¿Ha tenido usted que soportar al predicador que revuelve sus apuntes tratando de localizar su texto? Pueden ocurrir dos cosas: que su memoria falle y no tenga el pasaje anotado, o bien que la nerviosidad le impida seguir ordenadamente sus notas. Conozca bien sus pasajes. Esté seguro de dónde se encuentran en sus notas. A veces conviene tener algunas marcas bien visibles para encontrar rápidamente cada texto, para que los preciosos pasajes bíblicos se tejan armoniosamente en el discurso. Esté preparado en esas cosas pequeñas.
Ahí estaba, sosteniéndose con las manos de ambos lados del púlpito, mientras leía tranquilamente un pasaje bíblico y hablaba acerca de la bondad de Dios. El resultado: modales afectados y restricción de la expresión corporal.
No se sostenga rígidamente del púlpito con una o las dos manos. Puede resultar cómodo dejar que una mano se apoye brevemente sobre el púlpito, pero si se habitúa a hacerlo durante períodos prolongados, limitará la libertad de su expresión física. La posición se torna estática. ¡Sea dinámico! ¡Actúe con naturalidad!
“En el tomo 8, pág. 209, leo—” y el predicador procede a leer un pasaje de un “libro de tapas de tela roja”. Por supuesto, nosotros como adventistas sobemos qué significa esa referencia, pero ¿la comprenden todos los que escuchan? ¿No sería mejor tomar en cuenta “al extraño dentro de nuestras puertas” y decir: “En Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 249, etc.”?
El predicador cometió un error en medio de su sermón. Utilizó una expresión vulgar. Por cierto que asombró a la congregación, y él quiso que la tierra se abriera y lo tragara. Pero había muy poco que se podía hacer. Había triunfado el hábito.
Si usted quiere eliminar frases vulgares o dudosas de sus charlas y sermones públicos, es mejor que las elimine completamente de su conversación privada. Es mejor que llame a las cosas por su nombre. Lo que hace en privado probablemente también lo hará en público.
No coma excesivamente. Un estómago lleno puede significar una cabeza vacía y un cerebro soñoliento. Si usted se alimenta bien habitualmente, necesitará poquísimo alimento para tener energía a fin de predicar su sermón. Coma poco o nada antes de predicar. Alguien ha calculado que cien gramos de alimento encierran suficiente energía como para escribir la producción de Shakespeare. Lindbergh voló a través del atlántico comiendo solamente un sándwich y medio.
Una comida abundante tomada poco antes de la reunión de la noche puede llevar al fracaso. Es mejor que practique algunos ejercicios y tome un baño. Se sentirá mejor y su cerebro trabajará a plena capacidad.