino, injusto e intransigente, genocida étnico y vengativo, sediento de sangre, perseguidor misógino, homofóbico, racista, infanticida, filicida, pestilente, megalomaníaco, sadomasoquista y malévolo”, solo para citar algunas de las injurias levantadas por Richard Dawkins en su famosa obra titulada Dios, un delirio.[2]

Tomemos, por ejemplo, el texto de Levítico 25:44 al 47 (RVR 95): “Los esclavos y las esclavas que tengas serán de las gentes que están a vuestro alrededor; de ellos podréis comprar esclavos y esclavas. También podréis comprar esclavos de entre los hijos y familiares de los forasteros que han nacido en vuestra tierra y viven en medio de vosotros, los cuales podrán ser de vuestra propiedad. Los podréis dejar en herencia a vuestros hijos después de vosotros, como posesión hereditaria. Para siempre os serviréis de ellos, pero sobre vuestros hermanos, los hijos de Israel, no os enseñorearéis; nadie tratará a su hermano con dureza. Si el forastero o el extranjero que está contigo se enriquece, y tu hermano que está junto a él empobrece y se vende al forastero o extranjero que está contigo, o a alguno de la familia del extranjero […]”. Este texto parece indicar que el Creador del universo recomienda que tengamos esclavos, ¿verdad? Siendo así, ¿deberíamos obedecer esta orden y comprar esclavos para nuestro hogar, en pleno siglo XXI?

Esa pregunta, aunque parezca absurda, levanta cuestiones actuales, referentes a la relevancia de la Biblia para nuestro mundo posmoderno. Incluso presenta un desafío para la comprensión del propio carácter divino; pues ¿cómo deberíamos someternos a la voluntad de un Dios que aprueba la esclavitud, cuando sabemos que esa es una práctica inhumana y cruel? De acuerdo con lo que Sam Harris argumentó en Letter to a Christian Nation: “Todo el mundo civilizado está de acuerdo al afirmar que la esclavitud es una abominación. ¿Qué tipo de instrucción moral obtenemos del Dios de Abraham sobre este asunto?”[3]

Al leer el Antiguo Testamento, tenemos la impresión de que los esclavos en el antiguo Israel eran tratados como animales u objetos. ¿Cómo comprender esos textos bíblicos cuando enseñamos y predicamos de un Señor que ama, salva, perdona y trata a todos los seres humanos como iguales?¿Qué tipo de moralidad estamos promoviendo cuando invitamos a todos para que sigan las enseñanzas de la Biblia? ¿Cómo amar a un Dios que aparentemente aprobó un sistema que aliena y deshumaniza a sus propios hijos?

Diferencias notables

Al intentar comprender los textos del Antiguo Testamento que se refieren a la esclavitud, debemos recordar que no autorizan el mismo tipo de esclavitud que ocurrió entre los siglos XVII y XIX. Los escépticos y los ateos usan algunos textos bíblicos para distorsionar la imagen que tenemos de Dios. A primera vista, aparentemente el Señor parece ser injusto y malévolo. Sin embargo, cuando analizamos la cuestión de una manera más profunda, percibimos que el tipo de esclavitud sancionada por Dios era muy diferente de aquella que alimentamos en nuestra imaginación. La esclavitud que ocurría en Israel difería bastante de aquella que sufrían los africanos, según como es retratada por Hollywood en películas como Django desencadenado (2012) y Doce años de esclavitud (2013). Christopher J. H. Wright advierte de manera correcta: “Debemos eliminar de nuestra mente imágenes como los galeones romanos de Ben Hur, los cepos, los navíos negreros y las plantaciones de caña de azúcar relacionadas con la esclavitud moderna, cuando leemos la palabra ‘esclavo’ en el Antiguo Testamento”.[4] Existen varias diferencias entre ambos tipos de esclavitud. Una de las diferencias está en cómo alguien se transformaba en un esclavo. En el Antiguo Testamento, un israelita podría ser vendido únicamente por un motivo: deuda financiera (Lev. 25:39, 47).[5] Por ejemplo, un ladrón, cuando era capturado, debía devolver el doble de aquello que había robado (Éxo. 22:1-4). Como la mayoría de los ladrones, normalmente, no tenían lo suficiente, era muy difícil que pudieran hacer eso. De esa manera, Dios permitió que pagaran su deuda por medio del trabajo manual.

En algunos casos, las personas que estaban endeudadas también podrían venderse como esclavas (Lev. 25:39, 47) y saldar su deuda por medio del trabajo (2 Rey. 4:1). Un buen ejemplo de eso puede ser encontrado en la historia del hambre en el Egipto de los días de José. Cuando los egipcios habían gastado todo su dinero y sus posesiones para comprar alimento del Faraón, ellos decidieron venderse como esclavos a cambio de comida. Ese acuerdo se mantuvo entre el pueblo y el Faraón hasta que el hambre pasara (Gén. 47:19). De esa manera, la servidumbre de un esclavo hebreo no producía cambios en su condición social o personal; después de completar su tiempo de servicio, él estaba libre para retomar sus negocios.[6]

Por lo tanto, la esclavitud era tenida como un acto voluntario; es decir, nadie debería ser vendido a la fuerza como esclavo.[7] De acuerdo con la ley israelita, si alguien secuestrara a un compatriota para hacerlo esclavo, debía ser sentenciado a muerte (Éxo. 21:16). Esa era una realidad totalmente diferente de aquella enfrentada por los esclavos africanos.

Otra equivocación, muchas veces diseminada por la crítica antibíblica, se refiere al estatus del esclavo cuando es comparado con el siervo común. En la Biblia, el término hebreo ebed, o el mismo concepto en griego, doulos, puede ser traducido al español como “esclavo” o como “siervo”. El apóstol Pablo, por ejemplo, al identificarse como “siervo de Jesucristo” (Rom. 1:1), empleó la misma palabra griega que utilizó para referirse a Onésimo, el esclavo que estaba retornando a la casa de Filemón (File. 16). De acuerdo con lo que Wright indica en su obra Old Testament Ethics for the People of God, considerando la imagen mental que creamos de la esclavitud, la expresión “esclavo” no es la más adecuada para traducir la palabra hebrea ebed, “que básicamente significaba un trabajador con vínculo laboral”, siendo a veces utilizada para aludir a “cargos elevados, cuando era el caso de siervos de la realeza”.[8] Aunque sea común creer que los esclavos eran propiedad de sus señores, tratados y usados sin cualquier tipo de derecho personal, los esclavos del Antiguo Testamento tenían derechos personales y podían, en muchos casos, alcanzar posiciones importantes en el gobierno de la nación, como fue el caso de José en Egipto (Gén. 41:39-45). De hecho, ellos eran, en su mayoría, “trabajadores domésticos. […] Ellos complementaban, pero no sustituían, el trabajo de los miembros libres del hogar. […] Ese tipo de servicio puede ser visto como experimentalmente muy poco diferente de aquel desempeñado por empleados pagados en una economía monetaria”.[9]

Un israelita vendido como esclavo no podía permanecer en esa condición por más de seis años (Éxo. 21:2). Independientemente del valor de la deuda, el tiempo máximo permitido para el trabajo esclavo era ese. En el séptimo año, él debía volver libre a su hogar. Cuando eso ocurriera, el amo era instruido para ofrecer libremente recursos. El mandato era el siguiente: “le abastecerás liberalmente de tus ovejas, de tu era y de tu lagar; le darás de aquello en que Jehová te hubiere bendecido” (Deut. 15:14).

Si, por algún motivo, un esclavo huía, los israelitas eran instruidos para acogerlo y protegerlo. No había captura de esclavos fugitivos en Israel. Eran libres para elegir dónde les gustaría vivir y qué actividad apreciarían emprender (Deut. 23:15, 16). Además de esto, no debían sufrir opresión ni violencia. Esa era una ley peculiar e impresionante, especialmente cuando consideramos el trato que los esclavos africanos recibían cuando huían de sus señores. Las penalidades recaían no solamente sobre los esclavos que huían sino también sobre aquellos que le ofrecieran refugio y abrigo.

Esa cuestión de la violencia establece una diferencia extraordinaria, cuando comparamos la esclavitud del Antiguo Testamento con aquella ocurrida en las Américas, por ejemplo. Mientras que en los países americanos era esperado que los dueños infligieran dolor a sus esclavos, las leyes israelitas les prohibían a los señores que aplicaran cualquier tipo de tratamiento violento. Si un esclavo era tratado de manera cruel, se lo debía dejar en libertad (Éxo. 21:26), mientras su “dueño” recibía el castigo (Éxo. 21:20). La propia violencia infligida al esclavo le servía de pasaporte para la libertad. Por lo tanto, los señores de esclavos tenían todo el cuidado cuando se trataba de ese asunto, pues cualquier descuido representaría la pérdida de un trabajador. Esos reglamentos claramente muestran que las leyes del Antiguo Testamento demostraban una preocupación por el bienestar y la integridad física del esclavo.[10] Por lo tanto, aunque la esclavitud fuese autorizada por Dios en el Antiguo Testamento, era muy diferente de lo que se observa en las novelas y en las películas modernas.

Además de esto, esa práctica israelita desentonaba con la manera en la que los asirios, los hititas o los babilónicos trataban a sus esclavos. Tomemos, por ejemplo, el Código de Hammurabi. En el caso de que un esclavo sufriera algún tipo de daño físico o castigo (perder un ojo o un diente), era su dueño quien debía recibir la compensación por el perjuicio, no el esclavo. “Las leyes de Esnuna y el código de Hammurabi jamás consideraban al esclavo como la parte tratada injustamente”.[11] Otro ejemplo de este tipo de práctica lo podemos ver en lo que ocurría en los días del Imperio Romano. Cierta vez, un senador fue asesinado por un esclavo. Este pagó por su crimen no solamente con su vida, sino también con la de ¡cuatrocientos miembros de su familia![12]

Mientras que las leyes de las naciones vecinas eran más severas contra sus esclavos, las leyes del pueblo de Israel servían para proteger, al ser humano que vivía esta situación, de la violencia, la agresión y la injusticia.[13] En este sentido, la sociedad israelita era atrayente para esclavos extranjeros que estuvieran en busca de refugio y una vida con dignidad. De hecho, esos esclavos disponían de mayor seguridad económica y legal que la de aquellos que, aunque técnicamente libres, no tuvieran tierras, fuesen empleados o simples artesanos.[14] El Anchor Bible Dictionary resalta que “en la Biblia encontramos el primer llamado, en el mundo literario, a un tratamiento humano para con los esclavos, con base en su valor propio, y no en el lucro que sus dueños disfrutarían”.[15]

De esa manera, en lugar de tratar a los esclavos como objetos, propiedades o seres deshumanizados, los reglamentos veterotestamentarios los elevan a un nivel de dignidad previamente desconocido. Walther Eichrodt, teólogo especialista en el Antiguo Testamento, refuerza esa singularidad en Israel: “En la evaluación de daños provocados a propiedades, en el tratamiento de esclavos, en el establecimiento de castigos contra ofensas indirectas y en el rechazo de castigos que involucren mutilaciones, el valor de la vida humana es exaltado a un nivel incomparablemente mayor que el valor material […]. Eso solamente se hizo posible gracias a la profundidad de un concepto hasta en- tonces nunca considerado: la nobleza del ser humano, algo que hoy es un concepto fundamental para la conducta moral”.[16]

La abolición de la esclavitud

Cuando estudiamos cuestiones como la de la esclavitud en la Biblia, una pregunta siempre vuelve a aparecer: ¿Por qué Dios, simplemente, no terminó con todo? Si los israelitas sufrieron tanto bajo la esclavitud en Egipto, ¿por qué el Señor permitió que esa práctica continuara después de que quedaron libres?

Es una equivocación asumir que porque Dios no abolió la esclavitud él no se haya pronunciado sobre el asunto. Todos los textos del Antiguo Testamento sobre el tema son una protesta de Dios contra los sistemas esclavistas que las naciones vecinas del pueblo de Israel mantenían. Debemos recordar que, en el caso de Israel, la esclavitud era una medida desesperada para personas que no tenían un dispositivo de seguridad contra crisis financieras. El propio Jesús nos recordó que siempre habría pobres entre nosotros (Mat. 26:11). Como Israel debía transformarse en una teocracia, el Señor permitió un sistema que, en tiempos de hambre y crisis financieras, les daría alguna oportunidad de sobrevivir a las personas por medio de un trabajo honrado en lugar de actos criminales.

Los dueños de las tierras y las plantaciones eran incentivados a, además de permitir que los hambrientos recogieran granos durante el tiempo de la cosecha (Lev. 23:22), tratar a sus esclavos como compañeros y hermanos necesitados, dignos de respeto humano. Jesús, incluso, mientras les enseñaba a sus discípulos, estableció los fundamentos que, una vez puestos en práctica, transformarían a cada persona de la sociedad y conducirían a la abolición de los males sociales. La simple observancia de la Regla de Oro sería suficiente para prevenir la esclavitud de seres humanos.[17]

Conclusión

De acuerdo con lo que vimos en este artículo, las leyes veterotestamentarias no caracterizan a un Dios tirano y cruel. Al contrario, ellas presentan a un Dios misericordioso y amable, que conoce la realidad de la pobreza, del hambre y de la miseria; al punto de permitir un sistema que sostendría a los necesitados durante los tiempos de crisis. Las leyes esclavistas del Antiguo Testamento tenían como intención la protección de personas vulnerables ante posibles tratamientos humillantes. Si los dueños de los esclavos durante los siglos XVIII y XIX hubieran seguido los reglamentos del Antiguo Testamento, la historia habría transcurrido de manera diferente. Eso solo confirma el hecho de que la Biblia continúa siendo un libro relevante para asuntos contemporáneos. Por medio de ella, podemos comprender que todo ser humano fue creado a la imagen de Dios y, por lo tanto, es digno de valor, cuidado y respeto.[18]

Sobre el autor: editor de libros en la Casa Publicadora Brasileira


Referencias

[1] “An open letter to Dr. Laura Schlessinger”, <dailykos.com>, acceso en octubre de 2016.

[2] Richard Dawkins, Deus, um Delírio (San Pablo, SP: Companhia das Letras, 2007), p. 55.

[3] Sam Harris, Letter to a Christian Nation (Nueva York, NY: Alfred Knopf, 2006), p. 14.

[4] Christopher J. H. Wright, Old Testament Ethics for the People of God (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2011), p. 333.

[5] A. Negev, “Slavery and Work”, The Archaeological Encyclopedia of the Holy Land, 3ª ed. (Nueva York, NY: Prentice Hall Press, 1990).

[6] Ibíd.

[7] Paul Copan, Is God a Moral Monster? (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2011), p. 127.

[8] Christopher J. H. Wright, ibíd., p. 333.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd., p. 335.

[11] R. Tuente, “Escravo”, Dicionário Internacional de Teologia do Novo Testamento (San Pablo, SP: Vida Nova, 2000), t. 1, p. 674.

[12] Don F. Neufeld, “Escravo”, Dicionário Bíblico Adventista do Sétimo Dia (Tatuí, SP: CPB, 2016), p. 433.

[13] Paul Copan, ibíd., p. 139.

[14] Christopher J. H. Wright, ibíd., p. 333.

[15] Muhammad A. Dandamayev, “Slavery (Old Testament)”, Anchor Bible Dictionary (Nueva York, NY: Doubleday, 1992), t. 6.

[16] Walther Eichrodt, Theology of the Old Testament (Londres: SCM Press, 1967), t. 2, p. 321.

[17] Don F. Neufeld, ibíd., p. 433.

[18] Artículo publicado originalmente en inglés en Compass Magazine.