El 3 de agosto de 1995, el presidente de la División Norteamericana, Alfred C. McClure, envió esta carta a todos los pastores y administradores de esa División

El 5 de julio la iglesia mundial consideró y rechazó la solicitud de la División Norteamericana de que cada división pudiera -dentro de su propio territorio – ordenar a cualquier persona independientemente del género.

La solicitud sin duda era sincera y honesta, basada en profundas convicciones, como se pudo notar en las palabras del Dr. Raoul Dederen y del presidente McClure que hablaron a favor de ella en el congreso. La decisión del congreso, aunque aceptada con respeto por el liderazgo de la DNA, no apagó ni las convicciones ni el movimiento que éstas inspiraban. Aquí ponemos a consideración de los lectores de MINISTERIO ADVENTISTA una Carta Abierta que el pastor Alfred C. McClure, presidente de la División Norteamericana envió a todos los dirigentes de esa división el 3 de agosto de 1995, así como sus declaraciones con respecto a un evento realizado en la Iglesia de Sligo, Takoma Park, el 26 de septiembre de 1995, anunciado localmente como ‘servicio de ordenación’, en el cual tres mujeres fueron “ordenadas” al ministerio por imposición de manos. También el sermón que el pastor Herbert H. Broeckel, presidente de la Asociación de Potomac, predicó en la misma iglesia de Sligo el sábado 19 de agosto de 1995, que aparece en este mismo número bajo el título: Practique aquello por lo cual ora. Por qué no deberíamos abandonar la iglesia”, está íntimamente relacionado con dicho evento.

Seguramente será de interés y utilidad para los lectores de MINISTERIO ADVENTISTA conocer el desarrollo y el desenlace de este asunto tan controvertido.

Estimados colegas en el ministerio:

El 5 de julio la iglesia mundial consideró y votó la propuesta de la División Norteamericana de que se permitiera a cada división decidir, dentro de su propio territorio, si la ordenación al ministerio podía ser independientemente del género. Aunque estuve orando para que el resultado fuera positivo, la propuesta fue derrotada.

Lo que deseo considerar con ustedes hoy es lo siguiente: ¿Qué haremos ahora? ¿Cuál debería ser nuestra reacción ante este voto de la iglesia mundial en congreso? Por favor, permítanme poner a su consideración algunas importantes observaciones:

1. Desde el inicio de la discusión yo he afirmado que Norteamérica es una parte leal de la iglesia mundial y que cualquiera que fuera el resultado del voto, yo haría todo lo que estuviera en mi poder para evitar que este asunto comprometiera esa posición. Yo quiero invitar a todos a que me ayuden a mantener firme esa promesa porque ustedes también son parte de esta familia mundial.

Como líder espiritual de la iglesia de Dios quiero instarles a que hagan todo lo que esté de su parte para ayudarnos a caminar unidos. Puede ser que haya quienes quisieran desafiar este voto del congreso, como individuos o como grupos, e intentaran seguir adelante sin la aprobación de la iglesia mundial. La invitación que les hago es que ejercitemos toda nuestra capacidad persuasiva, dirigida por el Espíritu Santo, para que esto no ocurra. Somos un movimiento mundial, y debemos seguir siéndolo. Si no logramos esto, nos fragmentaremos simplemente en un racimo de iglesias nacionales o en un consorcio de asociaciones y congregaciones independientes ligeramente relacionadas.

2. Necesitamos mantener el asunto de la ordenación bíblica dentro de la debida perspectiva y no hacer de ella más de lo que la Biblia dice que es. El Dr. V. N. Olsen, ex rector de la Universidad de Loma Linda, en su excelente libro Myth and Truth (Loma Linda Univsersity Press, 1990), nos recuerda que en la Iglesia Católica Romana, aquellos que son ordenados son ‘dotados con poderes sobrenaturales para administrar los sacramentos, los cuales a su vez, por el mismo acto… confieren gracia sobrenatural a los recipientes” (pág. 121).

Esta no es y nunca ha sido la posición de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Históricamente hemos creído que la ordenación es un reconocimiento denominacional del llamamiento al ministerio y que no confiere ningún tipo de poder o cualidad sobrenatural a quien la recibe.

Olsen continúa: “Para la mayoría de la gente, la ordenación por la imposición de manos se da por sentada, y por lo tanto es una sorpresa descubrir que no está clara y directamente definida en el Nuevo Testamento como cabría esperar… La palabra ordenar’ no aparece en lo absoluto en el griego del Nuevo Testamento con referencia al ministerio, y en más recientes traducciones la palabra ‘nombrar’ se usa más comúnmente” (pág. 48).

En la Biblia, por lo general, más de 20 palabras griegas y hebreas, cada una de las cuales tiene su propio matiz de significado, se traducen como “ordenar”. Mi preocupación aquí es que no elevemos la ordenación a un nivel místico y no bíblico.

3. A través de toda nuestra historia hemos estado de acuerdo en que la ordenación al ministerio evangélico es parte de un proceso a través del cual la iglesia mundial reconoce a aquellos que han sentido la invitación de Dios. Este proceso fue decidido por la iglesia como un todo. Un pastor que ha logrado un cierto nivel de entrenamiento, experiencia y efectividad es examinado por la administración de la asociación local.

El nombre es llevado después a la junta directiva de la asociación para que ésta, a su vez, haga la recomendación a la junta directiva de la unión, donde se toma la decisión para la ordenación. Únicamente cuando estos pasos han sido dados puede proceder la ordenación, y solamente entonces se le entregan al pastor las credenciales correspondientes. Sólo cuando este proceso se ha seguido fielmente se puede decir que un individuo ha sido ordenado al ministerio evangélico.

Por otra parte, se puede realizar un servicio especial de dedicación, incluso con la imposición de manos, para comisionar a una persona y afirmar su llamamiento al ministerio (véase Hech. 13:2-4 y Review and Herald, 9 de julio de 1895), y sin embargo, no viola ni el espíritu ni la letra del voto del Congreso de la Asociación General.

Si vieron el video con el informe que envié a todas las iglesias directamente desde Utrecht, saben que hemos iniciado un diálogo en busca de formas adecuadas para afirmar a las mujeres de nuestra división a quienes Dios ha llamado al ministerio.  Ustedes escucharán más acerca de iniciativas específicas después de las reuniones de fin de año de la Junta Directiva de la División Norteamericana que se celebrarán en Battle Creek dentro de pocas semanas.

Mientras tanto, les pido que sean, por así decirlo, constructores de puentes, que pongan en orden de marcha todos los dones que existan en sus iglesias y los enfoquen en el cumplimiento de la misión; y que se unan conmigo en oración para que Dios nos ayude a pasar bien este tiempo sumamente delicado que estamos viviendo. Por doloroso que sea este asunto para muchos, no debemos permitir que rompa nuestra unidad o nos desvíe del cumplimiento de nuestra misión.

Gracias por su fidelidad y su enfoque adecuado en esta hora de crisis. Su amigo.

Sobre el autor: Alfred C. McClure, presidente Iglesia Adventista del Séptimo Día en Norteamérica.