A medida que la gente va envejeciendo tiene la tendencia a vivir en el pasado y a hacer decisiones fundamentadas en la experiencia pasada. Hace algunos años, siendo un obrero joven, descartaba este enfoque “histórico” de la vida. Probablemente hubiera descartado igualmente a quien aparentase vanagloriarse de un cuarto de siglo de experiencia. Ahora que casi llevo ese tiempo en el ministerio pastoral he aumentado mi respeto por la historia de la experiencia, y con el propósito de afrontar los desafíos busco afanosamente el consejo de los líderes de experiencia. Sin embargo, aún poseo un punto de vista más bien selectivo acerca de cómo debe usarse la historia y de los puntos que uno escoge considerar.
Los obreros cristianos parecen dividirse generalmente en dos grandes categorías: los que consideran la experiencia y la perspectiva histórica como un peldaño en el camino hacia un ministerio evangélico mas efectivo, y los que mayormente permanecen atrapados en la rutina de una existencia monótona. Y, ¿no ha notado usted que algunos que siempre hablan del pasado parecen concentrarse en ciertas cosas como las faltas de los dirigentes; o los pecados persistentes de los hermanos de la iglesia: o los hábitos rebeldes de los jóvenes, o los programas de iglesia que no funcionan? Hay ocasiones cuando se pueden descubrir ciertos aspectos valiosos por la identificación de las debilidades y la evaluación de los programas. Sin embargo, ésta no debiera ser nuestra actividad principal. Me parece que deberíamos ser fundamentalmente apóstoles con una historia que ilumina y enseña, antes que estar enclaustrados como ostras y dispuestos a ser los cronistas de los pecados, problemas y fracasos de los demás.
Por casi un cuarto de siglo de servicio pastoral he trabajado en asociaciones que han tenido muy diferentes estilos de liderazgo. He visto ir y venir muchos programas. Escuché muchos slogans y compré manuales. Asistí a reuniones de promoción y participé en asambleas de obreros. Fui pastor en iglesias grandes y pequeñas. Tuve presupuestos generosos, como así también recursos muy escasos con los cuales trabajar. Tuve laicos muy activos, como también algunos que no fueron tan activos. Casi todas estas experiencias han demostrado ser, de alguna forma, una bendición, ¡o por lo menos fueron un desafío a orar! Pero hay un elemento común que comparten todas estas experiencias. Al margen de las circunstancias, sin tener en cuenta los programas de iglesia o el énfasis de la asociación, el Señor dio almas para los bautismos cuando los estudios bíblicos personales y las reuniones públicas fueron una parte primordial del programa de la iglesia. Este ha sido el denominador común de toda la historia de mi ministerio. Y al contemplar el ministerio de otros he notado que se repite la misma situación.
Sin embargo, el considerar el pasado me sugiere una advertencia adicional que podrá ser útil para los que desean trabajar como apóstoles productivos obedeciendo la gran comisión. Uno puede ser positivo en lo que elige considerar del pasado. También puede tener toda la intención (como lo hace la mayoría de los obreros) de llevar a cabo la función de dar estudios bíblicos y realizar conferencias públicas. Pero cuán fácil es ser alejado de la evangelización directa y tomar el “sendero más placentero” de algún programa especializado de siembra, o de entretenerse en debates teológicos, o de usurpar el papel del constructor del templo, o de realizar la higiénica labor de limpiar los libros.
Estas funciones pueden desempeñar un papel en el cuadro del ministerio eclesiástico, pero una vez más la gran comisión dada por nuestro Señor Jesucristo resuena desde la historia sagrada con las palabras: “Id… enseñad. . . bautizad”. ¿Será posible que algunos de nosotros nos encontremos a veces arando terrenos nuevos mientras las delicadas plantitas recién brotadas esperan para ser cultivadas? ¿Será que hemos continuado plantando mientras que la fruta madura está ante nosotros? ¿Será que estamos construyendo nuevos graneros cuando el trigo maduro no ha llenado aún los graneros disponibles?
Revisemos nuestras prioridades. Asegurémonos que realmente funcionamos como apóstoles que han sido llamados a dar el mensaje que conduzca frecuentemente hacia el bautisterio. Utilicemos el pasado, no con el propósito primario de encender antiguos debates o hacer crónicas de las debilidades ajenas, sino más bien para discernir más claramente la conducción de Dios frente a los desafíos del futuro.
La receta para el contentamiento en el ministerio y para un elevado espíritu de servicio en nuestra labor posiblemente se resuma mejor en estas palabras: “Si trabajáis como Cristo quiere que sus discípulos trabajen y ganen almas para él, sentiréis la necesidad de una experiencia más profunda y de un conocimiento más grande de las cosas divinas y tendréis hambre y sed de justicia. Abogaréis con Dios y vuestra fe se robustecerá; y vuestra alma beberá en abundancia de la fuente de la salud. El encontrar oposición y pruebas os llevará a la Biblia y a la oración. Creceréis en la gracia y en el conocimiento de Cristo y adquiriréis una rica experiencia.
“El trabajo desinteresado por otros da al carácter profundidad, firmeza y habilidad parecidas a las de Cristo; trae paz y felicidad al que lo realiza. Las aspiraciones se elevan. No hay lugar para la pereza o el egoísmo. Los que de esta manera ejerzan las gracias cristianas crecerán y se harán fuertes para trabajar por Dios. Tendrán claras percepciones espirituales, una fe firme y creciente y un acrecentado poder en la oración” (E. G. de White, El camino a Cristo, pág. 79).
Sobre el autor: Lenard D. Jaecks es secretario ejecutivo de la Asociación de Washington.