Es muy humano buscar apoyo en cualquier autoridad que está de acuerdo con nosotros. Pero cuando los dirigentes de la iglesia hicieron eso, Elena G. de White les mostró a la única autoridad verdadera. Todo lo que una persona cree y hace, está basado sobre cierta forma de ver la autoridad.

Existe casi una obsesión por la ortodoxia. En una reunión del colegio se propuso que no se enseñaría allí una nueva doctrina hasta que fuera adoptada por la Asociación General. Tras una dura batalla mi madre y yo derrotamos dicha resolución”.[1] Así se expresó W.C. White antes de la clausura del Congreso de la Asociación General de 1888, en Minneapolis. Su comentario refleja una división entre los dirigentes adventistas acerca del uso apropiado de la autoridad en la solución de problemas teológicos.

El Congreso de 1888 nos brinda una excelente oportunidad para analizar el uso de la autoridad en la toma de decisiones respecto a cuestiones teológicas, puesto que los asuntos eran considerados por ambas facciones como importantes y verificares. La importancia y la claridad de los puntos sobre Gálatas y Daniel que estaban en discusión nos dan una percepción clara del uso de la autoridad que puede ser de ayuda para los adventistas en la diversidad de asuntos que enfrentan en esta última parte del siglo XX.

Hay algunos temas relacionados con las reuniones de 1888 que están llenos de interrogantes. Esto mismo no es cierto con relación al modo como cada lado trató de apoyar la “verdad” de su posición. Los documentos existentes revelan que todas las facciones trataron de hacer prevalecer sus posiciones a través del uso de la autoridad administrativa, la opinión de los expertos, los libros autorizados, la tradición denominacional, los reglamentos, los escritos de Elena G. de White y la Biblia. No hay asunto más importante para los cristianos que la autoridad. Todo lo que una persona cree y hace está basado sobre cierta forma de ver la autoridad. Los dirigentes adventistas estuvieron divididos por causa de este problema en 1888, y todavía lo están hoy. Quizá la lección relacionada con la autoridad religiosa sea lo más importante que los adventistas puedan aprender de la experiencia de Minneapolis.

Apelación a la autoridad humana

Los adventistas tradicionalistas apelaron a por lo menos cuatro formas de autoridad humana en su intento por resolver los problemas teológicos que perturbaban a la denominación en 1888. Tanto Urías Smith como George I. Butler apelaron a la opinión de los expertos y a la autoridad establecida de los autores adventistas. Si bien la mayoría de los ministros puede haber estado de acuerdo con ellos, el tratar de apoyarse en esa autoridad fue recibida con un coro de protestas por los elementos reformadores del adventismo.

E. J. Waggoner fue el más lúcido de todos en la consideración del asunto. Al refutar a Butler por apelar a la opinión de los expertos para resolver el asunto del libro de Gálatas, Waggoner le hizo frente al viejo dirigente en su punto más vulnerable. “No me importa mucho”, dijo Waggoner, “lo que un hombre diga. Yo quiero saber lo que dice Dios. No enseñamos como doctrinas la palabra de los hombres, sino la Palabra de Dios. Estoy completamente convencido de que usted no citaría a Greenfield sino la Escritura si pudiera encontrar en ella un argumento que lo apoyara”.[2] Si los adventistas comenzáramos a confiar en la opinión de los expertos, afirmó, “deberíamos volvernos papistas de una buena vez, puesto que la misma esencia del papado consiste en someter la fe de la gente a las opiniones de los hombres. No importa si nos adherimos a la opinión de un solo hombre o a la opinión de cuarenta; o si tenemos un papa o cuarenta”. Tras demostrar que el uso que Butler hacía de autoridades como Philipp Schaff conduciría a extrañas conclusiones en caso de que fuera esgrimida para fijar la posición de los adventistas frente al sábado, Waggoner expresó claramente su esperanza de “que en estos días finales no deberíamos introducir en nuestro medio la costumbre de citar las opiniones de los doctores en divinidades para apoyar una teoría”. Los adventistas “deberían ser protestantes genuinos, probándolo todo con la Biblia solamente”.[3] A. T. Jones apoyó la posición de Waggoner, diciendo a Urías Smith que nunca resolvería el problema de la identidad de los diez cuernos aduciendo que “el obispo Chandler dijo así”.[4]

Los adventistas no sólo se sintieron tentados a usar a los autores cristianos reconocidos como autoridad, sino a sus propios autores notables como Urías Smith. Por ejemplo W. C. White señaló que algunos ministros adventistas daban “igual importancia a las citas de la Escritura como a los comentarios del pastor Smith’’.[5] Ello se debía mayormente a los elogios que Elena G. de White había expresado con relación a su libro “Daniel y Apocalipsis’’. Cuando el libro estaba siendo revisado para traducirlo en 1887, W. C. White recordó, “ellos citaron lo que ella había escrito apoyando la obra del pastor Smith, y (la) declaración de que él tenía la asistencia de los ángeles celestiales en su obra; y estas cosas se llevaron a tal extremo que el presidente de la Asociación de Publicaciones adoptó la posición de que “los pensamientos sobre Daniel y Apocalipsis eran inspirados y no debían cambiarse de ninguna manera. Esto, por supuesto, hizo que fuera imposible hacer un estudio imparcial y justo de los asuntos que estaban bajo consideración”.[6] En el mes de febrero de 1889 W. C. White esperaba que la “doctrina de la infalibilidad” con relación al pastor Smith se disipara pronto.[7]

Estrechamente relacionada con la autoridad de la opinión de los entendidos estaba la de la posición autoritaria. El pastor Butler, que tenía una voluntad férrea, estaba particularmente inclinado a apelar a la posición tradicional. Su concepto acerca de los dirigentes que tenían una “visión más clara” y posiciones más importantes que los miembros comunes, lo inclinó al abuso de autoridad. Elena G. de White lo reprendió en 1888 porque favorecía a aquellos que concordaban con él, pero miraba suspicazmente a aquellos que “no se sienten obligados a recibir sus impresiones e ideas de los seres humanos, actuando únicamente como ellos actúan, hablando como ellos hablan, pensando como ellos piensan y, de hecho, convirtiéndose a sí mismos en poco menos que una máquina”.[8] Muy poco después de las reuniones de 1888 ella escribiría que Butler “piensa que su posición le da tal Poder que su voz es infalible”.[9]

La forma en que el pastor Butler veía las cosas, alentando a los adventistas a “buscar a un hombre que pensara por ellos, que fuera conciencia para ellos” había creado muchos débiles mentales que eran incapaces de “permanecer en su puesto del deber” fielmente.[10] Elena G. de White dijo que nunca se había sentido tan alarmada como se sintió en la sesión de la Asociación General donde los ministros sentían que no podían ni siquiera estudiar la cuestión de Gálatas en la Biblia “porque un hombre no está aquí”.[11] Al colocar a Butler en el lugar que sólo pertenece a Dios, habían arruinado tanto su experiencia cristiana como la suya propia.[12]

Elena G. de White, al denigrar tanto la autoridad administrativa como la de los expertos en cuestiones doctrinales, señaló en diciembre de 1888 que “no deberíamos considerar que el pastor Butler o el pastor Smith son los guardianes de la doctrina para los adventistas del séptimo día, y que nadie se puede atrever a expresar una idea que difiera de la suya. Mi clamor ha sido: Investigad las Escrituras por vosotros mismos… Ningún hombre debe ser autoridad para nosotros”.[13]

Un tercer uso equivocado de la autoridad en Minneapolis se vio en aquellos que querían apoyarse en la tradición adventista para fijar una posición. Tanto Smith como Butler afirmaban repetidamente que en vista de que las posiciones adventistas tanto sobre Gálatas como sobre Daniel se habían sostenido durante 40 años, no debían cambiarse. Smith fue tan lejos que llegó a afirmar que si la tradición estaba errada, se vería forzado a renunciar al adventismo.[14]

Por supuesto, E. J. Waggoner y A T. Jones rechazaron la apelación a la tradición. J. H. Waggoner apoyó a su hijo “He creído durante mucho tiempo”, escribió, “que es un grave error lo que se está suscitando en nuestro medio, que un individuo, o incluso una casa publicadora, impongan sus puntos de vista y mantengan maniatada a la denominación, en todo cuanto publican… Las exposiciones de las Escrituras no pueden descansar en la autoridad de la tradición “Sólo pueden resolverse mediante una investigación tranquila y un razonamiento justo, y luego todos deben tener el mismo derecho de expresar sus opiniones”.[15]

Elena G. de White, como de costumbre, se encontraba del lado de los reformadores. “Como pueblo estamos en gran peligro”, dijo, “si no nos mantenemos constantemente en guardia, al considerar nuestras ideas, porque las hemos acariciado durante mucho tiempo, como si fueran doctrinas bíblicas e infalibles desde todo punto de vista, y midiendo a todos los demás por la regla de nuestra interpretación de la verdad bíblica. Este es nuestro peligro, y sería el más grande mal que jamás podría acontecemos como pueblo”. [16]

Una apelación final a la autoridad humana hecha por el grupo Butler-Smith se vio en su esfuezo porque se votara algo parecido a “una declaración de fe” que establecería en forma concreta la teología adventista para la presesión de 1888. Butler había esperado que su comisión teológica compuesta de nueve hombres pusiera el fundamento para establecer por voto la verdad sobre la ley en Gálatas y los 10 reinos de Daniel 7 en la sesión de la Asociación General. Pero sus esperanzas se desvanecieron cuando la comisión se dividió cinco a cuatro. Pero dado que era un político muy astuto, no llevó el asunto a la sala durante la sesión misma, porque, de hacerlo, habría una “tremenda batalla pública sobre el asunto”.[17] Resolvió la cuestión mediante una decisión de compromiso merced a la cual obtuvo la aprobación de una resolución que prohibía que “los puntos de vista doctrinales que no fueran sostenidos por una clara mayoría de nuestro pueblo” no deberían enseñarse en las escuelas adventistas o publicarse en las revistas denominacionales hasta que hayan sido ‘‘examinados y aprobados por los hermanos de mayor experiencia”. [18] Puesto que Butler y Smith eran los “principales hermanos de experiencia”, la resolución les dio virtual poder de veto, pero no lograron que se votara la decisión formal que tanto deseaban.

La lucha por obtener una “declaración de fe” continuó hasta fines de 1888. En el mes de mayo de 1887 León Smith (que casi siempre siguió las indicaciones de su padre) escribió un editorial sobre “el valor de un credo” en la “Review”. Para León, un credo, como un sumario de creencias, era una de las cosas que se enseñaban más claramente en la Biblia. “Tomemos el ‘credo’ que la Palabra inspirada nos da —concluye— y que está completamente arraigada en sus enseñanzas, y sostengámoslo a pesar de la declamación adversa de aquellos que aspiran a ser maestros de un nuevo Evangelio”.[19] La última frase de León estaba dirigida claramente a Waggoner y Jones. Su credo, como el de su padre y el de Butler, contendría, sin duda, declaraciones sobre la ley en Gálatas y los 10 cuernos de Daniel 7, puesto que, según creían, éstas eran enseñanzas centrales de la Biblia. Uno de los problemas que tienen los credos es que tienden a establecer firmemente asuntos marginales de interés del momento, junto a las enseñanzas centrales de la Biblia como artículos de fe. Y tales artículos de fe, una vez establecidos como credo, se vuelven muy difíciles de suprimir en el futuro, pues se interpreta todo cambio como si se estuviera destruyendo la fe de los padres. Tal clase de perpetuidad era exactamente la que los tradicionalistas esperaban lograr en Minneapolis.

Las reuniones de Minneapolis vieron varios intentos de lograr que se tomaran resoluciones con carácter de credo en relación con los diez cuernos y la ley en Gálatas. Por ejemplo, el 17 de octubre, G. B. Starr propuso un voto sobre los diez cuernos. “Me gustaría”, dijo, “poner un conciliador permanente sobre esta cuestión de modo que no volviera a ser objeto de discusiones otra vez”. La audiencia respondió con gritos de ‘amén’, ‘amén’.[20] Sin embargo, tales intentos fueron resistidos con éxito por Waggoner y los White. El último día de reuniones la señora White escribió que ella y “Willie…tuvimos que velar en todos los puntos a fin de que no se tomaran votos, o se pasaran resoluciones, que ¡rían en detrimento de la obra en el futuro”.[21] W. C. White había dicho desde el principio a los delegados que él podría sentirse compelido “a predicar lo que creía, independientemente de la forma en que la sesión decidiera la cuestión” concerniente a los diez cuernos si se llevara a votación.[22] Tanto la señora White como Waggoner pidieron que se estudiara más detenidamente a la luz de las Escrituras antes de que se llegara a cualquier decisión. Ella escribió en 1892, “la iglesia podría pasar resolución tras resolución con tal de eliminar cualquier diferencia de opinión, pero no podemos forzar la mente y la voluntad y así eliminar el desacuerdo. Es posible que estas resoluciones concilien las discordias, pero no pueden apagarlas y establecer el perfecto acuerdo”. Sugirió que era necesaria “una paciencia semejante a la de Cristo” para ciertas variaciones de creencia. Por otra parte, “las grandes verdades de la Palabra de Dios están tan claramente definidas que nadie necesita cometer un error para comprenderlas”. Pero ella se mantuvo firme contra aquellos que magnificaban “meros detalles hasta convertirlos en montañas., y poner barreras entre los hermanos”[23]

Desafortunadamente, la base del problema con los tradicionalistas de 1888 (y con una gran parte de la historia de la iglesia) estaba en que confundían los detalles y las montañas, creyendo que aquéllos eran las montañas más importantes en la geografía del reino espiritual. Pero como no tenían una clara posición bíblica para apoyar muchas de esas “montañas”, se vieron forzados a buscar una legislación tipo “declaración de creencias” u otra forma de autoridad humana para apoyar sus puntos de vista.

Apelación a la autoridad de Elena G. de White

Sin embargo, todos concordaban que “un testimonio” de Elena G. de White sobre los puntos en discusión sería mejor que cualquier autoridad humana y que zanjaría claramente la cuestión. Después de todo, ¿no provenían de parte de Dios sus testimonios? Butler estaba particularmente ansioso ante la posibilidad de obtener una respuesta directa de Dios vía Elena G. de White. Entre junio de 1886 y octubre de 1888 escribió una serie de cartas tratando de incitarla, e incluso presionarla, para que diera la interpretación autorizada que se necesitaba para resolver el conflicto sobre el libro de Gálatas. Si hubiera tenido más éxito podría haber escrito un libro titulado Cómo presionar a una Profetisa.

Butler, usando buena psicología, comenzó a sonsacar una respuesta a la señora White en forma muy disimulada. El 20 de junio de 1886 le escribió quejándose por las enseñanzas de Jones y Waggoner en el Colegio de Healdsburg y por lo que habían escrito en la revista Signs declarando que la ley en Gálatas era la ley moral —un punto, dijo, que no armonizaba con las enseñanzas tradicionales de los adventistas. Entonces Butler siguió presentando su petición, presionándola gentilmente a fin de que diera la respuesta apropiada: “Escuché confidencialmente hace años que usted tenía luz concerniente a la ley suplementaria, que se relacionaba más bien con el sistema de sacrificios y no con la ley moral. Yo pienso que esta cuestión debe decidirse ya. Podría ser una píldora muy amarga para muchos de nuestros principales hermanos que se les obligara a ver la idea enseñada desde antiguo, de que la ley que fue añadida… era la ley moral “.[24]

El 23 de agosto el presidente de la Asociación General se abrió un poquito más en relación al asunto. Al notar que la cuestión estaba creando controversia, Butler fue más específico acerca de la confrontación de Stephen Pierce y J. H. Waggoner en la década de 1850, cuando los dirigentes adventistas adoptaron la interpretación de que se refería a la ley ceremonial. Entonces sugirió que él podría escribir un tratado sobre el tema, puesto que “la posición correcta no se había dado a la luz en la imprenta”. Finalmente insinuó que él sabía muy poco de su opinión, por lo cual confería a la señora White la oportunidad de poner su sello sobre la posición “correcta” que acababa de bosquejar para ella. Que Butler esperaba una respuesta se deduce de estas pocas frases que añadió: “Por supuesto, sería un golpe muy duro para mí después de estudiar este asunto durante largo tiempo y pareciéndome tan claro, si se le mostrara a usted que la posición que sostengo es errónea. Pero yo me siento seguro de que lo aceptaría y por lo menos me quedaría tranquilo si no pudiera entenderlo perfectamente. Esta es la única posición correcta cuando uno reconoce el don del Espíritu”.[25] El presidente Butler podía darse el lujo de ser humilde ya que no tenía la menor duda de que Elena G. de White aprobaría su posición. Pero una vez más ella declinó acceder a sus gentiles invitaciones a que decidiera la cuestión. Su respuesta fue el silencio sobre el asunto.

En diciembre de 1886 Butler ya estaba bastante impaciente con la silenciosa profetisa. Su plan de decidir la cuestión en el Congreso de la Asociación General mediante una declaración de fe, había fracasado, y comenzaba a desesperarse por la falta de cooperación con sus tiernas súplicas por parte de Elena G. de White. “Hemos deseado y esperado durante muchos años escuchar de usted algo sobre el tema (de Gálatas)”, dijo abruptamente con desconsideración, “sabiendo que la agitación que ha suscitado este tema terminaría sólo en debate”. Doce días más tarde le dijo francamente que “nada menos que un testimonio del cielo” cambiaría su manera de pensar en los asuntos íntimamente relacionados con el problema de Gálatas”.[26]

En marzo de 1887 Butler tenía un espíritu un poco más tranquilo. Había recibido en febrero la censura de la señora White dirigida a Waggoner y Jones por hacer públicos sus puntos de vista controvertidos. Butler interpretó algunas de sus declaraciones como una señal de que ella estaba de su parte en la controversia sobre Gálatas. Estaba seguro de que ahora sí diría lo que era correcto. Por lo tanto, le recordó que le había escrito varias veces al respecto, “pero no había tenido respuesta”. Mientras argüía que no la estaba presionando para que formulara una declaración, sugirió ominosamente que se sentía “seguro de que después de toda la agitación producida en torno a este asunto, habría problemas hasta que se supiera su opinión. Usted verá si tengo razón o no. Si nuestro pueblo hubiera sabido que usted tenía luz respecto a que no era la ley moral la que había sido añadida, el asunto se habría resuelto pronto. Eso es precisamente lo que nuestro pueblo está esperando saber con creciente ansiedad”.[27]

Puesto que se sentía seguro de que la señora White apoyaría públicamente su posición, quedó herido y perplejo cuando ella le escribió en el mes de abril diciéndole que su carta de reprensión dirigida a Waggoner y Jones no significaba que ella creyera que la posición de Butler estuviera correcta.[28] Después de esa “traición” Butler no gastaría más tinta pidiéndole su opinión sobre el tema.

En el mes de octubre de 1888 el presidente de la Asociación General había superado el tiempo de súplica pidiendo su apoyo. Ahora la atacó y la condenó por su silencio a pesar de sus repetidas súplicas de respuesta en cuanto a la cuestión de Gálatas. Incluso la culpó por la pérdida de su salud. Además, la amenazó abiertamente. Si ella no daba la interpretación correcta, dijo Butler, no sólo “abrirá una amplia puerta para otras innovaciones que se introducirán y derribarán nuestras antiguas posiciones de fe”, sino que “tenderá a romper la confianza de nuestro pueblo en los testimonios mismos. Y todo este asunto, creo yo, hará más para derribar la confianza en su obra que cualquiera otra cosa que haya ocurrido desde que esta causa existe, si se sostiene este movimiento de la costa del Pacífico sobre Gálatas… si nuestro pueblo llega a pensar que el otro lado es apoyado, quebrantará la fe en los testimonios de muchos de nuestros principales obreros. No vislumbro otro resultado posible”.[29] No hay duda de que Butler se incluía a sí mismo entre aquellos cuya fe se derrumbaría.

La secuencia de las cartas de Butler es interesante, dada la forma en que muchos creyentes consideraban el consejo de Elena de White. Muchos han expresado su deseo, ya en forma silenciosa o de viva voz, que ella estuviera aquí en nuestros días para preguntarle el significado “real” de algunos pasajes de la Escritura. En la secuencia de Butler encontramos su respuesta a esa idea —silencio, frustrante silencio. Se negó a actuar en las manos de los tradicionalistas que prácticamente le exigieron que decidiera la cuestión del libro de Gálatas dando una respuesta autorizada, ya fuera apelando a un testimonio que había escrito en 1850 a J. H. Waggoner pero que se había perdido después, o haciendo una declaración autorizada. En otras palabras, querían que hiciera el papel de una mujer policía teológica o árbitro exegético. Pero ella se negó a hacerlo. Como consecuencia, muchos le retiraron su confianza.

Elena G. de White no sólo rehusó decidir los asuntos bíblicos apelando a los testimonios, pero fue más allá como para dejar que los delegados en las reuniones del 24 de octubre en Minneapolis sacaran la conclusión de que había sido providencial que ella perdiera el testimonio escrito a J. H. Waggoner en el cual significativamente había decidido la cuestión de una vez y para siempre en 1850. “Dios tiene un propósito con esto. Quiere que vayamos a la Biblia y obtengamos la evidencia de la Escritura”.[30] En otras palabras, estaba más interesada en saber lo que la Biblia decía sobre el tema que en sus escritos al respecto. Los testimonios no habían de tomar el lugar de las Escrituras. Ella enfatizaría ese punto una vez más a principios de 1889 en la publicación del Testimonio 33, que tiene una sección completa sobre ese asunto. Aclaró que sus escritos eran para traer al pueblo de “vuelta a la Palabra” y para ayudarles a comprender los principios bíblicos,[31] pero nunca los estimó como un comentario divino sobre las Sagradas Escrituras.

Frente a la negativa de Elena G. de White a “producir” un testimonio sobre Gálatas, los tradicionalistas de Minneapolis deben de haber sentido una oleada de gratitud puesto que tenían sus escritos publicados sobre el tema, especialmente porque parecía que ella identificaba la ley en Gálatas en su Sketches From the Life of Paul (Reseñas de la vida de Pablo) (1883). El 24 de octubre J. H. Morrison utilizó estos escritos en su intento de demostrar la validez de la interpretación de la ley ceremonial. Leyó en la página 193 a los delegados: “El (Pablo) describe la visita que hizo a Jerusalén para asegurar la solución de las grandes cuestiones que agitaban a las iglesias de Galacia, en cuanto a que si los gentiles debían someterse a la circuncisión y guardar la ley ceremonial o no”. Luego Morrison leyó lo que dice de la naturaleza del problema de los gálatas en la página 188: “Habiendo ganado este punto (los maestros judaizantes) los indujeron (a los cristianos de Galacia) a volver a la observancia de la ley ceremonial como si fuera esencial para la salvación. La fe en Cristo y la observancia de los diez mandamientos se consideraban como de menor importancia”. Esta última declaración parecía favorecer dos puntos de inmediato —aparentemente confirmaba la interpretación de la ley ceremonial, mientras que explícitamente desautorizaba la posición de Waggoner de un sólo plumazo. Luego Morrison leyó de la página 68, donde ella habló del yugo de servidumbre que se menciona tanto en Hechos 15:10 como en Gálatas 5:1: “Este yugo no era la ley de los diez mandamientos, como afirmaban aquellos que se oponían a la obligatoriedad de la ley, sino que Pedro se refirió a la ley de las ceremonias, que había sido abrogada por la crucifixión de Cristo”.[32] Habiendo presentado esta evidencia, Morrison y los demás tradicionalistas han de haber sentido que habían ganado la discusión. Después de todo, tenían una cita de Elena G. de White, y creían que su comentario era la última autoridad sobre la verdad bíblica.

Sin embargo, no fue esa la posición que ella adoptó en Minneapolis. Esa misma mañana (antes de la presentación de Morrison), tratando el problema de Gálatas, ella había dicho: “No puedo ponerme de ningún lado hasta que haya estudiado el asunto”.[33] Fue en este contexto que ella hizo notar que había sido providencial que no hubiera podido encontrar su testimonio a Waggoner sobre el tema. Podría haber sido usado equivocadamente para desviar a la gente del estudio de la Palabra de Dios. Elena G. de White había tenido luz para los delegados de la Asociación General sobre el tema de Gálatas, pero esa luz, como lo dijo repetidas veces, era que ellos necesitaban estudiar la Biblia y no confiar en ninguna otra forma de autoridad mientras estudiaban el significado de la Escritura. Y estamparía ese mensaje en su último sermón que pronunció en Minneapolis —”Un llamado a un estudio más profundo de la Palabra”.[34]

Al parecer, no estaba impresionada con el uso que Morrison había hecho de Sketches para probar su posición. No tenemos ninguna indicación de que considerara terminado el asunto por ese método, ni tampoco citó sus propios escritos en Minneapolis para decidir ninguno de los asuntos teológicos, históricos o bíblicos que se presentaron. Sus escritos tenían sus propios propósitos, pero, al parecer, el constituir un comentario infalible de la Biblia no era uno de ellos.

La señora White tomaría la misma posición veinte años más tarde en la controversia sobre el “continuo” de Daniel 8. En ella los tradicionalistas (capitaneados por S. N. Haskell) sostenían que la nueva interpretación “minaría los fundamentos de la verdad presente” porque la posición anterior se había basado en una declaración de ella en Primeros escritos. Así que la nueva interpretación del “continuo” era “contraria a los antiguos puntos de (la) fe”.[35] Haskell fue explícito en su punto de vista en cuanto a la relación de los escritos de la señora White con la Biblia: “Deberíamos entender tales expresiones a la luz del Espíritu de Profecía… con este propósito se nos dio este don… Todos los puntos deben resolverse”[36] de esa manera. La señora White despachó rápidamente el argumento de Haskell. “No tengo instrucciones sobre los puntos en discusión”, escribió. No veía motivo para la controversia puesto que “no es un tema de vital importancia… que cesen todas las contenciones”.[37] Ella no apoyó a nadie, al margen de cuán sincero pareciera ser, que intentara usar sus escritos para crear nuevos hitos o interpretaciones rígidas de las Escrituras, como lo hizo en Minneapolis.[38]

La autoridad de la Biblia

Waggoner, Jones y los White estuvieron de acuerdo en el uso de la autoridad en la solución de problemas teológicos. Los cuatro coincidían en que la Biblia es la única fuente que determina las Creencias Cristianas. En consecuencia, estuvieron unidos contra el intento de la vieja guardia de utilizar otras formas de autoridad para resolver asuntos bíblicos.

Elena G. de White fue particularmente insistente en la necesidad del estudio de la Biblia para la solución de disputas teológicas. Por ejemplo, en el mes de abril de 1887 escribió a Butler y a Smith lo siguiente: “Queremos evidencia bíblica para cada paso que demos. No queremos apoyar ningún punto en la forma en que lo ha hecho el pastor Canright”.[39] En julio de 1888 expuso su posición con la mayor claridad cuando publicó en la Review que “la Biblia es la única regla de fe y doctrina”.[40]

Pero su declaración más importante con respecto a la autoridad en cuestiones teológicas que agitaban a los dirigentes denominacionales mientras se dirigían a Minneapolis la escribió el 5 de agosto de 1888. Ese día escribió una carta a “los hermanos que se reunirán en la Asociación General”. Esa circular ha recibido poca atención en el pasado, pero debería verse como uno de los documentos más importantes relacionados con la sesión de la Asociación General en Minneapolis. La misiva enfatiza específicamente la crisis que se estaba desarrollando relacionada con el espíritu de Minneapolis y la solución de ese problema mediante la asimilación del Espíritu de Jesús. Pero lo más importante es un fuerte llamado individual a estudiar la Biblia y desechar la idea de que basta mantener las sendas antiguas. “No debemos establecer nuestras estacas”, escribió refiriéndose a la posición Smith- Butler y luego interpretarlo todo de tal modo que se coincida con la posición establecida. Fue aquí donde los grandes reformadores (del pasado) fallaron, y ésta es la razón por la cual los hombres que hoy deberían ser poderosos campeones de Dios y la verdad, están luchando contra ella”. Urgió a los adventistas a no cometer el mismo error, e invitó al estudio abierto de los temas controvertidos en Minneapolis.[41] Butler no podía escapar a las implicaciones de esa carta pública. Se le torció el brazo, por así decirlo, de manera que a fines de ese mes anunció en la Review qué los temas acerca de los cuales “pudieran existir algunas diferencias” serían estudiados en el Congreso de la Asociación General que se avecinaba”.[42]

“Escudriñad cuidadosamente las Escrituras para ver qué es la verdad”, escribió la señora White en su carta del 5 de agosto. “La verdad no puede perder nada en la más minuciosa investigación. Que la Palabra de Dios hable por sí misma, que sea su propio intérprete, y la verdad brillará como gemas preciosas en medio de la basura”. Reprendió al ministerio adventista por aceptar tan fácilmente las opiniones de otros. “Existe una increíble pereza acariciada por una gran cantidad de nuestros ministros que al parecer están ansiosos de que otros investiguen las Escrituras por ellos y entonces toman la verdad de sus labios como si fuera un hecho positivo, pero no conocen la verdad bíblica por medio de su búsqueda individual y por las profundas convicciones del Espíritu de Dios sobre sus corazones y mentes.

“Nuestro pueblo”, continúa, “debe comprender la verdad bíblica de manera más completa, porque serán llamados ante los concilios, serán criticados por mentes muy agudas y analíticas. Una cosa es dar asentimiento a la verdad, y otra muy diferente conocer qué es la verdad por medio de una intensa investigación como estudiantes de la Biblia… Muchos, muchos se perderán porque no habrán estudiado sus Biblias sobre sus rodillas, con fervientes oraciones al Señor para que la Palabra pueda iluminar sus entendimientos.

“La Palabra de Dios es el gran detector del error; a ese detector, creemos que deben someterse todas las cosas. La Biblia debe ser nuestra norma para toda doctrina y práctica… No hemos de recibir la opinión de ninguna persona sin compararla con las Escrituras. En ella hay autoridad divina que es suprema en materia de fe. Es la Palabra del Dios viviente la que debe decidir toda controversia. Cuando los hombres mezclan su propia habilidad humana con las Palabras de verdad divina y atacan acerbamente a aquellos que se les oponen, muestran que no tienen una sagrada reverencia por la Palabra inspirada de Dios. Mezclan lo humano con lo divino, lo común con lo sagrado y rebajan la Palabra de Dios”.[43]

Elena G. de White dio un poderoso impulso a un tema que se levantaría en Minneapolis, y durante toda la década de 1890, con esta enérgica epístola. El día anterior al inicio de las reuniones ella mencionó que Butler y Smith estaban “muy molestos con la sola posibilidad de que se mencionara el asunto de la ley en Gálatas, pero”, dijo enfáticamente, “no veo la posibilidad de evitarlo. Deberíamos tomar la Biblia como nuestra norma y escudriñar diligentemente sus páginas en busca de luz y evidencias de la verdad”.[44] Durante las reuniones sus intervenciones se espaciaron en ese tema. Tres de los comentarios que hizo en Minneapolis son particularmente perspicaces. Primero, dijo que “si tenemos la verdad, ella resistirá la investigación”.[45] Segundo, indicó que no tomaría partido en la controversia hasta que hubiera estudiado el asunto en la Biblia. No intentó obligar a nadie a buscar la interpretación en ninguna de sus obras publicadas. Ni tampoco intentó sentarse pasivamente a esperar una visión. Su método era el mismo que recomendaba para otros —dinámico estudio de la Biblia. Tercero, continuó sosteniendo la supremacía de la Biblia. “Vuestro estudio debe ser la Escritura”, les dijo a los delegados en su último mensaje, “y entonces conoceréis que tenéis la verdad… No deberíais creer ninguna doctrina simplemente porque otro dice que es la verdad. No deberíais creer en ella porque el pastor Smith, o el pastor Kilgore, o el pastor Van Horn o el pastor Haskell dicen que es verdad, sino porque la voz de Dios lo ha declarado en sus divinos oráculos”.[46] Y podría haber añadido fácilmente su propio nombre a la lista, dada la posición que había adoptado durante las reuniones.

La señora White fue firme durante las sesiones y después de ellas, en el sentido de que ambos lados de la controversia en el asunto de la ley en Gálatas debían someterse al profundo escrutinio de un estudio bíblico exigente. El 9 de diciembre de 1888 hizo la pregunta crucial: “Si todas las ideas que hemos acariciado en materia doctrinal son verdad, ¿no resistirá la verdad la evidencia de una investigación? ¿Vacilará y caerá si es criticada? Si es así”, contestó, “que caiga, y cuanto más pronto, mejor. La actitud que tiende a cerrar la puerta de la investigación a los aspectos de la verdad en la forma como Cristo lo hacía, no es el Espíritu que viene de arriba”.[47] Dos días más tarde le escribió a Butler diciéndole que “la Biblia, la Biblia sola, recibida en el corazón y bendecida por el Espíritu de Dios, puede establecer al hombre en lo correcto y mantenerlo en lo correcto”.[48]

Elena G. de White no nos deja dudas en cuanto a la supremacía de la Biblia en fe y práctica. Verdaderamente fue una “luz menor” en Minneapolis, señalando, “más que dominando”, la “Luz mayor” de la Biblia.

Aplicación de las lecciones sobre la autoridad

El ciclo de la crisis de autoridad tiende a repetirse con el tiempo. Si Smith y Butler se habían considerado autoridades en 1888, Jones, Waggoner y Prescott desempeñaron ese mismo papel para un gran número de adventistas en la década de 1890. Y esa tradición se ha prolongado hasta el siglo XX. Ya muy cerca de nosotros, en el año 1987, Jones y Waggoner se presentan unidos en un libro de mucha influencia como parte del “trío inspirado”.[49] Tal identificación tiende a confundir a los hombres con su mensaje. Pero más que eso, y lo más importante, es que tal identificación perpetúa uno de los problemas fundamentales de Minneapolis —el fracaso de los adventistas en el uso de la Biblia como su única norma de fe y práctica. La señora White se mantuvo firme en su apoyo a Jones y Waggoner siendo que ellos invitaban al estudio abierto de la Biblia en el énfasis basado en las Escrituras que hacían al presentar la justicia de Cristo. Su llamado era para todos los adventistas a fin de que se involucraran en el ferviente estudio de la Biblia en el que los jóvenes reformadores estaban involucrados. Detenernos en sus palabras y leer la Biblia a través de sus ojos es repetir meramente el error de la era de la pos- Reforma como hacen la segunda y la tercera generación leyendo la Biblia a la luz de los reformadores del siglo XVI. El gran llamado que nos hace 1888 es que los adventistas nos apartemos de esas sendas falsas y que nos involucremos en un estudio de las Escrituras intenso, activo y guiado por el Espíritu Santo. El desafío es ampliar y enriquecer el precedente teológico sentado por Jones y Waggoner, no canonizarlo.

Sobre el autor: es profesor de Historia Eclesiástica en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan. Este artículo fue adaptado de un capítulo de su libro Angry Saints, publicado por la Review and Herald Publishing Association, Hagerstown, Maryland, 1989.


Referencias:

[1] W. C. White a Mary White, 3 de noviembre de 1888.

[2] E. J. Waggoner, The Gospel in the Book of Galatians, págs. 56, 59, 60, 66, 67

[3] Ibíd.

[4] A. T. Jones a Urías Smith, 3 de diciembre de 1886. Cf. W. C. White a George I. Butler, 16 de Agosto de 1888.

[5] W. C. White a C. Eldridge, 14 de mayo de 1887.

[6] W. C. White a Stephan N. Haskell, 9 de diciembre de 1909.

[7] W. C. White a J. H. Waggoner, 27 de febrero de 1889. Véase también, Arthur L. White, “Thoughts on Daniel and Revelation”, Ministry, enero de 1945 págs. 11-13, 46.

[8] George I. Butler. Leadership, pág. 1; Elena G. de White a George I. Butler, 14 de octubre de 1888; Elena G. de White a Mary White, 4 de noviembre de 1888.

[9] Elena G. de White a Mary White, 4 de noviembre de 1888.

[10] E. G. de White a S. N. Haskell, 14 de diciembre de 1891.

[11] Elena G. de White, MS 37, cir 1890

[12] Ibíd.

[13] Elena G. de White a William M. Healey, 9 de diciembre de 1891. Cf. Elena G. de White, MS37 cir 1890.

[14] w. C. White, notas manuscritas sobre el congreso de 1888, Libro 1 (“E”), 15 de octubre de 1888, pág. 27; Urías Smith a A. T. Robinson, 21 de septiembre de 1892.

[15] J. H. Waggoner a la Asociación General, 10 de octubre de 1887.

[16] Elena G. de White, MS 37, cir. 1890.

[17] George I. Butler a Elena G. de White, 16 de diciembre de 1886.

[18] Urías Smith, Review and Herald, 14 de diciembre de 1886, pág. 779.

[19] L. A. Smith, Review and Herald, 10 de mayo de 1887, págs. 289,299.

[20] Minneapolis Journal, 18 de octubre de 1888, pág. 2; Minneapolis Tribuna, 18 de octubre de 1888, pág. 5.

[21] Elena G. de White a R. A. Underwood, 18 de enero de 1889; Elena G. de White, MS 8a, 21 de octubre de 1888.

[22] W. C. White a Mary White, 3 de noviembre de 1888.

[23] Elena G. de White a Mary White, 4 de noviembre de 1888; Elena G. de White, MS 15, noviembre de 1888; Elena G. de White, MS 24, n.d. 1892. Elena G. de White practicó lo que predicaba en cuanto a la variación de creencias. En la controversia sobre los pactos en 1890, por ejemplo, no sostuvo que los ministros debían concordar con su posición que había sido publicada en Patriarcas y profetas —posición que se le había “mostrado” que era correcta.

[24] George I. Butler a Elena G. de White, 20 de junio de 1886.

[25] George I. Butler a Elena G. de White, 23 de agosto de 1886.

[26] George I. Butler a Elena G. de White, 16 y 28 de diciembre de 1886.

[27] George I. Butler a Elena G. de White, 31 de marzo de 1887.

[28] Elena G. de White a George I. Butler y Urías Smith, 5 de abril de 1887.

[29] George I. Butler a Elena G. de White, 1 de octubre de 1888.

[30] Elena G. de White, MS 9, 24 de octubre de 1888.

[31] Elena G. de White, Testimonies For the Church, tomo 5, págs. 663-668.

[32] Elena G de White, Sketches From The Life of Paul (Battle Creek. 1883), págs. 193, 188, 68. Para la información concerniente a las fechas en que se leyeron estos párrafos del Sketches, véase a W. C. White. notas manuscritas sobre el Congreso de la Asociación General de 1888, Libro I (“E”), págs. 63, 67; Wahlen, “Selected Aspects of Ellet J. Waggoner’s Eschatology”, pág. 74; Elena G. de White, MS 24, cir. noviembre o diciembre 1888.

[33] Elena G. de White, MS 9, 24 de octubre de 1888.

[34] Elena G de White, MS 15, noviembre de 1888

[35] S. N. Haskell a Elena G. de White, 30 de junio de 1907; 25 de febrero de 1909; 6 de diciembre de 1909; S. N. Haskell a Elena G. de White y W. C. White, 18 de noviembre de 1907; S. N Haskell a W. C. White, 6 de diciembre de 1909; S. N. Haskell a C. C. Crissler (sic), 30 de marzo, Apt 15. 1908, S. N. Haskell a WWP, 15 de noviembre de 1907; WWP a S. N Haskell 1 de diciembre de 1907 Elena G de White, Early Writings (Washington. D. C.  Review and Herald Publishing Association, 1945), págs 74, 75.

[36] Ibid.

[37] Elena G. de White “A los hermanos en el ministerio”, 3 de agosto de 1910; Elena G. de White, MS 11,31 de julio de 1910. Para una excelente discusión sobre el “continuo”, véase a Gilbert M. Valentino, “William Warren Prescott: Seventh Day Adventist Educator”, 2 tomos, tesis de Ph. D., Andrews University, 1982, págs. 389-426.

Algunos han sugerido que la tesis que sostengo respecto a la relación de Elena G. de White con la Biblia en la solución de problemas teológicos se hace añicos en la forma como trató el problema de A. F. Ballenger sobre la enseñanza del santuario en 1905. En esa ocasión ella actuó más directamente y con mayor autoridad de lo que lo había hecho en la controversia sobre Gálatas y sobre el “continuo”. Así que el incidente de Ballenger es un caso excelente para probar mi tesis. Como hipótesis preliminar, me parece que hay una diferencia fundamental entre el caso de Ballenger y los otros dos. Desde la perspectiva de Elena G. de White, el punto que estaba en discusión en el caso Ballenger ya había sido estudiado completamente en la Biblia por los eruditos adventistas; mientras que en los casos de Gálatas y el “continuo” todavía se necesitaba mayor estudio cuando surgió el desacuerdo acerca de ellos. Como resultado de esto, ella manejó el caso Ballenger en forma diferente a como lo había hecho con los otros casos. Esta hipótesis todavía necesita probarse, pero el probarla debería ser una tarea interesante y significativa para algún erudito adventista en el futuro. Debería notarse, sin embargo, que el tratamiento aparentemente diferente que Elena G. de White dio a la situación de Ballenger no se debe atribuir a un desarrollo histórico en su aserto teológico, puesto que el incidente de Ballenger abarca cronológicamente las controversias de Gálatas y del “continuo”.

[38] Ibíd.

[39] Elena G. de White a George I. Butler y Urías Smith, 5 de abril de 1887.

[40] Elena G. de White Review and Herald, 17 de julio de 1888, pág. 449.

[41] Elena G. de White a los “Hermanos que se reunirán en la Asociación General”, 5 de agosto de 1888.

[42] Ibíd.

[43] Ibíd.

[44] Elena G. de White a Mary White, 9 de octubre de 1888.

[45] Elena G. de White, MS 9, 24 de octubre de 1888.

[46] Elena G. de White, MS 15, noviembre de 1888.

[47] Elena G. de White a William M. Healey, 9 de diciembre de 1888.

[48] Elena G. de White a George I. Butler y su esposa, 11 de diciembre de 1888.

[49] Robert J. Wieland y Donald K. Short, 1888 Reexaminado, edic. rev., pág. 75.