Los caminos que conducen al divorcio, y cómo evitarlos.
Los pastores experimentan las mismas causas de conflictos conyugales que perturban a los demás hombres. Pero, debido al carácter especial de su trabajo, algunas de esas causas son específicas y más complejas. En este artículo, primero nos referiremos a las causas de la infidelidad conyugal en general, y después, abordaremos las razones específicas de los conflictos conyugales de los pastores.
El estrés y el agotamiento son las causas que más se mencionan para explicar la infidelidad en el matrimonio. La falta de tiempo y de disposición impide la satisfacción sexual y la intimidad, lo que da como resultado el debilitamiento del dominio propio.
La dificultad para relacionarse es otra razón que se esgrime. Eso significa que faltan la exclusividad, la permanencia y la devoción necesarias en el matrimonio, por parte de uno o de ambos cónyuges. La inmadurez emocional, la inseguridad financiera y la actitud irresponsable hacia la vida minan el terreno matrimonial.
Las fantasías y los vicios sexuales corroen los lazos conyugales. Nos preocupa profundamente la adicción a la pornografía que se manifiesta en algunos, en la que un socio imaginario, joven y atractivo, oscurece la relación verdadera.
La aridez espiritual disminuye la resistencia a las tentaciones. La respuesta de José a la esposa de Potifar es reveladora (Gén. 39:9). Sólo en el contexto de una íntima comunión con Dios se podrá discernir lo pecaminoso de los desvíos sexuales.
La imprudencia. Disfrazada de confianza propia o negación, la imprudencia también es causante de tragedias conyugales. Muchos piensan: “Esto nunca me va a suceder a mí”, o “¿Cuál es el problema con mantener una amistad sincera?” El hecho es que ningún pastor está libre de problemas sexuales.[1]
La vulnerabilidad.[2] Atender, admirar y acercarse a alguien del sexo opuesto pueden ser verdaderas trampas. La persona no se da cuenta de su debilidad hasta que cae entrampado en ellas.
Las crisis existenciales nos llevan a la conclusión de que muchos de nuestros sueños y esperanzas jamás se realizarán. Preguntas como: “¿Es justo esto?” “¿No tiene la vida nada más para ofrecerme?” son los clamores silenciosos de la desesperación. Y muchos, en esas circunstancias, caen en la tentación de intentar compensar esa “pérdida” con relaciones ilícitas.
Pamela Cooper-White añade otras causas, entre las cuales están “una baja estima propia, sostener valores excesivamente tradicionales, cubiertos por una retórica liberal acerca del papel de los hombres y las mujeres, un pobre control de los impulsos, la sensación de que se está ‘por encima de la ley’ y otras trampas narcisistas; dificultad para asumir la responsabilidad por los errores cometidos y una forma equivocada de relacionarse con el sexo opuesto”.[3]
Las razones por las que se cae
Con la palabra “razones” nos queremos referir a una explicación o algún motivo que pueda estar detrás de una acción. Por ejemplo, el estrés es una de las causas principales de problemas morales. Pero las razones que nos explican por qué finalmente el adulterio alcanza a los pastores pueden ser muchas. A continuación, nos referiremos a algunas de ellas:
Las expectativas irreales pueden figurar entre las principales razones del estrés pastoral.[4] Las muchas tareas que debe llevar a cabo el pastor a cualquier hora del día, sumado a la cantidad de gente que debe atender, nos piden un momento de reflexión. El pastor está siempre “más allá de sus propias posibilidades”.[5] Predicaciones, estudios bíblicos, cursos de capacitación, vida social dentro y fuera de la iglesia, elaboración de proyectos y su apoyo posterior, atender a los jóvenes, a los ancianos, a los adultos de edad mediana, etc., etc.
Hace poco, oí el caso de un pastor, víctima del adulterio de su esposa. “Yo era un ‘superpastor’ -dijo-, y descuidé mis deberes de esposo. Pero, ¿qué podía hacer? Imagine usted una actividad ministerial regular: cada director de departamento nos carga con proyectos y nos exige que los promovamos. Además, hay que elevar informes, y se nos insta a alcanzar diversos blancos con la mira puesta en el próximo congreso. Constantemente me tenía que superar”.
Mientras lo oía, no pude evitar hacerme una intrigante pregunta: ¿Por qué algunos de nuestros dirigentes no son más equilibrados? Es cierto que el trabajo intenso es una virtud, pero el trabajo excesivo es un vicio. “Mientras más estresada esté, menos buen juicio tiene la persona”. El pastor no se da cuenta de que su familia se está deteriorando hasta que es demasiado tarde.[6] Heather Bryce presenta, a su vez, una lista de otros factores que forman parte de los que son estresantes y que son consecuencia de expectativas irreales.
“Ingresos insuficientes. Esta situación puede provocar problemas en el hogar. Puede suscitar dudas acerca del cuidado de Dios, o puede impulsar a la esposa a buscar trabajo fuera de la casa, con el consiguiente distanciamiento de la pareja.
“Falta de definición de qué es el éxito. Ésta es una causa de problemas futuros. El pastor, como cualquiera, necesita sentir que tiene éxito. El éxito en el ministerio no se debería medir de acuerdo con patrones humanos; porque el pastor, especialmente cuando es de mediana edad, siempre está luchando para sentir que está obrando bien […].
“El pastor debe saber guardar secretos. Ésta es una actitud profesional. Se podría manifestar en una conversación como ésta, entre el pastor y su esposa:
-¿Con quién hablaste hoy, querido?
-Bueno, con gente con problemas, como de costumbre.
-¿Quién, por ejemplo?
-Es mejor que no lo sepas, ¿está bien?
Para no parecer celosa, curiosa o enojada, la esposa del pastor lo debe dejar hacer su trabajo casi sin prestarle atención”.[7]
Modelos pobres o inexistentes. Los cónyuges que se desarrollaron en el seno de familias con un solo padre, o sin padres, carecieron en el hogar de sanos modelos masculino y femenino. Lo mismo ocurre con los que provienen de familias desarticuladas o en las que ha habido abuso.
La incapacidad para conciliar las demandas del ministerio con la vida conyugal. Esto va más allá de una pobre escala de valores. Por ejemplo, el concepto de objeto sexual que tienen la mujer y el sexo en la cultura secular, no tiene cabida en el matrimonio del pastor. Me ha tocado aconsejar a gente que no consigue manejar la tensión que existe entre su bajo concepto de la sexualidad y la pureza moral.
Los traumas pasados no resueltos. Estas situaciones producen debilidades y sensibilidades psicológicas de las que la persona no es consciente hasta que la ataca la tentación. Entre ellos, están los recuerdos de los abusos que se sufrieron, las experiencias negativas con el sexo opuesto o el divorcio de los padres. En momentos de aparente fracaso o de injusticias en la vida profesional, esos recuerdos pueden resurgir. Al no querer compartirlos con su esposa o con un amigo de confianza, el pastor trata de conservarlos dentro de sí, hasta que un día se los revela peligrosamente a una secretaria que considera leal.
El abuso de poder. Las personas poderosas fascinan al sexo opuesto. El pastor, de alguna manera, está en el centro de la atención, y ejerce liderazgo sobre hombres y mujeres.[8] El abuso de ese poder se manifiesta cuando comienza a usar las prerrogativas que le otorga su cargo con el fin de obtener ventajas y satisfacer necesidades personales, especialmente las que tienen que ver con el matrimonio. Ese abuso de poder le da pie para emplear su influencia con el fin de iniciar una relación secreta, aprovechando la información confidencial de que dispone acerca de esa persona. También puede lograr el silencio de su víctima, infundiéndole temor al descrédito. Finalmente, se da sí mismo el “derecho” de concederse algunas escapadas “inocentes”, como si estuviera por “encima de la ley”.[9]
Karen Lebacqz comenta: “El hecho de que el poder profesional sea legítimo y esté institucionalizado, nos ha impedido apreciar su verdadera importancia. Precisamente porque es legítimo -porque dispone de autoridad-, nos olvidamos de que hay una diferencia de poder entre el profesional y su cliente. También nos olvidamos de que se trata de un poder que muy difícilmente podría alcanzar el cliente. La vulnerabilidad de éste frente al profesional es diferente de la que podría existir entre amigos: el profesional no sólo puede perjudicar mis sentimientos, sino también dispone de un poder legítimo e institucionalizado para modificar profunda y significativamente mi vida”.[10]
La confianza. Cuando se hace cargo de una iglesia, el pastor recibe la demostración de la confianza de la gente. Cundo yo era un pastor joven, me acostumbré a que muchos hermanos ancianos requirieran mi consejo en asuntos propios de su edad. Esto quiere decir que sobre mis hombros reposaba la confianza propia de la función pastoral, sumada a la que había construido mi antecesor; y yo tenía que parecer confiable. Una persona del sexo opuesto muy pocas veces hablará con alguien acerca de temas confidenciales y personales como lo hace con el pastor.
Éstas son algunas de las causas que se han observado, y las razones que pueden explicar un adulterio. Hay otro ángulo de análisis que necesitamos abordar, a saber, cómo se produce una infidelidad.
Rumbo al abismo
Las infidelidades sexuales no ocurren por casualidad, no son inevitables ni se pueden acreditar sólo a la biología. Algunas fatalidades son el fruto de condicionamientos culturales largamente acariciados, y otras son el resultado de la idea de que lo biológico dirige la conducta sexual de hombres y mujeres.[11] Pero, detrás de la mayor parte de los actos inmorales, si no de todos, existe un contexto del que la conducta es sólo el producto. Las causas concuerdan con algunos efectos. Incluso cuando los dos actores se sorprenden con lo que sucedió, una investigación más profunda pondrá al descubierto el hecho de que ha habido una especie de “flirteo con el enemigo”: una infidelidad sexual es muy probablemente el punto final de un largo viaje descendente.
Otra característica de este pecado es que los primeros pasos de la trayectoria son muy sutiles e inocentes. Sólo después la persona se da cuenta de que cayó en la trampa de una relación de la que no era fácil salir. Trataremos de desenmascarar algunas de esas trampas.
Señales confusas. Supongamos que yo saludo con un apretón de manos a una atractiva señora de la iglesia, y ella sigue sosteniendo firmemente mis manos entre las suyas por unos cuantos segundos más. No tuvo mala intención; tal vez estaba distraída o bajo la impresión de algo que yo dije durante el sermón y que a ella le impactó. Pero yo entendí que le agradaba estrechar mi mano. La próxima vez, ella sonríe y me dice: “¡Hola!” Yo percibo en esa palabra una connotación intrigante. Le estrecho la mano y le digo: “¡Hola!”, pero con la intención de decirle: “¿Qué tal? ¿Cómo te va?”
¡Peligro a la vista! Delante de esto se extiende un abismo. Sólo un hilo nos separa. Ese hilo se comenzará a tejer y, sin damos cuenta, estaremos enredados en una tela de araña. Aunque el problema esté sólo en mi mente, y ella ni siquiera sepa lo que estoy pensando, mis reacciones pueden instalar algunas ideas en su mente. Y, si eso sucediera, justamente cuando ella estuviere estresada y yo luchando con mis problemas, los riesgos serían muy altos.
La trampa de la fealdad. Supongamos que acabo de llegar a una nueva iglesia. Por primera vez contemplo los rostros de los miembros de esta congregación. Y me pregunto: “¿Quién me apoyará? ¿Qué problemas existen? ¿Quiénes están al margen? ¿Quiénes están sufriendo?” Pero también los contemplo con ojos de hombre. Veo ancianos, niños, hombres, mujeres, jóvenes. Algunos de los rostros femeninos son atractivos. Comprendo lo que está pasando dentro de mí y confieso en oración: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Decido ser cuidadoso y prudente, pero también agradable con todos.
Ésa es la decisión correcta. Cuando se convierte en hábito, es una gran aliada. “La posibilidad de caer en pecados sexuales comienza con la atracción.[12] Pero, ¿qué decir de las hermanas que no están consideradas como atractivas? Muchos casos de adulterio tienen que ver con este grupo de hermanas en Cristo, porque, como tenemos la guardia baja, nos volvemos vulnerables a la tentación.
La trampa de las relaciones ilícitas. Nos encontramos frente a algo que nos induce al error. Al principio, las consecuencias inmediatas no parecen ser tan malas. Es extraño cómo una relación ilícita parece mejorar las cosas para ambos amigos. La vida con los respectivos cónyuges cobra nuevo impulso, los sermones parecen apropiados y oportunos. Incluso los que se refieren a relaciones prohibidas parecen convincentes. El nivel de energía se mantiene sorprendentemente alto. “¿Cómo podría alguien considerar pecaminosa una simple amistad con otra mujer?”[13]
La trampa del alma gemela. “¡Funcionamos de maravilla! Ella me entiende como nadie. ¿Qué tiene de malo que alguien lleve las cargas de otro? (Gál. 6:2). Ella es como mi alma gemela”. Si usted llegó hasta aquí, no dé un paso más. ¡Deténgase ahora mismo! La única alma gemela de un esposo es su esposa, y nadie más.
La trampa de la familiaridad. “La conozco desde que era niña -dirá alguien-; podría ser mi hija.
“Me gusta renovar esta antigua amistad, y recordar los buenos tiempos que pasamos cuando nuestras dos familias vivían juntas. Ella siempre ha sido encantadora, y no nos veíamos desde que estaba en la primaria. No hay nada de romántico entre esta chica y este viejo”
¡Deténgase! Ella ya no es una niña. Si alguna vez usted la tomó en brazos y le acarició el cabello, ahora las cosas son totalmente diferentes. Las mujeres jóvenes se pueden sentir atraídas por hombres maduros y de buena situación, porque, para ellas, ocupan el lugar del padre. Y viceversa.
La causa de las causas
No hay causas finales ni razones absolutas que puedan explicar la infidelidad matrimonial. Nadie puede dar razones incontestables para justificar el adulterio. La lista de motivos que acabamos de dar es sólo ilustrativa, y es algo de lo que se ve en la vida real. No hay nada que nos pueda inducir a malograr nuestro matrimonio, fuera de la superficialidad y la debilidad de nuestra comunión con Dios. La participación del Señor en nuestra fidelidad conyugal es absoluta. Pregúnteles, si no, a Abimelec (Gén. 20), a José (Gén. 39:6-12), a Eli (1 Sam. 2:25) y a David (Sal. 51:4).
Mi esposa es propiedad privada de Dios, y yo también lo soy. La única razón para no violar esa privacidad es el sagrado compromiso que contrajimos de amarnos hasta que la muerte nos separe. Todos los demás seres humanos también son propiedad de Dios. Por lo tanto, no nos atrevamos a apropiarnos de su sagrada posesión, con pretensiones de impunidad.
Dios no capituló frente al adulterio. Él es más poderoso que el impulso sexual. Nos puede conducir con seguridad gracias a las cicatrices de las manos de su I lijo; nos puede proteger a pesar de nuestras vulnerabilidades; puede curar nuestras heridas y fortalecernos contra nuestras debilidades. La única verdadera causa que nos puede conducir al pecado es el descuido de nuestra comunión con el Pastor supremo. Ésa es la causa de las causas; ésa es la razón de todas las razones.
Medidas preventivas
Lois Mowday Rabey tiene algo que decirnos con respecto a la prevención: “Si usted se siente vulnerable, reconozca que su juicio puede ser débil. Decida vivir de acuerdo con las normas de la Biblia, no importa cuál sea la situación. No se permita, por ningún motivo, racionalizar acerca del pecado. Tenga cuidado al tomar decisiones. Relaciónese con amigos cristianos comprometidos, que anden íntimamente con el Señor, y pídales consejo. Disminuya, dentro de lo posible, su carga de trabajo. Conserve lo básico: permanezca en la Palabra, medite, ore y esté siempre en compañía de creyentes que anden con Dios. No dé un solo paso en dirección de una relación que lo podría inducir a caer en una conducta pecaminosa. Ore por protección, discernimiento y tranquilidad. Acérquese al Señor hasta que sienta su presencia. Permanezca en él, lea respecto de él, hable con él, piense en él. Mantenga su atención siempre concentrada en Jesús”.[14]
Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor de Ética en la Facultad de Teología de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Referencias
[1] J. G. Grenz y R. D. Bell, Betrayal of Trust [Traición a la confianza] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1995), p. 39.
[2] L. M. Rabey, The Snares [Las trampas] (Colorado Springs: Navpress, 1988), pp. 25-30.
[3] Pamela Cooper-White, The Christian Century 108 [El siglo cristiano 108], (10 de febrero de 1991), p. 198.
[4] J. T. Seat, J. T. Trent y I. K. Kim, Journal of Pastoral Care 47[Periódico de atención pastoral, 47] (Invierno de 1993), N° 4, p. 367.
[5] Joy Jordan-Lake, “Conduct Unbecoming a Preacher”, [“Una conducta indigna de un predicador”] Christianity Today 36, [La cristiandad hoy 36] (10 de febrero de 1992).
[6] Ibíd.
[7] Heather Bryce, Leadership IX[Liderazgo IX] (Invierno de 1988), t. 1, p. 63.
[8] “Pamela Cooper-White, Ibíd., p. 197.
[9] J. N. Poling, The Abuse of the Power [El abuso del poder] (Nashville: Abingdon, 1991), pp. 23-48.
[10] “Karen Lebacqz, Professional Ethics: Power and Paradox [Ética profesional: el poder y la paradoja] (Nashville: Abingdon, 1985), pp. 114, 115.
[11] Peter Rutter, Sex, Power and Bounderies [El sexo, el poder y los límites] (Nueva York: Bantam Books, 1996), pp. 20, 27.
[12] J. G. Grenz, Ibíd., p. 131.
[13] P. Roger Hillerstrom, Intimate Deception [Engaño íntimo] (Portland: Multnomah, 1989), pp. 43, 44.
[14] L. M. Rabey, Ibíd., p. 30.