Al enseñar hoy, debemos tener cuidado de no aventar fuegos que al final podrían quemar la iglesia, si ésta no conserva la visión de una comunidad unida y los planes de Jesús para su comunidad en este mundo.
Hace algunos años, se esperaba que cada estudiante de Teología de los colegios adventistas tomara por lo menos un curso acerca de evangelización. Estas clases tenían como fin sugerir a los estudiantes qué debían y qué no debían hacer. Pronto me di cuenta de que o yo necesitaba algo más que unas cuantas clases acerca de evangelización pública, o que tal vez la evangelización no era precisamente mi vocación.
Cuando hice obra evangélica, traté de cumplir la letra de la ley, y los resultados no fueron muy alentadores. Después de esta experiencia decidí que, puesto que no es realista esperar que cada ministro sobresalga en todas las áreas del ministerio, no se debía esperar que yo tuviera éxito en la evangelización pública. Después de todo, pensaba, el Espíritu Santo les da distintos dones a los que forman parte del cuerpo de Cristo.
Jesús eligió a doce apóstoles (Luc. 6:13-16). A excepción de Judas, todos ellos estuvieron con él desde que los llamó hasta su ascensión. Hizo de ellos sus apóstoles, y los envió a difundir las buenas nuevas de su vida, su muerte y su resurrección.
Aunque todos los apóstoles eran testigos, sólo tres escribieron algo acerca de las buenas nuevas, y sus escritos ocupan un lugar destacado en nuestras Biblias. Jesús también eligió a setenta (Luc. 10:4-12). Se envió a muchos otros hasta cuando se eligió a Matías para que reemplazara a Judas Iscariote (Hech. 1:12-26). Pablo es el más notable de ellos. Por supuesto, están además los millares que los han seguido hasta hoy.
¿Por qué estamos repasando estas cosas? Primero, porque hay un solo factor indispensable para definir las cualidades esenciales de un testigo de Jesucristo, a saber, un encuentro personal con él, y la experiencia que le sigue. Todos los testigos del Nuevo Testamento conocían a Jesús en forma experimental. Todos ellos habían tenido un encuentro personal con él. Segundo, la forma y el contenido del testimonio en favor de Jesús no fue uniforme. Por ejemplo, cada uno de los que escribió un relato acerca de lo que el Señor realizó y dijo, lo hizo desde su punto de vista personal. De manera que cada uno de nosotros puede dar su testimonio de diferentes maneras, de acuerdo con nuestra personalidad, nuestra experiencia y nuestros antecedentes.
Aunque esto es cierto, nuestro testimonio cristiano debe tener algunas características indispensables, no importa dónde ni cuándo lo demos. Primero, está el tema del contenido de nuestro testimonio: debemos proclamar las buenas nuevas del evangelio. Segundo, debe estar contextualizado. Tercero, debe ser un mensaje congruente, de modo que el presentador no se tenga que avergonzar por ello. Finalmente, debe tomar en cuenta a la comunidad. A estas cuatro características yo las llamo las cuatro Cs del testimonio cristiano: contenido, contexto, congruencia y comunidad.
El contenido
El mensaje que damos debe ser buenas nuevas. Debe ser veraz, pero agradable al oído. “La Segunda Guerra Mundial ha terminado. Hitler y Mussolini nunca más se levantarán para alterar nuestras vidas. Podemos seguir acariciando nuestro sueño de libertad sin trabas. Su amenaza ha desaparecido. Ha llegado el momento de hacer justicia”.
“Los mau mau ya no existen, y Jomo Kenyatta es el nuevo primer ministro de Kenia”.
“Por fin terminó Vietnam. Nuestro hijo fue uno de los primeros soldados en regresar a suelo norteamericano”.
“Nuestro hijo acaba de recibirse de médico. ¡Apenas me puedo contener!”
“¡Mándela ha recuperado su libertad, y la pesadilla del apartheid ya pasó!”
Yo estaba en Sudáfrica el día en que Mándela salió libre. Las clases sociales dejaron de existir por unas horas ese día, porque el trabajador agrícola y el terrateniente se unieron y aparecieron juntos, transfigurados, en la televisión. Los profesores y los estudiantes, los pastores y los miembros de iglesia, los patrones y los empleados, todos recibieron juntos las noticias del día.
Cuando usted tiene noticias que dar, pero le cuesta hacerlo, tal vez no sean tan buenas. Cuando yo era niño, mi padre salía a dar testimonio con un rollo de cuadros. Uno de esos cuadros, en especial, me aterrorizaba. Se trataba del lago de fuego con gente adentro sufriendo horrores y con miedo. Ese cuadro me estremecía. ¡Era gráficamente aterrorizador! Se podía sentir el olor del fuego, y se sentía su crepitar junto con los lamentos de las víctimas. No sé cuánto bien me pudo haber hecho ese cuadro. Soñaba con él. Me despertaba sobresaltado de esas pesadillas, y no me sentía agradecido por la noticia de que Dios un día iba a limpiar este mundo de todos sus males. Lo único que me alentaba era que yo no sería víctima de ese horrible fuego.
¿Qué mejor noticia que proclamar que “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5:19) y que, por consiguiente, hizo de nosotros, que no eramos “pueblo”, el “pueblo de Dios” (1 Ped. 2:10), y que pronto enviará a este mismo Jesús a fin de rescatar a sus hijos de todo el mundo, para llevarlos a un hogar donde ninguno sufrirá ni morirá (Apoc. 21:1-4)?
El contexto
El mensaje de Jesús es único. Pero no sólo sobrevive; vibra cuando se lo comunica de diferentes maneras, con sensibilidad y consideración por los muchos ambientes. Hace años, un misionero fue a Zu- lulandia, en el sur de África. Trabajó con el emperador del pueblo Zulú, Shaka Zulú, y lo condujo a Cristo. Pero pronto se puso en evidencia un problema en el enfoque del misionero, cuando aparentemente parecía estar más interesado en “domar” al emperador, a fin de que no fuera una amenaza para los colonos que se estaban instalando en esa parte del país.
Es evidente que Shaka manifestó cierto interés en el cristianismo, y comenzó a hacer preguntas acerca de Jesús. Pero, cuando el misionero describió su muerte en la cruz, el Rey replicó: “¿Me está hablando usted de un insensato? ¿Qué clase de hombre es ése, que no se defendió?”
Lo que el misionero debería haber sabido es dónde comenzar con un militar como Shaka. El Rey se habría sentido más impresionado si el misionero lo hubiera ayudado primero a ver la grandeza del Capitán de las huestes del Señor, el eterno Gobernante del mundo, ¡el Rey de reyes! Lo que dijo probablemente era cierto, pero en el mejor de los casos inapropiado para su auditorio en el momento en que lo dijo.
Los cuatro evangelios cuentan esencialmente la misma historia. Son diferentes porque cada evangelista te nía en mente un grupo de lectores distinto para transmitir el mismo mensaje. Más concretamente, cada uno tenía una audiencia especial que alcanzar.
¿Está alguno de los evangelistas torciendo los hechos? ¡En absoluto! Cada uno de ellos tenía una misión. Cada uno tenía una audiencia, y por eso mismo un énfasis especial En cada uno de ellos, la historia del Mesías tiene vida y poder. De la misma manera, nosotros podemos contar la historia de Jesús en la fábrica, en la sala de conferencias, en la cocina, donde la gente esté dispuesta a escucharla Siempre es mejor contar la historia de acuerdo con el ambiente en que actuamos.
El contexto también tiene que ver con los momentos Hasta Jesús les dijo a sus discípulos que había ciertas cosas que él les quería contar, pero que no podía hacerlo en ese momento porque no estaban listos para oír y no lo iban a entender. Quiere decir que hay momentos en los que no es apropiado decir algo, porque el terreno todavía no ha sido cultivado.
La congruencia
El tercer factor que contribuye a que nuestro testimonio por Cristo sea eficaz es un estilo de vida que concuerde, es decir, que sea congruente con lo que proclamamos acerca de él. Por más que hayamos hablado mucho acerca de esta cualidad, sigue siendo sumamente importante para nuestro testimonio.
Si predicamos el amor de Cristo, ese amor se debe manifestar en nuestras vidas y en los efectos que produce en las vidas de los demás. A menos que este milagro de la gracia haya comenzado su obra en nuestras propias vidas, lo que digamos será sólo una posibilidad, no tendrá fundamento y hasta podría ser deshonesto. Como somos hipócritas por naturaleza, trataremos de disimular las divergencias que existen entre nuestras palabras y nuestros hechos. Siempre es crucial, para nuestro testimonio, que seamos “hacedores de la Palabra y no tan solamente oidores” (Sant. 1:22; vea también Mat. 7:15-21; Rom. 2:13; 1 Juan 3:18).
Para que nuestro testimonio en favor de Cristo sea eficaz, lo que decimos tiene que concordar con lo que hacemos. Al intentarlo, seguramente nos vamos a encontrar con nuestras propias limitaciones. Cuando no tengamos una respuesta clara y definida para determinada pregunta., hagamos lo mejor posible para dar una respuesta razonable, conscientes de que se trata sólo de una posibilidad, porque todavía vemos las cosas “como en un espejo, oscuramente”. Nadie nos obliga a causar la impresión de que estamos por encima de las debilidades, las equivocaciones y hasta del pecado. Siempre sufriremos derrotas, pero pase lo que pase, trataremos siempre de ser transparentes delante del mundo.
La comunidad
Jesús llamó a los doce a seguirlo no sólo porque doce es mejor que uno. Estaba construyendo un nuevo reino. Estaba creando un pueblo. Estaba formando una comunidad.
La iglesia que él fundó tiene derecho a considerarse el nuevo Israel. ¿Qué quiere decir esto? Entre otras cosas, implica que cada vez que predicamos las buenas nuevas debemos ser conscientes de que la iglesia es una. Cuando los nuevos miembros se unen a la iglesia, se les debe dar la bienvenida como miembros del cuerpo, la comunidad de Cristo.
En el primer año de mi ministerio, estudié la Biblia con una familia pentecostal. El esposo estaba interesado en la perspectiva adventista, y por eso mismo no costó mucho que viniera a la iglesia.
El problema era que en esa aldea se consideraba que “los del sábado” eran un grupo de gente exquisita. Él dudaba de que lo aceptaran. Yo estaba seguro de que todo iba a ir bien. Creía que, si asistía, iba a disfrutar de bendiciones. Pero me equivoqué.
Cuando llegó el sábado, yo no estaba vestido informalmente. Nadie lo estaba; sólo la visita. La verdad es que posiblemente él tampoco estaba vestido de manera informal. Es decir, vino con el mejor pantalón corto que encontró y con su mejor camisa. Estaba bien vestido, pero se mantuvo separado de nosotros.
Yo no tenía la culpa de que él viniera a la iglesia vestido de esa manera. No sabía qué había en su ropero. Él no veía nada malo en usar su mejor pantalón corto para ir a la iglesia en una calurosa mañana de verano. El error estaba en que yo había supuesto que todos los miembros de la iglesia eran cristianos maduros.
Lino de los diáconos se acercó al hombre y le dio una conferencia; algo acerca de que en la iglesia a la que él quería pertenecer no se venía con pantalones cortos. ¡Le dijo, además, que tenía que venir con pantalones largos y limpios!
No es necesario decir que la mayor parte de los miembros de la iglesia se sintió mortificada por lo que sucedió. Pero, tal vez ni siquiera eso importaba mucho. Lo que sí importó es que Magwaza nunca más volvió a la iglesia. ¿Por qué? Porque, en mi fervor por testificar, yo no había preparado a la congregación para recibir a la gente que podría sentirse atraída por nuestra comunidad de la fe. Jesús comparó toda esta operación con el acto de echar la red al mar. A muchas diferentes clases de peces -incluso algunos animales que no eran “peces”-, la red también los podía recoger.
Pablo y Bernabé no dejaron que este aspecto de la obra quedara librado al azar. Cuando descubrieron que algunos miembros de la iglesia no estaban listos para aceptar las consecuencias de la predicación del evangelio, les pidieron a los dirigentes que convocaran a una asamblea para que cuando los gentiles asistieran a las reuniones, el impacto, los juicios y las confusiones se redujeran al mínimo. Con toda intención, planificaron y prepararon a la iglesia a fin de que los nuevos miembros fueran admitidos por consenso general en la comunidad de la fe.
Pablo insistía en que la iglesia era, en efecto, un solo cuerpo; el de nuestro Señor Jesucristo. Al enseñar hoy, debemos tener cuidado de no aventar fuegos que al final podrían quemar las iglesias, si ésta no conserva la visión de una comunidad unida y los planes de Jesús para ella en este mundo.
Cuando presentamos el contenido del mensaje como debe ser, cuando vivimos vidas consecuentes, cuando damos el mensaje tomando en cuenta el contexto en que nos encontramos y cuando somos conscientes de que Dios obra por medio de su comunidad, la evangelización y el testimonio, entonces todo marcha bien.
Sobre el autor: Doctor en Teología. Ex pastor, en este momento está completamente trabajos de posgrado y se desempeña como escritor ocasional.