Orientaciones bíblicas para experimentar el desarrollo personal

Al narrar la historia de Jesús en su Evangelio, Lucas hace una afirmación importante relacionada con el crecimiento del Señor: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Luc. 2:40). Esta declaración indica que Cristo “se desarrollaba en las áreas física, mental, moral y espiritual. Así, en esta descripción Lucas presenta a Jesús a sus lectores como el Hijo del Hombre, un ser humano perfecto”.[1] Es notable observar que “la historia del niño Jesús a los doce años representa todo su desarrollo. El niño Jesús creció, no como un niño prodigio, sino como un ser humano igual a nosotros, excepto en lo que se refiere al pecado”.[2]

A continuación, el evangelista vuelve a referirse al proceso de crecimiento de Cristo: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52). Nota que el Salvador se desarrollaba de modo pleno.[3] En primer lugar, crecía en “sabiduría”. El término sofia se refiere a una “inteligencia amplia y completa”, “conocimiento sobre diferentes temas”.[4] Podemos entender que su modo de actuar, su proceder y su hablar expresaban sabiduría, es decir, eran adecuados y correctos, producto de la reflexión. Él conocía los límites de cada situación, cuándo hablar y cuándo guardar silencio, cuándo y cómo ayudar, e incluso cómo posicionarse ante diversas circunstancias, respetando a todas las personas.

En segundo lugar, Jesús crecía en “estatura” y “gracia”. El vocablo griego helikia significa tanto edad como estatura corporal.[5] Así, él pasó por todas las edades, por lo cual disfrutó de la vida terrenal, con sus oportunidades y desafíos.

Finalmente, Jesús crecía en gracia, ante Dios y las personas. Esto nos lleva a pensar que él creció con la aprobación divina y, al mismo tiempo –con su postura amable, bondadosa y simpática–, conquistaba el corazón de las personas, que lo trataban con afecto. De esa manera, él experimentó “de forma creciente la bondad de su Padre y también la amistad de las personas que lo rodeaban”.[6]

Crecimiento con calidad

La similitud con Cristo es la característica más esperada en un discípulo. Pablo escribió a los romanos: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos[MM1] ”. En este versículo, el apóstol afirmó que el propósito eterno de Dios para nosotros –establecido en el pasado– es que seamos semejantes a Cristo. En 2 Corintios 3:18, Pablo agrega la dimensión presente a este tema: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. El apóstol Juan, por su parte, estableció la dimensión futura del tema: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

Estas tres dimensiones enfatizan el desafío de que seamos semejantes a Cristo; ese es el propósito eterno, presente y escatológico de Dios. Todo lo que el discípulo piensa y hace debe ser con el propósito de alcanzar el patrón más alto en relación con el carácter. Cristo es nuestro patrón, nuestra referencia, nuestro modelo, y esto hace que ser discípulo sea algo muy diferente de un mero seguidor. A esto podemos llamar “crecimiento con calidad”.

Si el discípulo es semejante a Cristo, una característica saliente de su crecimiento cualitativo es su inconformismo en relación con las cosas que están mal en el mundo, pues ser semejante al Señor implica no conformarse a ningún tipo de postura o comportamiento que desentone con lo que él haría en nuestro lugar. De hecho, Dios convoca a su pueblo a ser “diferente de todos”;[7] “Seréis, pues, santos, porque yo soy santo” (Lev. 11:45). En el Nuevo Testamento, Pablo desafía a los cristianos a no conformarse a este siglo, sino a transformarse por medio de la renovación de la mente (Rom. 12:2).

El inconformismo del discípulo es una demostración de su madurez. No acepta una vida superficial; quiere, sí, una vida enraizada en Jesús y en su Palabra. Como declaró el apóstol Pablo, necesitamos presentarnos perfectos en Cristo (Col. 1:28, 29). El adjetivo griego teleios, que se traduce como “perfecto”, significa “completo”, “maduro”,[8] siendo la madurez aquello que distingue al adulto del niño.[9] Ser maduro implica, entonces, una relación sólida y personal con el Señor, que nos lleva a amarlo y a obedecer su Palabra. Los discípulos maduros están en plenas condiciones de testificar eficazmente del amor divino, proclamando al mundo su gracia transformadora.

Crecimiento equilibrado

Otra característica fundamental del crecimiento es el equilibrio. En su primera carta, Pedro usó seis metáforas que ilustran muy bien cómo el cristiano debe conducirse de modo equilibrado. Las metáforas utilizadas son: bebés, piedras, sacerdotes, pueblo de Dios, extranjeros y siervos (1 Ped. 2:1-17). Estas forman tres pares: (1) bebés y piedras; (2) sacerdotes y pueblo de Dios; y (3) extranjeros y siervos.

Estos tres pares de metáforas nos muestran que:

  • Como niños recién nacidos, se nos llama a crecer individualmente; pero como piedras vivas se nos llama a la comunión; las piedras “renuncian” a su individualidad para formar parte del edificio.
  • Como sacerdotes se nos llama a adorar, pero como pueblo de Dios se nos llama a trabajar.
  • Como extranjeros tomamos conciencia de nuestra peregrinación en este mundo, pero como siervos se nos recuerda acerca de nuestros deberes como ciudadanos.

De este modo, “somos tanto discípulos como miembros de iglesia, tanto adoradores como testigos, tanto peregrinos como ciudadanos”.[10] Así, necesitamos vivir las expectativas que Dios tiene acerca de nosotros de un modo equilibrado.

Crecimiento dependiente

Finalmente, necesitamos crecer de modo dependiente, no solo de Cristo sino además de las personas. Pablo recomendó: “Lleven los unos las cargas de los otros” (Gál. 6:2, NBLA). Constantemente aprendemos y oímos que nuestra sociedad y la iglesia necesitan personas que sean competentes en lo que hacen; y esto es verdad, pero no es suficiente. La iglesia también necesita personas que valoren sus relaciones, que aprendan a trabajar en equipo; en fin, que dependan unas de otras.

Cierta vez le preguntaron al emprendedor estadounidense John Rockefeller cuál era la cualidad que más apreciaba encontrar en los dirigentes de su complejo de empresas. Su respuesta permanece viva hasta hoy: “Pagaría más por la habilidad para relacionarse con las personas que por cualquier otra habilidad que pueda haber debajo del sol”.[11]

El propósito del crecimiento

Nuestro crecimiento personal se fundamenta en el ejemplo de Jesús y tiene al menos tres características: calidad, pues nos hace discípulos de Cristo, y no meros seguidores; equilibrio, pues favorece la individualidad y la comunidad, la adoración y el testimonio, el peregrinaje y el ser ciudadano; y dependencia, pues contamos con el apoyo de Cristo y de las personas.

Al sumar los beneficios de estos tres aspectos, concluimos que su utilidad es innegable: nos preparamos mejor, con mayor comprensión, para vivir la vida que Dios espera que vivamos. No obstante, es necesario responder una pregunta: ¿cuál es el objetivo de este mejor entendimiento y preparación? No es el mero utilitarismo, sino una vida con propósito.

Esta respuesta puede desmenuzarse en tres puntos.

Para aprender los Mandamientos

David declaró: “Tus manos me hicieron y me formaron; Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos” (Sal. 119:73); y agregó: “Tu siervo soy yo, dame entendimiento para conocer tus testimonios” (119:125).

El crecimiento bien orientado resulta en una mejor preparación y entendimiento, lo cual nos permite aprender y obedecer los Mandamientos de Dios. Observa que el crecimiento no redunda en mera satisfacción personal, sino en una vida que se pauta por la voluntad de Dios.

Para vivir mejor

El salmista también declaró: “Justicia eterna son tus testimonios; Dame entendimiento, y viviré” (Sal. 119:144). A su vez, Salomón escribió: “El que posee entendimiento ama su alma; el que guarda la inteligencia hallará el bien” (Prov. 19:8). En Eclesiastés 7:12, incluso afirmó: “Porque la sabiduría protege como el dinero protege; pero la ventaja del conocimiento es que la sabiduría preserva la vida de sus poseedores” (BA).

Estos tres textos señalan un principio fundamental: el crecimiento bien orientado resulta en una mejor preparación y entendimiento, lo cual nos permite vivir mejor. Así, la vida correcta de un cristiano auténtico no es resultado de técnicas familiares, lecciones de autoayuda o esfuerzo humano solitario; ¡no! Es resultado de un entendimiento modelado en un “Así dice el Señor”.

Para lograr el éxito en nuestras actividades

En Proverbios 24:3 está escrito: “Con sabiduría se edificará la casa, Y con prudencia se afirmará”. Al considerar que “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Prov. 9:10), es fácil concluir lo siguiente: el crecimiento bien orientado resulta en una mejor preparación y entendimiento, lo cual nos abre las puertas de una vida exitosa.

El pastor, como discipulador, tiene el desafío de experimentar el crecimiento diario y consistente. Para que esto ocurra, es necesario que desarrolle de modo equilibrado todos los aspectos de su vida. Así seguirá la orientación de la Palabra de Dios: “Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efe. 4:15).

Sobre el autor: Rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología.


Referencias

[1] I. Neves y J. McGee, Comentário Bíblico de Lucas: Através da Bíblia (San Pablo, SP: Rádio Trans Mundial, 2012), p. 49.

[2] F. Rienecker, Evangelho de Lucas (Curitiba, PR: Editora Evangélica Esperança, 2005), p. 72.

[3] Las consideraciones que se encuentran a continuación se basan en Rienecker, Evangelho de Lucas, pp. 76-78.

[4] J. Strong, Léxico Hebraico, Aramaico e Grego de Strong (Barueri, SP: Sociedade Bíblica do Brasil, 2002), entrada sofia.

[5] Ibíd., entrada helikia.

[6] W. Hendriksen, Lucas (San Pablo, SP: Cultura Cristã, 2014), t. 1, pp. 231, 232.

[7] John Stott, O Discípulo Radical (Viçosa, MG: Ultimato, 2011), p. 13.

[8] Lothar Coenen y Colin Brown (org.), Dicionário Internacional de Teologia do Novo Testamento (San Pablo, SP: Vida Nova, 2000), p. 94.

[9] Ibíd., p. 984.

[10] Stott, O Discípulo Radical, p. 84.

[11] Frank Viana Carvalho, Pedagogia da Cooperação: Uma introdução à metodologia da aprendizagem cooperativa (Engenheiro Coelho, SP: Imprensa Universitária Adventista, 2000), p. v.


 [MM1]Falta la referencia bíblica. Es Romanos 8:29.