Al predicar, el factor esencial e indispensable debe ser el deseo y la intención de poner al pecador, en su debilidad, en contacto con Jesús, su amor, su salvación y su poder.

La predicación necesita experimentar hoy una revolución total. En un mundo lleno de diversos tipos de comunicación que compiten entre sí -dramas, comedias, presentaciones computarizadas, conferencias, vídeos y otros espectáculos-, ¿qué papel puede desempeñar la predicación si quiere ser fiel a su cometido y su propósito? ¿Puede seguir siendo interesante para la gente? ¿Puede seguir siendo auténtica y poderosa?

Estas preguntas surgieron en mi mente al escuchar un sermón hace poco. El pastor estaba tratando de demostrar que la vida tiene significado. La estructura de su sermón era clara. Tenía tres subtítulos: supervivencia, éxito y significado. Sus ilustraciones eran adecuadas. Pero su exposición adolecía de varias fallas, y carecía de contenido espiritual.

Su exposición era deficiente. El pastor hablaba como si estuviera explicando cómo reparar un neumático pinchado. Su predicación carecía de energía y de vida. Gritaba y golpeaba el púlpito, pero no había vida en su comunicación. Esta falta de vida se echaba de ver en la forma en que cabeceaban los miembros de la congregación.

Más letal aún, desde el punto de vista de los miembros, era la ausencia de Jesús en el sermón. ¿Cómo podía el pastor atraer el corazón y la mente de sus oyentes sin mencionar la belleza el amor y la misericordia de Jesús? Un Sermón sin Cristo es solo un discurso.

Si no hay contenido divino ni poder, se están compartiendo las buenas Huevas de la salvación.

Esta clase de crítica tiene sus peligros. Puede ser que nuestros puntos de vista personales -subjetivos supuesto- juzguen sermones que a los demás les pueden parecer adecuados. Por suerte, las siguientes observaciones nos pueden evitar este traspié.

Un factor esencial e indispensable

Al predicar, el factor esencial e indispensable debe ser el deseo y la itención de poner al pecador, en su debilidad, en contacto con Jesús, su amor, su salvación y su poder. Todos los demás elementos pueden estar en su lugar, pero sin Jesús como tema central, prominente y supremamente importante, la salvación no se producirá; no podrá producirse. La salvación solo es posible si Jesús está presente. Sin él, puede haber excelente música, una presentación impecable y una comunicación inmejorable, pero no habrá salvación. Los santos desanimados no encontrarán alivio. Los heridos y dolientes no recibirán sanidad. Jesús debe estar presente en la predicación. Jesús debe estar presente -ahora mismo- para salvar, para dar vida a los que la están buscando. Debe estar presente como el Pan y el Agua de la vida, para renovar, reavivar, refrescar, reformar y restaurar a los que lo buscan en procura de misericordia, gracia y solaz. Debe estar presente en la predicación, para que la vida penetre en los muertos, y para que el poder divino traiga liberación y salvación a los oyentes.

Predicar la salvación no es una opción; el predicador que está frente a una congregación debe estar preocupado por los perdidos. Al mismo tiempo debe ver a la gente -hombres y mujeres, niños y niñas- como los veía Jesús: como candidatos a ser ciudadanos del Reino de Dios. Debe preocuparse por las personas con el alma y el corazón.

Debemos saber qué significa estar perdidos si queremos alcanzar y tocar con la oferta de la salvación a los que lo están. Es vital que entendamos qué significa estar perdidos. Nuestra mirada debe perforar las tinieblas de la desesperación si queremos consolar a los desesperados. Hay cosas que debemos saber y entender si queremos predicar la salvación. Somos más que meros instrumentos de información: proclamamos la salvación en Jesús.

Entonces, cuando como Isaac Watts contemplamos “la excelsa cruz do el Rey de gloria sucumbió” (Himnario Adventista, himno N° 91), llegamos a entender qué es el pecado y en qué consiste la salvación. Sin esta experiencia solo somos voceros que recomendamos una determinada terapia desde el púlpito.

Una dinámica divina

Cuando se predica la salvación en Jesús, se desata una dinámica divina que no solo conecta al pecador con el Salvador, sino también afecta al predicador. Los que exaltan la Cruz descubren que la Cruz los exalta a ellos. El carácter central de la Cruz, en los propósitos de Dios, no está sujeto a negociación, y este hecho debe estar presente en la predicación con toda claridad. “Las inteligencias celestiales saben que la Cruz es el gran centro de atracción. Saben que por medio de ella el hombre caído recibe el perdón y logra unirse con Dios”.[1]

La predicación de la Cruz nunca es ineficaz. “Si la Cruz no encuentra una influencia a su favor, la crea”.[2] Solo si se proclama la Cruz, y se hace de ella el centro de la predicación, se podrá salvar a los pecadores entrampados bajo el poder del pecado. Si no se predica la Cruz, los pastores y las congregaciones solo ganarán amigos, pero no ejercerán influencia sobre nadie. En ese caso, los pecadores no encontrarán salvación.

El púlpito contemporáneo debe recuperar su función principal, que es hacer de Jesús su centro. Hay que engrandecerlo en los corazones, las mentes y las almas de aquellos a quienes se proclama el evangelio. No importa cuál sea nuestra perspectiva personal, la realidad es que la gente viene a la iglesia y participa del culto porque siente la necesidad de la ayuda divina y cree que la encontrará allí. No vienen para que se los entretenga sino para que se los ilumine con la luz del Cielo. Las almas enfermas de pecado anhelan liberarse de la futilidad. Quieren vida, quieren salvación, y esto solo lo pueden encontrar en Jesús. Nada ni nadie lo puede sustituir.

Fundamentos bíblicos

La predicación contemporánea tiene que recuperar sus fundamentos bíblicos y teológicos. Hay lugar para diversas clases de sermones: devocionales, doctrinales, temáticos, biográficos, etc. Pero no hay lugar alguno para la predicación sin Cristo.

Vivimos en una época en la que los valores son relativos. La gente tiene una actitud de tómalo o déjalo, en cuanto a la vida. Si los predicadores y la predicación van a perforar sus estilos de vida, es necesario que recuperemos los valores absolutos de la Biblia. Esta recuperación solo es posible si se le da rienda suelta al Espíritu Santo en el púlpito. Los predicadores necesitan investigar las profundidades y las implicaciones teológicas y psicológicas de las enseñanzas de Jesús, y sus declaraciones acerca de la salvación.

Por ejemplo, Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Al decir esto, estaba formulando una verdad teológica absoluta, de importancia eterna y universal, o estaba diciendo cosas sin sentido. Es o no es el único Salvador. Si lo es, entonces dejemos que esta verdad se oiga desde el púlpito con toda su claridad y su poder. Se la debe oír, no como dogma, sino como salvación. Pedro reafirmó esto cuando dijo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12). El carácter único de Jesús como Salvador aparece confirmado por la Epístola a los Hebreos: “Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:24, 25).

Aquí encontramos la plenitud de la salvación. Aquí encontramos ánimo para el pecador. Aquí tenemos a un Cristo vivo, no al héroe muerto de alguna leyenda mitológica. Aquí hay poder para alcanzar plena salvación. No hay alternativas, ni sustitutos para alcanzar a Dios. Solo Jesús puede salvar, y lo hace plenamente, pero solo si nos acercamos a él. ¡Con qué belleza se nos informa que Jesús es un Salvador viviente que intercede, no por él, sino por nosotros y por nuestra salvación! El acento está puesto sobre el ser humano como receptor, no como originador.

La obsesión de Pablo por Jesús

El alma de Pablo ardía con la obsesión de Jesús como Salvador. Para él no había otro. Estaba poseído por Jesús y su salvación. Por eso, escribió en la Epístola a los Romanos: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom. 8:33, 34).

Como predicadores, nosotros también debemos obsesionarnos, tal como Pablo, y exaltar a Jesús delante de todos. Lo debemos hacer fervientemente, sin vergüenza ni timidez. Lo debemos hacer con fe, sin importarnos qué debamos enfrentar, ni qué alternativas se nos ofrezcan. Nada nos debe detener. Desde el púlpito o la mesa de la cocina, en privado o en público, debemos presentar a Jesús como la fuente de la salvación. Debemos exaltarlo no solo como Salvador, sino también como ayudador, animador, consolador, amigo, guía y compañero.

Consolados, reprendidos, motivados

Si hay un libro por encima de otros que me haya instruido para mi ministerio, es Obreros evangélicos, de Elena de White. En medio de mis numerosos y constantes errores como predicador y ministro, este libro me ha consolado, animado, reprendido, motivado e instruido en mi ministerio. Las citas de esta obra surgen en mi mente. En relación con el tema de este artículo, está la siguiente declaración relativa al apóstol Pablo: “Se aferraba a la cruz de Cristo como su única garantía de éxito. El amor del Salvador era el constante motivo que lo sostenía en sus conflictos con el yo y en su lucha contra el mal, a medida que en el servicio de Cristo avanzaba frente a la frialdad del mundo y la oposición de sus enemigos”.[3]

La predicación en el mundo contemporáneo no es una tarea fácil. Enfrenta numerosos desafíos y obstáculos, entre los cuales se destaca la indiferencia. Pero predicar la salvación, predicar a Jesús como el Salvador, es un privilegio. El poder para hacerlo no es nuestro; es de Jesús.

Si la historia de la iglesia cristiana nos enseña algo, es que cada reavivamiento y cada reforma han comenzado cuando la iglesia recuperó, captó de nuevo y volvió a proclamar la realidad de Jesús y su salvación. En ese caso, los que tienen hambre del Pan de vida vuelven a oír las gloriosas nuevas de Jesús como Señor y Salvador.

¿No es verdad, acaso, que los ataques lanzados contra la predicación y el surgimiento de diversas alternativas se han producido porque el mundo, la sociedad y las necesidades humanas, y no la comisión evangélica, le han fijado su agenda al predicador? ¿No nos hemos concentrado demasiado en el problema en lugar de hacerlo en la solución? ¿Es la falta de fe en Jesús como la única respuesta la razón de nuestra participación en diversas alternativas? ¿Sabemos y creemos personalmente, y en realidad, que Jesús salva?

La decadencia que acusa hoy la religión en Occidente tiene su contrapartida en la condición del cristianismo en la Inglaterra del siglo XVIII la maldad y la indiferencia de la gente hacia la religión eran endémicas entonces. La solución divina fue enviar a George Whitefield, Juan y Carlos Wesley, y William Carey para que predicaran a Cristo y su belleza a la gente de todas las clases. El resultado fue no solamente la transformación del cristianismo como un poder salvador en la vida de multitudes, sino también la reforma de la sociedad. Estos hombres pusieron en movimiento influencié cuyos efectos perduran hasta el día Je hoy y que le han cambiado la vida a muchísima gente.

No será diferente hoy ni en cualquier otro momento. La salvación se convierte en realidad solo cuando con humildad y fe se exalta a Cristo en todo su encanto. Cuando esto ocurre, él puede convertir en realidad su promesa: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo (Juan 12:32).

Sobre el autor: Escribe desde Watford, Inglaterra.


Referencias

[1] Elena G. de White, Cada día con Dios (Buenos Aires: ACES, 1979), p. 49.

[2] en Seventh day Adventist Answer Questions on Doctrine (Los adventistas responden preguntas sobre doctrinas) (Washington D.C.: Review and Herald Publishing Association 1957), p. 661.

[3] Obreros evangélicos (Buenos Aires: ACES, 1957), p. 62.