Crecí en un hogar donde el dinero era escaso para satisfacer todos los deseos de nueve personas: mis padres y sus siete hijos. Aunque papá y mamá hacían lo mejor que podían para suplir nuestras necesidades, en realidad nunca tuvimos la sensación de la seguridad financiera.

No pasábamos hambre, pero me acuerdo perfectamente de las comidas creativas que preparaba mamá, como asimismo de sus discursos acerca del uso económico del jabón, el agua, el papel y muchas otras cosas aparentemente insignificantes. También recuerdo que no tenía qué ponerme en el primer día de clases del segundo grado, y recuerdo a mamá mientras buscaba una blusa blanca y una polera verde entre la ropa que ya no usaba mi hermana mayor. Me acuerdo perfectamente de su cuidado al lavar y planchar ese uniforme para mí. Mi madre también me ayudó a encontrar un trabajo de medio tiempo en un negocio de departamentos. Comprendía mi necesidad de vestirme con algo mejor que ropa usada. De esta manera aprendí pronto a ganar dinero. Y apenas tenía trece años.

Tal vez las cosas hayan sido diferentes para usted. Es posible que sus padres hayan estado en condiciones de satisfacer todos sus deseos. Es posible también que el dinero no haya sido un asunto de mucha preocupación para usted, porque podía disponer de él cuando lo necesitaba. Si así fuera, no ha sentido el constante pellizco de la pobreza.

Aunque la condición financiera de nuestra infancia haya podido afectar nuestros hábitos relativos al uso del dinero, ni la abundancia ni la pobreza nos enseñan a planificar de manera eficaz nuestras finanzas. ¿Cómo podemos hacerlo con éxito? ¿Cómo podemos encontrar la manera de disfrutar de placeres en la vida sin vender al final nuestra propia alma? Tenemos que equilibrar nuestros gastos personales. Necesitamos pensar en el futuro.

Un asunto difícil

No sé qué pasa con usted, pero en nuestros primeros años de casados, la simple mención de la palabra “presupuesto” ponía violentamente en marcha una alarma dentro de mí. La veía como un control negativo, destinado a apretar todavía más los lazos que ya eran bastante cortos. Por eso evitaba esa palabra.

De alguna manera, sin embargo, mi esposo Will y yo elaboramos un presupuesto, o creímos que lo habíamos hecho. Cuando resolví dejar de trabajar para cuidad de nuestra hija, nos pusimos de acuerdo en que yo debía administrar nuestras finanzas. Después conseguí una libreta en la que anotaba todos nuestros gastos. Registraba las entradas, los gastos de cada mes y, cuando teníamos suerte, nos quedaba un pequeño remanente. Pero eso, en verdad, no era un presupuesto.

“No tienen dónde alojarse, y viven a base de cereales” era el comentario de una de nuestras tías cuando se refería a nuestra familia. Al principio me reía del concepto que ella tenía acerca de nuestro régimen vegetariano. Pero ahora, que dependíamos de nosotros mismos, algunos meses eran dolorosamente apretados. Y yo me quedaba pensando en que, a lo menos en parte, tía Irene tenía razón. Me acuerdo de un mes cuando nos sobraron apenas cuarenta dólares para alimentación, después de pagar todas las otras cuentas. Eso era casi la mitad de nuestro escaso sueldo.

Y por muchos años estuvimos viviendo rigurosamente de acuerdo con nuestro sueldo. Al mirar hacia atrás me doy cuenta de que podríamos haber hecho más y haber sufrido menos tensión emocional si hubiéramos elaborado un presupuesto durante los primeros años de nuestro matrimonio, cuando los dos trabajábamos.

Pero no me condeno por eso. Aprendimos a manejar nuestro dinero con más economía durante esos años. Dios nos bendijo con los aumentos de sueldo de Will, y disponíamos de una excelente cobertura médica. Nuestros padres nos ayudaron prestándonos un auto viejo, y posteriormente nos ayudaron a pagar nuestra primera casa.

No estoy denigrando nuestra situación financiera. Lo que quiero decir es que nuestra vida, en esa época, no fue lo que podría haber sido si hubiéramos sabido, como hoy, cuánto vale un presupuesto bien hecho, algo que aprendimos a hacer recién en 1983.

Una nueva visión

En 1981 Will recibió un llamado para ser pastor de una iglesia ubicada en las cercanías de Washington. En esa época, considerando que nuestros hijos eran de edad escolar, resolví buscar un empleo de medio tiempo. Surgió una oportunidad en la sede mundial de nuestra iglesia. Una de las ventajas de ese empleo era la oportunidad de asistir a breves seminarios para el enriquecimiento de los obreros, celebrados en la sede de la Asociación General. Uno de esos seminarios, relativo a las finanzas familiares, cambió nuestra vida financiera.

Por ese tiempo yo ya había desarrollado el valor suficiente, no sólo para oír la palabra “presupuesto”, sino también para enfrentar la realidad de poner en práctica lo que significaba. Sabía que, aunque seguía haciendo anotaciones en mi libro de contabilidad, algo no andaba del todo bien todavía. Siempre le estaré agradecida al instructor de ese seminario. Nos demostró que un presupuesto bien hecho es una inversión emocional y financiera. Recalcó la necesidad de reducir las compras hechas por medio de la tarjeta de crédito. Teníamos dos de esas tarjetas, y nos costó un año entero emplear otro método para usarlas. Desde entonces no hemos comprado nada con tarjeta de crédito que no podamos pagar cuando llegue la cuenta. De esta manera hemos logrado que la tarjeta trabaje en nuestro beneficio, guardando el dinero hasta la fecha del vencimiento.

El disertante del seminario habló acerca de “premios” en el presupuesto, y cuán vitales son. Esos “premios” ayudan a equilibrar y solidificar el presupuesto. El plan funciona de la siguiente manera: el esposo y la esposa se turnan cada mes en la administración del plan financiero. De ese modo se produce una amigable y lucrativa competencia relativa a quién desempeñará mejor la tarea. Independientemente de quién sea el “vencedor”, produce una situación en la que todos salen ganando. Cuando el gasto es inferior a lo establecido en el presupuesto, la pareja se “premia” con una comida especial, y hasta podría ser un fin de semana afuera.

Se sugieren porcentajes para darnos una idea básica acerca de cómo separar en categorías nuestras entradas mensuales. Sirven como una guía, aunque no siempre sea posible usar el porcentaje sugerido.

Hicimos la prueba con un presupuesto con “premios”, adaptándolo a nuestras necesidades. Nos comprometimos con el programa, pero seguimos usando nuestro libro de contabilidad. No importa quién administre las cuentas de la familia; lo importante es que los esposos revisen cada mes el presupuesto, de modo que estén unidos en ese objetivo. Esa participación demuestra respeto, y evita que uno de ellos cargue solo con el peso emocional y la responsabilidad.

Un elemento crucial

Es muy importante tomar nota de lo que podríamos llamar el elemento más importante de un verdadero presupuesto: la distribución de todas las partidas presupuestarias a lo largo del año. En otras palabras, cada mes ponemos aparte la cantidad proporcional destinada a solventar gastos anuales, como por ejemplo el seguro del automóvil, de modo que cuando llega la fecha en que hay que pagarlo, o necesitamos hacerle alguna reparación al vehículo, ya tenemos el dinero reservado para eso.

También hicimos pequeños depósitos mensuales destinados a la compra de ropa para cada miembro de la familia. Los fondos de Navidad, vacaciones, educación y ahorro son otros ejemplos de gastos anuales, suplidos por esas sumas reservadas cada mes.

Puedo garantizarles que la experiencia fue gratamente bendecida. Ahora disponemos de dinero para suplir las necesidades cuando éstas aparecen. En verdad, de vez en cuando enfrentamos algún revés financiero, pero también es cierto que estamos más capacitados para hacerle frente. Al elaborar un presupuesto, y ceñirse a él, aprendimos a verificar de qué fondos disponemos para determinados gastos, en lugar de consultar solamente el saldo de la cuenta en el banco. Ese saldo nos daba una falsa sensación de seguridad financiera. Mientras que la capacidad de administrar el presupuesto sólo se desarrolla en nosotros a medida que lo examinamos mensualmente y verificamos allí que los recursos están obrando en nuestro beneficio.

Junto con el seminario al que asistí, también descubrimos otro inestimable instrumento: un programa de computación para presupuestos. Pasó un buen tiempo hasta que logré manejarlo bien, pero en cuanto me familiaricé con el programa comencé a considerarlo un regalo del Cielo. El mismo se encarga de las operaciones matemáticas, además de permitirme extraer e imprimir informes acerca de nuestra situación financiera. El equilibrio del talonario de cheques se simplificó maravillosamente. Cierto año, cuando tenía que hacer mi informe del impuesto a la renta, yo misma lo hice, incluyendo todo lo que se debía presentar. Hice todo el trabajo con mucha más rapidez que de costumbre.

Un obsequio especial que nos hicimos dos años después de haber comenzado el plan del presupuesto fue un viaje de tres semanas por Europa con nuestros hijos. Indiscutiblemente eso sólo fue posible gracias a nuestra nueva manera de administrar las finanzas y a la vigilancia que mantuvimos sobre nuestros gastos.

Hoy puedo reconocer que la frase “plan financiero” suena mejor que simplemente “presupuesto”. En verdad, eso es un presupuesto: un plan financiero de corto plazo, teniendo en mente un plazo más largo.

La dimensión espiritual

Puede ser muy revelador examinar nuestras actitudes básicas con respecto al dinero y a nuestras necesidades alimentadas por el uso de nuestro capital. El equilibrio del presupuesto nos sugiere a propósito que nuestras necesidades son tanto físicas como emocionales, y que es necesario que comprendamos nuestras necesidades y las de nuestro cónyuge, con el fin de poder satisfacerlas y vivir adecuadamente dentro de nuestros recursos.

¿Está decidida usted a aplicar una moratoria a sus gastos? Tal vez haya incurrido en deudas o haya sobrepasado los límites en sus gastos por algunos meses. Pero tiene que saber que ese asunto debe estar bajo control. En general, ¿qué sucede aproximadamente un mes después de haber establecido ese control? Si usted es como la mayoría, ciertamente va a cerrar las salidas. Cuando existe un plan inteligente, que permite una apropiada y equilibrada satisfacción de las necesidades emocionales de la familia, la destructiva preocupación por el dinero se reducirá drásticamente. Con una actitud ajustada gracias a la planificación usted vivirá con más alegría y menos gastos compulsivos.

El apóstol Pablo manifestó una madurez cristiana que yo admiro: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11- 13).

¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede ser nuestra la realidad de Pablo? Generalmente tengo una respuesta razonablemente emocional para la tentación de gastar. La mayor parte del tiempo me siento muy bien con mi situación. Pero a veces desciendo al valle donde me siento más inclinada a comprar compulsivamente. Creo que cuando nos encontramos en ese valle estamos experimentando alguna clase de necesidad insatisfecha, que nos impulsa a querer gastar más de lo que necesitamos. Algo que está produciendo un sentimiento de insatisfacción y debilidad, y creemos que incurrir temporariamente en ese gasto nos dará una sensación de satisfacción y fuerza.

La realidad es que somos débiles. Sabemos que nada nos puede separar de Dios ni de los verdaderamente ricos tesoros de su inmenso amor, incluso cuando valoramos en exceso las cosas materiales. A veces nos olvidamos de que es su amor lo que nos completa y nos brinda felicidad. Sí, nos olvidamos del secreto de Pablo: “Conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:19).

La verdad es que no necesitamos vivir con miedo, ni siquiera de la escasez financiera. Esa confianza puede ser nuestra experiencia. Aunque por alguna razón tengamos serias pérdidas materiales, podemos estar seguros de que el Señor nos recompensará.

No tiene nada de malo desear tener un auto nuevo o nuevos muebles. Pero cuando actuamos por impulso podemos estar seguros de que ese nuevo sofá no es la primera necesidad. Probablemente nuestra verdadera necesidad sería una experiencia nueva, una nueva belleza interior, un nuevo contentamiento.

Debemos examinar primero lo que realmente podemos hacer. Tal vez una económica limpieza del sofá resuelva el problema. Tal vez una limpieza a fondo de la sala podría renovarla. Después de eso nos vamos a sentar, vamos a poner los puntos sobre las íes, y a punta de lápiz vamos a verificar, de acuerdo con el presupuesto, cuándo nos podremos permitir comprar muebles nuevos. Con mucha más frecuencia de lo que parece, hay una manera más sencilla y menos costosa de satisfacer nuestras necesidades, si hacemos planes a largo plazo. Mientras más nos sintamos en el control de nuestras vidas, aceptando nuestras circunstancias, menos compulsivos seremos.

Conmemore

Hay maneras menos costosas de poner esos pedazos de felicidad que nos imaginamos están faltando en nuestra vida y que intentamos compensar gastando en demasía. Nosotros hemos empleado algunas de esas maneras. Una de ellas es dedicar tiempo para estar juntos. Como marido y mujer tenemos una profunda y legítima necesidad de eso. Es maravilloso descubrir lo que somos capaces de hacer para mostrar nuestro amor mutuo.

A veces queremos salir a comer afuera, pero sabemos que no podemos hacer gastos extraordinarios. Pero podemos comer en alguna parte un postre especial, y después caminar tranquilamente hasta un lugar romántico, junto a un lago, por ejemplo, organizar un pic-nic en un parque, con una mesita linda, comer un sandwich favorito o asistir a un concierto.

¡Sea creativa! ¿No puede comprar un ramo de flores? Ponga bellas flores en un campo o en un jardín. Lean juntos un buen libro o asistan a un buen espectáculo. Podemos sentarnos juntos, por una media hora, digamos, al final del día, para tomar una bebida rica y compartir las experiencias y las preocupaciones que vivió cada uno.

Cuando se ponen en práctica todos estos principios podemos estar seguros de que nos deleitaremos regularmente con la Palabra de Dios y su amor hacia nosotros. Sé perfectamente que cuando estoy dudando de mí misma y me estoy apartando de la fuente del amor, primeramente de Dios y después de los que quiero, me siento más compelida a gastar compulsivamente. Necesitamos aprender a sentir ese amor, a saber por experiencia cuán preciosos somos para Dios y para nuestros familiares.

Como resultado de tener lleno el vaso espiritual y emocional, la prioridad de nuestra vida será compartir con los demás lo que tenemos. Intentar satisfacer las necesidades de alguien que tiene menos que nosotros nos permitirá entrar en nuestro hogar sin esa antigua sensación de insatisfacción y, en cambio, con la sensación de que nuestro hogar es en realidad un palacio. Es posible que no me sienta millonaria, pero sé que estoy satisfecha y soy feliz.

Sobre el autor: Educadora. Reside en Clarksville, Maryland, Estados Unidos.