La mayor ayuda que puede ser dada a nuestro pueblo es enseñarle a trabajar para Dios.

Asumir la principal tarea del pastor ha sido el gran desafío de mi ministerio. Cuando, hace más de 22 años, comencé el trabajo pastoral, tenía el concepto de que, para obtener éxito, el pastor debía trabajar mucho: visitando, predicando, bautizando y ayudando al crecimiento de las finanzas de la congregación. De ese modo, centré mi ministerio pastoral en mí mismo, en mis posibilidades y no en el trabajo requerido. Al regresar de mi período de vacaciones, algunos hermanos dijeron: “Pastor, ¡qué bueno que llegó! Esta iglesia no funciona sin su presencia. Estábamos ansiosos de que llegara…” Eso alimentaba mi ego. Apreciaba escuchar esos comentarios.

Durante mucho tiempo experimenté un ministerio de realizaciones; pero, con el pasar de los años, fui afectado por un sentimiento de frustración y por el sentido de que mi trabajo no era satisfactorio. Era un pastor dedicado y muy esforzado, pero trabajaba de manera equivocada. Las cosas andaban bien cuando yo estaba al frente; pero, cuando me apartaba, todo volvía a punto cero. Al evaluar mi ministerio, llegué a la conclusión de que no estaba edificando personas, no estaba capacitándolas, ni desarrollando plenamente a la iglesia.

Mi esposa percibía mis esfuerzos y ajetreo, en el intento de satisfacer las necesidades de las congregaciones; por otro lado, el sentimiento de frustración estaba siempre presente. Hubo momentos en que maltraté a la “niña de los ojos de Dios”. Muchas veces quedé airado, al percibir el letargo y la indiferencia de la iglesia, al igual que su falta en corresponder a mis expectativas.

Dos hechos me marcaron y contribuyeron a un cambio de filosofía de trabajo: primero, la lectura del libro titulado Can the Pastor Do it Alone? [El pastor, ¿puede hacerlo todo solo?], de Melvin Steinbron. El segundo hecho fue el momento en que un experimentado hermano fue a mi casa a ofrecerme ayuda. Dijo: “Usted es un pastor dedicado, trabajador, constructor, emprendedor… pero temo que intenta hacer muchas cosas por nosotros, pero no con nosotros.

Necesita acercarse más a sus oficiales, confiar más en sus liderados. Necesita capacitar para el trabajo; entonces compartiremos las cargas de su ministerio”. Dios envió a aquel hermano para darme un consejo adecuado e indicar la filosofía que necesitaba adoptar en mi trabajo. El Señor sabía de la sinceridad de mi corazón y de mi compromiso con su iglesia. Creo que, en el momento correcto, colocó a ese hermano y ese libro en mi camino. Eso resultó en tres grandes descubrimientos que cambiaron el rumbo de mi ministerio: Primero, descubrí que no podía hacerlo todo solo. Segundo, entendí que debía cambiar el enfoque de mi trabajo; de “yo hago” a “lo hacemos juntos”. Tercero, la necesidad de valorar y capacitar el tremendo potencial que Dios colocó bajo mi responsabilidad: los miembros de la iglesia. En verdad, aun cuando cambiar conceptos personales no siempre es una tarea fácil, encaré el asunto como una cuestión de vida o muerte para mi ministerio. Y Dios me dirigió en la comprensión de que ser pastor significa, por sobre todo, ser un capacitador.

Pastor capacitador

El concepto bíblico de pastor como capacitador se encuentra en Efesios 4:11 y 12: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. De acuerdo con esta declaración, la tarea principal del pastor es capacitar a los miembros de iglesia para el ministerio, supervisando la “edificación del cuerpo de Cristo”; es decir, la iglesia.

Para desarrollar esta filosofía de trabajo, el pastor necesita asumir una nueva manera de pastorear. Gracias a Dios, fui despertado a este grandioso ministerio del modelo capacitador, en contraste con el modelo “lo hago todo”.

Para mí, esto significó más que un cambio de modelo o filosofía de trabajo. Fue un cambio de estilo de vida, pues resultó en más tiempo para la vida devocional, más tiempo para el estudio y la interacción con los líderes de la iglesia. A fin de poder capacitar a otros, necesitamos permitir que el Espíritu Santo nos capacite primero. Y lo hace cuando buscamos a Dios, su Palabra, y cuando buscamos aprender de los libros inspirados y de la experiencia de los demás.

Al escribir a los efesios acerca de los dones y los ministerios, Pablo presentó su visión con respecto al trabajo pastoral, afirmando que eso incluye priorizar el desarrollo o la capacitación de los miembros, orientándolos, motivándolos y proveyendo oportunidades para que trabajen y sirvan de acuerdo con los dones que el Espíritu Santo les concedió. De acuerdo con el apóstol, no importa el título o la posición; la principal tarea del pastor es capacitar (perfeccionar) y equipar a los miembros de iglesia, a fin de que se conviertan en cristianos maduros que usan los dones recibidos para testificar. Al hacerlo así, edifican la iglesia.

En el libro de los Hechos y en las Epístolas, encontramos a Pablo como capacitador de otros creyentes. Tan pronto se establecía una nueva iglesia, inmediatamente reconocía lo que Dios quería hacer a través de los nuevos conversos, y dedicaba tiempo y esfuerzo a ayudarlos a descubrir y ocupar su lugar en algún ministerio de la iglesia. Pablo no solo se regocijaba en conducir a las personas a Cristo, sino también las ayudaba en el desarrollo de sus dones. El apóstol reconocía que cada creyente tenía su potencial en forma de dones, talentos y habilidades, y no descansaba hasta que el nuevo converso descubriera su papel y canalizara sus dones en diferentes ministerios para el crecimiento de la iglesia. Al pastor Timoteo, Pablo le dio el siguiente consejo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:2). Pablo se alegraba al ver que su propio ministerio se multiplicaba en la vida de los que eran capacitados para el servicio del Maestro. Al asumir ese trabajo, estaba, en verdad, siguiendo el ejemplo de Jesús, que dedicó buena parte de su tiempo a entrenar y capacitar a los discípulos para la misión.

Trabajo de distrito y capacitación

En el caso de un distrito con varias iglesias, se hace más necesario que el pastor asuma su papel de capacitador. La necesidad de dividir la carga crece a medida que aumenta el número de congregaciones. Melvin Steinbron revela que, trabajando como pastor durante muchos años, intentó ser eficiente, sin considerar el aspecto principal del trabajo principal: capacitar a los santos para el servicio. Llegó a decir que por casi treinta años conoció el texto de Efesios 4:11 y 12, pero hizo poco para ponerlo en práctica.

Entonces, dijo: “Dios me llamó para aceptar y practicar esta enseñanza bíblica referente a capacitar a los santos para el ministerio. Eso trajo una nueva dimensión a mi trabajo. Me llevó a los mejores días de mi ministerio. Mi  pastorado cambió para mejor. En esta nueva forma de trabajar, he servido al Señor con más alegría (Sal. 100:2) y con renovada motivación, porque no tengo que llevar solo la carga del ministerio; no tengo que luchar contra los problemas por mí mismo. Ahora tengo a muchas personas comprometidas y están trabajando en distintos ministerios, supervisando su propio crecimiento espiritual y contribuyendo  a la edificación del cuerpo de Cristo.

Steinbron desafía a cada pastor: “El pastor debe convencerse de que capacitar a los laicos para que trabajen en diferentes ministerios y supervisar el crecimiento de la iglesia local es un llamado divino y debe ser prioridad en su ministerio pastoral”.[1]

Aunque se extienda la capacitación a diferentes situaciones, sean de orden formal o informal, asumir este modelo de trabajo involucra una agenda intencional y planificada de entrenamiento. Entre los investigadores de este tema en la Iglesia Adventista, está Rusell Burrill, profesor de evangelización y crecimiento de iglesia en la Universidad Andrews. Escribiendo acerca de la importancia de capacitar a los laicos, en uno de sus libros enfatiza que la tarea principal del pastor es preparar al pueblo de Dios para el trabajo del ministerio: “Si el pastor no está haciendo esto, bíblicamente, no está haciendo su trabajo como debería”,[2] dice Burrill.

“Cuando el pastor asume el trabajo de la iglesia y hace todo solo, descuida su principal función como capacitador y deja de entrenar a los miembros, la iglesia se debilita espiritualmente”, continúa el especialista, agregando que “entrenar es un componente absolutamente vital, que requerirá significativa atención por parte del pastor, si este desea que los miembros participen efectivamente del ministerio de la iglesia”.[3]

En sus escritos, Elena de White enfatiza exhaustivamente el tema en consideración, y que es vital para el trabajo del pastor. Ella escribió: “A veces los pastores hacen demasiado; tratan de abarcar toda la obra con sus brazos […] en tanto que los miembros de la iglesia permanecen ociosos”.[4] Ella también afirma: “La mayor ayuda que pueda darse a nuestro pueblo consiste en enseñarle a trabajar para Dios y a confiar en él, y no en los ministros […]. Dedique el ministro más de su tiempo a educar que a predicar”.[5] Y más: “El predicador debe primero no tanto tratar de convertir a los no creyentes como preparar a los miembros de la iglesia para que presten una cooperación aceptable”.[6]

La siguiente cita ejerció gran influencia sobre mi ministerio: “Muchos trabajarían con gusto si se les enseñara cómo empezar. Necesitan ser instruidos y alentados. Cada iglesia debe ser una escuela práctica para obreros cristianos”.[7] Por lo tanto, no es por falta de apoyo autorizado que el pastor dejará de realizar su trabajo direccionado a la capacitación de los santos para el servicio.

Ventajas

La práctica de los principios incluidos en el texto de Efesios 4:11 y 12 produce ventajas significativas, conforme se mencionan abajo:

Capacitar a los miembros de sus congregaciones lleva al pastor a reconocer y practicar la enseñanza bíblica del sacerdocio de todos los creyentes. El pastor que reconoce no estar solo en el trabajo de la iglesia y que cada creyente es un ministro con un lugar asignado en el que puede servir, ciertamente tendrá un ministerio más efectivo y productivo.

Provee al pastor mayor cantidad de tiempo, que puede ser dedicado a la investigación, el estudio y la oración. De este modo, estará mejor preparado con el fin de enfrentar las exigencias del mundo actual.

Revela el reconocimiento, por parte del pastor y de los miembros de iglesia, de la doctrina de los dones espirituales. En la asamblea de la Asociación General de 1980, esta doctrina fue incorporada en nuestras creencias fundamentales. De acuerdo con estas enseñanzas, el Espíritu Santo es el agente divino que concede dones a los creyentes, para la edificación del cuerpo de Cristo. En los escritos de Pablo, encontramos que los dones son provisiones de Dios para suplir a la iglesia con el fin de que sus miembros, unidos por el don mayor que es el amor, trabajen con el propósito de cumplir la misión.

De acuerdo con George Barna, el papel del pastor como capacitador incluye la responsabilidad de usar sus dones. Colocar a las personas espiritualmente dotadas en los diferentes ministerios eclesiásticos —a las personas correctas en el lugar adecuado- es fundamental para el éxito del pastor. Barna sugiere específicamente que el pastor debe ayudar a los miembros a:

1. Identificar sus dones.

2. Desarrollar y refinar esos dones, por medio del entrenamiento.

3. Emplear esos dones en ministerios significativos.

4. Perfeccionarse en el servicio al Señor.[8]

Peter Wagner también defiende el modelo de ministerio basado en el perfeccionamiento de los creyentes. Dice que “cuando un pastor capacita a los miembros y establece blancos para la congregación, de acuerdo con la voluntad de Dios, obtiene por parte de los miembros cooperación y los blancos propuestos son alcanzados”.[9]

Otro importante beneficio del ministerio capacitador está relacionado con la delegación de las tareas y las responsabilidades. Cuando el pastor entrena y capacita a sus líderes, estarán más preparados para asumir papeles y desempeñarlos con eficacia. La tarea de delegar  es realizada con seguridad, pues el pastor confía en aquellos que fueron capacitados.

Ricardo Norton afirma que, cuando el pastor delega poderes y no solo tareas o responsabilidades, eso se convierte en una poderosa fuerza en el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la iglesia. Al mismo tiempo, crece el respeto por la autoridad pastoral. Los miembros se sienten parte del proceso, lo que eleva su estima propia, y luchan para alcanzar los blancos y los objetivos. Por lo tanto, el trabajo de capacitar a los miembros facilita la tarea de delegación. Sin eso, muchos permanecerían en su estado de letargo. La acción de delegar no solo distribuye la carga del pastorado (Éxo. 18:22), sino también favorece al pastor, dándole más tiempo para otras tareas.[10]

Carl George también enfatiza que “los pastores de éxito reconocen la necesidad de trabajar como un equipo, en el que el pastor no es el jugador, sino el entrenador […] los pastores deben establecer el ministerio de ellos alrededor del concepto de que Dios no desea que el clero haga todas las cosas por sí mismo. Dios cuenta con los laicos para hacer el trabajo”.[11]

Una de las causas de sobrecarga y estrés entre los pastores es que “no están desarrollando la filosofía del ministerio en torno del concepto bíblico de Efesios 4:11 y 12. No han desarrollado el arte de hacer surgir líderes que asuman con renovado entusiasmo las responsabilidades de un ministerio en el cual los laicos comparten con el pastor los deberes del trabajo pastoral. Los pastores genuinos capacitan, movilizan y confían responsabilidades a sus miembros”.[12]

Otra ventaja para que el pastor adopte el modelo del ministerio capacitador es que esto facilita su importante tarea de enseñar y discipular. La capacitación es un proceso de enseñanza; la enseñanza es esencial para el crecimiento y la madurez de cada miembro de la iglesia. Cuando el pastor adopta este modelo, el discipulado será el resultado natural. En ese proceso, el pastor estará simultáneamente ayudando a sus miembros en su crecimiento espiritual, y preparándolos para ejercer dones y habilidades naturales para el cumplimiento de la gran comisión (Mat. 28:18-20) y del gran Mandamiento (Mat. 22:37-40).[13]

De acuerdo con Rick Warren, enseñar a su iglesia y llevarla al compromiso con la gran comisión y el gran Mandamiento son elementos indispensables para integrar a los miembros de la iglesia y comprometerlos en la edificación del cuerpo de Cristo. Para Warren, esto solo es posible cuando el pastor adopta el modelo bíblico del ministerio capacitador, teniendo en mente, en todas sus acciones pastorales, el trabajo de capacitar a los creyentes para el servicio cristiano.

El propósito real de la enseñanza es comprometer a los líderes en el proceso de crecimiento eclesiástico. Eso los capacita para prestar un servicio dinámico a la congregación. Cuando el pastor demuestra interés en enseñar y capacitar, indudablemente será blanco de mayor confianza y simpatía por parte del rebaño. El liderazgo pastoral será fortalecido y toda la iglesia será beneficiada.

Un proceso continuo

La capacitación siempre será necesaria para la vida de la iglesia, porque habrá siempre nuevos miembros que necesitan ser entrenados, nuevos conocimientos, herramientas y técnicas de perfeccionamiento, nuevos métodos que pueden ser utilizados e implementados, nuevos oficiales que necesitan de enseñanza y entrenamiento, nuevos desafíos para la predicación del evangelio en diferentes grupos y comunidades. Se trata, pues, de una gran tarea de amplio alcance, que incluye toda la vida pastoral.

Para mí, representó un gran desafío asumir una filosofía de trabajo pastoral basada en el “perfeccionamiento de los santos para el servicio”. Cuando Dios impresionó mi corazón a través del estudio, la investigación, la lectura y la observación, decidí cambiar. No fue fácil, pero fue una experiencia realmente enriquecedora. Observar mi propio crecimiento y el crecimiento de los líderes de mis congregaciones significó una gran satisfacción.

En los días que vivimos, el papel del pastor ha cambiado desde la figura de superpastor que, solo, era responsable por todas las cosas en la iglesia, hacia alguien que inspira, capacita, incentiva y brinda oportunidades a los miembros para participar de un ministerio productivo. Su tarea es “perfeccionar a los santos” para el cumplimiento de la gran comisión. Es convertir cada ministerio de la iglesia en un conducto a través del cual la misión fluya, para desarrollo de cada creyente y para la conquista de hombres y mujeres para el Reino de Dios.

Sobre el autor: Director de Escuela Sabática y Grupos Pequeños en la asociación Planalto Central, Brasilia, DF, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Melvin J. Steinbron, Can the Pastor Do it Alone? [El pastor, ¿puede hacerlo solo?] (Ventura, CA: Regal, 1987), pn. 21-23.

[2] Russel Burrill, Revolution in The Church [Revolución en la iglesia] (Fallbrook, CA: Hart Research Center, 1993), p. 48.

[3] Ibid., p. 51.

[4] Elena G. de White, El evangelismo, pp. 87, 88.

[5] Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 82, 83.

[6] Obreros evangélicos, p. 206.

[7] Servicio cristiano, p. 75.

[8] George Barna, Users Friendly Churches [Iglesias amigables para sus visitantes] (Ventura, CA: Regal Books, 1996), p. 1.

[9] C. Peter Wagner, Your Church Can Grow [Su iglesia puede crecer] (Glandale, CA: Regal Books, 1979), pp. 51-55.

[10] Ricardo Norton, Equipping Lay For Ministry [Equipar a los laicos para el ministerio] (Anotaciones de clase, Universidad Andrews, 1998).

[11] Cari F. George, Prepare Your Church for the Future [Prepare a su iglesia para el futuro] (Grand Rapids: Fleming H. Revell, 1996), p. 120.

[12]  Don Cousins, Leith Anderson y Arthur Dekrwyter, Mastering Church Management [Cómo administrar magistral mente su iglesia] (Portland, OR: Multnoman, 1990), p. 42.

[13] Lucien E. Coleman, “The Ministry of Teaching” [El ministerio de la enseñanza], en Formation For Christian Ministry [Formación para el ministerio cristiano], ed. Anne Davis y Wade Rowatt Jr. (Louisville, KY: Review and Expositor, 1981), pp. 22-25.