Pemítaseme comenzar estas consideraciones con una visión global de mi propio proceso de preparación de un sermón expositivo. Comienzo con la selección del texto bíblico y prefiero tenerlo como parte de una serie sobre un determinado libro de la Biblia. Eso me evita la agonía de no saber cuál será el tema de mí sermón de la próxima semana. Sin embargo, a veces resulta difícil decidir qué tanto del pasaje en cuestión incluir. ¿Un capítulo? ¿Sólo un versículo?

Lo que sigue en mi proceso de desarrollo del sermón es una consideración sobre la audiencia. ¿Quiénes son? ¿Cuáles son sus necesidades, sus goces, sus tristezas? De aquí vuelvo al texto y pondero lo que significaba y lo que significa ahora. Luego elaboro un bosquejo tentativo y reflexiono sobre la forma en que debería presentarse el texto a la audiencia. En seguida pienso acerca de mí objetivo y mi tema, comprobando, para estar seguro, de que hablaré sobre lo que el texto dice en realidad. Es perfectamente factible desarrollar muchas formas posibles de presentar el texto, haciendo un breve bosquejo uno tras otro.

Entonces es tiempo de elegir la mejor manera de predicar el sermón y elaborar el mejor bosquejo. Busco relatos e ilustraciones que me permitan presentarlo en forma de historia hasta donde sea posible. En este punto ya tengo un bosquejo bastante extenso. Uso un programa de computadora para bosquejar y facilitar el tratamiento de los diferentes puntos. Aquí me detengo bastante. ¿Será que la parte 3 quedaría mejor como parte 2? ¿Estaría mejor este punto allá que acá? Así es cómo el sermón va tomando forma gradualmente.

Después, me hago la pregunta más importante: ¿Y ahora qué? Algunas veces todo se hace añicos aquí siempre y cuando el sermón no sea digno de ser predicado. Con más frecuencia, ¿Y ahora qué?, me lleva a una revisión del bosquejo de trabajo. Algunas veces un detalle se amplía para llegar a formar la mayor parte del sermón definitivo, y lo que era una parte muy importante se comprime en una sola frase. El objetivo es decir algo importante a la audiencia y ser, al mismo tiempo, absolutamente leal al texto.

La última tarea en la preparación del sermón es producir el bosquejo a partir del borrador —a menos, por supuesto, que uno vaya a predicar sin notas.

Ahora bien, después de haber echado un vistazo panorámico al proceso de preparación, veámoslo detalladamente.

La elección del texto

Para comenzar, escribo el texto del sermón en la parte superior de una hoja de papel. Para el bosquejo del sermón que aparece al final, usé los versículos 14 y 15 de 2 de Corintios 5. Me impresionó particularmente la idea de que Pablo estuviera obligado (“constriñe”, RVR60; “gobierna nuestras vidas”, DHH, versión popular) por el amor de Cristo. Ciertamente su vida dio evidencia de que algo superior al interés propio lo impulsaba. ¿Hay un sermón aquí? ¿Nos está diciendo algo significativo a mí y a los miembros de mi iglesia este texto? Unos momentos de reflexión me convencen de que es muy posible que así sea. ¡Todavía más, es altamente predicable!

Con el tiempo fijo una porción predicable que es 2 Corintios 5:13-21. Esto representa una división del texto en una sección que reúne lógicamente y que provee el contexto inmediato necesario para comprender la porción central del texto sobre el cual se enfocará el sermón: los versículos 14 y 15. Concluí que sería difícil exponer esos versículos sin una referencia continua a los que anteceden y siguen. Siendo que el pasaje elegido constituye una unidad teológica, seria leída también a la congregación, siempre considerándolo como la porción que se estaba exponiendo.

Audiencia

La genuina predicación bíblica presenta el texto de un modo tan significativo que apela a las necesidades de la audiencia. Ello implica ponerlo en el contexto: Primero, el contexto del mundo en el cual vive la audiencia, luego el contexto bíblico que es el aspecto comúnmente reconocido.

Para predicar bien uno debe exponer la Escritura, pero también debe hacerse uno continuamente la pregunta ‘¿Y ahora qué?” No es suficiente decir a una audiencia, “esto es lo que significa” el texto, el predicador debe decir también, “por eso es que es importante para nosotros”. De manera que, al comenzar la preparación del sermón, es bueno preguntarse, “¿qué tanto sé acerca de las personas que escucharán este sermón? ¿Cuáles son sus necesidades? ¿Qué preguntas se están haciendo acerca de Dios? ¿Con qué tipo de problemas están luchando?” Entonces, mientras examina el texto, el predicador extrae de él respuestas para las preguntas que la audiencia podría estarse haciendo. Esto, a su vez, contesta la pregunta “¿y después qué?”

Texto

Contexto. Mi preparación del sermón se mueve entre la consideración de la audiencia y la consideración del texto. Lo primero que hay que saber es el contexto, a partir del cual la mayor parte de la exégesis encaja dentro de él. Después de responder las preguntas del contexto, considero la gramática y la construcción, y examino las palabras importantes del texto por medio de un estudio lexicográfico. Sólo entonces elaboro un bosquejo tentativo para predicar el texto.

Para ser un buen predicador expositivo, uno debe prácticamente empaparse de las palabras, la teología y del fondo histórico de las Escrituras. Debe conocer también el contexto más abarcante en el cual la Biblia misma encaja. No hay nada que sustituya a la sencilla lectura de un libro de la Biblia repetidamente. Cuando sé de memoria el contenido de cada capítulo de un determinado libro de la Biblia, puedo entender las interconexiones que hay – entre las partes y los variados argumentos, particularmente cuando se trata de las epístolas.

A mi juicio, nada es más importante para la predicación expositiva que ver el texto situado dentro de sus muchos contextos. Un comercial de televisión que acabo de ver ilustra lo que queremos decir. La pantalla muestra sólo un punto. ¿Qué es? Imposible decirlo. Gradualmente la cámara se aleja, mostrando otro punto, luego otro y otro. Los primeros dos o tres son del mismo color, pero los puntos que van apareciendo después son de diferentes colores. Todavía es imposible decir lo que son. La cámara sigue alejándose. Hay un cambio radical de color, un margen, unos límites de algún tipo, aparece una curva. Los puntos separados se unen para asumir una forma, pero las configuraciones todavía no son reconocibles. Y la cámara se aleja aún más y más. ¡Repentinamente todo se aclara! Los puntos forman un círculo oscuro; el círculo es la pupila de un ojo; el ojo pertenece a una cara; la cara es de un niño.

Es imposible enfatizar demasiado la importancia de la comprensión del contexto en el cual ocurre el texto. Al hacerlo comenzamos con el contexto más amplio y nos movemos permanentemente hacia contextos más reducidos, hasta que llegamos al texto mismo. Para nuestro pasaje de 2 de Corintios, debemos considerar el contexto más abarcante del Nuevo Testamento. Consideremos lo siguiente: Pablo (cuando era Saulo) fue un fariseo. Muy poco después de la muerte y resurrección de Jesús lo vemos redoblar sus mejores esfuerzos para aniquilar a la iglesia cristiana naciente. Obviamente estaba convencido de que el cristianismo era una herejía y Jesús, un fraude. Tras encontrarse con el Cristo viviente en el camino a Damasco, se convence de que Jesús es, de hecho, el Mesías largamente esperado y dedica todas sus energías a proclamarlo ante los judíos y los gentiles. ¿Qué cambió en él?

Por supuesto, después de esa grandiosa experiencia sabe que Jesús no está muerto sino vivo, pero ¿por qué ese hecho habría de lanzar a Pablo en la dirección opuesta? Ciertamente Dios le da una comisión como apóstol a los gentiles, pero ¿cuál sería su mensaje como tal? ¿Simplemente que Jesús está vivo? ¿Qué significa eso? ¿Es posible que la experiencia del camino a Damasco fuese menos significativa que los tres días de ceguera que él padeció —tres días en los cuales Pablo luchó con las más perturbadoras preguntas de su vida, tales como ésta: ¿Cómo podría ser Jesús maldito y bendito de Dios a la vez? Ciertamente Pablo conocía el pasaje de la Escritura que dice que cualquiera que es “colgado” en un madero es maldito de Dios (Deut. 21:23, cf. Gál. 3:13). El ciertamente debe de haber pensado que Jesús no podía haber sido el Mesías puesto que era ciertamente maldito de Dios. Su encuentro con Jesús en el camino a Damasco debe de haber hecho trizas la certeza de Pablo acerca de estas cosas. Jesús era claramente exaltado, sin embargo estaba, al mismo tiempo y con la misma certeza, maldito por Dios. ¿Cómo podía armonizar estos hechos aparentemente incompatibles?

Quizá Pablo obtuvo la respuesta durante los tres días de ceguera que precedieron a su bautismo, quizá después; pero en algún momento él llegó a ver claramente que Jesús había sido maldito por Dios vicariamente, no por su propio pecado, sino por el pecado de la humanidad. A partir de aquel momento el punto central del mensaje sería la expiación sustitutiva de Jesús. El bien conocido y muchas veces citado énfasis forense y justificacional de la teología paulina bien pudo haber surgido de su lucha para encontrar una respuesta al dilema en que cayó el día que encontró a Jesús en el camino a Damasco.

Nuestro versículo de 2 Corintios 5 viene de la pluma de Pablo, surgió de su cabeza, fue elaborado por su convicción de quién es Jesús, lo que hizo y qué significado tenía. Para comprender estos versículos, necesitamos penetrar en la cabeza de Pablo, vivir su experiencia, hacer nuestras y entender sus preguntas y regocijarnos con sus descubrimientos. A eso me refiero cuando hablo de comprender el contexto más amplio, el gran contexto del Nuevo Testamento en el cual aparecen estos versículos. Si logramos hacer esto, habremos comenzado a comprender el primero de los muchos contextos en los cuales debe situarse este texto.

El contexto más inmediato trata de la relación de Pablo con la iglesia de Corinto y la correspondencia de ella. El apóstol explica que sus acciones y actitudes hacia los corintios están impulsadas por el amor de Cristo —las persecuciones y aflicciones las acepta como parte de aquello que expresa cuando habla de compartir las aflicciones de Cristo.

Quizá usted se haya dado cuenta de por qué descubrir el contexto dentro del cual se origina el texto es más que una parte importante de la comprensión de éste; puede ser también la mejor formade predicar el sermón. La lectura del texto y la descripción de su contexto es posible que sea todo cuanto necesita la audiencia para comprender lo que Dios está diciendo en el texto, no sólo a la congregación primitiva, sino también a ellos mismos. La descripción del marco original y la línea de argumentación del autor puede ser todo lo que se necesite para establecer los puntos de contacto que capacitan a la audiencia para decir: “El contexto de mi vida se parece a ese contexto y oigo a Dios hablándome en este texto”.

Exégesis

No existe una línea muy definida entre la comprensión del contexto y la confección de otra clase de exégesis. Yo los separo en mi mente mayormente porque lo otro sólo puedo hacerlo en mi Biblia, pero para hacer esta última necesito recursos. Aquí es donde abro mi Biblia griega y hago mi propia traducción. Busco las palabras en el Arndt y Gingrích’s Lexicón.[1] Conjugo verbos y declino sustantivos. Busco las palabras importantes en el Lexicón de Kittle,[2] o el de Brown.[3] Cargo mi Biblia computarizada y busco palabras valiéndome de un índice de referencias para buscar otros textos que tratan el mismo tema u otro similar.[4] Analizo la gramática y la sintaxis y trato de comprender la contribución que allí encuentro.

Por ejemplo, en el texto que nos ocupa hay una obvia pregunta gramatical que debe hacerse acerca del versículo 14: Es “el amor de Cristo” (agape tou Christou) un genitivo objetivo o subjetivo? Si es objetivo, entonces el texto dice: “El amor que siento por Cristo me constriñe”; si es subjetivo, el texto dice: “El amor que Cristo tiene por mi me constriñe”. Existe, por supuesto, el inevitable desacuerdo entre los comentaristas de cómo debe —e incluso si es susceptible de— contestarse gramaticalmente dicha pregunta, y probablemente no tenga demasiada importancia: el amor de Jesús por nosotros crea el amor que sentimos por él (nosotros le amamos a él porque él nos amó primero [1 Juan 4:10]) y ambos, o cualquiera de los dos, constriñen. En los escritos paulinos el genitivo después de agape siempre es subjuntivo (e.g. Rom. 5:5; 8:39; 2 Tes. 3:5; véase también Rom. 15:10; Efe. 2:4; Col. 1:13). Esto enriquece la preparación del sermón, y probablemente el sermón mismo, y permite analizarlo completamente y considerar ambas posibilidades.

Otra pregunta exegética es el significado de las dos frases “uno murió por todos”, y “luego todos murieron” (2 Cor. 5:14). El aoristo de la primera frase sugiere la “muerte de Jesús una vez y por todos en el Calvario. Ocurrió en el tiempo y el espacio como un evento histórico, perfecto y terminado. El aoristo de la segunda frase sugiere algo similar pero considerablemente más difícil de comprender -en algún momento del tiempo y el espacio todos nosotros morimos. La referencia a Romanos 6 nos recuerda algunas declaraciones paulinas similares: ‘Hemos muerto al pecado” (vers. 2), “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él” ¿Cuándo y cómo morimos al pecado? ¿Cuándo y cómo fue crucificado nuestro viejo yo? El argumento de Pablo aclara que el “cómo” estaba “en Cristo” (vers. 3,4,5,6,8) y el “cuándo” fue en el momento de su muerte. Dios trata con nosotros en Cristo. Él nos pone en él, y en él morimos, fuimos sepultados y resucitados. En él nos sentamos ahora a la diestra de Dios (Efe. 2:6). Pablo “llegó a convencerse” de todo esto, y esta convicción lo puso bajo el amor constrictor de Cristo.

Hay un paralelismo entre nuestro texto de 2 Corintios y el capítulo 6 de Romanos. Estando “convencidos” de que 2 Corintios 5:14 es paralelo a ‘sabiendo que nuestro viejo hombre fue crucificado con él” y “consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo” de Romanos 6:6,11. “Porque el amor de Cristo nos constriñe” es paralelo a “presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos” de Romanos 6:13. En ambos casos una comprensión del significado de la cruz impulsa al cristiano a una consagrada dedicación a Cristo. Romanos 6 es la aplicación general a todos los cristianos, de la experiencia personal del apóstol con el evangelio y sus implicaciones para él.

En este punto me vuelvo a los comentarios en la preparación del sermón. Siendo que cada uno tiene una perspectiva ligeramente diferente, hallo útil leer todos los que tenga a mano. Prefiero leer lo que los comentaristas dicen sin que tenga que tomar notas; esto me evita la necesidad de pedir prestado demasiado de su lenguaje en algunas ideas específicas. Lo que quiero, más bien, es lograr mi propia comprensión del texto. Este método suma la ayuda de los comentaristas sin que sean ellos necesariamente quienes escriban mi sermón.

Una vez hecha toda la exégesis deseada (por lo general tengo que detenerme por falta de tiempo), escribo una paráfrasis del texto. Esta paráfrasis me permite juntar todo lo que sé acerca del texto como – producto de mi investigación y de mi lectura de lo que otros han escrito. Esta es mi paráfrasis de 2 Corintios 5:14-15:

“El amor que Jesús tiene por mí y el amor que yo siento por él es la fuerza constrictiva en mi vida. Todo lo que hago y todo lo que soy fluye de esta realidad. Y este amor parte de mi convicción de que Jesús murió por todos nosotros cuando fue colgado en la cruz y que, cuando murió, todos morimos en él. Y la razón por la cual murió es para que pudiéramos vivir nuestra vida para él, no para nosotros”.

En este punto el entretenimiento ha terminado y el trabajo duro está por comenzar.

Bosquejo tentativo del sermón

Para mí, el trabajo más duro en la preparación del sermón ocurre con la elaboración del bosquejo. Analizar el texto es divertido. Mi mente ve una multitud de ideas interesantes que podrían ser exploradas en un sermón. Puedo ver lecciones para cada uno, advertencias que ampliar, y ejemplos que emular. Pero ¿cuál de éstas es central? ¿Cuál debería dejarse a un lado para otro sermón? ¿Cómo debería ordenarse el sermón?

La tarea más difícil aquí es ir, de la comprensión a la presentación del texto. A mí me ayuda llenar una página con “breves bosquejos a lápiz”, diseñados en formas diferentes para la presentación del sermón. He aquí algunas posibilidades:

1. Una nueva creación: Lo que todos queremos llegar a ser.

2. Constreñidos por el amor de Cristo: Lo que significa vivir como una nueva creación.

3. Convencidos de que Uno murió por todos: Cómo llegamos a ser nuevas criaturas.

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1. Pablo como ejemplo de un hombre constreñido por el amor de Cristo.

2. Cómo llegó a ese punto —estaba convencido que Uno murió por todos.

3. De modo que él ya no vivía para sí, sino para Aquel que había muerto y resucitado por él.

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1. Estar constreñidos por el amor de Cristo significa dos cosas:

2. Su amor por nosotros (genitivo subjetivo).

3. Nuestro amor por Cristo (genitivo objetivo).

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1. Cristo murió por nosotros.

2. Nosotros morimos en él.

3. Ya no vivimos para nosotros mismos, sino para él.

Estos brevísimos bosquejos tentativos podrían parecer innecesarios. Siendo que uso un programa bosquejador en mi computadora, saco ventaja de su habilidad para reordenar elementos, categorizar las prioridades y crear rápida y automáticamente varios nuevos bosquejos.[5] El proceso casi equivale a jugar con lo que conozco acerca del texto para ver en cuántas diferentes formas puede organizarse.

Gradualmente aparece la sensación de cómo ordenar el texto, junto con el orden de presentar las ideas principales y distinguir lo que es importante de lo que no lo es. Yo tengo mi propia forma de organizar lo que quiero decir acerca del texto, forma que parece más y más a menudo en mis bosquejos a lápiz. Esta debe ser natural de modo que me sea fácil recordarlo y que no le suene forzado a la audiencia.

Tema, propósito, y “¿y ahora qué?”

Aquí es cuando me hago preguntas acerca del tema y los propósitos. ¿El tema? Nosotros, al igual que Pablo, seremos guiados por el amor de Cristo cuando veamos que su muerte y su vida también son nuestras. ¿El propósito? Proclamar el evangelio en forma tal que cree fe y nueva vida.

En este punto también hago la pregunta, “¿y después qué?”: “He dedicado todo este tiempo para hallar todo lo relacionado con este texto; he obtenido un puñado de posibles sermones que podrían ser predicados a partir del texto. Pero, ¿para qué? ¿Vale la pena predicarlo? ¿Hay una buena razón para tomar el tiempo de centenares de personas para que escuchen este sermón? ¿Es importante? ¿Por qué?”

Mi teología pastoral me dice que la gente necesita escuchar la historia del evangelio una y otra vez y en todas las formas imaginables. Aun cuando hayan escuchado el evangelio antes, nunca fueron entonces las personas que son ahora mismo. Quizá alguien de la congregación tenga la disposición de oír ahora lo que nunca antes ha oído y que nunca más escuchará. El evangelio siempre es nuevo porque la gente que lo escucha es diferente hoy de lo que fue ayer. Su mundo varía. Sus necesidades son diversas. Vienen con mentes y oídos cambiados.

Si puedo presentar la vida de Jesús con tanto realismo, especialmente la historia de la cruz, si la puedo hacer real, si puedo conectarla con las emociones y necesidades básicas —entonces alguien que esté sentado por allí dirá: “He oído la historia antes, pero por alguna razón ahora sé que fue por mí que él vino, fue por mí que él murió”. Ellos han interiorizado algo que antes era sólo una proposición teológica abstracta. Jesús se tornó para ellos en un Salvador y un Señor viviente.

Cuando yo me hago la pregunta, “¿y ahora qué?”, acerca de este texto, de este sermón, la contesto con la clara convicción de que esto es importante, que esto es básico, que esto es vida y muerte. ¿Qué podría ser más importante para mí como predicador que mostrar a la gente dónde pueden encontrar vida?

Añadiendo relatos e Ilustraciones

En este punto retrocedo en el sermón y me pregunto si podría añadir ilustraciones a fin de que los oyentes puedan captar y recordar más fácilmente los puntos principales. También busco relatos que refuercen dichos puntos y les añadan un patetismo y una humanidad que los conviertan en ideas vivientes.

Primero pienso en historias recientes que podrían ilustrar mis puntos, luego veo si hay algún relato bíblico que también contribuya a mi propósito. Si no encuentro buenas historias, recurro a mi colección de ilustraciones, aunque muy rara vez sucederá eso.

Últimamente el estilo de mi sermón ha sufrido un cambio, de didáctico/intelectual a narrativo/afectivo. Durante la preparación del mismo me pregunto, “¿habrá alguna manera de predicar este sermón en estilo narrativo? ¿Puedo tomar lo que he aprendido del texto y compartirlo en forma de historia?”

En este caso particular la historia del encuentro de Pablo con el Cristo resucitado y su experiencia personal con la iglesia de Corinto sugiere que este texto podría predicarse narrando la historia del viaje de Pablo hacia Damasco. El estaba seguro de que el cristianismo era falso porque Jesús no podía ser el Cristo, puesto que había sido maldito por Dios. Pero luego se encontró con el Cristo viviente. ¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo podía un hombre maldito por Dios ser exaltado ahora? Puedo describir el tormento mental y el de su alma durante aquellos tres días de ceguera en Damasco mientras luchaba por armar aquel rompecabezas de tal manera que adquiriera sentido junto con todo el conocimiento acerca de Dios y de la Escritura que tenía. Puedo permitir que la audiencia comparta su emoción al ver en un destello de comprensión que Jesús fue maldito por Dios, pero no por su culpa, sino que “Dios lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).

Por medio de esta narración puedo transformar un argumento teológico en un drama de gran patetismo humano. Puedo humanizar a Pablo. Puedo hacer dramático y vivo su descubrimiento del evangelio. Puedo tomar la doctrina de la justificación por la fe y hacerla vivida por medio de la experiencia de este gran hombre de Dios. Puedo trazar líneas que conecten la experiencia del apóstol con la experiencia de mis oyentes. Puedo poner a Pablo como ejemplo de una persona que estaba tan segura de estar en lo correcto, pero que sin embargo estaba tan terriblemente equivocada. Puedo sugerir, incluso, a los de mi audiencia que sean muy firmes en su pensamiento de tal modo que imiten a Pablo al pensar en su propia fe.

Si se me diera la alternativa entre una presentación narrativa de los conceptos derivados de un texto de la Escritura y una presentación didáctica de esos mismos conceptos, siempre elegiría la forma narrativa. No sin razón presentó Dios la historia de la Escritura mayormente en forma narrativa. La forma que tiene la Escritura debería ser la pauta de nuestra predicación, así como el contenido de la Escritura dicta el contenido de mi sermón.

Bosquejo final

Una vez elegido el estilo narrativo para la presentación del sermón el bosquejo necesariamente variará con relación a si éste fuera presentado en una forma más didáctica.

Las dos grandes historias forman la espina dorsal del sermón. Hay dos puntos de partida para la narrativa: uno, dar lugar a las reflexiones teológicas en lo que significa ser constreñido por el amor de Cristo y la otra, dar lugar a las reflexiones teológicas en lo que significa ser convencido de que Uno ha muerto por todos, y por lo tanto todos han muerto con él. Las partes narradas deberían caracterizarse por su gran colorido, dinamismo y atractivo. Las partes teológicas nos ayudan a trazar una línea de la experiencia de Pablo con relación al texto y de’ este último, a nuestras propias vidas. Los conceptos teológicos pierden su aridez y abstracción gracias a la línea histórica de las dos secciones narrativas. Esto me señala un camino mucho mejor para manejar el material doctrinal o teológico que el método usual de exposición textual o instrucción temática.

El uso de notas en la predicación

Este es un asunto de carácter estrictamente personal. Algunos predicadores querrán un manuscrito para ser leído; otros predicarán el sermón sin notas de ninguna clase. Y algunos más desearán, en mayor o menor grado, un bosquejo por el cual guiarse a lo largo de toda la predicación. Cualquier cosa que sea funcional para el predicador será lo mejor que podrá usar. Puedo decir, por mi propia experiencia, que lo que funciona mejor es el bosquejo más sencillo con el cual yo me pueda desenvolver. Mientras mejor me preparo, más tiempo y energía gasto en la preparación, en consecuencia menos puedo prescindir de las notas en mi predicación —y más libertad y serenidad experimento en mi predicación.


Referencias:

[1] W. F. Arndt y F. W. Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament, 2nd ed. (Chicago: University of Chicago Press, 1979).

[2] Gerhard Kittle, ed. Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1969).

[3] Colin Brown, ed., New International Dictionary of the New Testament Theology (Grand Rapids: Zondervan Publishing Co., 1978).

[4] Me gustan las referencias alternadas de la NIV. Reconozco que los textos de dichas referencias sólo están relacionados porque alguien pensó que lo estaban y no porque necesariamente sea así.

[5] 5. Yo uso un programa denominado Max Think, que está disponible en Neil Larson, 2425 B. Channing, No. 592, Berkeley CA. 94704.