Se aproximaba uno de los momentos más difíciles para los discípulos. Jesús se había reunido con ellos en una aldea, a pocos kilómetros de Jerusalén. Un sentimiento de tristeza, recuerdos y dolor por la despedida estrujaba el corazón de cada uno de ellos. Su mente estaba llena de imágenes de aquella íntima convivencia con el Maestro, durante más de tres años. Esos recuerdos eran fuertes, emotivas e impactantes. En su último encuentro con los discípulos, ¿qué les dijo Jesús? ¿Qué esperaba de aquellos por quienes dio su vida? ¿Cuáles eran sus prioridades?

Jesús afirmó: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mat. 28:18-20). Me gustaría destacar tres aspectos de esta declaración:

Toda potestad

En otras versiones dice “Toda autoridad”. ¿Por qué necesitamos de toda la autoridad? Porque la naturaleza de nuestra misión no puede ser interpretada solamente de manera humana, carnal o terrenal. Como ministros y líderes espirituales de un rebaño, es importante considerar que hay un lugar para la transpiración, el esfuerzo y la movilización de la iglesia hacia el servicio; pero jamás podremos olvidarnos de que “El que enseña la Palabra debe vivir en concienzuda y frecuente comunión con Dios por la oración y el estudio de su Palabra; porque esta es la fuente de la fortaleza. La comunión con Dios impartirá a los esfuerzos del ministro un poder mayor que la influencia de su predicación. No debe privarse de ese poder” (Los hechos de los apóstoles, p. 291).

Id

Hendriksen, comentando las palabras de Cristo, especialmente la orden “Id”, escribió: “El momento de realizar preparativos definidos para la propagación del evangelio al mundo había llegado” (Comentario do Novo Testamento, p. 1355). Esos preparativos fueron caracterizados por el alcance, la intensidad y la autoridad en la predicación del evangelio, que no debería asumir aspectos puntuales y locales, sino abarcadores y universales. El “Id” nos corresponde a nosotros, hoy, de la misma manera en que Cristo se lo confió a la iglesia apostólica.

Hagan discípulos

En la dinámica del ministerio y de sus múltiples actividades, es importante realizar una pregunta, aparentemente obvia: Sin duda alguna, necesitamos acompañar las construcciones y las reformas de las iglesias, realizar y participar de eventos, conducir comisiones, organizar y dirigir series de evangelismo público, entre otras actividades. Sin embargo, no podemos olvidarnos de que, en medio de todo esto, el compromiso de hacer discípulos debe asumir la primacía.

Alcanzar, enseñar, cuidar, preparar y enviar gente para salvar gente fue lo que Jesús hizo, y es eso lo que él espera de cada uno de nosotros. Elena de White dice que Cristo es el modelo de vida para todos; pero también un modelo de servicio para sus ministros. Ella escribió: “Que nuestros ministros lleven su carga de responsabilidad con temor y temblor, que se vuelvan al Señor en busca de sabiduría y que pidan constantemente su gracia. Que conviertan a Jesús en su modelo, y que estudien con diligencia su vida para introducir en sus prácticas cotidianas los principios que lo motivaron en su servicio cuando vivió en el mundo” (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 100; cursiva añadida).

Estamos comenzando un nuevo año, lleno de desafíos y de oportunidades. Con plena certeza, deseamos hacer más y mejor. Por eso, aprender siempre de Jesús nos hará servirlo con mayor excelencia. Ver gente transformada y cumpliendo la misión de Cristo es la mayor recompensa de un ministro formador de discípulos.

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en Sudamérica.