Cómo el amor puede fortalecer el ejercicio de los dones en la iglesia local

Poco después del año 2000, Peter Prime escribió un librito titulado É Bom Ser Bom [Es bueno ser bueno].[1] Basado en su contenido, el autor realizó varios seminarios alrededor del mundo, para pastores y miembros de iglesia, presentando un modo bíblico, simple y eficaz de llevar personas a Cristo. El método tiene tres pasos: oración, relación con amor e instrucción de los miembros para la misión.[2] En sus conferencias, Prime destacaba la importancia de hacer más amorosa la iglesia, citando especialmente 1 Corintios 13:8: “El amor nunca falla” (VBL), y el texto de Elena de White: “Si quisiéramos humillarnos ante Dios, ser amables, corteses y compasivos, se producirían cien conversiones a la verdad allí donde ahora se produce una sola”.[3] Impactado por su propuesta, decidí aprovechar las oportunidades que surgieran para practicar aquel método misionero.

 Al asumir un distrito de seis congregaciones, se presentó una situación especial para probar el principio presentado por Prime. En la primera reunión con los líderes de una de estas congregaciones, la directora del grupo, demostrando cierta ansiedad, me preguntó: “Pastor, usted ¿vino para cerrar nuestro grupo?” Sorprendido, le respondí: “Nunca pensé en eso”. Y le pregunté: “¿Por qué?” Ella dijo: “Nuestro grupo no bautiza a una persona desde hace unos dos años, y nuestro pastor anterior dijo que las iglesias que no bautizan deben cerrarse. ¿Qué nos dice usted?” En realidad, yo no creía que mi antecesor deseara cerrar aquel grupo, sino motivarlo al crecimiento. Aquellos hermanos necesitaban ayuda, pero no visualizaba cómo ayudarlos.

 Mientras mi mente se elevaba a Dios pidiéndole socorro, les pregunté: “Ustedes ¿están contentos de asistir a este grupo?” “¡Sí!”, fue la respuesta. Entonces, hice otras preguntas: “¿Es caro el alquiler?”; “¿Cómo están las finanzas?” La directora dijo que el alquiler era accesible y que había saldo positivo en la tesorería. Entonces, Dios hizo que recordara las orientaciones de Peter Prime. Les propuse a los presentes que dejáramos de lado la idea de cerrar el grupo. Les conté sobre la importancia de hacer más amorosa la iglesia y los desafié a, simplemente, mantener más comunión con Dios, orar por las oportunidades misioneras y practicar el amor los unos con los otros. Acordamos realizar comidas “a la canasta” e invitar a los amigos y los vecinos a participar de esas ocasiones y de los cultos de iglesia.

 ¿Cuál fue el resultado? ¡Gracias al poder de Dios, algo maravilloso ocurrió en aquella pequeña congregación! Aquel año hubo bautismos nuevamente y las damas se animaron a realizar evangelismo en el barrio vecino. Invitaron a los Conquistadores a anunciar el evento, y los sábados por la tarde reunían a los niños del vecindario. El proyecto incluía estudio de la Biblia y alimentación. El movimiento creció, y los padres de aquellos niños fueron atraídos a las reuniones y participaron de los estudios bíblicos. Como resultado, surgió una linda iglesia en aquel barrio. El proyecto de hacer más amorosa a la iglesia funcionó, y pude comprobar que verdaderamente “el amor nunca falla” (1 Cor. 13:8, VBL).

El mayor de los dones

 Mucho tiempo antes de que Peter Prime presentara su proyecto, Pablo recomendó este principio a la problemática iglesia de Corinto. El apóstol había fundado aquella congregación durante su segundo viaje misionero (Hech.18:1-11). En la primavera del año 57, aproximadamente, les envió su primera carta.[4] En esta epístola, entre otras cosas, el apóstol busca corregir el mal uso de los dones espirituales como resultado de un concepto erróneo acerca de ellos.

 En 1 Corintios 12, Pablo presenta la importancia de los dones espirituales dentro de la unidad orgánica del cuerpo de Cristo, la iglesia. En el capítulo 14, enfatiza el ejercicio adecuado de los dones, especialmente el don de lenguas. En esta estructura, 1 Corintios 13 ocupa la posición principal entre estos capítulos, sirviendo como moderador en la larga discusión sobre los dones espirituales, claramente definida en tres secciones: (a) la superioridad del amor (vers. 1-3); (b) la naturaleza del amor (vers. 4-7); y (c) la permanencia del amor (vers. 8-13).[5]

 Al discutir el tema entre 1 Corintios 12 y 14, Pablo colocó al amor en el centro de su argumento, en primer lugar, porque los corintios, y nosotros también, tenemos absoluta necesidad del amor (1 Cor. 12:31; Gál. 5:6). En segundo lugar, porque el amor, siendo priorizado y practicado, actuaría como una fuerza armonizadora y modeladora en la iglesia. El capítulo 13 es considerado “lo más grande, más intenso y más profundo que haya escrito Pablo”.[6] Según Tertuliano la descripción acerca del amor en este capítulo fue hecha “totis Spiritus virbus”, esto es, “con toda la fuerza del Espíritu”.[7] Sin embargo, el propósito del Espíritu Santo no era simplemente producir una obra literaria admirable, sino edificar a la iglesia.[8] Este objetivo es evidente, pues en el capítulo 13 se revelan “la actitud y atmósfera apropiadas, el motivo y el poder adecuados, y el ‘camino más excelente’ ”(12:31, NVI), sobre el cual Dios planificó el funcionamiento de todos los dones”.[9]

 Pablo comenzó el capítulo presentando los valores más significativos para los cristianos de Corinto: hablar en lenguas y tener el don de profecía.[10] Sin embargo, en 1 Corintios 12:28 al 30, el apóstol colocó el don de lenguas en último lugar. A fin de cuentas, ¿por qué tenían esta preferencia por el último don de la lista? Todo indica que los miembros de la iglesia eran ignorantes e inmaduros en lo que respecta a los dones espirituales (1 Cor. 12:1; 14:20). Aparentemente, algunos apreciaban de modo especial el don de lenguas pues les confería una posición diferencial sobre los demás. Sin embargo, el propósito de los dones espirituales no era hacer que alguien se sintiera superior, mucho menos inferior (1 Cor. 12:7-11).[11]

 En realidad, los corintios necesitaban priorizar la unidad y la edificación de la iglesia, no el prestigio o la posición individuales. Por ejemplo, Pablo era políglota (1 Cor. 14:18); hablaba griego, hebreo y, probablemente, arameo y latín (Hech. 17:22-31; 21:37; 22:2), pero no se enorgullecía de ello (1 Cor. 14:19). Por cierto, su propósito era “corregir la errónea valoración que daban los corintios al don de lenguas y estimularlos a buscar el amor como el don más valioso”.[12] Para el apóstol, una persona sin amor es “como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Cor. 13:1). Por medio de la ilustración del címbalo, Pablo representó la condición de algunos miembros de la iglesia de Corinto. Desde la antigüedad, los gongs tienen por lo menos dos características: son muy ruidosos y poco melodiosos. De este modo, Pablo daba a entender a sus lectores que las iglesias o las personas sin amor generalmente son ruidosas y poco armoniosas. De hecho, ruido y ostentación no son evidencias de piedad (por ejemplo, 1 Rey. 18:26-29; 1 Cor. 14:9-11).

 Lamentablemente, a semejanza de los corintios, algunos profesos cristianos son como “un vagón vacío que desciende violentamente por una colina; hace mucho ruido porque no tiene nada adentro”.[13] En 1 Corintios 13:1 al 3, Pablo cita seis dones: lenguas, profecía, ciencia, fe, generosidad y martirio. De todas maneras, dos veces declara que sin amor no valen nada. El apóstol parece presentar una ecuación. Si el amor estuviera ausente, ya sea en la práctica de uno de los dones o en el ejercicio de todos, el resultado sería el mismo: ¡cero!

 Con esto, Pablo no estaba despreciando los dones, sino exaltando el amor como el don indispensable e incomparable.[14] La palabra nada utilizada por el apóstol implica miseria y pobreza.[15] El amor es tan necesario que incluso el don de profecía, sin amor, debe ser rechazado.[16] Al señalar catorce características del amor (vers. 4-7), el apóstol compara su perfección con la transitoriedad de los otros dones (vers. 8-13). Llegará el día cuando no necesitaremos ejercitar más la fe y la esperanza pues “veremos cara a cara” (vers. 12). A su vez, el amor “nunca deja de ser”. Tiene esa poderosa superioridad, “primero, por su excelencia inherente; y segundo, por su perpetuidad”.[17]

 Desgraciadamente, a lo largo de la historia del cristianismo, parece que ha sido más fácil ser ortodoxo y activo en el trabajo de la iglesia que ser amoroso.[18] A veces olvidamos que “el éxito de nuestra obra depende de nuestro amor a Dios y a nuestros semejantes”, y que “cuando haya acción armoniosa entre los miembros de iglesia, cuando se manifiesten amor y confianza de hermano a hermano en la misma proporción, habrá fuerza y poder en nuestra obra por la salvación de los hombres”.[19] ¿Qué tal si ahora, a fin de cumplir la misión, nos convertimos en la iglesia más amorosa, comenzando por nosotros mismos?

Sobre el autor: Doctor en Teología, es director del Seminario Teológico de la Facultad Adventista de Amazonia.


Referencias

[1] Peter J. Prime, É Bom Ser Bom (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2007).

[2] Ibíd., pp. 13-15.

[3] Elena de White, El ministerio de la bondad (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), p. 91.

[4] Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996), t. 6, p. 651.

[5] George Arthur Buttrick (ed.), The Interpreter’s Bible (Nashville, TN: Parthenon Press, 1980), t. 10, p. 167.

[6] Francis D. Nichol, ed., ibíd., p. 772.

[7] Russell N. Champlin, O Novo Testamento Interpretado (San Pablo: Candeia, 1995), t. 4, p. 202.

[8] John MacArthur, 1 Corinthians (Chicago: Moody Press, 1996), p. 327.

[9] MacArthur, ibíd., p. 328.

[10] Hans Conzelmann, 1 Corinthians: A commentary on the First Epistle to the Corinthians (Filadelfia: Fortress Press, 1975), p. 220.

[11] MacArthur, ibíd., p. 328.

[12] Francis D. Nichol, ed., ibíd., p. 773.

[13] Champlin, ibíd., p. 204.

[14] John F. Walvoord y Roy B. Zuck, The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of the Scriptures (Wheaton, IL: Victor Books, 1985), t. 2, p. 535.

[15] Leon Morris, 1 Coríntios: Introdução e Comentario (San Pablo: Vida Nova, 1986), p. 146.

[16] Ibíd., p. 146.

[17] Charles Hodge, 1 Corinthians (Wheaton, IL: Crossway Books, 1995), s. 1 Cor. 13:1.

[18] MacArthur, ibíd., p. 327.

[19] Elena de White, Testimonios para los ministros (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), p. 205.