La lógica de Cristo debe ayudarnos a ver la oportunidad de salvación

En estos últimos tiempos vengo observando cómo la Posmodernidad ha afectado la espiritualidad de la iglesia, estimulando cada vez más la “idolatría”. Percibo, también, que tanto los de afuera como los de adentro han sido, cada día más, afectados por el materialismo, por la tecnología, por la practicidad y por el confort; así como por los desdoblamientos de cada uno de estos elementos. De esa manera, las personas se han concentrado cada vez más en estas realidades y han gozado cada vez menos de los beneficios de la simplicidad, de aquello que es saludable, de lo colectivo y de lo espiritual.

El concepto de “menos puede ser más” está implícito en el relato bíblico. Por ejemplo, Juan el Bautista les pidió a sus seguidores que lo miraran cada vez menos a él y cada vez más a Jesús como ejemplo de vida (Juan 3:30). El apóstol Pablo nos recomendó que, para que corramos con más libertad y disciplina la carrera cristiana, debemos librarnos de todo peso y pecado que nos prende (Heb. 12:1). En este caso, cuanto menos apegados a algunas cosas, más fácilmente podremos correr la carrera de la fe.

A diferencia de la sociedad actual, Jesús, el Maestro de la simplicidad, no se dejó sobrecargar por las cosas, sino que se concentró en las personas. El modelo del “menos para más” practicado por Cristo es algo impactante y exponencial. A partir del contacto con sus discípulos y sus oyentes, notamos que él dedicó la mayor parte de su corto ministerio a la enseñanza y a la práctica de la comunión, de las relaciones interpersonales y del cumplimiento de la misión.

Cuando leemos el Evangelio de Mateo desde la óptica de la simplicidad del Salvador, percibimos que él evitaba quedar rehén de las preocupaciones cotidianas, a fin de estar siempre listo para servir, enseñar y cuidar a las personas. Su modo de actuación, esquematizado en la siguiente tabla que observa el tema en el Evangelio de Mateo (NVI), nos ayuda a comprender los niveles de su proceso discipulador:

Las prácticas y las enseñanzas de Jesús demuestran que él se concentraba en la ecuación del “menos para más” en tres áreas. También revelaban que su inversión en la formación de discípulos fue intensa e intencional.

No encontramos ninguna evidencia de que Jesús viviera estresado, sin energía o exhausto, ni que estuviera constantemente quejándose de la vida. Por el contrario, percibimos que el Maestro de lo simple tomaba las debidas providencias para simplificar su vida, evitando lo que podría sobrecargarlo o desviar su atención de lo que era realmente importante.

Menos agitación, más comunión

La Posmodernidad ha contribuido al aumento descontrolado del activismo. Sin embargo, los que son adeptos a una vida agitada, a las agendas sobrecargadas y viven cercados por un remolino de quehaceres necesitan reflexionar en la lección dejada por Cristo en Lucas 10:38 al 42. Marta, preocupada por los quehaceres materiales, fue censurada por el Maestro, quien también reprobó sus muchas tareas; mientras que el mínimo de María, en la escala del Cielo, fue elevado al máximo. En cuestiones espirituales, la ecuación que debemos buscar es simple: menos agitación y más comunión.

Corremos el mismo riesgo. Estamos cercados por tanta innovación, tanta información y tantos quehaceres que fácilmente podemos perder de vista el blanco mayor, concentrándonos en aquello que hacemos y no en aquel a quien servimos.

Generalmente, cuando valoramos más la agitación que la comunión, nos transformamos en personas inquietas, impacientes y agitadas, como parece ser el perfil de Marta. Sin embargo, el problema no resulta del hecho de que estemos comprometidos con muchas ocupaciones, sino de que invertimos la prioridad: más agitación en lugar de más comunión.

En este relato del Evangelio de Lucas, se hace evidente que para Jesús lo mejor consiste en menos agitación “todo el día” y más comunión durante “todas las horas del día”. Eso debe alterar radicalmente nuestras prácticas cotidianas y encuadrarnos en las expectativas del Cielo: menos “me gusta” sobre Jesús y más contacto con Jesús. Menos “compartir” sobre Jesús y más contemplación de Jesús. Menos contacto virtual con los amigos y más contacto personal con el amigo Jesús.

No esperemos llegar al límite para notar que un espíritu agitado, frenético, acelerado y descontrolado perjudica el crecimiento espiritual y causa desánimo en ministrar a otros. Tal vez sea necesario eliminar de manera urgente algunas actividades de la vida posmoderna para retomar la esencia de la vida espiritual con el Señor.

La actitud del extraordinario Maestro de la simplicidad muestra que Marta “necesitaba menos ansiedad por las cosas pasajeras y más por esas cosas que perduran para siempre”.[1] Esta cita refuerza la idea de que “la comunión con Dios impartirá a los esfuerzos del ministro un poder mayor que la influencia de su predicación. No debe privarse de ese poder”.[2]

Por lo tanto, reflexiona: ¿qué es aquello que, siendo menos en tu vida, puede ser más para Dios?

Menos virtual, más real

Una nueva enfermedad llamada nomofobia ha hecho que las personas queden cada vez más aisladas unas de las otras. La dependencia de las relaciones por medio de contactos virtuales ha llevado a las nuevas generaciones a buscar saber cada vez más sobre las personas y a tener cada vez menos el deseo de estar con ellas.

El relato de Lucas respecto de la visita de Jesús a la casa de Marta, María y Lázaro (Luc. 10:38-42) nos muestra que las relaciones interpersonales son indispensables para alcanzar un fin. De acuerdo con el texto bíblico, Marta no le dio mucho crédito a esa idea. Sin embargo, lo que queda claro es que Cristo siempre fue intencional en sus contactos, intentando hacer que nada llegara a complicar su blanco más importante: alcanzar a las personas.

Elena de White declara que a él le gustaba frecuentar ese hogar cuando necesitaba escapar de los contactos fríos, sospechosos y llenos de envidia de los fariseos. “Allí encontraba una sincera bienvenida, y amistad pura y santa. Allí podía hablar con sencillez y perfecta libertad, sabiendo que sus palabras serían comprendidas y atesoradas”.[3]

En un ambiente virtual y distante, ese tratamiento se hace prácticamente imposible.

A veces actuamos de una manera parecida a la de Marta: perdemos la oportunidad de relacionarnos, de aprender y de enseñar por medio de esas relaciones. Nos quedamos aislados, solamente contentándonos con la sensación de estar cerca de las personas. Distantes de los contactos interpersonales, corremos el riesgo de dejar de valorar a las personas.

Marta desperdició una gran oportunidad de conocer un poco más con respecto al Salvador. Lamentablemente, ella prefirió una relación distante, fría, superficial y dividida.

De acuerdo con Diogo Schelp, el Brasil lidera el ranking de los países donde más crecen las relaciones virtuales, con un alcance mensual superior a los 29 millones de personas. Según el autor, eso es favorecido por el hecho de que es más fácil administrar una enorme red de contactos virtuales, aunque sea de una manera evidentemente superficial, porque todos ellos están al alcance de apenas un clic.[4]

Los contactos virtuales no deben ser un fin en sí mismos, sino que nos deben llevar a una aproximación más estrecha, madura y personal, que genere suficiente conocimiento para ministrar las necesidades más profundas de nuestro prójimo. Nadie está inmune al “síndrome de Marta”, prefiriendo, muchas veces, quedar aislado en cualquier ambiente, “preocupado con muchas cosas”, en lugar de relacionarse e interactuar personalmente en la “sala principal”.

Por lo tanto, reflexiona: ¿Estaremos necesitando una cantidad menor de información sobre las personas para estar un poco más con ellas?

Menos omisión, más misión

La misión y la omisión se definen cuando decidimos amar, o no, a las personas indistintamente. Se trata, por lo tanto, de una decisión personal, intransferible y, al mismo tiempo, de la más sublime de todas las decisiones que debemos tomar como seguidores de Cristo. Ella se reviste de especial valor por el hecho de que es una actitud generada, practicada, recomendada y esperada por el Maestro de la simplicidad.

El Evangelio de Juan registra la historia de una mujer pecadora, despreciada y necesitada que providencialmente se encontró con Jesús al lado de un pozo (Juan 4:1-42). Desde el punto de vista humano, sería más fácil y natural omitirse antes que darle atención a alguien cuya reputación era profundamente cuestionable.

Jesús, a pesar de todo ese contexto desfavorable, contrariando los conceptos y la cultura de la época, no se eximió de amarla incondicionalmente. “El Salvador estaba tratando de hallar la llave a su corazón, y con el tacto nacido del amor divino él no ofreció un favor, sino que lo pidió”.[5] Ese encuentro inusitado no estaba en la agenda de aquella mujer; sin embargo, para Cristo no fue sorpresa, porque él estaba siempre atento y disponible para las oportunidades de salvación. Si queremos transformarnos en cristianos más semejantes a nuestro Modelo y menos parecidos a los omisos, “necesitamos estar disponibles para el Espíritu de Dios, para ver y valorar a los necesitados más de lo que valoramos nuestra agenda”.[6]

El Espíritu Santo nos guiará y nos llevará hasta donde existan corazones que lo estén necesitando. Decidir amar incondicionalmente a aquellos con quienes entramos en contacto u omitirnos fríamente es más que una cuestión de tomar una decisión formal: involucra la salvación o la perdición eterna de un ser humano.

Cuando Dios nos coloca en contacto con alguien, sea nuestro vecino, nuestro compañero de trabajo o de estudios, o una persona desconocida en el transporte público, o nos lleva a una dirección “aparentemente” equivocada, él no espera una disculpa ni una impresión de que fue, apenas, una coincidencia. ¡No! Él espera que aceptemos su providencia y que no nos omitamos de cumplir la misión, ministrando los corazones en los que él ya comenzó a trabajar.

Por todo lo dicho, reflexiona: ¿Por qué yo debo omitirme menos y dedicarme más?

Conclusión

En la vida espiritual, de relación y misionera, menos puede ser más cuando seguimos los pasos e imitamos el ejemplo del extraordinario Maestro de lo simple, Jesús. Tal vez en algunos momentos no percibamos que estamos andando por un camino que puede fácilmente distraernos y desviarnos de nuestro principal objetivo. Generalmente, distracciones como tiempo excesivo en el celular, horas delante de la televisión o en las redes sociales, largos períodos navegando en la computadora, jugando, en actividades de ocio o que apenas nos traen placer momentáneo producen atraso en el cumplimiento de la misión que el Señor nos confió.

Necesitamos ser conscientes de que lo que puede estar distrayéndonos hoy podrá destruirnos mañana. Como líderes del cuerpo de Cristo, necesitamos ayudar a multiplicar el número de personas a nuestro alrededor que piensan y actúan bajo la perspectiva de menos para más, haciendo real la propuesta y las enseñanzas de Jesús.

Sobre el autor: secretario ejecutivo para la Iglesia Adventista en Alagoas, Rep. Del Brasil


Referencias

[1] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 2008), p. 483.

[2] Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 2009), p. 299

[3] El Deseado de todas las gentes, p. 482.

[4] Diogo Schelp. “Nos Laços (fracos) da Internet”, en VEJA (julio 2009), pp. 94-102.

[5] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 156.

[6] John Burke, O Barro e a Obra-Prima (San Pablo: Vida, 2015), p. 76.