Una ilustración de la forma en que se puede vivir la gracia, la adoración, la comunidad y el servicio.

Me encontraba junto a mi hija adolescente, a orillas del mar, disfrutando plenamente del día de sol. En la tranquilidad del lugar también pude observar cómo otras familias aprovechaban las horas de esparcimiento.

Al despegar mi vista del libro que estaba leyendo, captó mi atención una madre que paseaba con su hijo. Estaban juntando caracoles de una manera diferente de como lo haríamos nosotros.

Esa madre aferraba a su hijo de la cintura y lo balanceaba hacia delante para que recogiera los hermosos tesoros que el mar desprendía en cada ola.

Quedé sorprendida por este gesto, ya que el niño era lo suficientemente grande como para transitar por sí mismo y disfrutar de la arena húmeda en sus pies. Pero esto era distinto. Al observar más detenidamente, noté que sus piemitas delgadas, deformadas, le impedían hacerlo. Y su madre era justamente quien, a través de esta acción, permitía que el niño también disfrutara de este momento a su manera.

Esta escena produjo en mi mente sentimientos encontrados, que iban desde la ternura y la compasión hasta la emoción de luchar por lo que uno más ama. En ese instante descubrí qué era lo más importante para esa madre.

Pensé no solo en el plano familiar (cómo actuaría en un caso similar) sino también en el plano espiritual de nuestra iglesia. Observamos a tantos niños y jóvenes que necesitan de nuestro apoyo y comprensión. Hasta podrían necesitar que los llevemos en brazos para aliviar las cargas de sus jóvenes vidas.

Como iglesia, ¿estamos brindando la paz que viene de crecer en una atmósfera espiritual, saturada y caracterizada por la gracia, donde nuestros niños puedan aprender que Jesús los ama incondicionalmente y desea cargarlos en sus brazos, como la madre que vi en la playa, y brindarles todo su amor?

Como líderes de la iglesia, necesitamos hacer todo lo que esté de nuestra parte para facilitar el desarrollo espiritual de nuestros niños y nuestros jóvenes. Nuestra tarea será destacar que Dios nos da libremente su gracia salvadora, ayudando a los niños y los jóvenes a tener una comprensión correcta de la salvación. Aquella madre en la playa prodigaba una gracia especial a su hijo, mostrándole de este modo cuán inmenso amor es el que Dios nos brinda.

Esta situación también me permitió reflexionar acerca de cómo, a pesar de las circunstancias, esta familia pudo descubrir el gozo ante el amor de Dios. El niño estaba feliz, disfrutaba del sol y la brisa suave. Su actitud reflejaba una respuesta de alegría a todo lo creado. Esta actitud debe reflejarse en nuestra adoración. No importa las circunstancias que atravesemos, de todos modos podemos responder con alegría al amor y al cuidado de Dios para con nosotros. Como líderes espirituales de los corderitos del rebaño, debemos desear que nuestros niños y nuestros jóvenes descubran el gozo de adorar a Dios en nuestra iglesia.

Mientras más observaba esta intimidad de madre e hijo, aprecié la confianza del niño hacia su madre; confianza sincera, de quien deposita su vida en otro para ser completamente feliz. Nuestra iglesia debe favorecer, en nuestros niños y nuestros jóvenes, el desarrollo de una fe genuina. Debería haber coherencia entre la vida espiritual que el niño desarrolla en su hogar y en su iglesia, y los principios religiosos que pregonamos.

Apoyados por la comunidad religiosa que es la iglesia, nuestros niños deben desarrollar su propia fe, ayudar a la iglesia con sus oraciones, brindarle apoyo financiero y tener una especial participación. Necesitan sentir que nos amamos unos a otros.

En esa significativa tarde, contemplando esa escena familiar, también pude apreciar la obra de servicio en favor de los más desprotegidos, en favor de los demás. Al ver a esta madre haciendo las veces de piernas, llevando al niño de caracol en caracol, pensé cuánto uno puede hacer por los que nos rodean.

Desde nuestra tarea de líderes de la iglesia, debemos experimentar la alegría de servir con alegría. También es nuestra responsabilidad el facilitar oportunidades para el servicio de los niños de nuestra iglesia. Podemos y debemos enseñar a los niños y los jóvenes las bendiciones que otorga el servir a Dios y a nuestro prójimo. Al ser fieles en las cosas pequeñas, les enseñamos que las obligaciones de cada día pueden ser actos de devoción y que cada persona tiene un trabajo especial en el plan de Dios. Desde sus años más tempranos, los niños necesitan conocer cuán especial es el servicio para Dios.

Podemos ayudar a que los niños y los jóvenes comprendan el concepto de gracia, a que respondan a esa gracia mediante gozosa adoración, a que participen en la comunidad de la fe (la iglesia) y a que entiendan la importancia del servicio, como futuros misioneros en la obra del Señor.

Por último, destaco que, no importa las circunstancias, Dios siempre tiene un propósito para nuestras vidas. Quizás algunos de nuestros niños transiten sin dificultades por el camino de la vida. Pero, tal vez otros necesitarán que los tomemos en nuestros brazos como aquella madre a orillas del mar, para ayudarlos a recoger los frutos de esta vida.

Que el Señor bendiga nuestra tarea en favor del desarrollo espiritual de los niños.

Sobre la autora: Directora del departamento de Educación y de los Ministerios del Niño en la Misión Argentina del Sur.