A muchos dirigentes cristianos responsables les está preocupando el crecimiento relativo de nuestras iglesias. El reavivamiento del interés religioso que siguió a la segunda guerra mundial parece estar decayendo. Las adiciones por concepto de profesión de fe han estado disminuyendo durante años. La tendencia a la deslealtad a la iglesia y a la disminución de la feligresía que durante tanto tiempo ha sido evidente en Europa parece extenderse a América.
¿Es inevitable la declinación de la iglesia? ¿Estamos en realidad entrando en una época post cristiana? ¿Es la iglesia realmente incapaz de alcanzar a una sociedad materialista opulenta y mundana? El cientificismo del siglo veinte, ¿ha tornado incompatible al cristianismo revelado con el hombre moderno? Creo que no.
El primer requisito para cualquier iglesia que desee realizar un evangelismo eficaz es que sea una comunidad de fe. Si la iglesia es sencillamente la expresión de la cultura prevaleciente, tiene muy poco para ofrecer a un mundo perdido. Si constituye tan sólo un club religioso medianamente respetable que da su aprobación a sus miembros paganos sin realizar exigencias notables, nunca atraerá a una humanidad pecadora. La iglesia debe ser una comunidad de creyentes que adoran y sirven al Cristo resucitado; una comunidad de almas dedicadas y disciplinadas que testifican de su gracia salvadora y de su poder.
El evangelismo eficaz debe comenzar con la iglesia. Debe de haber una renovación interna antes de testificar eficazmente ante el mundo. Esto renovará, evangelizará. El camino hacia la renovación es el camino hacia el evangelismo eficaz.
Un requisito previo del reavivamiento espiritual es la proclamación de un poderoso Salvador. Nunca alcanzaremos a un mundo perdido con un Noble Ejemplo. Nunca atraeremos a una humanidad descarriada con un Maestro. Tampoco los hombres serán ganados a una fe existencial que no esté firmemente arraigada en la realidad de la historia. El hombre necesita un Salvador. En Jesucristo encontramos a Dios. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Era “Dios… manifestado en carne”.
El mundo no necesita una filosofía mejor; necesita un Salvador. No necesita una nueva moral; necesita una nueva vida. No necesita una reforma; necesita regeneración en Cristo. Con mucha frecuencia la iglesia ha ofrecido una filosofía humanista a los pecadores perdidos. Esto es dar piedras cuando los hombres piden pan. Hemos predicado la moral, pero no hemos ofrecido perdón y gracia.
Se ha hecho notar que la iglesia moderna no es una iglesia que canta. No se están escribiendo grandes himnos. No se canta acerca de una filosofía, y no se encuentra gozo en una fría moral. Cantamos acerca de una Persona, un Salvador, el Hijo de Dios, el Señor Jesús.
Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. La cruz de Cristo ejerce una atracción que producirá devoción en la iglesia, que llevará a los pecadores al arrepentimiento y la fe. En la cruz vemos el amor de Dios. En la cruz vemos la terrible paga del pecado. En la cruz vemos al Salvador muriendo por nosotros. Prediquemos al Cristo de la cruz y la tumba vacía, y veremos al mundo arrodillarse a los pies de Jesús.
Si queremos tener un evangelismo eficaz debemos creer en el poder salvador del Evangelio. La iglesia no es para la gente agradable sino para los pecadores salvados por la gracia. No hay ningún pecado tan grande, ningún corazón tan duro, ninguna persona tan baja, que Jesús no pueda perdonar y transformar. Tal vez la iglesia ha perdido su fe en el poder transformador y redentor del Salvador. Los alcoholistas pueden convertirse en personas sobrias, las prostitutas pueden hacerse puras, los materialistas pueden tornarse espirituales; los hogares destruidos pueden restaurarse y las vidas deshechas pueden tener un nuevo comienzo en Cristo. Nuestra fe, para que obtenga un poder transformador de la vida, debe pasar del diván del psiquíatra al altar de la oración.
Ofrezcamos al mundo el poderoso Salvador. Al hacerlo veremos el comienzo de una renovación en la iglesia y la salvación de los perdidos.
Otro requisito para el evangelismo eficaz es la autoridad. El protestantismo, en esta época, no ha carecido de programas creadores y de imaginación. La iglesia está mejor preparada en la actualidad, desde el punto de vista de una dirección eficiente, que en cualquier otro período de la historia. Dispone del equipo mejor y de los edificios más cómodos que haya poseído. Sin embargo, a pesar de todas estas ventajas estamos fallando en la presentación de un testimonio eficaz ante un mundo perdido.
La gran necesidad de nuestro tiempo no son métodos sino un mensaje. Poseemos los métodos, pero en algunos sitios pareciera que hemos perdido el mensaje. “Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” Cuando la iglesia tan sólo repite la filosofía contemporánea, nunca atrae a un mundo necesitado. Cuando manifiesta confusión respecto de la persona de Cristo, ¿quién se volverá a él en busca de salvación? Cuando su teología refleja una cultura pagana, ¿quién se convencerá de sus pecados?
Si la iglesia quiere ser eficaz, debe poseer un mensaje definido. Debe tener una autoridad más grande que la mente finita del teólogo de moda. Debe poseer un mensaje inmutable y eterno. En nuestro deseo de ser oportunos debemos recordar que el Cristo de las Escrituras siempre es oportuno. Debemos poder decir: “Así dice el Señor” y “yo sé a quién he creído”.
La Biblia es la autoridad en todo evangelismo, porque es la palabra escrita de Dios. El mensaje del evangelismo es el mensaje de las Escrituras. Alcanzaremos a un mundo perdido y frustrado con más eficacia cuando declaremos sin pedir disculpas el mensaje evangélico contenido en la Biblia.
Hay por lo menos otro requerimiento para el evangelismo eficaz. Y es un corazón preocupado. Podemos poseer una teología notable pero un corazón frío. Podemos ser ortodoxos, pero extrañamente faltos de amor. Podemos estar tan ocupados con detalles teológicos que lleguemos a perder de vista el propósito de la teología. Podemos estar demasiado obsesionados con nuestra concepción particular de los sacramentos, de modo que fallemos en presentar a Cristo en forma atractiva y edificante. Podemos preocuparnos con nuestras manías teológicas mientras el mundo se va al infierno.
Algunos pueden preocuparse tanto del debido culto litúrgico, que fallan en proclamar el Cristo viviente al pecador perdido que no sabe nada de la liturgia debida y tampoco se cuida de ella. Es posible implicarse tanto en la administración de una iglesia —promoción de un programa, recolección de fondos, organización de juntas y comisiones, que olvidemos el propósito de la iglesia. Aparte de todo lo demás que haga una iglesia, si no está ganando almas al conocimiento salvador de Jesucristo, está fallando en su misión.
La clave del evangelismo eficaz es el mensajero lleno de espíritu y comprensivo que posee una preocupación vital por las almas de los hombres. El mensajero de Dios debe tener un mensaje: el mensaje de Cristo como el Salvador de la humanidad y la única esperanza del mundo. Ese mensaje debe estar firmemente arraigado en la Biblia, y debe dársele toda la importancia necesaria para que satisfaga las necesidades de la gente. Con esta clase de evangelismo podemos alcanzar el mundo para Cristo.
* Edmundo W. Robb es pastor de la Iglesia Metodista de St. Paul, Midland, Texas. En 29 meses ha recibido a 500 miembros en su congregación, que ahora consta de unos 950 feligreses. Actualmente es miembro de la Asociación del Noroeste de Texas de la Iglesia Metodista, y anteriormente fue director de su Junta de Evangelismo.