José Rodríguez es un pastor joven y dinámico. Ama su trabajo y su familia. También está comprometido con el crecimiento de la iglesia y la preservación de su buena salud. Pero ahora está viviendo un dilema. Hace poco los dirigentes de la Asociación en la cual trabaja le asignaron una nueva actividad: la ejecución de un plan para fundar nuevas iglesias. Además de sus actuales deberes de pastor, ese plan implica el entrenamiento de laicos en diversas congregaciones y algunos días fuera de casa. En verdad, tendrá que estar lejos de la familia casi todos los fines de semana.

“Este plan no favorece a la familia —dice el pastor—. Mi esposa y mis hijos tendrán que quedarse muchos fines de semana sin mi presencia, lo que es una carga injusta para la salud emocional de ellos y la mía”.

Preocupado, José intentó hablar con algunos dirigentes y colegas para conversar sobre el asunto. ¿Qué debería hacer?

La familia primero

El pastor más inteligente que haya entre nosotros le dará prioridad a la familia. “Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor”, escribió Elena de White en Obreros evangélicos, página 215.

Cuando tuve la oportunidad de servir como capellán en unidades psiquiátricas, encontré a muchos pacientes internados para el tratamiento de la depresión. Algunos eran hijos de pastores. Al conversar con ellos, descubrí que sus padres, pastores, vivían fuera de casa la mayor parte del tiempo, y cuando regresaban ocupaban buena parte del tiempo en reforzar los reglamentos de la familia. Esos jóvenes aparentemente le tenían aversión a sus padres y a la iglesia.

Mi trabajo, entonces, se encaminó a demostrarle a esos padres que estaban matando de hambre emocional a sus hijos, en la desenfrenada carrera que habían emprendido con el fin de salvar al mundo para Dios. Y yo mismo compartí esa culpa. Al comienzo de mi ministerio dedicaba el sábado entero a trabajar para la iglesia, mientras mi señora asumía la responsabilidad total de criar y educar a nuestros hijos.

Después de un tiempo una luz iluminó mi mente y pude entender que le estaba robando a mi familia y la estaba privando de toda clase de bendiciones. Mis hijos me llegaron a pedir que no aceptara invitaciones para comidas especiales los sábados, para que nuestra familia pudiera estar junta. Siempre estuve de acuerdo en que las visitas pastorales son importantes, pero no debería privar a mi familia de mi amor y mi compañerismo. El día de culto tiene como fin sanar y nutrir a las familias, incluyendo la del pastor.

El lugar de la esposa

Mi esposa y yo dirigimos cierta vez un seminario para pastores, acerca de cómo ministrar a la gente que está pasando por ciertas crisis, sin destruir la propia salud como consecuencia del estrés. Explicamos que buena parte de nuestro estrés resulta de vivir en lugares y situaciones enfermizos. Si el trabajo deposita demandas irreales sobre alguien, sin recompensas, actitudes de afirmación o expresiones de gratitud, la salud emocional se resentirá, y sus efectos se echarán de ver en el hogar. Invitamos por tanto a los ministros a que verificaran qué grado de salud había en su ambiente de trabajo, con la idea de asegurar el bienestar de la familia.

Durante ese seminario, un joven pastor se me acercó reservadamente: “Estoy muy feliz de que usted nos haya invitado a reexaminar nuestro estilo de trabajo. He empleado todas mis energías en la obra. Como resultado de ello, mi esposa y yo discutimos mucho. Hemos llegado a hablar hasta de divorcio hace unos meses. Hoy descubrí que mi matrimonio y mi familia tienen prioridad sobre la iglesia. Muchas gracias por ayudarme a equilibrar mi vida. Comenzaré hoy mismo a curar mi matrimonio enfermo”.

Dedique tiempo para pasar en privado en compañía de su esposa. Disfruten juntos de una buena caminata. Asistan a un programa musical. Jueguen juntos. Siéntense a conversar acerca de los puntos descollantes de su matrimonio. De vez en cuando coman fuera de casa. Programen cortas “lunas de miel”. Obséquiele a su esposa pequeños recuerdos, aparte de las fechas especiales. El amor no necesita de razones para expresarse.

Esas cosas pequeñas pero significativas contribuirán a que su pasto sea más apetecible que el proverbial pasto del otro lado del cerco. Sus hijos se sentirán seguros y amados a medida que perciban que sus padres se aman cada vez más.

Tenga una agenda

Organice su propia agenda. Si no lo hace, otros lo harán en su lugar. Y la agenda que establecerán no siempre será la más conveniente. Al comienzo de mi trabajo pastoral sucedió que las iglesias me organizaron la agenda. Dedicaba tres meses al año a visitar oficinas públicas intentando conseguir permiso para recolectar. Después acompañaba a los miembros en las calles donde ellos distribuían flores entre los transeúntes a cambio de donativos. Yo recogía el dinero y proporcionaba más flores.

Durante esos meses luchaba para poder terminar de preparar mis sermones, lo que generalmente ocurría el viernes por la noche. Después, al predicar el sábado de mañana, con frecuencia me sentía confuso al enfrentar al auditorio. Finalmente me hice de valor para organizar mi propia agenda. De esa manera pude cumplir con todo el programa sin sentirme estresa- do. Mi esposa y mis hijos disfrutaron del beneficio de no tener un esposo y padre nervioso y malhumorado. Y todos disfrutamos de mejor salud.

La elaboración de una agenda de trabajo requiere de una teología ministerial claramente desarrollada. Estudie el tema del pastorado en la Biblia. Preste atención al contexto en el cual se discute el ministerio. Aplique esos principios a su situación personal.

Eugene Peterson, en su obra El pastor contemplativo, argumenta que la preparación del sermón es fácil cuando el predicador se deja anegar por las Escrituras. Debe haber agua en el pozo si quiere darle agua a sus oyentes. Desde que entiendo mi papel de heraldo, de distribuidor de alimento espiritual, de maestro y consejero, me alegro de poder dedicar todas las mañanas para bañarme y beber del pozo del Agua de Vida. Cuando subo al púlpito hoy, voy tranquilo, confiado en que Dios me ayudó a preparar mi sermón, y que me ayudará a presentarlo a la gente que necesita oírlo.

Jesús dedicó muchos momentos de quietud con su Padre. Sólo después de eso salía y se mezclaba con la gente donde ésta estaba, y la alcanzaba con su amor y su compasión. Después volvía a la quietud de la comunión con su Padre, de quien recibía cada vez más amor y compasión. Acostumbro darle a esa experiencia el nombre de “el ritmo del pastor”. Dedique tiempo a la tranquila comunión diaria en algún lugar sereno, para que tenga qué repartir entre los hijos de Dios.

La planificación

No tiene el más mínimo sentido correr en círculos. Lo más que se consigue es cansancio y frustración. Usted necesita tener un plan. Es distinto de tener una agenda. Su teología ministerial lo debe llevar a hacer planes para todo el año. ¿Cómo hacerlo? Por cierto no corriendo en círculos.

Generalmente aparto una o dos semanas cada seis meses con el fin de ajustar mis blancos y objetivos para los próximos seis meses. Con eso consigo que mi plan anual esté actualizado y sea realista. Y también incluyo en la planificación las vacaciones y el tiempo que dedico regularmente a la familia. Después de todo, eso también forma parte de mis blancos.

La tranquilidad

Dios tiene en marcha constantemente un proceso con el fin de tocar la vida de la gente y ejercer influencia sobre ella. Cuando los visito, necesito recordar que antes de mí el Espíritu Santo ya estuvo satisfaciendo sus necesidades. Mientras se desarrolla la visita, el Espíritu Santo está presente dándome las palabras que debo pronunciar. Cuando salgo de esa casa, el Espíritu Santo sigue obrando sobre la impresión que dejé por medio de mis palabras, sonrisas, lágrimas, silencio o mi abrazo, y ministra de una forma como yo jamás podría hacerlo si permaneciera allí.

Todo lo que necesito hacer es permitir que Dios me use como un mero instrumento, y entonces confiar en que él construirá una mansión de santidad en lugar de una choza de pecado.

Henry J. M. Nouwen se refiere a los pastores preocupados diciendo que se trata de gente que tiene el corazón en el lugar que no corresponde. Los describe como valijas repletas, sin lugar para el Espíritu. Tienen cierta dirección, pero nunca se dejan dirigir por el Espíritu. En lugar de las carreras y del estrés, los pastores pueden disfrutar de mejor salud al recordar que no lo pueden hacer todo. La obra es de Dios. Nosotros sólo somos sus instrumentos.

Sentido del humor

Un corazón alegre se asemeja a un buen remedio. El humor y la risa deben estar presentes en la vida y en el hogar del pastor. Dos veces por semana acostumbraba visitar a un hacendado que poco a poco estaba perdiendo la batalla contra un cáncer. Cada vez que lo visitaba jugábamos un partido de dominó. Siempre ganaba él. Mientras jugábamos Jorge contaba las historias más divertidas que jamás yo había oído. Una vez lloramos de risa. Entonces Jorge echó la cabeza hacia atrás, y dijo en voz alta, como si fuera un desafío: “¡Ah, si no pudiera reír ciertamente moriría!”

Norman Cousins, nos enseñó el valor de una buena carcajada cuando le sobrevino una rara dolencia, por el hecho de que la risa lo ayudaba a mantener el equilibrio de su organismo. Inyectó esa idea en la mente de los médicos, estimulándolos a habilitar salas para reír en los hospitales. Un corazón alegre es tan beneficioso como una buena medicina. Y los pastores necesitamos regularmente buenas dosis de ese medicamento.

El día de la familia

Conozco a un pastor que cuando llega a una nueva iglesia les dice a los miembros: “El martes es el día de la familia. Me gustaría que nadie me llamara por teléfono ni me buscara en ese día, a menos que se trate de una verdadera emergencia. A cambio, cuando sea el día de la familia de ustedes, les prometo que no los voy a visitar”.

Estas palabras pueden sonar un tanto extrañas, pero le dicen a la congregación no sólo lo que pueden esperar del pastor, sino algo más con respecto a la importancia de la familia.

Después de cada intenso fin de semana, nuestro día de la familia siempre fue el más saludable. Hacía una pausa en el trabajo y me dedicaba por completo a la salud emocional, social y espiritual de mis familiares.

Los hábitos de vida

El pastor y su familia necesitan seguir buenos principios de salud. Necesitan tener un estilo de vida saludable. Los buenos hábitos de salud física ciertamente ejercen influencia sobre la salud espiritual y emocional. Cuando alguna forma de estrés golpea la vida de la iglesia, seremos capaces de imprimirle una mejor conducción si hemos adoptado buenos hábitos de salud.

Los libros Consejos sobre la salud, Consejos sobre el régimen alimenticio, La ciencia del buen vivir y Temperancia, de Elena de White, deben ser leídos con mucho cuidado e interés por los pastores. Algunos están perdiendo mucho al descuidar este estudio.

Límites

Al llegar a casa un pastor después de un día de muchas visitas, la esposa lo recibió, y él le preguntó: “¿Cómo te fue hoy?” Y ella respondió: “Podría haber terminado de lavar la ropa, pero tuve que dedicar toda la mañana a escuchar por teléfono las quejas de los hermanos. ¿Por qué me molestan? Yo no soy la pastora”.

Esas esposas, y otras que pasan por situaciones parecidas, tienen que aprender a transferir rápidamente las llamadas al pastor. Él sabrá cómo manejar las quejas, los problemas y otros asuntos referentes a la congregación. Esas situaciones no tienen porqué recaer sobre los demás miembros de la familia. Basta con decir sencillamente: “Lo siento mucho, pero no lo puedo atender ahora. En cuanto llegue el pastor se pondrá en contacto con usted. Déme, por favor, su número de teléfono”.

Cierta vez tuve la oportunidad de visitar a un pastor a la hora de la cena. Dos veces tuvo que levantarse para atender el teléfono. Resolver problemas de la iglesia y comer al mismo tiempo son cosas que no combinan. Por otra parte hoy, con los contestadores automáticos, este problema no debería existir. Basta con conseguir uno e instalarlo en el hogar. Y de esta manera el pastor podrá postergar la atención del problema hasta después de haber terminado de comer.

Si no se dan los pasos necesarios para preservar a la familia de esas llamadas telefónicas, especialmente a la hora de las comidas, del culto del hogar o cuando se está teniendo una conversación particular, todos se sentirán frustrados y resentidos, no sólo por esa llamada a destiempo, sino con el trabajo del pastor y hasta con la iglesia.

Creatividad

Se nos creó para que fuéramos creativos. Cuando dejamos de usar nuestra creatividad, perdemos nuestro interés en el ministerio. Tendemos a enfadarnos con nuestras tareas y a volvernos ineficientes en el trabajo. Quedamos abiertos al desánimo y la depresión.

Sentado en el piso de mi oficina, mi hijo escribía los pros y los contras de las diversas profesiones que se abrían ante él. Después de unos momentos levantó los ojos y me preguntó: “¿Qué te parecería si te dijera que me gustaría ser pastor?” “Bueno, hijo —le contesté—•, si quieres ser un pastor rutinario te diría que no me gustaría mucho. Ya tenemos muchos de esos. Pero si estás haciendo planes de ser un ministro creativo, renovador, que no le tiene miedo a intentar cosas nuevas, me sentiré muy feliz”.

Usted no puede ser eficaz en el ministerio a menos que le ponga su marca personal a toda cosa que haga. Los pastores sin creatividad pierden el entusiasmo y no son productivos. Desarrollan actitudes que perjudican su salud emocional y la de la propia familia. La creatividad en el ministerio produce éxito y buena salud.

La recreación

Mis hijos y yo participamos hace unos años de un retiro de padres e hijos. La mayor parte de las actividades eran juegos. En esa ocasión hicimos un notable descubrimiento: los padres no se sienten cómodos jugando. Los hijos participaban con mucho vigor, pero los padres tenían mucho menos entusiasmo. Creo que ya se habían olvidado de jugar. Sólo si se insistía mucho se avenían a ser niños de nuevo.

Los adultos con corazón de niños son un deleite para Dios. No quiere que estemos llenos de tedio ni que seamos difíciles. Siempre le digo a la gente que a Jesús ciertamente le gustaba jugar, porque a los niños les gustaba estar con él. No lo puedo probar teológicamente, pero me parece lógico.

Cuando era capellán, a veces una grave emergencia me ponía tenso. En esos momentos tenía por costumbre ir al sector de Pediatría del sanatorio. Allí hacía aviones de papel y les enseñaba a los niños a lanzarlos por la habitación. Si podían caminar, íbamos a la galería y hacíamos las veces de que grandes aviones estaban aterrizando en algún aeropuerto. Las enfermeras a veces se enfadaban conmigo porque les desordenaba las cosas, pero mis jugarretas hicieron de mí un capellán sano. Espero que los niños también se hayan beneficiado.

Los juegos afinan nuestra mente. El ejercicio estimula las endorfinas que expulsan el desánimo.

El equilibrio

Si Dios lo llamó a usted al ministerio evangélico, está trabajando con él y para él. Aunque reciba su salario de una organización eclesiástica, las órdenes que debe cumplir provienen del Supremo Pastor. Estudie los métodos de Jesús. Aprenda sus actitudes con relación a la gente. Obsérvelo mientras dedica tiempo para atender a los pecadores. Véalo cuidando de gente marginada y olvidada por los dirigentes de aquel tiempo. Escuche los clamores de alegría de los que sanó. Entonces ore para que Dios lo ayude a desarrollar un ministerio caracterizado por un amor tierno y cuidadoso. Dedique tiempo a atender a la gente. Escuche sus penas. Cuídelas genuina- mente y cúrelas con el evangelio.

Y así experimentará la verdadera salud física, mental y espiritual.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Adventista de Charlotte, Michigan, Estados Unidos.