Después que Adán y Eva fueron expulsados del Edén, al este del jardín fueron puestos querubines “para guardar el camino al árbol de la vida” (Gén. 3:24). La desobediencia provocó dolor, muerte y una puerta cerrada. Sin embargo, otro camino fue abierto. Vestidos con pieles de cordero y con la promesa del Descendiente en el corazón, nuestros primeros padres dieron sus primeros pasos en el camino de la gracia en dirección al paraíso perdido. Desde entonces, de Génesis 3 a Apocalipsis 21, vemos la historia de un pueblo en movimiento de regreso a casa.

Entre quienes anduvieron con Dios y siguieron el camino de la rectitud estaba Enoc (Gén. 5:24), Noé (6:9), Abraham (17:1), Samuel (1 Sam. 9:6) y muchos otros maratonistas de la fe. Durante el viaje en dirección a la Tierra Prometida, el pueblo de Israel también fue llamado a recorrer el camino de la obediencia (Éxo. 16:4), siguiendo a aquel que “iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que anduviesen de día y de noche” (Éxo. 13:21).

Dice la Escritura que “el camino de la vida lleva hacia arriba” (Prov. 15:24), y que “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta llegar al pleno día” (4:18), mientras que “el camino de los impíos es como la oscuridad” (vers. 19), que un día “perecerá” (Sal. 1:6). Así como en el Edén había “dos árboles tan estrechamente ligados al destino del hombre” (Elena de White, Patriarcas y profetas [ACES, 2015], p. 71), la Biblia presenta dos caminos opuestos: el ancho, que lleva a la perdición, y el estrecho, que conduce a la vida eterna (Mat. 7:13, 14). Es interesante observar que en la literatura rabínica aparece frecuentemente la doctrina de los “dos caminos”, que apuntaba a la conducta moral de los seres humanos, que era revelada por sus acciones buenas y malas.

En la Biblia, los sustantivos derej (“camino” en hebreo, aparece 706 veces en el AT) y hodós (“camino” en griego, ocurre 101 en el NT) no solo describen un camino literal sino, en la mayoría de los casos, se refieren a la experiencia de vida. Los propios cristianos utilizaron el término hodós para identificarse a sí mismos, pues tenían un curso sistemático de conducta (1 Cor. 4:17) y seguían doctrinas con base en las Escrituras y no en una tradición popular. Consecuentemente, fueron acusados de ser una secta (Hech. 24:14). Es importante recordar que “camino” fue uno de los primeros nombres del cristianismo. Esa asociación puede haber surgido de la declaración de Cristo sobre ser “el camino” (Juan 14:6), o de su referencia al camino estrecho.

El pueblo remanente de Dios también fue retratado estando en un camino. En su primera visión, datada en diciembre de 1844, Elena de White escribió: “Alcé los ojos y vi un recto y angosto sendero trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por este sendero, en dirección a la ciudad que en su último extremo se veía. […] Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros” (Notas biográficas de Elena de White [ACES, 2013], p. 64).

Hoy, tú y yo estamos en ese viaje. No podemos distraernos con placeres, comodidades o provocaciones. En la recta final del camino estrecho, es mejor ser acusado de “secta” que aceptar las mentiras del camino ancho. Si en algún momento dudas o flaqueas, no te olvides de mirar hacia el Camino. ¡Aférrate a Cristo y su Palabra! Ese es el hilo conductor no solo de esta edición de Ministerio, sino también debiera serlo en nuestra vida. En breve regresaremos al Edén perdido y tendremos acceso al árbol de la vida (Apoc. 22:14).

Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la CPB