Recuerdo, con una mezcla de humor y pena, una escena que se repitió varias veces durante mi infancia: el equipo de mudanzas tratando de bajar las escaleras del edificio con nuestro piano Dörner, de madera maciza, fabricado en 1911. A cada escalón, parecía que el “elefante marrón” cobraba vida, balanceándose como si tuviera voluntad propia y chirriando acordes más que desafinados. Los cargadores sudaban copiosamente, contorsionándose en posiciones casi acrobáticas. Después de mucho esfuerzo, finalmente lograban finalizar esta pesada tarea.
Algunos pastores ven el ministerio como si fuera cargar un piano por una escalera. El problema se agrava cuando creen que pueden hacerlo solos. Recuerdo el comienzo de mi ministerio como pastor de distrito, cuando, en mi inexperiencia, intenté cumplir la misión sin compartir responsabilidades. Me parecía a Ahimaas, hijo del sacerdote Sadoc, que corrió sin estar preparado para transmitir el mensaje (2 Sam. 18:29). Tuve que aprender que delegar es confiar responsabilidades, es “correr juntos”, optimizando el tiempo y promoviendo la armonía en todos los aspectos.
El apóstol Pablo describe claramente esta función primordial del pastor: “Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:11, 12). Dios nos ha llamado y nos ha dotado de dones para “perfeccionar a los santos”, a fin de que cada uno cumpla “su ministerio” y, así, se promueva la “edificación del cuerpo de Cristo”. Nuestra misión es involucrar a la iglesia en la misión.
Sin embargo, hay que entender que delegar no es “descuidar”. Por un lado, está el extremo de intentar hacerlo todo solo; por otro, el de limitarse a distribuir tareas y supervisar. Ninguna iglesia desea un pastor “que lo haga todo”, ni tampoco uno que diga “hagan todo”. Un liderazgo participativo, colaborativo y basado en la amistad con Cristo y con las personas es el que más promueve el crecimiento. Es el ejemplo lo que realmente mueve a las personas. Confucio ya lo explicaba: “La palabra convence, pero el ejemplo arrastra”. Esto es especialmente válido para el ministerio.
Por lo tanto, no esperes un compromiso total de los miembros si tú no estás totalmente comprometido. No esperes espiritualidad de la iglesia si tú no eres un pastor espiritual. No esperes que los líderes visiten si tú no visitas. No esperes que los miembros impartan estudios bíblicos si tú no lo haces. No esperes una iglesia vibrante si tú mismo no eres vibrante. No esperes una iglesia misionera si tú no vives la misión. Da el ejemplo, y así será mucho más probable ver una iglesia plenamente comprometida.
En estos últimos dos meses, es tiempo de evaluar lo que hemos logrado hasta ahora y planificar las acciones para 2026. ¿Cómo podemos cumplir la misión dentro de las cuatro prioridades estratégicas de la iglesia para el próximo quinquenio: Identidad, Liderazgo, Nuevas Generaciones y Discipulado? A la hora de elegir líderes y establecer metas, no olvides involucrar a todos los miembros. Así, “cargar con el piano” será mucho más fácil. Y, sobre todo, invita a aquel que cargó con los pecados del mundo a guiar tu ministerio. Con él, el yugo, la carga y el “piano” son ligeros.
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la CPB
