Cierto pastor, al servicio de la División Sudamericana, en una oportunidad me preguntó: “¿Cuál es el secreto para un gran crecimiento en bautismos?” Él se estaba refiriendo a que nuestro campo, a fines de noviembre pasado, había alcanzado y sobrepasado su blanco en un 50%, cuando en años anteriores las cosas hablan sido bien diferentes.

¡Secreto…!, pensé. Creo que no hay secreto. Lo que estamos haciendo sólo es seguir un programa aprobado por los organismos superiores, reconociéndolo en todo proyecto y adaptándolo a la realidad de nuestra región, pero sin cambiar sus claros objetivos y filosofías.

Hace nueve años atrás, cuando se organizó la Misión Amazonas Occidental (MAO), teníamos 8 iglesias organizadas y 46 grupos con un total de 3.900 miembros.

La mayoría de nuestros miembros eran personas que venían emigrando de otras regiones del país, principalmente del sur y centro oeste, con la esperanza de conseguir tierras y dinero en el nuevo “Eldorado brasileño”, como el gobierno federal llamaba por aquella época al territorio de Rondonia.

Se formó una iglesia diferente de las establecidas en la Unión Norte Brasileña (UNB). Grupos enteros aparecían de la noche a la mañana, y el liderazgo de las antiguas comunidades se incrementaba gracias al aporte de los recién llegados. Estos eran de temperamento intrépido y aguerrido, y estaban dispuestos a enfrentar cualquier dificultad con tal de alcanzar sus ideales.

En los cuatro primeros años crecimos por adición, y era bien grande el número de quienes se unían a la joven misión más por traslados que por bautismos. Esto dio un gran impulso al campo local. Se construyeron templos, escuelas y casas pastorales, y el gobierno comprometió su participación distribuyendo tierras a la iglesia. Se creó el primer internado y el patrimonio aumentó considerablemente. Luego se pasó a construir una nueva sede para la misión, compatible con las nacientes exigencias del desarrollo. Sin duda alguna, fueron tiempos muy buenos.

Pero no tardó mucho para que una filosofía perniciosa se gestara en medio de la hermandad: “La gente de este lugar no quiere saber nada de religión; su negocio es el dinero”.

Esta fue la causa por la que en 1982 el número de bautismos descendió en relación con el año anterior. En 1983 la cantidad de nuevos conversos se mantuvo estable en comparación con 1982, pero inferior a 1981. En proporción disminuimos mucho, pues el número de miembros continuaba creciendo por la emigración. Dejamos de alcanzar nuestros blancos. Estábamos en la retaguardia.

Necesitábamos hacer algo y comenzamos por los pastores. Necesitaban tener una fe diferente en sus congregaciones, ya que carecían de confianza en sí mismos como pastores y principalmente como evangelistas de éxito. Teníamos la certeza de que hecho esto, ellos mismos transmitirían los nuevos conceptos a sus iglesias. Pero el asunto era cómo hacerlo.

Como todo en la vida, el evangelismo no se aprende sólo como una teoría. Es preciso vivirlo, experimentarlo; y eso fue lo que hicimos. Partimos del punto de que “la obra evangélica. .. Ha de ocupar más y más el tiempo de los siervos de Dios” (El evangelismo, pág. 16). Visitamos a cada ministro. Ayudados por los dirigentes de la unión, oramos con ellos y les presentamos la teología de la obra pastoral partiendo de Hechos 6: 4. Los estimulamos a que trabajasen organizados, que planificaran juntos, e incluso a algunos los ayudamos a realizar los planes. En éstos no podía faltar una cosa: Dos series de conferencias realizadas por ellos mismos: una, en Semana Santa; y otra, en agosto, conforme al calendario. Todas con un mínimo de 30 días de predicaciones.

En esta tarea, la administración ejerció el papel fundamental de entregar los temas escritos y el material necesario a cada uno de ellos, sin discriminación, e invitara los departamentales a participar del programa para dar el ejemplo a los distritales.

Los resultados no se hicieron esperar mucho tiempo. Algunos pastores comenzaron a alcanzar sus blancos por primera vez. En el concilio que precedió a la primera experiencia, se le solicitó a cada obrero que diera un testimonio de sus actividades en el distrito y principalmente de sus esfuerzos evangelizadores. El concilio se hizo largo, pero valió la pena. Fue como electrizar a esos pastores. El programa de las actividades del campo pasó a ser un programa de experiencias compartidas.

A fines de 1984 sobrepasamos por primera vez el blanco de mil bautismos, y en 1985 alcanzamos nuevamente el blanco. Ahora, más confiados, algunos pastores se arriesgaron a proponer blancos distritales que sobrepasaban el objetivo de los cien bautismos.

En 1986 ocurrió un fenómeno. Los pastores dejaron de contar con sus miembros para el trabajo evangelizador y pasaron a dar sus blancos en proporción a lo que ellos sentían que podrían alcanzar en sus conferencias pastorales. Esto creó una gran preocupación, porque detrás de esto había una filosofía que se debía descartar.

Felizmente la primera barrera se había derrumbado. No existe pueblo o comunidad inaccesible al evangelio. Lo que falta son métodos adecuados para hacerlos partícipes del pensamiento positivo de que por la gracia de Dios todo es posible, aunque no siempre es fácil y cómodo.

Todavía necesitábamos convertir a la Iglesia a esta realidad. Las cosas estaban más fáciles ahora. Ya teníamos a los departamentales, y hasta los pastores se habían tornado en apologistas, pero necesitábamos de los líderes. Más de una vez la participación del departamento de los Ministerios de la Iglesia fue fundamental. Había llegado la hora de los cursos, los concilios de ancianos, diáconos y líderes de las iglesias. En algunas reuniones llegamos a estudiar el libro Servicio cristiano, capítulo por capítulo, en forma de preguntas. Se decidió estimular a los misioneros de las iglesias ofreciéndoles premios en materiales para evangelización, como proyectoras y colecciones de diapositivas para quienes bautizaban más.

Orientamos a los pastores, de antemano, a que se mantuvieran alertas hacia quienes continuasen diciendo que el programa no daría resultado, que era imposible, que sólo funciona en otros lugares, y cosas por el estilo. Ellos debían ignorarlos y, en caso de persistir la hostilidad, dejarlos fuera del liderazgo. Alabado sea Dios porque no fue precisa tal actitud. Más rápido de lo que pensábamos la iglesia reconoció su error, y por el poder de Dios pasó a tener una visión eminentemente evangelizadora.

A fines de agosto de 1987 alcanzamos el blanco de bautismos, y en noviembre ya estábamos con un 50% de más. Todos los pastores del campo, en término medio, fueron centuriones. Hoy existen misioneros voluntarios que ganan ellos solos más de veinte almas por año, y se consiguió un número considerable de miembros involucrados en la ganancia de almas, que hoy es de cinco por cada alma ganada.

Creo que esto se debe al esfuerzo concentrado de todos. En primer lugar a Dios, por su inspiración. A la UNB, que a cada momento supo estar atenta a las necesidades y suplirlas con orientación adecuada y participación en materiales, dinero y hombres. A los administradores, que tuvieron el coraje de arremeter contra un área inicialmente incómoda para los pastores, siempre preocupados con las elecciones del cuadrienio. A los departamentales, que unificaron sus programas llevando a la iglesia a una acción concentrada y, al mismo tiempo, más dinámica en todas las áreas. A los pastores, que no tuvieron miedo de trabajar y no se avergonzaron de corregir sus opiniones, porque siempre estuvieron dispuestos a aprender, a razonar más y a servir mejor. A los líderes y hermanos de iglesia, quienes descubrieron la verdadera riqueza de servir al Maestro.

No creemos que ya sabemos todo; preferimos decir que cada día estamos aprendiendo más.

Sobre el autor: Adamor Pimenta es secretarlo general y secretarlo ministerial de la UNB. Cuando escribió este artículo era presidente de la MAO.