Unión con Cristo
Desde que el Señor resucitado dio la orden: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos…” (Mat. 28:19), el bautismo ha sido considerado no sólo como el testimonio público de que el catecúmeno ha aceptado a Jesús como su Salvador personal, sino también como la puerta por la que todos deben pasar para llegar a ser miembros del cuerpo de Cristo.
Significado del término
Sin embargo, no hay un acuerdo unánime en la comunidad cristiana acerca de la forma en que el rito debería realizarse. Los adventistas del séptimo día practican la inmersión, creyendo que esa es la forma enseñada por el Nuevo Testamento y seguida por la iglesia apostólica. Se sostiene esta creencia por dos razones:
1. El verbo griego baptizein (bautizar) implica la inmersión, pues proviene de la raíz baptein (sumergir en o bajo)[1] Por lo tanto el término lleva consigo la connotación de la inmersión del candidato bautismal bajo el agua.
Aunque comprendemos que existe peligro en la formulación de una postura denominacional basándose en la idea de que un término dado de la Escritura tiene un sólo significado, el peso de la evidencia en el texto del Nuevo Testamento señala en dirección al bautismo por inmersión. Las tres veces que se usa baptein en el Nuevo Testamento reflejan el sentido de sumergir: 1) el rico pidió a Abrahán que permitiera a Lázaro mojar (baptein) la punta de su dedo en agua fresca para que éste pudiera humedecer su lengua (véase Luc. 16:24); 2) Jesús identificó a su entregador sumergiendo (baptein) un bocado y entregándolo a Judas (véase Juan 13:26); y 3) como comandante de los ejércitos del cielo, las vestimentas de Jesús dieron a Juan la impresión de haber sido sumergidas (baptein) en sangre (véase Apoc. 19:13).
El verbo bautizar es usado de tres maneras distintas en el Nuevo Testamento. La primera está en relación con el bautismo del agua. Las referencias son demasiado numerosas como para mencionarlas aquí; pero se encuentran en cualquier buena concordancia. En segundo lugar, baptizein es utilizado metafóricamente por Jesús cuando se refiere a su pasión como su bautismo (véase Mat. 20:22,23; Mar. 10:38,39; Luc. 12: 50); y también por Juan el Bautista, Jesús y Pedro, refiriéndose a la venida del Espíritu Santo (véase Mat. 3:11; Mar. 1:8; Luc. 3:16; Juan 1:33; Hech. 1:5; 11:16). En tercer lugar, ese mismo verbo se utiliza para las abluciones o lavados. Las dos apariciones de ese uso de baptizein, antes que apoyar el bautismo por aspersión, reflejan el uso de ese verbo griego para denotar los lavados para eliminar la impureza levítica.[2] Tanto Mateo 7:4 como Lucas 11:38, donde baptizein se utiliza de esa manera, se refieren al lavado ritual de las manos. Además, el sustantivo baptisma es utilizado también en relación con el agua del bautismo y metafóricamente en referencia a la pasión de Jesús.
En base a ello, J. K. Howard señala: “No hay evidencia de que el asperjamiento haya sido una práctica apostólica, por el contrario, toda la evidencia señala que la misma fue introducida tardíamente”.[3]
2. Además del hecho de que el término baptizein indica inmersión, los registros del bautismo del agua que nos da el Nuevo Testamento sugieren que las personas eran sumergidas. Por ejemplo, el bautismo de Juan, que allanó el camino para el bautismo cristiano, fue aparentemente por inmersión. Las multitudes que llegaron a Juan “eran bautizadas (ebaptizonto) por él en el Jordán” (Mat. 3: 6; cf. Mar. 1:5, la cursiva es nuestra). También leemos que Juan “bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas” (Juan 3:23).
Al someterse al bautismo de Juan, Jesús también fue sumergido en el Jordán. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua” (Mat. 3:16, la cursiva es nuestra). Marcos dice además: “Jesús… fue bautizado por Juan en el Jordán. Y luego, cuando subía del agua…” (Mar. 1:9, 10, la cursiva es nuestra).
El bautismo del eunuco etíope igualmente apoya la posición de que la iglesia apostólica practicaba la inmersión. “Descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua…” (Hech. 8:38,39, la cursiva es nuestra).
Las imágenes usadas por Pablo en Romanos 6:4 en relación con su enseñanza sobre el bautismo y la unión del creyente con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección, sugieren que, para Pablo, el bautismo implicaba la inmersión.
El pasaje que considera al bautismo en la Didajé post apostólica corrobora la evidencia en favor de la inmersión que encontramos en el Nuevo Testamento. Este famoso pasaje permite el asperjamiento sólo como un último recurso: “Con respecto del bautismo, ésta es la forma en que bautizaréis. Habiendo recitado primero todas estas cosas, bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo en agua en movimiento. Si no hay agua corriente, bautizad en otra agua, y si no es posible usarla fría usadla templada. Pero si no tenéis ni la una ni la otra, entonces derramad agua sobre la cabeza tres veces, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.[4]
Puerta de la iglesia
La idea del bautismo como puerta de la iglesia derivó de la comisión de Jesús. En las naciones debían hacerse discípulos por medio de la enseñanza y el bautismo. Quienes escucharon el sermón de Pedro en Pentecostés preguntaron “hermanos, ¿qué haremos?” y Pedro les respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2:37,38). Lucas nos dice entonces que tres mil fueron añadidos ese día (véase Hech. 2:41). No especifica adonde fueron añadidos los bautizados, pero es claro por el contexto que fueron unidos al cuerpo de creyentes. Lucas dice además que “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:47). Se entiende que esa gente, que se unía día a día, ingresaba a la comunidad cristiana de la misma manera que los que habían respondido al mensaje de Pedro en el día de Pentecostés: por el bautismo. No podemos hablar en detalle de los que fueron bautizados en Samaría por Felipe (véase Hech. 8: 4-25), Saulo (véase Hech. 9: 1-19), Cornelio, su familia y amigos (véase Hech. 10:1-48), Lidia y su familia (véase Hech. 16:11-15), el carcelero de Filipos y su familia (véase Hech. 16:16-40), Crispo y su familia (véase Hech. 18:8), los doce “discípulos” encontrados en Éfeso por Pablo (véase Hech. 19:1-7) y muchísimos otros que ingresaron a la comunidad cristiana por el bautismo.
Puerta a la relación
El bautismo no es sólo la puerta por la que se debe pasar para ingresar a la comunidad de creyentes, también es la puerta por la que se entra en una íntima relación con Jesús. Una parte de esta relación consiste en compartir su bautismo mayor, su pasión.
La preposición eis es utilizada “para denotar el blanco buscado y cumplido por el bautismo”.[5] Es con esa preposición que Pablo establece la experiencia de una relación con Jesús: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en [e/s] Cristo Jesús, hemos sido bautizados en [le/s] su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:3,4).
El espacio no nos permite aquí discutir el concepto bíblico del cuerpo corporativo. Sin embargo, podría sugerirse que Pablo tenía la idea corporativa en la mente cuando dijo que al ser bautizados entramos en la experiencia de la pasión de Cristo, una experiencia íntima que puede ser compartida sólo por los que participan del rito bautismal.
Con respecto de la enseñanza paulina sobre el bautismo, Howard dice: “En el acto simbólico del bautismo, el creyente entra en la muerte de Cristo, y en un sentido real esa muerte llega a ser su muerte; e ingresa en la resurrección de Cristo, y esa resurrección llega a ser su resurrección”.[6] Luego continúa: “El bautismo es por lo tanto el lugar donde el hombre y Cristo se entrelazan. Es la coparticipación en esos eventos lo que Pablo tenía in mente al escribir en otro lugar: ‘Con Cristo estoy juntamente crucificado… y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí’ (Gál. 2:20)”.[7]
Como creemos que las aguas bautismales no poseen poder sobrenatural, y que la fe es la que realiza lo que el bautismo simboliza, los adventistas del séptimo día no practicamos el bautismo infantil.
Puerta al pacto
La circuncisión fue la señal de la relación pactual entre Yahveh y el pueblo del Antiguo Testamento. Sin embargo, Pablo consideró que la relación del pacto había sido quebrantada por el rechazo de Jesús. Lo que había sido señal del pacto, se transformó en la señal del intento del hombre por salvarse a sí mismo, posición enteramente extraña a la enseñanza de Pablo de la salvación por la fe en Jesús. Aunque el pacto divino y sus promesas continúan inalterables, ahora hay un nuevo pueblo, y una nueva señal del pacto, en lo que respecta a Pablo. La señal de la circuncisión física ha sido sustituida por el bautismo, que representa la circuncisión espiritual del corazón y una relación salvífica con Jesús.
Pablo dice: “En él [Jesús] también fuisteis circuncidados por circuncisión no hecha de mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:11,12).
Al eliminar “el cuerpo carnal” por medio de la circuncisión espiritual realizada por Jesús, el bautizado se viste de Cristo e ingresa en la relación de pacto con Jesús. Como resultado, está en condición de recibir el cumplimiento de las promesas del pacto.
Pablo dice además: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos… Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abrahán sois, y herederos según la promesa” (Gál. 3:27,29).
Resumen
El texto del Nuevo Testamento presenta al bautismo por inmersión como el modo indicado por Juan el Bautista y los primeros evangelistas de la iglesia apostólica. La inmersión fue el modo de bautismo practicado por Jesús. Pablo utiliza las imágenes de la inmersión al hablar de la íntima relación que existe entre el cristiano nacido de nuevo y Jesús, cuando el creyente experimenta la muerte, la sepultura y la resurrección junto con Jesús.
Por medio del bautismo el nuevo creyente ingresa en la iglesia y en la relación de pacto con Jesús. El bautismo reemplaza la circuncisión como la señal de esa relación pactual. Con la eliminación del “cuerpo carnal”, el que se bautiza se “viste de Cristo”. Así llega a ser hijo espiritual de Abrahán y está en condición de recibir el cumplimiento de las promesas del pacto.
Sobre el autor: George E. Rice es profesor asociado de Nuevo Testamento en el Seminario de Teología de la Universidad Andrews.
Referencias
[1] William A. Arndt y F. Wilbur Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, Chicago, University of Chicago Press, 1957, págs. 131, 132.
[2] Albrecht Oepke, “Bapto, Baptizo”, en Theological Dictionary of the New Testament, vol. 1, Grand Rapids, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1964, pág. 535. Cf. Arndt y Gingrich, pág. 131.
[3] J. K. Howard, New Testament Baptism, Londres, Pickering & Inglis, LTD, 1970, pág. 48.
[4] Didaje, 7.
[5] Oepke, pág. 539. Cf. Arndt y Gingrich, pág. 131.
[6] Howard, pág. 69.
[7] Ibid., pág. 71.