Dos modelos de liderazgo presentados en 3 Juan

La tercera carta de Juan es el documento más breve del Nuevo Testamento. Aunque contiene más versículos (15) que la segunda carta de Juan (13), tiene menos palabras en el original en griego: 219 frente a 245. Aun así, este pequeño texto sagrado aborda una de las cuestiones más profundas y desafiantes a las que se ha enfrentado la iglesia a lo largo de la historia: el orgullo de los miembros y líderes que actúan como si fueran los dueños de la iglesia.

Reflexionando sobre este tema, el comentarista Warren Wiersbe escribió: “Al parecer, muchas iglesias tienen miembros que insisten en ser los ‘mandamás’ y en hacer todo a su manera”.[1] Comparando este tipo de comportamiento con el de los dictadores, Wiersbe añade que, cuando “la iglesia tiene un dictador al mando, los conflictos son inevitables”.[2]

¿Dictador? ¿En una iglesia? A primera vista, parece una exageración. Pero, por desgracia, es algo más común de lo que uno se imagina. Siempre que se empuña el “cetro del poder” en lugar del paño del servicio —como el que utilizó Jesús en el aposento alto—, el liderazgo cristiano se desfigura y da lugar a disputas, divisiones y dolor.

En este escenario, la tercera carta de Juan presenta dos perfiles de liderazgo radicalmente opuestos, representados en las actitudes y decisiones de dos personalidades: Gayo y Diótrefes. Es lo que veremos en este artículo.

El modelo Gayo

El primer modelo de liderazgo presentado en la carta es el de Gayo, el principal destinatario de las orientaciones del apóstol Juan. Antes de analizar sus cualidades, es importante observar que este nombre aparece en otros contextos del Nuevo Testamento. Al parecer, “el nombre Gayo era muy común entre los romanos. El Nuevo Testamento hace referencia a tres hombres que tenían este nombre: Gayo, de Corinto (1 Cor. 1:14; Rom. 16:23), Gayo, de Macedonia (Hech. 19:29) y Gayo, de Derbe (Hech. 20:4)”.[3]

Aunque no hay pruebas de que el Gayo mencionado en 3 Juan sea alguno de estos tres, se pueden apreciar algunas similitudes entre él y el “Gayo, de Corinto”. Este último fue una de las pocas personas bautizadas personalmente por Pablo en esa ciudad (1 Cor. 1:14). Además, hospedó al apóstol en su casa, y es probable que la propia iglesia de Corinto se reuniera allí (Rom. 16:23). Teniendo en cuenta que existe una fuerte posibilidad de que la epístola a los Romanos haya sido escrita “desde Corinto, en su tercer viaje misionero, durante la permanencia de Pablo de tres meses en esa ciudad (Hech. 20:1-3)”,[4] es plausible concluir que la redactó desde la casa de Gayo, razón por la cual agradeció su hospitalidad al final de la carta.

Aunque no es posible afirmar con certeza que se trata de la misma persona, solo con las características reveladas en la tercera carta de Juan ya es posible reconocer en Gayo un modelo de liderazgo digno de atención. El “amado Gayo” (3 Juan 1:1) era alguien profundamente estimado por Juan (vers. 2) y cuya vida reflejaba un testimonio coherente con la verdad del evangelio (vers. 3).

Gayo se destacaba por su cuidado de la iglesia y, especialmente, de los predicadores itinerantes (vers. 5), demostrando ese celo no solo a través de la hospitalidad (vers. 8), sino también con provisiones materiales y financieras (vers. 6). La palabra griega utilizada por Juan, propempō, indica ese apoyo práctico: “ayudar a uno en un viaje”.[5]

El apóstol Juan también deja claro que las acciones de Gayo no se derivaban de un cargo formal, de ambiciones personales o de estrategias manipuladoras, sino de un amor genuino por la causa del evangelio (vers. 6). Fue este cuidado sin pretensiones y amor fraternal lo que llevó a Juan a afirmar que, al actuar así, se convertía en un “colaborador de la verdad”, expresión que, en otros contextos, se traduce como “ministro” (1 Tes. 3:2).

Al reflexionar sobre esto, recuerdo una visita que recibí del secretario ministerial de la Asociación local, cuando aún servía como obrero bíblico en un determinado distrito. Fue en esa ocasión que Dios plantó en mi corazón la semilla del ministerio pastoral, utilizando las siguientes palabras del pastor: “Desgraciadamente, tenemos muchos empleados. Necesitamos más pastores que amen esta iglesia”. Sin duda, Gayo era alguien que amaba la iglesia y la misión que se le había confiado.

Cuando se habla del liderazgo cristiano y de las competencias necesarias para dirigir al pueblo de Dios, algunos textos de las Escrituras sirven de referencia para la elección de estos líderes. Uno de estos criterios es el perfil del “obispo irreprochable”, descrito en 1 Timoteo 3:2 al 7.

Al analizar el carácter y el comportamiento de Gayo a la luz de este patrón, el resultado es muy positivo. Era alguien “sobrio, prudente, decoroso, hospedador”, “amable, conciliador, no codicioso del dinero” y que tenía “buen testimonio de los de afuera”. Podemos afirmar que Gayo era un líder “que no tiene de qué avergonzarse” (2 Tim. 2:15).

El modelo Diótrefes

En contraste, Juan centra su atención en otro líder de esa misma iglesia, un hombre llamado Diótrefes. No hay ninguna otra mención de este nombre en todo el Nuevo Testamento. Según Simon Kistemaker: “Sabemos poco sobre Diótrefes. Su nombre significa ‘hijo adoptivo de Zeus’, lo que sugiere que era de ascendencia griega. Es un líder en la iglesia local y, de manera egoísta, se aprovecha de su posición de liderazgo. Le gusta ser el primero. En lugar de servir a la iglesia, se niega a reconocer la autoridad superior. Él mismo desea gobernar la iglesia. Actúa de manera contraria a la instrucción de Jesús: ‘Pero entre ustedes no será así. Al contrario, el que desee ser grande entre ustedes debe ser su servidor. Y el que quiera ser el primero entre ustedes deberá ser su siervo’ (Mat. 20:26, 27)”.[6]

La primera información que tenemos sobre Diótrefes es que ambicionaba “ser el primero” (vers. 9). Wiersbe observa que “la motivación de Diótrefes era el orgullo. En lugar de dar la primacía a Jesucristo (Col. 1:18), se la atribuía a sí mismo”.[7] Se percibe que este líder estaba dominado por “una ambición malsana. Aspiraba a ser el primero por su deseo de obtener la jerarquía y no por el bien que podía hacer”.[8]

Lamentablemente, hoy en día muchos líderes de iglesias también están interesados únicamente en los beneficios de la posición y no en el servicio al Señor. Ven a las personas y las oportunidades solo como peldaños para su (engañoso) ascenso. Engañoso, porque “la soberbia precede a la ruina, y la altivez de espíritu a la caída” (Prov. 16:18).

Este es un problema grave que a menudo se esconde bajo la alfombra. En un mundo de valores invertidos, donde impera la lógica de la “selección natural”, en la que el más fuerte permanece y el más débil es descartado, la iglesia a veces ha colado un mosquito y se ha tragado un camello (Mat. 23:24). El apóstol Santiago advierte que este tipo de actitud “no es la que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica; porque donde hay envidia y rivalidad, hay perturbación y toda obra perversa” (Sant. 3:15, 16).

Al comentar sobre el proceso de conversión en el ser humano, Elena de White observó: “El borracho es despreciado y se le dice que su pecado lo excluirá del Cielo, mientras que el orgullo, el egoísmo y la codicia, con demasiada frecuencia, no son reprendidos. Pero estos pecados son especialmente ofensivos para Dios, porque son contrarios a la benevolencia de su carácter, a ese amor desinteresado que es la atmósfera misma del universo no caído. El que cae en alguno de los pecados más groseros puede avergonzarse y sentir su pobreza y necesidad de la gracia de Cristo; pero el orgullo no siente ninguna necesidad, y así le cierra el corazón a Cristo y las infinitas bendiciones que vino a derramar”.[9]

Volviendo nuestra atención a Diótrefes, su lista de rebeliones continúa. Se lo describe como alguien que no se sometía a la autoridad de Juan (vers. 9) y que incluso pronunciaba “palabras maliciosas” contra el apóstol y otros líderes de la iglesia. Por si fuera poco, Diótrefes negaba la hospitalidad a los evangelistas itinerantes e impedía que los demás miembros de la iglesia los recibieran. Más grave aún, expulsaba de la comunión a aquellos que se atrevían a actuar de manera diferente (vers. 10), como una especie de disciplina distorsionada y autoritaria.

¡Qué situación tan deplorable! Este tipo de actitud es un viejo enemigo que, como un cáncer, corroe la iglesia y la vida de muchos cristianos sinceros. Solo en el “tribunal de Cristo descubriremos cuántos corazones se han entristecido y cuántas iglesias se han destruido a causa de los ‘ministerios’ arrogantes de personas como Diótrefes”.[10]

Conclusión

Quizá seas un líder experimentado o alguien recientemente elegido por la iglesia para ejercer una posición de influencia. Sea cual sea el caso, todos nos encontramos en la encrucijada de 3 Juan. En un contexto marcado por la búsqueda de méritos y el ansia de proyección personal, muchos intentan acortar el camino de la humildad y el servicio, tomando el atajo de la autosuficiencia.

Esta postura no es exclusiva de la era de la inteligencia y los egos artificiales. Los propios discípulos de Jesús también pensaban así. Pero Cristo se aseguró de dejar claro lo que él, la única “Cabeza de la iglesia”, espera de aquellos que son llamados a liderar a su pueblo: “Pero entre ustedes no será así. Antes, el que quiera ser grande entre ustedes sea su servidor. Y el que quiera ser el primero sea siervo de todos. Porque el Hijo del hombre tampoco vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:43-45).

Que el contraste entre Gayo y Diótrefes te haya ayudado a ver la diferencia entre un liderazgo servicial y una dictadura codiciosa. Y que, por el bautismo diario del Espíritu Santo, seas para la iglesia de Cristo el cumplimiento de la promesa hecha por Dios al profeta Jeremías: “Les daré pastores según mi corazón, que los apacienten con conocimiento e inteligencia” (Jer. 3:15).

Sobre el autor: pastor en Vitória, Brasil


Referencias

[1] Warren W. Wiersbe, Comentario Biblico Expositivo: Novo Testamento (Geográfica, 2008), t. 6, p. 695.

[2] Ibid., p. 696.

[3] Hernandes D. Lopes, 1, 2, 3 Joao: Como ter garantia da salvacao (Hagnos, 2010), p. 251.

[4] Francis D. Nichol, ed., Comentario biblico adventista del septimo dia (Bs. As.: ACES, 1996), t. 6, p. 463.

[5] Ibid., t. 7, p. 714.

[6] Simon Kistemaker, Tiago e Epistolas de Joao (Cultura Cristã, 2006), p. 528.

[7] Wiersbe, ibid., p. 695.

[8] Nichol, ibid., t. 7, p. 715.

[9] Elena de White, El camino a Cristo (Florida, Bs. As.: ACES, 2022), p. 29.

[10] Wiersbe, ibid., p. 696.