Principios y modelos prácticos que ayudan a pastores y evangelistas en la tarea de atraer pecadores a Cristo.

El autor J. L. Shuler afirmó que la función más importante de una predicación evangelizadora es extender un llamado que sea eficaz en llevar a las personas no comprometidas a Cristo y en profundizar la experiencia espiritual por parte de los comprometidos.[1] En mi experiencia de preparar a estudiantes de Teología para la evangelización, he observado que algunos de ellos tienen miedo de hacer llamados públicos; otros tienen dudas legítimas acerca de la necesidad de invitar a las personas a expresar su compromiso con Cristo; y otros no hablan sencillamente por no saber cómo hacerlo, pues las personas son generalmente repelidas por el uso de proposiciones incómodas, prácticas de manipulación, desconocimiento de la naturaleza humana y falta de método. Este artículo se propone examinar principios y modelos prácticos que puedan ser fácilmente adaptados a fin de equipar a pastores y evangelistas para la obra de llamar a los perdidos para que vayan a Cristo.

Aun cuando haya predicadores que resistan la idea de que se presenten llamados al final de sus sermones,[2] algunas razones podrían ser presentadas en favor de esta práctica:

Razones bíblicas

¿Existe alguna base bíblica para el llamado? Desde el Génesis hasta el llamado final del Espíritu Santo en Apocalipsis 22:17, la Biblia está llena de invitaciones a la decisión. Leemos que luego del pecado de Adán y su intento de esconderse (Gén. 3:8), Dios lo buscó y lo llamó diciendo: “¿Dónde estás tú?” (vers. 9). Solo cuando Adán respondió a ese llamado y salió hacia cielo abierto, Dios pudo vestirlo con las vestiduras de la justicia provista por la sangre del sacrificio (Gén. 3:21).[3] Permanecer escondido habría significado permanecer en el estado de culpa.

Igualmente, cuando Moisés descendió del Monte Sinaí, encontró al pueblo en situación de idolatría (Éxo. 32:1-6). Irguiéndose en medio del campamento, hizo un poderoso llamado: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo” (vers. 26). Solo los que obedecieron y vinieron públicamente al frente recibieron la expiación por sus pecados (vers. 30). Josué, sucesor de Moisés, presentó un llamado semejante: “Escogeos hoy a quién sirváis” (Jos. 24:15), al igual que Elías en el Monte Carmelo (1 Rey. 18:21); Josías, luego de descubrir y enseñar el rollo de la Ley (2 Rey. 23:1 3); y Esdras y Nehemías (Esd. 10:1-5, 7- 12; Neh. 9:1-5, 38) luego del exilio.[4]

Todo sermón mencionado en el libro de los Hechos incluye los elementos de la proclamación y del llamado. Tres veces, en el Nuevo Testamento, se registra el clamor de los oyentes: “¿Qué haremos?”, luego de la proclamación (Luc. 3:10; Hech. 2:37; 16:31). Cada mensaje evangélico debería despertar el mismo cuestionamiento en la mente de los oyentes, y cada llamado eficaz debería responder a esta pregunta proveniente de personas ansiosas de más instrucción (Luc. 3:11; Hech. 2:38; 16:31).

El primer discurso de Jesús comenzó con la proclamación: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado”, seguido por el llamado: “Arrepentios, y creed en el evangelio” (Mar. 1:15; Mat. 4:17). El arrepentimiento y la fe Rieron las dos exigencias presentadas por Jesús. Lo mismo sucedió con Juan el Bautista. Primero predicó, y después exhortó: “Arrepentíos” (Mat. 3:1, 2).

Los sermones evangelizadores del libro de los Hechos exhiben el mismo patrón. En Hechos 3:12 al 16, por ejemplo, Pedro habla a una multitud junto al pórtico de Salomón. Luego de la predicación del evangelio (kérigma), en los versículos 12 al 15, entonces, presenta el llamado: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (vers. 19).

Razones lógicas

Los llamados no solo son una necesidad bíblica, sino también una exigencia de la lógica. Vivimos en un tiempo de publicidades sutiles y creativas, que acostumbran a las personas a todo tipo de llamados. La televisión, las revistas y los periódicos transmiten, de distintas maneras, solicitaciones para ver y comprar. Los vendedores nos piden que firmemos en la línea punteada al final de sus llamados a la venta. Las personas esperan naturalmente que alguien les ofrezca una invitación para recibir estudios de la Biblia o para tomar una posición en favor de Cristo. Hablar del llamado es como hablar del abogado que, al defender a su cliente, presenta todas las evidencias debidas, pero luego habla y ruega a los miembros del jurado que den un veredicto favorable.[5]

Razones psicológicas

Los llamados también tienen fundamentación  psicológica. La emoción y el deseo, una vez despertados, pronto pasarán si no hay una acción consecuente favorable. El viejo proverbio “Golpea mientras el hierro está candente”[6] se aplica al llamado evangélico. Elena de White advierte que “cuando las personas que están bajo convicción no son inducidas a efectuar una decisión en la primera oportunidad posible, existe peligro de que la convicción vaya desapareciendo”.[7] Probablemente, cuando Jesús pidió a la mujer que lo tocó y fue curada de flujo de sangre que expresara públicamente su fe, quería profundizar la impresión experimentada en aquel momento, por medio de la expresión de su fe (Luc. 8:43-48). R. J. Fish hace la siguiente observación acerca de la psicología del llamado: “Alguien dijo que la impresión sin expresión puede llevar a la depresión. Predicar buscando una respuesta, y hablar sin dar la oportunidad de un compromiso puede frustrar a los que escuchan el evangelio y profundizarlos en el hábito de dejar todo para más adelante”.[8]

Por eso, toda la energía debería ser empleada para obtener decisiones para Cristo durante el período de la campaña de evangelización. Pocas decisiones sucederán después de la partida del evangelista. La persona encargada de acompañar a los interesados podrá no ser tan efectiva como la campaña en sí. Además de eso, cuando el interesado posterga su decisión para un tiempo más favorable, tiende a no hacerlo después.

Razones prácticas

Hombres usados por Dios como Finney, Moody, Sunday y Gipsy Smith usaron llamados evangelizadores. Hablando del movimiento de 1843 y 1844, Elena de White menciona que “con frecuencia se hacía un llamamiento a los que creían las verdades que habían sido probadas por medio de la Palabra, y se los invitaba a levantarse, y como resultado de esto respondía un gran número de personas. Se ofrecían oraciones en beneficio de los que deseaban recibir una ayuda especial”.[9] La historia muestra que el uso de los llamados aumenta el número de conversos sumados a la iglesia.

Segundo, el llamamiento concede una oportunidad, a los que desean ser salvos, de buscar ayuda de alguien experimentado o de un obrero evangélico. Las personas tienen ideas muy confusas con respecto a la conversión.[10] Al manifestarse públicamente, entrará en contacto con alguien que le brindará ayuda espiritual. Como consecuencia, se proveerán explicaciones y las preguntas serán respondidas por los consejeros.

Tercero, las personas sin Cristo están más inclinadas a convertirse en cristianas cuando ven que otros toman una decisión pública en favor de la verdad. A veces, el perdido es tocado profundamente al ver a sus amigos y sus familiares poniéndose osadamente de parte del Señor.

Principios prácticos para un llamado eficaz

Los siguientes principios deben ser considerados en el proceso de la preparación y la presentación del llamado evangelizador:

1. Oración:  Busque de Dios inspiración y poder para que le sean concedidos. Pero pida, por sobre todo, pasión por las almas, pues, como afirmó Spurgeon, “un corazón ardiente siempre tendrá una lengua ardiente”.[11] En esos momentos de oración y reflexión, debe suceder una preparación correcta en el corazón del predicador. Elena de White presenta el siguiente secreto de un llamado eficaz:

“Si buscáis al Señor descartando todo mal hablar y todo egoísmo, y continuáis perseverando en oración, el Señor se acercará a vosotros. Es el poder del Espíritu Santo lo que concede eficacia a vuestros esfuerzos y a vuestras invitaciones. Humillaos ante Dios, para que con el poder divino podáis elevaros a una norma más alta”.[12]

Ore también por las personas sin Cristo que escucharán el mensaje, para que se predispongan al llamado final.

2. Persuasión: Jesús narró la parábola de la invitación a las bodas, en la que se ordena a los siervos: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar” (Luc. 14:23). El aoristo imperativo anágkason (obligar o constreñir) sugiere una fuerte persuasión.[13] De igual manera, el libro de los Hechos contiene varias referencias a personas que son persuadidas a creer en Cristo (Hech. 17:4; 18:4; 19:8, 26; 28:23, 24). Las investigaciones acerca de la persuasión indican que las actitudes de las personas incluyen tres áreas: lo que piensan, lo que sienten y lo que planean hacer. Eso se refiere a los elementos cognitivos, emotivos y conductuales. Los oyentes deberán ser llevados a un punto en que digan “Puedo ser salvo” (mente), “Necesito ser salvo” (emociones) y “Quiero ser salvo” (voluntad).[14] Luego, para persuadir a hombres y mujeres, en primer lugar, sus sermones necesitan presentar informaciones lógicas (Isa. 1:18). Es necesario que se presente una argumentación sólida y fuerte en favor de la verdad. El nivel de las informaciones provee una oportunidad de sumar hechos necesarios para una decisión inteligente.[15] Los discursos floridos, la elocuencia o las historias emotivas pueden provocar lágrimas, pero no producir una decisión duradera.[16]

Segundo, una persuasión eficaz debe apelar a las emociones. Billy Graham afirma: “Algunas personas nos acusan de mucha emotividad. Hemos de capturar no solo la mente del pueblo, sino también tocar sus corazones. Tenemos que hacer que las personas sientan su fe”.[17] Spurgeon da el siguiente consejo a los jóvenes predicadores: “Un pecador tiene corazón además de cerebro. El pecador tiene emociones además de pensamientos, y tenemos que apelar a ambos. El pecador nunca se convertirá hasta que sus emociones hayan sido estimuladas, y sienta tristeza por los pecados”.[18]

Un aspecto del éxito de Alejandro Bullón como predicador puede ser atribuido a su habilidad para hablar al corazón con mensajes que describen las luchas y las experiencias cotidianas de su audiencia a la luz de las soluciones bíblicas para esas necesidades.

Para ver las emociones provocadas, el oyente necesita sentir que el predicador le está hablando directamente. Difícilmente alguien será persuadido si siente que el predicador le habla al vecino o a todo un grupo. De allí la necesidad de incluir el uso de varios pronombres personales en la elaboración del discurso. El uso de una ilustración apropiada, de una música bien presentada y de un correcto timbre de voz es igualmente importante para este fin.

Tercero, es necesario presentar el evangelio de tal manera que se reciba no solo una información adecuada para producir convicción, sino también para estimular el deseo de actuar.

3. Transición: Aun cuando el llamado no deba ser tratado como un mero agregado al mensaje, es el clímax lógico del sermón de evangelización.[19] Cada mensaje de evangelización prospera o habla de acuerdo con la eficacia del llamado. Por otro lado, algunos predicadores tienen dificultades para moverse del cuerpo principal del sermón hacia el llamado sin un quiebre abrupto.

Una manera eficiente de conectar el mensaje al llamado de manera suave es hacer una pregunta apropiada. Ese patrón puede ser observado, por ejemplo, en los sermones de Billy Graham, que hábilmente utilizaba la siguiente pregunta para introducir el llamado: “Tú dices: ‘Pero, Billy, ¿qué debo hacer?’ ” Inmediatamente, esa pregunta es respondida con instrucciones prácticas, ilustraciones y textos bíblicos. Ejemplos de preguntas transicionales son: “¿Qué pensáis del Cristo’ (Mat. 22:42); “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” (1 Rey. 18:21); o “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hech. 16:30).[20]

El predicador también puede usar una promesa como transición: “Llegué al final del sermón, pero puede ser un nuevo comienzo”. Entonces debe explicar cómo sus oyentes pueden ser nuevas criaturas en Cristo Jesús (2 Cor. 5:17), nacer de nuevo (Juan 3:3) y recibir un nuevo corazón (Eze. 36:26).

4. Respuesta inmediata versus respuesta postergada: Algunas personas son tan inertes, tan dispuestas a evitar la incomodidad del cambio para una nueva vida, que no harán nada a menos que les indiquemos el camino. Tal vez por eso, Elena de White afirma que “en todo discurso debieran efectuarse fervorosos llamamientos a los oyentes para que abandonen sus pecados y se vuelvan a Cristo”.[21] Ella sugiere que cada sermón debiera terminar con un llamado desde la primera noche: “Al final de cada reunión deben pedirse decisiones”.[22]

Los llamados pueden ser clasificados en dos tipos: los que demandan una respuesta inmediata y los de respuesta tardía. En el primer grupo se destacan el levantar la mano, el llamado a pasar al altar y el llamado progresivo. En el contexto de una serie de evangelización, las primeras decisiones, naturalmente, no serán para el bautismo, sino para la aceptación del tema presentado. Cada noche, el predicador debe tener una pregunta en la conclusión del sermón a fin de que la audiencia pueda fácilmente responder “sí”, y se fijen los principios bíblicos en su mente. Esas preguntas evolucionan de un sencillo “¿Les gustaría?” a un “¿Creen?” y, finalmente: “¿Desean?”

Los primeros llamados deberán ser genéricos, un sencillo levantar de manos, con el fin de tener la participación de todos. Con el tiempo, cuando el auditorio esté más acostumbrado a esa forma de expresión, el predicador debe pedirles que se pongan de pie. Luego del sermón acerca de la oración, por ejemplo, se puede invitar a pasar al frente para una oración especial en favor de sus seres queridos o por la liberación de un vicio. Al día siguiente, mientras todos están con las cabezas inclinadas para la oración, se puede pedir que los que tengan un pedido especial levanten su mano durante la oración. Esas manifestaciones prepararán gradualmente a la audiencia para compromisos cada vez mayores.

Los primeros llamados deberán ser genéricos, un sencillo levantar de manos, con el fin de tener la participación de todos. Con el tiempo, cuando el auditorio esté más acostumbrado a esa forma de expresión, el predicador debe pedirles que se pongan de pie. Luego del sermón acerca de la oración, por ejemplo, se puede invitar a pasar al frente para una oración especial en favor de sus seres queridos o por la liberación de un vicio. Al día siguiente, mientras todos están con las cabezas inclinadas para la oración, se puede pedir que los que tengan un pedido especial levanten su mano durante la oración. Esas manifestaciones prepararán gradualmente a la audiencia para compromisos cada vez mayores.

Ocasionalmente, se puede decir al público, desde el comienzo del mensaje, que se pretende hacer un llamado al final de la presentación, con el fin de crear expectativas y disposición para una respuesta favorable. Al hacer el llamado, se debe explicar la razón de ese llamamiento. Es necesario recordar que este procedimiento es desconocido para algunas personas. Si fuera un llamado a que pasen adelante, el predicador debe decirles que este es un gesto público indicador de una decisión interna. Esta señal visible de un compromiso interior es semejante a la pareja de novios que pasa al frente para prometerse lealtad uno al otro con palabras y un beso.

Luego de experimentar diferentes abordajes de petición de decisiones, he percibido la debilidad de hacer llamados progresivos, que incluyen levantar la mano, pararse en el lugar y pasar al frente. Las personas inteligentes que levantan la mano, pero que no tienen la intención de pasar al frente, se sienten engañadas o manipuladas. Algunas de ellas no habrían levantado la mano si hubieran sabido que serían llamadas a pasar al frente. Por eso, es mejor explicar claramente lo que se espera que hagan e invitarlas a pasar al frente.

Raymond H. Woosley sugiere que, ocasionalmente, se puede revertir el procedimiento: llamar primero a los que son felices en su vida cristiana. Al utilizar este abordaje, su blanco son los miembros de iglesia, que pasarán rápidamente al frente. Luego, se debe llamar a los que se apartaron de Cristo, con el fin de que regresen a la comunión de la iglesia, uniéndose al primer grupo. Por último, se debe apelar a los que nunca expresaron públicamente su fe, para que pasen también.[23]

Los llamados de efecto tardío desafían a los oyentes a ponderar el contenido del evangelio para luego tomar una decisión. Aquí se destacan las reuniones, luego del sermón, con los que se interesaron en el evangelio, las tarjetas de decisión ofrecidas luego del mensaje y el llamado para unirse a clases o grupos pequeños, para instrucción adicional. Aun cuando haya riesgos de estimular la procrastinación (2 Cor. 6:2; Luc. 8:5, 11, 12), estos abordajes son muy apropiados para personas tímidas, que evitan los llamados públicos, u otros que se sienten presionados por la atmósfera dramática que rodea algunos llamados.

Una manera creativa de hacer llamados es hacer referencia a motivos variados. A continuación aparecen algunos motivos, incentivos y estímulos por medio de los cuales podemos despertar a las personas para tomar grandes decisiones:

a. Apelación a la necesidad de la salvación del alma (Mar. 8:36; Hech. 2:40).

b. Apelación a la necesidad de alivio y descanso (Mat. 11:28).

c. Apelación a la necesidad de investigar la verdad (Job 7:17).

d. Apelación a la lógica y la razón (Isa. 1:18).

e. Apelación a la necesidad de influir sobre los demás (hijos, cónyuge, amigos) para la obediencia. Nadie vive o muere para sí.

f. Apelación a buscar el verdadero propósito de Dios para la vida.

g. Apelación a no postergar la preparación para la venida de Jesús.

Se deben considerar los siguientes pasos en la preparación de un llamado, a partir del peligro de postergar la preparación para la venida de Jesús:

1. Encontrar todos los textos relacionados con la importancia de la entrega inmediata (2 Cor. 6:2; Heb. 3:7, 8; Isa. 55:6).

2. Enfatizar las consecuencias de postergar la decisión con textos apropiados (Prov. 29:1; Gén. 6:3; Heb. 2:3; Prov. 27:1).

3. Hacer la exhortación o el llamado acompañado de una ilustración contemporánea, personal o sacada de la Biblia.[24]

4. Luego del llamado: Gran parte del potencial de los llamados realizados se ha perdido porque las personas se quedan sin la debida asistencia. El método de dedicar los momentos siguientes al mensaje y al llamado para el aconsejamiento y la exhortación, fue inicialmente usado por el apóstol Pablo en su campaña en Antioquía (Hech. 13:42, 43) y popularizado por Dwight Moody en el siglo XIX.[25]

5. El propósito de esta sesión de aconsejamiento es ayudar al interesado a solidificar su decisión por Cristo e instruirlo con respecto al crecimiento cristiano. Acerca de esto, Elena de White escribió: ‘Al terminar las reuniones, debe haber una investigación personal sobre el terreno con cada uno. A cada uno se le debe preguntar cómo piensa tomar estas cosas, y si se propone hacer una aplicación personal de ellas. Entonces, debéis vigilar y observar si este o aquel manifiesta interés. Cinco palabras que se le hable en privado harán más que todo lo que el discurso ha hecho”.[26]

6. Luego de pedir a cada uno que repita silenciosamente una oración de compromiso, se debe invitar a los que vinieron por primera vez o a los apartados que se reconsagraron a Cristo a que pasen a una sala especial o que permanezcan en los primeros asientos, para recibir instrucción y literatura apropiada. Se les puede dar una tarjeta para que escriban el nombre y la dirección, y reciban una copia del libro El camino a Cristo.

Si el grupo no fuera muy grande, cada uno debería tener la oportunidad de dar una palabra de testimonio acerca de su experiencia o acerca de algún deseo especial por oración o ayuda. Lo ideal sería tener un equipo bien entrenado de consejeros que pudiesen mantener contacto a través de llamadas telefónicas, invitaciones a almorzar juntos y visitación sistemática en ocasión de la cual se puede transmitir a los interesados un conjunto de lecciones específicas para la ocasión.[27]

Conclusión

La función del predicador no es meramente estimular la curiosidad intelectual o exponer las enseñanzas de la verdad, sino también llevar a hombres y mujeres a una decisión por Cristo e instruirlos en los principios de la Palabra, a fin de que alcancen la madurez cristiana.

Para eso, debe utilizar los métodos que se adapten a su experiencia de ministerio y su personalidad. Con todo, las técnicas sin la unción del Espíritu son como los huesos secos de la visión de Ezequiel. Es el Espíritu de Dios, en el corazón del predicador, quien lo capacitará para convertirse en un obrero eficaz en la obra de la salvación de las almas.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Facultad Adventista de Bahía, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] J. L. Shuler, Public Evangelism [Evangelismo público] (Washington, DC: Review and Herald, 1939), p. 219.

[2] David Bennett, The Altar Cali: its Origins and Present Usage [El llamado al altar: sus orígenes y su uso actual] (Lanham, MD: University Press of América, 2000), pp. 248, 249.

[3] R. Alan Streett, The Effective Invitation: a Practical Cuide for the Pastor [La invitación eficaz: una guía práctica para el pastor] (Grand Rapids, MI: Kregel, 1984), p. 56.

[4] Ibíd., p.58.

[5] treett, p. 145.

[6] F. D. Whitesell, Sixty-five Ways to Give Evangelistic Invitations [Sesenta y cinco maneras de hacer invitaciones evangelizadoras] (Grand Rapids. MI: Kregel, 1984), p. 17.

[7] Elena G. de White, El evangelismo, p. 170.

[8] R. J. Fish, Giving a Good Invitation [Cómo hacer una buena invitación], citado por Mark Finley en Persuasión: How to Help People Decides for Jesús [Persuasión: cómo ayudar a las personas a decidirse por Jesús] (Silver Springs, MD: Ministerial Association of SDA, 1994), p. 71.

[9]White, Ibíd., p. 210.

[10] Ibíd., p. 211.

[11] Charles H. Spurgeon, Lectures to myStudents [Disertaciones a mis estudiantes] (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1977), p. 94.

[12] White, Ibíd., p. 210.

[13] Whitesell, p. 14.

[14] Emory A. Griffin, The Mind Changers: the Art of Christian Persuasión [Los transformadores de mentes: el arte de la persuasión cristiana] (Wheaton. IL: Tyndale House Publishers, 1976), p. 15.

[15] Finley, p. 18.

[16] White, Obreros evangélicos, pp. 149, 150.

[17] Billy Graham, Billy Graham Speaks [Habla Billy Graham] (New York: Roset & Dunlip, 1968), p.110.

[18] Charles H. Spurgeon, The Soul Winner [El ganador de almas] (Grand Rapids: 1963), p. 126.

[19] Louis R. Torres, Gaining Decisions Jor Christ [Cómo obtener decisiones por Cristo] (Hagerstown. MD: Review and Herald, 2001), p. 77.

[20] Streett, pp. 154.

[21] White, Ibíd, p. 208.

[22] Ibid.

[23] Raymond H. Woosley, Evangelism Handbook [Manual de evangelismo] (Washington, DG Review and Herald, 1972), p. 237.

[24] Streett, p. 162

[25] Leighton Ford, The Christian Persuader [El persuasor cristiano] (New York: Harper & Row), p 128.

[26] White, El evangelismo, p. 211.

[27]Ricardo Norton, La persuasión cristiana: el arte de ganar almas (Buenos Aires: ACES, 2005), p 95.