Nuestro desafío es ser semejantes a Jesús.
El sueño más antiguo del ser humano es el de la libertad. En nuestros días, este es nuestro mayor deseo: ser libres de los problemas, de las presiones y de las imposiciones sociales. Tarde o temprano, descubrimos que, de algún modo, fuimos hechos esclavos de una sociedad que nos dictó sus gustos, opiniones y preferencias.
La filosofía dominante, que dicta las reglas en nuestra sociedad, no respeta los valores cristianos. Por eso, existen dificultades para conciliar los deseos que esa sociedad despierta en nosotros con el estilo de vida que proponen las Escrituras. Principalmente en la actualidad, donde estamos expuestos a muchas propagandas y diversos medios de comunicación, la fuerte secularización se ha revelado como un gran problema.
En principio, la identidad del cristiano es contraria a la de la sociedad secularizada dominante. Entretanto, no es necesario investigar demasiado para percibir que existe una gran semejanza entre los ideales de vida del cristiano moderno y los ideales de aquellos que no tienen nada que ver con la esencia del cristianismo. Casi no se nota distinción entre los sueños de éxito del cristiano y los sueños, deseos y opiniones de cualquier otra persona. Parece que la identidad de los dos grupos se mezcla masivamente.
Todos los días, somos bombardeados por apelaciones consumistas, no solamente de productos –comida, ropa, música, cine– sino principalmente de ideas y filosofías. Los productos de la sociedad tienden a influenciar sutilmente y transformar nuestro comportamiento. Esto nos lleva a la conclusión de que, si nuestros actos están determinados culturalmente, nuestra voluntad, discurso y filosofía de vida también lo serán. Pensando de esta forma, los estudiosos de este asunto parecen tener la razón: nos transformamos en juguetes esclavizados y manipulados por los medios de comunicación.
Ante eso, el hijo de Dios vive un dilema: ¿cómo tener y preservar la identidad cristiana en este mundo? Realmente, es difícil ser libre e independiente de una sociedad que invade las entradas del alma para imponer lo que debemos o no debemos pensar, decir, hacer o querer.
Cuando vivimos controlados por las voces del mundo, su determinación es tan fuerte que ellas llegan a dictar incluso lo que debemos pensar acerca de los otros y de nosotros mismos. Esa es la puerta de entrada para una vida en crisis; una vida guiada por mis opiniones falsas y por las opiniones de un mundo que está lejos de Dios. Como dice la Biblia, “engañoso es el corazón, más que todas las cosas” (Jer.17:9). Por lo tanto, la confianza del cristiano debe estar fundamentada en lo que Dios piensa acerca de él.
Aunque parte de nuestra conciencia sea colectiva, fruto de una cultura determinada, eso no significa que debamos vivir distantes de Dios, confusos y sin identidad. Ser parte de la cultura no desequilibra la mente del cristiano. En su oración sacerdotal, Cristo mismo pidió al Padre: “No pido que los quites del mundo, sino que los libres del mal” (Juan 17:15).
El problema no es tener que vivir en este mundo. El problema es la opción de rechazar los valores bíblicos, lo que permite que seamos llevados por el discurso dominante, sin reflexión crítica y actitud proactiva. La Biblia dice que Satanás, como nuestro “adversario, anda en derredor, como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Ped.5:8). No podemos ser descuidados ni por un momento, ya que, indudablemente, el enemigo usa el sistema imperante en nuestra sociedad para imponernos sus engaños.
Esta es una situación preocupante, aunque no desesperada. Cuando estuvo en la Tierra, Cristo fue perfectamente equilibrado y coherente con los valores y los principios bíblicos, aun viviendo en una sociedad apartada de esos valores. Él era consciente de su filiación divina, su misión y su objetivo de vida. En ningún momento su vida estuvo fuera de foco, y sus acciones jamás estuvieron en desacuerdo con sus principios. “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52).
Hoy, nuestro desafío es ser semejantes a Jesús. Somos criaturas e hijos de Dios, no del mundo. Nuestra brújula es la Palabra de Dios, no los medios de comunicación ni el sistema. Nuestra misión es testificar; nuestro objetivo de vida es la eternidad con Dios. Cualquier cosa que esté fuera de ese conjunto no debe formar parte de las prioridades de nuestra vida.
Encontrar la identidad personal es indispensable para que tengamos una mente saludable y equilibrada. Esa identidad solamente puede ser descubierta y solidificada cuando la persona asume, de hecho, sus principios y valores. Tener identidad significa ser libre, y la Biblia cierra el tema con las maravillosas palabras de Jesús: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Sobre el autor: · Esposa de pastor en la UNASP, Engenheiro Coelho, SP, Esposa de pastor en la UNASP, Engenheiro Coelho, SP,