Es de noche en Brasilia. Acabo de regresar de Porto Velho, Roraima, Rep. del Brasil, después de una semana de mucha actividad pero muy gratificante. La “Caravana del Poder”, llevada a cabo en la Asociación de la Amazonia Occidental, fue coronada por el éxito desde cualquier punto de vista. Hasta el mes de julio de este año, el crecimiento de ese campo alcanzaba un índice superior al 50% con respecto al mismo período del año anterior. Y, para completar la extraordinaria obra que hicieron los administradores, los directores de departamentos, los pastores y los feligreses, la Asociación verificó un aumento de casi el 25% en los diezmos, lo que indica que el crecimiento es firme.
Mientras tanto, lo que más impresiona es ver a la iglesia feliz, porque llena de gente los estadios, los auditorios y las plazas. Agrada ver a la multitud mientras alaba con cánticos a Dios, mientras ora y cuenta las maravillas que está haciendo el Espíritu Santo en las vidas de millares de seres humano^ que están estudiando la Biblia con los fieles misioneros.
La “Caravana del Poder”, o “Caravana de la Esperanza” (como se la llamó en el Perú), no es sólo un evento. No se trata de una linda serie de reuniones llenas de cánticos y oraciones: es la predicación de la Palabra de Dios. No es sólo el bautismo de 37.000 personas, como sucedió en el Perú. La fiesta existe y tiene brillo, espectáculo y colorido; pero esto es sólo la cereza que corona la torta. Si el evangelista está presente o no, si participan brillantes cantantes o no, la obra prosigue. Es decir, aunque no haya cereza para adornar la torta, ésta existe y está lista para que se la sirva. Las iglesias se movilizan y se bautizan nuevos conversos. En este programa, lo que realmente importa no es lo que suceda en una noche o durante una sola semana, sino lo que ocurrió antes y lo que sucederá después.
El fundamento de este proyecto de programación evangélica es el hecho de que la misión no fue exclusivamente a un grupo de “profesionales” de la predicación, sino a cada creyente.
Si la obra de predicación del evangelio de cualquier manera significara el cumplimiento de la misión, Dios podría alcanzar ese objetivo sin la ayuda de los seres humanos. Pero, cuando el Señor confió la misión a su iglesia, no estaba pensando solamente en dar a conocer el mensaje, sino también en hacerlo usando los talentos de cada creyente; y eso, por una razón muy sencilla: el cristiano que no da testimonio ni conduce almas a Cristo, tampoco puede tener una experiencia espiritual saludable. El primer impulso del que se ha convertido realmente es correr para anunciar a los demás lo que Jesús hizo en su propia vida. Eso ocurrió con la mujer samaritana y con otros personajes de las Escrituras.
Cuando un creyente pierde el deseo de testificar, algo malo está sucediendo en su experiencia cristiana. En ese preciso momento, el pastor debe tratar de ayudarlo a salir de esa situación.
Las grandes preguntas que todo pastor debería tratar de contestarse a sí mismo son: “¿Por qué quiero que todos los miembros de mi iglesia se comprometan con la misión? ¿Acaso todo lo que me interesa es alcanzar el blanco de bautismos? ¿O quiero destacarme como un buen pastor? ¿O es que quiero ver a mi iglesia sana, madura y lista para encontrarse con Jesús?”
Está llegando el momento en que la noche de este mundo llega a su fin. No habrá más dolor, ni tristeza, ni muerte. Los redimidos de todos los pueblos, naciones, tribus y lenguas estarán reunidos con vestiduras blancas, coronas en sus frentes y palmas en las manos. Imagine que contempla a ese grupo e identifica a muchas personas de las que usted fue el amante, cariñoso y dedicado pastor. Imagine su corazón latiendo y a punto de estallar de emoción, al verificar que están allí, en el cielo, justamente porque usted cumplió con fidelidad su ministerio.
¡Vale la pena pensar en esto!
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.