La jornada comenzó con leer una Biblia muy inusual mientras estaba en el ejército durante la Guerra de Corea. Después de aceptar a Cristo como mi Salvador personal, decidí cambiar mi estilo de vida y pasar mi tiempo libre en la biblioteca de la base. Un día, caminando entre los estantes en busca de algo para leer, noté un libro de cubierta verde titulado Biblia. Nunca antes había visto o leído una Biblia. Retiré el libro del estante, me senté a leer junto a una mesa, y lo abrí. Lo primero que vi fue una figura de Jesús con los brazos extendidos; lo rodeaban toda clase de personas: ancianos, jóvenes, madres con bebés en los brazos, algunas personas con muletas y otras enfermas. Al mirar la imagen, comencé a llorar, deseando poder estar cerca del Salvador como ellos. Me sequé rápidamente las lágrimas, y comencé a leer.

            Esta “Biblia” fascinante tenía el formato de preguntas y respuestas. Mi corazón quedó apegado a ella y, después de varios viajes a la biblioteca, decidí que no podía vivir sin ella. Aunque en la biblioteca no había otro ejemplar, decidí quedarme con ella; le diría al bibliotecario que la perdí y le pagaría la multa de cinco dólares. Pero, habiendo entregado mi corazón a Cristo, tuve un sentimiento de culpa por haber sido deshonesto; entonces, le confesé la verdad al bibliotecario y no me quedé con el libro.

LA BÚSQUEDA

            En casa, en Chicago, durante una licencia, decidí comprar un ejemplar de aquella “Biblia” de preguntas y respuestas. Recorrí de una librería a otra buscando esa “Biblia”, pero un empleado tras otro me dijo que no existía, y me preguntaban si quería una versión de King James o una de Douay. Yo insistía en que había visto un ejemplar de una edición de preguntas y respuestas, y que la había leído. Finalmente, un empleado me sugirió que fuera a una librería de usados en la sección norte de Chicago; estaba seguro de que allí tendrían lo que estaba buscando con desesperación.

            El dueño de la librería, un caballero mayor, me miró con extrañeza, se rascó la cabeza, tomó una escalera y subió a uno de los estantes más altos del fondo del lugar, desempolvó los libros, bajó uno y lo puso sobre la mesa frente a mí. Se veía diferente del libro que había visto en la biblioteca de la base: más grueso y más antiguo, con fecha de publicación de 1888. No obstante, curioso, lo abrí y fui a uno de los temas que había leído. Para mi deleite, decía las mis­mas palabras. Mi gozo no tuvo límites. La había encontrado. Le agradecí al anciano y le pregunté cuánto costaba. Me miró, y me dijo: “Para usted, soldado, dos dólares”. No podía creerlo: un tesoro como este por solo dos dólares. Con un resorte en mis pasos, salí de la librería llevando conmigo lo que más tarde descubrí que era un ejemplar de Bible Readings for the Home Circle [La Biblia enseña], pero para mí era la Biblia.

PREPARACIÓN DE SERMONES

            Todo esto me lleva a otra parte de mi jornada, que sucedió muchos años más tarde. Durante una reunión ministerial a la que asistí, el secretario ministerial sugirió que una buena manera de preparar sermones es combinar nuestros momentos devocionales con la preparación de sermones. Lo probé durante un tiempo, pero me parecía que faltaba algo. Así que, continué con mi vida devocional con una profunda relación de corazón a corazón con Jesús, que había comenzado en la biblioteca de una base militar.

            Y aprendí que hay una diferencia entre la devoción personal y la preparación de un sermón. Mientras que la primera incluye una conversación personal con el Señor acerca de asuntos estrictamente personales, la última se concentra en las necesidades de la gente, que pueden o no aplicarse a uno mismo. Asimismo, la primera incluye la entrega, el reconocimiento de las debilidades personales, los fracasos, y la presencia oculta de orgullo (el factor “yo”), que necesita ser puesto en evidencia por el Espíritu Santo y, con su ayuda, erradicarlo. La última, en cambio, también involucra alcanzar las profundidades de la Escritura para el ministerio del púlpito, usando las herramientas necesarias a fin de que el sermón sea aplicable a la congregación. No meramente para compartir alguna percepción bíblica o teológica, sino para hacer una presentación práctica con profundidad espiritual, que puedan sentir los oyentes. Sin ninguna duda, la vida devocional impacta en los sermones y viceversa, pero son diferentes en propósito y procedimiento.

            Los métodos devocionales varían desde leer la Biblia de principio a fin, hasta llevar a cabo la elaboración de un diario o, sencillamente, tomar tiempo para orar. Cualquiera que sea el método que se use, puede llegar a ser una rutina, en detrimento de la experiencia devocional y la relación personal con Cristo. Por lo tanto, es importante la necesidad de que el método cambie ocasionalmente, para mantener fresca y vigorosa esa vida devocional.

EL MENTOR

            Cuando entregué mi corazón a Cristo, decidí hacer de él mi Mentor y el Modelo para seguir. Ser como él llegó a ser mi pasión, con todas las debilidades que acompañan la naturaleza humana. A veces, cuando mi vida devocional llegaba a ser poco más que un hábito, cambiaba mi enfoque a favor de la lectura o el estudio de la Escritura, a fin de mantener mi relación fresca y nueva.

            Durante mi vida devocional, años atrás, estuve pensando cuán maravilloso sería para mí si Jesús estuviera aquí hoy, y pudiera caminar y hablar con él como lo hicieron sus discípulos. Mientras me preguntaba qué tendría para decirme hoy, se me ocurrió que él diría lo mismo que les dijo a los discípulos, como está registrado en la Escritura. Así que, la cuestión no era lo que él me diría, sino cómo me lo diría.

            Esta percepción me llevó a visualizarlo hablándome en el automóvil, conversando conmigo en mi escritorio, yendo juntos a caminar, o encontrándose conmigo en la tienda de comestibles. Decidí comenzar leyendo el Evangelio de Marcos con esto en mente; entonces, imaginé y anoté cómo me diría las palabras allí escritas. Me pareció estar caminando por la orilla del Mar de Galilea, sentado junto a él en la falda de un monte, y experimentando las alegrías y las tristezas de su ministerio.

            Cada mañana, a las 3:30, yo vivía en otro mundo, el mundo de las realidades bíblicas junto a mi Salvador. Este era el momento ideal para vivir en aquel tiempo. La preparación de sermones o de clases podía realizarse en otro momento. Al leer, escribir y orar pidiendo entendimiento, la adhesión a la Escritura llegó a ser una pasión, no para tener una vida devocional, sino una vida con Jesucristo. Los pasajes que había parafraseado, a menudo, tenían que ser re- leídos; algunas frases debían ser tachadas y escritas de nuevo. Las horas pasaban rápidamente mientras estaba sumido en la presencia del Hijo de Dios, conducido por el Espíritu Santo.

            Seleccioné al azar diversos libros del Nuevo Testamento, y pasé tres años escribiendo las Escrituras como yo las en- tendía. Entonces, seguí con mis devociones transcribiendo lo que había escrito a la computadora, puliendo las oraciones a medida que las escribía. Sin embargo, este proceso era más un ejercicio profesional que un momento devocional de corazón a corazón con Cristo. Así que, transcribí el Nuevo Testamento y tomé tiempo para estar corazón a corazón con el Señor en el Antiguo Testamento. Esto me llevó siete años. Esos diez años produjeron un cambio en mi vida y un crecimiento espiritual que no se pueden describir con palabras. Estoy agradecido para siempre por la conducción del Espíritu Santo. Desde entonces, el proceso continuó, siempre con la Escritura y Jesús en el centro.

ENGAÑO MAESTRO

            Una vida devocional debe protegerse para que no degenere en una “justificación por las devociones” o, sencillamente, llegue a ser el hábito de hacer un diario con la Escritura. Siempre debemos desconfiar del yo y, al escudriñar nuestros propios corazones, debemos estar dispuestos a corregir cualquier tendencia de servir a nuestro yo cuando el Espíritu Santo nos lo señala. Este es un asunto individual, porque no hay sutileza mayor de pecado que el orgullo espiritual por lo que hemos hecho o estamos haciendo por el Salvador. La sumisión y el acatamiento deben ser proporcionales al don de Dios al dar a su Hijo para nuestra redención, y debe continuar profundizándose cada vez más. Dios no aceptará nada menos que esta entrega.

            Siempre habrá distracciones que nos impedirán dedicar un tiempo apropiado para la devoción personal, sea debido a la familia o a los feligreses que llaman temprano en la mañana. Algunas interrupciones son legítimas; otras, no. Además, hay asuntos administrativos que tejen una red de preocupaciones alrededor de nuestros corazones y mentes, que necesitan atención, provocando una dificultad para concentrarnos. Las necesidades no terminan nunca, pero en cuanto surja alguna de ellas, se debe evitar pensar: Tendré mis devociones más tarde, cuando tenga más tiempo, o cuando esté con mejor disposición. La batalla por las devociones es una batalla por nuestras vidas. No valoremos el púlpito más que a Cristo, o terminaremos predicándonos a nosotros en lugar de a Cristo.

MOTIVACIÓN

            Para mí, la mayor inspiración para las devociones personales fue el ejemplo de Cristo mismo, quien sintió la necesidad de estar solo con su Padre y conversar con él, no importaba cuán cansado estuviera, aun si tuviera que hacerlo en medio de la noche, después de un agitado día de ministerio. Han existido otras personas cuya consagración al estudio personal de la Escritura fortalecieron la mía, pero siempre fue el ejemplo de Cristo el que continuó crean- do en mí un deseo profundo de mantener comunión con él personalmente, como él lo hizo con su Padre.

            ¿Cómo afectó esto mi manera de orar? Me ha hecho orar fervientemente por mí mismo, para ser más semejante a mi Salvador, reconociendo mis faltas como esposo, padre y pastor, y pidiéndole que él haga lo que sea necesario para cambiarme. Para ser honesto, mi deseo de ser salva- do no se compara con mi deseo de ver su rostro; eso sería suficiente. Sin embargo, estar con él para siempre es el deseo que Cristo tiene para mí, así que también ese es el mío.

            Mientras llego a conocer más íntimamente a Cristo, percibo el contraste entre él y yo, y me doy cuenta de mi falta de adecuación personal para reflejar su carácter: bondad, compasión, benevolencia, perdón, y disposición para soportar dolor por el bien de otros, siempre siendo firme en los principios, sin importar a qué precio. Esto no siempre es fácil, pero sigue siendo la base del centro de mi relación con Cristo.

            Así, la jornada que comenzó hace décadas, en una biblioteca militar, sigue hoy al procurar conocer mejor cada vez más a mi Señor, esperando el tiempo cuando, aunque “ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo […] entonces veremos cara a cara” (1 Cor. 13:12).

Sobre el autor: Profesor emérito de la Universidad Adventista de Southern, Tennessee, EE.UU.