Hay lugares que mantienen su importancia a lo largo del tiempo; son lugares que han presenciado acontecimientos que han dado forma al destino de las naciones y hasta del mundo. Estalingrado, ese gran baluarte ruso, fue el dique contra el que se estrellaron las oleadas del ejército invasor de Hitler. Waterloo y Trafalgar son para los británicos lugares iluminados en las páginas de la historia con acontecimientos decisivos que trascendieron en mucho la importancia del sitio donde ocurrieron. Y para los norteamericanos, Gettysburg, Pearl Harbor, Okinawa y otros, fueron lugares sepultados en los atlas hasta que la historia los arrancó de la oscuridad.
Cades-barnea fue otro de tales lugares. Permanecerá siempre como un hito en la historia sagrada del pueblo de Dios. Esta localidad estaba situada en el límite de Canaán, la Tierra Prometida, y el desierto que los israelitas habían recorrido después de salir de Egipto. Dios quería que fuera tan sólo un lugar de concentración donde debían reunirse antes de entrar en la Tierra Prometida. Pero el pueblo de Dios la convirtió en un sitio donde terminó su viaje. Dios había planeado que fuese una puerta de entrada que sus hijos debían trasponer para recibir su herencia. En lugar de esto se convirtió en una morada, donde la falta de fe y la rebelión hicieron que el pueblo de Dios pasara cuarenta años peregrinando por el desierto.
La experiencia de Israel en Cades-barnea fue un gran chasco para Dios. Nunca se había propuesto que su pueblo escogido volviera al desierto. Este chasco se refleja claramente en Números 14. El pueblo manifestó su actitud rebelde exclamando: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!” Sus deseos se iban a cumplir.
“Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros… Y vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y ellos llevarán vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto… Y conoceréis mi castigo” (Núm. 14:28-34).
La mensajera del Señor comentó en los siguientes términos esta terrible experiencia de los israelitas:
“Dios les había dado el privilegio y el deber de entrar en la tierra en el tiempo que les señalara; pero debido a su negligencia voluntaria, se les había retirado ese permiso… Habían desconfiado de que el poder de Dios acompañara sus esfuerzos por obtener la posesión de Canaán” (Patriarcas y Profetas, pág. 415).
De modo que por su incredulidad y su descuido voluntario, Dios no pudo manifestar su poder para subyugar a sus enemigos. Por lo tanto la única posibilidad segura consistía en hacerlos regresar hacia el Mar Rojo.
Cades-Barnea en la actualidad
Debemos hacer una pausa a fin de formularnos trascendentales preguntas: ¿Ha llegado la iglesia remanente de Dios a un lugar llamado Cades-barnea? ¿Hay evidencias que muestren que en tanto estamos a la vista de las colinas de la Tierra Prometida demoramos el momento de aceptar el desafío de una tarea inconclusa? ¿Corremos el riesgo de perder nuestro empuje inicial y de asentarnos como otras organizaciones religiosas después de su “gran impulso” inicial? ¿Por qué estamos actuando por debajo de nuestras posibilidades y del propósito divino en este momento decisivo de nuestra historia?
Creo que deberíamos contestar estas interrogaciones. Os presentaré las convicciones de mi corazón, nacidas de la observación, la oración y un ardiente amor por este mensaje.
Algunas influencias obstaculizadoras
Me parece que en nuestra organización se han desarrollado paulatinamente ciertas influencias que están impidiendo el impulso que nuestro movimiento debe recibir en esta hora decisiva. Espero no ser mal comprendido cuando me refiero a esto como influencias obstaculizadoras.
Permítanme decir con toda sinceridad y fervor que el apresuramiento definido de la conquista final de Canaán reposa en no pequeño grado en las manos de nuestros dirigentes de todo el mundo. La fidelidad y la lealtad al derrotero divino determinado para nosotros debería ser nuestra preocupación suprema. Deberíamos adherirnos firmemente al itinerario trazado por el Cielo.
La nuestra es una cruzada espiritual que debe avanzar “venciendo, y para vencer”. No nos atrevamos a esperar del futuro una generación aún no nacida en la que se consumará la crisis final. La conclusión triunfante de este mensaje final de amonestación fue planeada por Dios para esta época. Este mensaje postrero, proclamado por primera vez hace más de 120 años, ha sido destinado por Dios a ser el mensaje más trascendental que jamás se haya pregonado a los hombres.
Consideremos ahora algunas de esas influencias obstaculizadoras que detectamos entre nosotros.
Peligro de la madurez. Como cuerpo religioso, hemos entrado en la adultez. Ahora estamos bien establecidos en la conciencia del mundo religioso —algunas veces, debo añadir, en forma no muy favorable. La organización de nuestra iglesia y su sistema administrativo se cuentan entre los más eficaces de todos los empleados por las diversas entidades religiosas mundiales. Nuestros feligreses son muchos y cada día aumenta su número. Hace dos años, el director de nuestro departamento de estadística nos informó que la densidad de la población adventista en el mundo había aumentado más de seis veces más rápidamente que el ritmo de crecimiento de la población mundial durante los cincuenta años últimos. Esto constituye un testimonio envidiable. En la actualidad los adherentes de nuestra fe suman más de dos millones, y la obra está bien establecida en puntos estratégicos en todos los grandes centros del mundo.
Cada vez tenemos más recursos financieros a nuestra disposición. Los aportes recibidos en nuestra tesorería destinados a la obra mundial se han más que duplicado durante los doce años últimos. Las inversiones realizadas por nuestra denominación se han acrecentado 10,7 veces durante las tres décadas últimas. Y contamos con todo un cuerpo de fe y doctrina, basado solamente sobre las Sagradas Escrituras. Antes de la terminación de la obra y la conclusión del tiempo de gracia, nos convertiremos en el centro de atención del mundo, de sus decisiones y también de su ataque. Esto es inevitable en el plan de Dios para su iglesia. Pero por extraño que parezca, nuestro peligro denominacional más grande surge de la madurez que hemos alcanzado. Actualmente estamos presenciando una creciente concentración de intereses en lugares que ya están bien establecidos. Estos centros de interés están casi diariamente congestionados por los creyentes adventistas.
Concentración. Por cierto que todos se dan cuenta de esta tendencia a reunirse en torno a los centros y las instituciones adventistas. No pienso que esto es válido únicamente para los centros de enseñanza y administrativos de los Estados Unidos, porque el problema es de alcance mundial. Reconozco que una organización religiosa como la nuestra, que dirige un sistema de educación basado en las escuelas de iglesia, debe contar con poderosos centros de enseñanza para mantenerse al día con las normas y los progresos de la educación moderna. También es indispensable tener puntos de concentración administrativa. Pero hay que hacer algo para impedir que se reúnan más adventistas de los indispensables en estos centros pedagógicos y administrativos. El espíritu de profecía nos amonesta repetidamente diciéndonos que esta práctica es contraria a los principios divinos. Como administradores deberíamos volver a estudiar las advertencias registradas en el tomo ocho de Testimonies. La congestión creciente de adventistas en estos centros hace necesaria una atención pastoral intensa en las enormes iglesias centrales, con lo cual un número grande de pastores quedan inmovilizados en un mismo sitio. Esta situación crea una demanda de pastores asociados y posiblemente de aspirantes al ministerio, mientras en los Estados Unidos y en el extranjero quedan vastas extensiones donde la luz del Evangelio no ha brillado.
En estos grandes centros estamos viendo resultados desastrosos en la fe de muchos de nuestros feligreses. Pierden su experiencia espiritual porque permanecen inactivos entre los cientos de miembros, pasan a un segundo plano y con frecuencia apostatan.
La colonización creciente alrededor de nuestros centros institucionales plantea un problema serio y ejerce profunda influencia en nuestros planes para lograr un avance más rápido de la causa de Dios en todo el mundo. Las nubes de tormenta que se van reuniendo hacen prudente aconsejar a nuestros feligreses que abandonen las ciudades impías y se alejen de esas zonas, congestionadas. Como dirigentes, deberíamos unir nuestras voces para instar a nuestro pueblo a atender la solemne exhortación hecha por la sierva del Señor a abandonar las ciudades.
Dependencia del sostén financiero. ¿Estamos dependiendo del sostén financiero para la rápida terminación de la obra? Cuanto más crecemos, cuantas más instituciones fundamos, cuanto más expandimos nuestro programa misionero, tanta más exigencia de fondos y contribuciones existe. Parecería que hemos caído en un círculo vicioso. Y además, los pastores adventistas de hoy han aprendido que no pueden “predicar en el mundo y hospedarse en el cielo”. Su mente se vuelve naturalmente hacia las cosas materiales. No puede divorciarse él y su familia de las cuestiones mundanas. Debe comprar, planificar y presuponer sus recursos personales. Hay también muchas cosas concernientes al trabajo eclesiástico que debe atender continuamente por medio de una planificación y acción materiales. Un programa intenso de actividades, numerosos pedidos de dinero todo esto tiende a convertir al pastor en una persona con orientación materialista. Nunca ha sido posible separar lo material de lo espiritual, pero ahora parece más imposible que nunca.
Debemos reconocer el grave hecho de que nuestra obra mundial no podrá terminarse únicamente multiplicando las empresas o ejerciendo más presión o actuando con mayor empuje en nuestras campañas denominacionales. Por extraño que parezca, la presión mecánica y el puro deber moral pueden llegar a ser un estorbo para ese flujo de medios mucho más abundante que se ha planeado para esta época decisiva.
En la Palabra de Dios tenemos poderosas declaraciones concernientes al modo como ha de terminarse la obra de Dios. Allí se revela claramente la necedad de pensar que podemos tener éxito confiando en lo material: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues a su amado dará Dios el sueño” (Sal. 127:1, 2).
Este pasaje encierra una lección para nosotros. Necesitamos refrescar nuestra mente para no olvidar que el poder del hombre no es evidencia de que Dios está con nosotros. Debemos recordar siempre que los guarismos y los bienes materiales no son necesariamente una señal de poder espiritual. Nunca podremos terminar la obra empleando el poder físico y las cosas materiales, utilizando a los hombres y la administración, mediante la sabiduría humana o por la intensificación del programa actual. Hermanos, lo que necesitamos no es más empuje sino mayor poder de lo alto. Como alguien dijo: “Necesitamos más afligirnos íntimamente de lo que necesitamos organizar”.
Pedro y Juan, cuando estaban por entrar en el templo, le dijeron al hombre cojo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Ahí está el secreto de su éxito. Esperaban que el cielo hinchiera de poder lo que ellos tenían. Han quedado muy atrás los días cuando la iglesia podía decir: “No tengo plata ni oro”. Pero no ha pasado el día cuando la iglesia de Dios puede esperar cumplir su tarea dada por el cielo con el poder que se manifestó en la Puerta Hermosa. Sin ese poder todos los métodos, medios, facilidades, enseñanza —todo lo que se puede obtener mediante el sacrificio de nuestros miembros de iglesia— carecerían absolutamente de poder para proporcionarnos el éxito necesario para concluir la obra que Dios nos ha encomendado.
Penetración en nuevos territorios. En algunos campos de ultramar vacilamos en promover un vigoroso programa para iniciar la obra y establecerla en países y regiones donde no hemos entrado. Hay unas pocas misiones donde hemos realizado un programa agresivo para penetrar en áreas cerradas, pero parecería que en la década última hemos derivado gradualmente hacia las penalidades impuestas por la consolidación denominacional antes que dedicarnos a la expansión. El profeta Isaías declara que la obra de la iglesia de Dios es doble: “Alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas” (Isa. 54:2). ¿Qué hemos hecho en este sentido? El director de nuestro departamento de estadística me ha dicho que en los diez años últimos hemos entrado en siete áreas donde no teníamos obra. Creo que el último pequeño país donde iniciamos nuestra obra fue Nepal, en 1958. Esto parecería un exitoso programa de expansión, pero la realidad es que algunos de los países considerados como teniendo nuestra obra activa deben borrarse de la lista, porque actualmente no tenemos en ellos representantes de la obra ni miembros bautizados. Se inició una entrada, pero se terminó en retirada. Esas comarcas son: los protectorados de Adén, Muscat, y Omán, Sikkim y Sudán.
La demora en establecer obra nueva en diversos lugares por cierto no se debe a una disminución de subvenciones, porque la Asociación General en el cuadrienio de 1958-62 ha aumentado sustancialmente los fondos destinados a las misiones de ultramar. En 1952 destinó diecisiete millones de dólares a las misiones mundiales, y en 1963 esa subvención creció fenomenalmente hasta alcanzar treinta y tres millones de dólares.
Nuestros dirigentes deberían hacer planes para predicar el mensaje dondequiera que no se haya proclamado aún. Estos Planes lograrían dos objetivos: 1) Asegurar a la iglesia mundial que nuestra obra se establecería rápidamente en esas áreas oscuras. 2) Colocar una mayor responsabilidad financiera y moral en las iglesias nacionales de ultramar en lo que atañe a mantener y promover la obra que actualmente se halla establecida dentro de sus fronteras.
El espíritu de conformismo. Enfoquemos ahora otra influencia obstaculizadora. Es el sutil espíritu de conformismo frente a la condición actual del mundo —esa posición mental que se satisface con únicamente una captación intelectual de las doctrinas distintivas de nuestra iglesia. Es lamentable decirlo, pero este espíritu se ha abierto camino hasta los corazones de algunos de nuestros creyentes. No es un asunto de incredulidad sino una actitud que está enfriando el ardiente anhelo de una pronta venida del Señor, que debería sustentar todo sacrificio realizado para apresurar ese día. Resulta evidente que la confianza en la certidumbre del movimiento adventista constituye la base de cualquier sacrificio inusitado hecho en su beneficio. Como dirigentes debemos remediar definitivamente la influencia leudadora de la incertidumbre y del conformismo que está neutralizando el testimonio eficaz de muchos.
El propósito primordial de nuestra existencia
Dios nos está llamando a reconsiderar el propósito primordial de nuestra existencia como organización. Por encima de los números, de los datos estadísticos y del mecanismo están las expectativas de Dios de que concluyamos nuestra peregrinación por la Cades-barnea del siglo veinte. Espera que detengamos esas influencias obstaculizadoras. Desea que reunamos todas las fuerzas espirituales que él ha provisto. El Señor espera que cambiemos el énfasis quitándolo de la parte mecánica de nuestra organización. Con demasiada frecuencia corremos el riesgo de causar la impresión de estar construyendo definitivamente para el mundo presente. ¿No ha llegado el momento de disponer nuestros hombres y recursos en una forma más sabia?
Es verdad que en Cades-barnea hubo tragedia, pero también hubo triunfo. El triunfo estuvo en Caleb y Josué. Ellos creyeron en el Señor y confiaron en él. Sabían que el Dios de Israel iría delante de ellos en la conquista, y finalmente entraron en la Tierra Prometida. El Señor necesita hoy Calebs y Josués en el Israel moderno. Quiere dirigentes que comprendan la espiritualidad necesaria para enfrentar el desafío de esta hora tormentosa.
La necesidad de una preparación especial
La iglesia de Dios nunca antes ha hecho frente a un tiempo como el actual. Hay una sola conclusión inevitable: nuestra iglesia necesita una preparación especial a fin de prestar el servicio esperado de ella en esta hora solemne. Si la iglesia necesita esto a fin de alcanzar el elevado propósito que Dios tiene para ella en esta hora culminante, entonces nosotros los dirigentes del movimiento adventista debemos guiarla en la búsqueda de esta preparación.
El elemento obstaculizador más grave
Reconocemos que el obstáculo mayor está representado por la falta del poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. El derramamiento del Espíritu de Dios en la iglesia y en nuestras vidas constituye nuestra única esperanza. Solamente espíritu puede conmover los corazones humanos. Este es el único medio de preparar a la iglesia para proclamar el mensaje en alta voz.
Nuestra mayor preocupación debería consistir en suplir esta necesidad. Se alza entre nosotros y la consumación de nuestra comisión. Busquemos el poder divino para cumplir esta tarea.
¿Cuál es la iglesia de Dios?
En los Evangelios se promete que la iglesia de Dios siempre tendrá el poder del Espíritu Santo. Hablamos de un poder divino que descansará sobre la iglesia como totalidad en términos de “lluvia tardía’’. ¿Cómo reposará sobre la iglesia como totalidad si antes no desciende sobre cada uno de nosotros como individuos?
Pensemos un momento —¿cuál es la iglesia de Cristo? No es algo palpable separada y distinta de los hombres. No son los edificios, las instituciones ni las cosas materiales; no es algo que podamos ver. La iglesia está constituida por un grupo de hombres y mujeres que profesan el nombre de Cristo. Si la iglesia ha de estar llena con el Espíritu Santo, éste debe descender individualmente sobre los hombres y las mujeres que constituyen la iglesia.
Hermanos, aún no hemos comenzado a obtener el mayor rendimiento de nuestros miembros y recursos financieros y de otra índole. Debe llegar el momento cuando nuestros hermanos, impulsados por el poder del Espíritu Santo, vendan sus propiedades, terrenos y casas. Aún no hemos comenzado a conocer el sentido del verdadero sacrificio. La siguiente declaración nos muestra que llegará el momento cuando se manifieste ese espíritu de sacrificio en la iglesia:
“Llegará el momento cuando los observadores de los mandamientos no podrán comprar ni vender. Apresuraos a desenterrar vuestros talentos enterrados. Si Dios os ha confiado dinero, manifestad fidelidad a ese legado; desenvolved vuestro paño y enviad vuestros talentos a los cambiadores, para que cuando Cristo venga reciba lo suyo con intereses.
“Antes de que termine esta obra, miles se pondrán gozosamente sobre el altar. Hombres y mujeres considerarán un bendito privilegio participar en la obra de preparar a la gente para que espere el gran día de Dios, y darán cientos de pesos con tanta prontitud como ahora dan un peso” (Counsels on Stewardship, pág. 40).
Como ya hemos visto, Dios no se proponía que el Israel de la antigüedad pasara cuarenta años en el desierto. Les prometió llevarlos directamente a Canaán desde Cades-barnea, pero no llegaron allá a causa de su “incredulidad”. Y resulta angustiante el hecho de que esos mismos pecados han retardado la entrada del Israel moderno en la Canaán celestial. En ninguno de los dos casos fallaron las promesas de Dios.
“Es la incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas que se manifiestan entre el pueblo de Dios, lo que nos ha mantenido en este mundo pecador y aflictivo durante tantos años” (Evangelism, pág. 696).
Probablemente nunca tendremos nuevas ideas o métodos de trabajo para realizar nuestra tarea en forma más efectiva que en los días de los apóstoles. Como entonces también ahora, la combinación del Espíritu Santo con el esfuerzo humano es indispensable si queremos llevar a cabo las mayores realizaciones.
“Es posible poseer conocimientos, talentos, elocuencia y toda clase de dotes naturales o adquiridas, pero sin la presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá y ningún pecador se ganará para Cristo” (Testimonies, tomo 8, pág. 21).
Puesto que esta verdad es tan fundamental para la rápida terminación de nuestra tarea, deberíamos promover fervientemente el cumplimiento cabal por parte de los dirigentes y los feligreses de la obra que Dios nos ha encomendado. Debemos acudir al Señor para recibir de él una nueva dosis de poder, y debemos entregarnos incondicionalmente al control del Espíritu Santo. En el espíritu de profecía encontramos esta clarísima y seria advertencia:
“La iglesia debe levantarse a la acción. El Espíritu de Dios nunca podrá venir hasta que la iglesia prepare el camino” (Selected Messages, tomo 1, pág. 126).
Hermanos, yo quiero ver esta obra terminada. Ustedes quieren verla terminada. ¿Cuándo la concluiremos? A medida que nos aproximamos a la gran hora de la culminación, se nos ha dicho que la obra avanzará “con una rapidez que sorprenderá a la iglesia” (Id., tomo 2, pág. 16).
Ezequiel vio una luz brillante que se movía con la rapidez del relámpago entre los seres que contemplaba en su visión. (Eze. 1:13, 14.)
“La luz brillante que se movía entre los seres vivientes con la velocidad del relámpago representa la velocidad con que la obra avanzará finalmente hasta concluir” (Testimonies, tomo 5, pág. 754).
¡Oh, qué momento glorioso para el pueblo de Dios! Es un momento de admiración, de victoria, de triunfo final. Esta hora exige una dedicación completa, una devoción de corazón a la terminación de la tarea.
Compañeros colaboradores, el itinerario de los acontecimientos finales no dependerá de las cifras y los presupuestos, sino de la prontitud del pueblo de Dios para poner sus vidas y actividades en armonía con la voluntad divina, de modo que el Señor pueda cumplir rápidamente su Palabra en el mundo y terminar su obra abreviándola en justicia.
Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General