El hecho perturbador es que un segundo matrimonio tiene menos probabilidades de éxito que el primero. ¿Por qué abandonar lo que ya se posee por algo que tiene grandes posibilidades de derrumbarse? Si usted está viviendo una vida doble (o considerándola), es inevitable que tarde o temprano afrontará una crisis.
Tras la muerte de su padre, Juan tropezó con un viejo portafolios. Era uno que su progenitor había usado con mucha frecuencia. Había pocas cosas en él, pero algunas eran perturbadoras: unos bosquejos de sermones escritos a mano, un ejemplar de El camino a Cristo, y tres cartas de una mujer con la cual había tenido relaciones amorosas. Un contenido que nos parece tan extraño desafortunadamente no representa una realidad poco común. Es el deseo de tenerlo todo —el púlpito y la vida privada; la investidura pastoral y los encuentros clandestinos.
Hace poco un maestro de teología de una gran universidad cristiana fue llamado a comparecer ante la administración, para confirmar o negar rumores de que tenía relaciones con una joven de la comunidad. Eventualmente se vio obligado a aceptar la acusación. ¿Qué pensaba hacer si no hubiera sido descubierto? Continuar enseñando, continuar asistiendo a la iglesia con su esposa cada semana, continuar aconsejando a los estudiantes acerca de los méritos que tiene el servir a la iglesia, continuar con sus relaciones con la joven. No tenía pensado ninguna otra cosa fuera de eso…
Este artículo es para aquellos que podrían encontrarse en una situación similar. Es posible que sea piadoso, pero resulta un poquito temerario pensar que “buenos ministros cristianos” como los que leen la revista El ministerio, ni siquiera soñarían con vivir una vida doble de esta naturaleza. ¿Será que hay quienes tengan interés o necesidad de leer este tema? Si a usted le ofende sólo pensar en ello, vuelva la página y lea mejor otro artículo. Pero, si usted se ve tentado a cerrar la revista, pretendiendo que tal problema no existe en su vida, cuando usted sabe que sí, o por lo menos que es posible, entonces continúe leyendo.
Si usted está viviendo una vida doble (o considerándola), es inevitable que tarde o temprano afrontará una crisis. No podrá permanecer para siempre entre dos aguas, viviendo en conflicto consigo mismo. Hay una serie de pérdidas que usted experimentará tarde o temprano al vivir una vida tal. Ellas son:
1. La pérdida de su estima propia.
Probablemente su estima propia ya ha sufrido, no importa el empeño que ponga en racionalizar una relación extramarital, porque simplemente va contra todo lo que usted ha creído, predicado y enseñado.
Una estima propia dañada es muy difícil de reparar. Mientras más se deteriora su sentido de valía personal, más difícil resulta volver a organizar y proyectar su vida.
2. La pérdida de su empleo
Algún día ocurrirá. Al igual que el profesor de teología, puede ser que usted despierte una mañana y sepa que todo se ha descubierto. O tal vez decida confesar, como aquel pastor de dos pequeñas iglesias que vivía en la costa occidental. En cualquier caso, no es agradable hallarse de repente consultando los avisos de ocasión del periódico, en busca de trabajo, cuando todo lo que usted ha hecho en su vida, según la definición pública de un pastor, fue predicar sermones y dirigir reuniones de oración.
3. Pérdida de respeto en la comunidad.
Los chismes viajan rápido. Una vez que el rumor se ha iniciado, gente que ni siquiera conoce sabrá su secreto. Usted sentirá una incómoda sensación cuando comprenda que no podrá entrar en una iglesia, caminar por el césped en las reuniones campestres, e incluso conducir su automóvil hacia la entrada de su casa, sin sentir que los ojos de otros se posan sobre usted, clasificándolo entre los proscritos e hipócritas.
4. La pérdida de sus hijos.
La grieta que se producirá entre usted y sus hijos no se cerrará jamás completamente. Por mucho que usted desee que algún día maduren y comprendan, perdurará un dolor en sus corazones dondequiera oigan pronunciar la palabra “padre”. Consecuentemente, usted sufrirá por las relaciones que no permitió madurar o que fueron destruidas en plena floración. Las vacaciones serán tensas, las visitas, limitadas. Su papel de padre se reducirá de una lista de días que pasará de rodillas a una débil relación de larga distancia, mantenida a través de llamadas telefónicas y alguna brevísima visita ocasional.
5. La pérdida de seguridad económica.
Las pérdidas económicas pueden no parecer tan amenazadoras al principio, pero es una realidad muy definida para aquellos que pesan por la agonía del divorcio.
Un consejero que había viajado desde Canadá hasta Washington en un intento por ayudar a su hermana que tenía problemas maritales me dijo hace poco: “Estaban considerando seriamente el divorcio hasta que les aclaré lo que tal cosa les costaría. Eso les devolvió la cordura allí mismo”.
Por los gastos que representan los procedimientos legales, la pensión y manutención de los hijos, el divorcio no es una solución barata a los problemas maritales. El divorcio puede ser económicamente devastador.
6. La pérdida de su cónyuge.
Lo más probable es que su relación con su cónyuge en este momento sea mucho menos que perfecta. Pero cuando usted afronte la pérdida irreparable de alguien con quien ha pasado toda su vida, los recuerdos no lo dejarán en paz. El escritor Pat Conroy, al referirse a su propio divorció, dice: “Era algo que me mataba, ver a la madre de mis hijos y saber que ya no estaríamos juntos nunca más por el resto de nuestras vidas. Era aterrador decir adiós, rechazar una parte de mi propia historia”.[1]
Y tras las pérdidas —estima propia, empleo, respeto, hijos, estabilidad económica, su cónyuge—, ¿qué cree que ganará? ¿El amor de otra mujer? ¿La felicidad? ¿Está pensando vivir en alguna aldea remota entre las montañas, donde nadie le conozca, comiendo en opíparas ollas y disfrutando de una relación idílica en una rústica cabaña de troncos?
Por muy bella que su relación con otra mujer pueda parecerle ahora, sólo representa una fantasía que nada tiene que ver con la realidad. Dice Anne Morrow Lindbergh, en Gift From the Sea:
“La primera parte de toda relación es pura, ya sea con un amigo o con un amante, con un esposo o con un niño. Es pura, llana y sin perturbación alguna. Es como la visión del artista antes que la someta a la disciplina de la forma, o como la flor del amor antes que haya madurado con el firme, pero pesado fruto de las responsabilidades. Toda relación parece simple al principio…
“Pero entonces, imperceptible e inevitablemente, algo invade la perfecta unidad, la relación cambia, se vuelve complicada, abrumada por su contacto con el mundo…”[2]
El hecho perturbador es que un segundo matrimonio tiene menos probabilidades de éxito que el primero. ¿Por qué abandonar lo que ya posee por algo que tiene grandes posibilidades de derrumbarse?
Pablo se sintió cada vez más atraído por una mujer que conoció en la casa de su hermano durante las vacaciones. Pronto se desarrolló una relación, y comenzó a buscar excusas para dejar la casa por viajes de uno o dos días de duración. Un vecino que conocía a la mujer a quien Pablo frecuentaba, se lo dijo a su esposa Peggy.
Ella se sintió desolada, pero con el firme propósito de hacer algo para mantener vivo su matrimonio. Sin embargo. Pablo se negó a terminar su relación con la otra mujer. Peggy reunió a sus tres niños, viajó 4,800 kilómetros y se estableció en la costa oriental.
Un año después Pablo abordó el avión. Cuando llegó a su destino le suplicó a su esposa, con la que había pasado veinte años de su vida, que le diera una nueva oportunidad. Pero Peggy ya estaba muy bien establecida en un nuevo empleo y había alquilado una casa en un barrio decente donde sus hijos asistían a una buena escuela y recibían una excelente educación. Temió abandonar su nueva vida por un hombre que le prometía: “Si regresas conmigo, dejaré a la otra mujer mañana”. Pero ella sencillamente no podía arriesgarse a sufrir el dolor de ser rechazada nuevamente. La segunda vez no sería tan fácil para ella encontrar otro empleo y otro hogar. Esta vez fue Peggy quien se negó. Pablo voló de regreso hacia el oeste sintiendo el peso de su decisión equivocada como si fuera una cobija de lana empapada que estuviera a punto de asfixiarlo.
No es fácil pensar en las pérdidas y menos hacerles frente. Pero hay una pérdida mayor que debemos considerar. Es una que todo pastor puede repetir de memoria:
“¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
¿De veras vale la pena?
Sobre el autor: es un pseudónimo
Referencias:
[1] Pat Conroy, “Death of a Marriage”, Reader’s Digest, octubre de 1988, pág. 108.
[2] Anne Morrow Lindbergh, Gift From the Sea, Pantheon Books, Nueva York, 1975, págs. 64, 65.G