En busca de una teología del rostro de Dios

En el centro del Salmo 27, David responde al llamado de Dios: “Buscad mi rostro” (vers. 8) prometiendo: “Tu rostro buscaré” (vers. 8). La firme decisión del salmista coloca la noción del rostro de Dios en el centro de la estructura quiástica de este salmo.[1] Él explica por qué desea contemplar el rostro de Dios: “para contemplar la hermosura de Jehová” (vers. 4) y ver la “bondad de Jehová” (vers. 13).

Los antiguos filósofos decían que belleza, verdad y bondad constituyen la tríada fundamental de la vida humana. Son cualidades básicas de nuestra existencia. David no lograba imaginar la vida sin Dios. Por eso le pidió: “No escondas tu rostro de mí” (vers. 9). El ápice de su oración está conectado a su confianza personal en Dios: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (vers. 1).

Las palabras de David nos llevan a una pregunta fundamental: ¿qué es tan significativo en buscar o ver el rostro de Dios? La respuesta corta es que el salmista quiere ver la belleza del carácter de Dios, la verdad sobre él y su bondad.

El rostro de Dios

El término hebreo panim (siempre plural) tiene dos significados principales en el contexto de nuestro estudio: (1) “rostro” y (2) “presencia”.[2] Esto explica por qué los traductores interpretan el mismo texto bíblico de modos diferentes. Algunos señalan la presencia de Dios y otros traducen más literalmente, haciendo referencia a su rostro. La palabra panim tiene una infinidad de significados, como “antes”, “al frente de”, “superficie” y “persona”,[3] y ocurre 2.140 veces en la Biblia Hebrea.[4] El término hebreo equivalente es prosopon, utilizado 76 veces en el Nuevo Testamento, también con los mismos dos significados básicos.[5]

La narración bíblica de la creación de Adán contiene imágenes implícitas del rostro de Dios, lo que sugiere que lo primero que vio Adán cuando abrió los ojos fue el rostro divino (Gén. 2:7). Adán estaba en la presencia de Dios, en una relación cercana con una Persona divina. La existencia de Adán comenzó al ver el rostro de Dios. La calidez de esa imagen alude a la relación de puro amor entre ellos.

Para nosotros, también, ver el rostro de Dios debe ser una parte integral de nuestro caminar con el Señor, porque los seres humanos fuimos creados para vivir en una relación de dependencia e intimidad con él (1:26-2:3). Sin embargo, el pecado quebró esa relación y, en su lugar, el miedo, la culpa y la vergüenza comenzaron a formar parte de nuestra vida. Después de comer el fruto prohibido, Adán y Eva se escondieron y huyeron de la presencia de Dios (3:7-10).

En la bendición sacerdotal aarónica se menciona el rostro de Dios dos veces. Era el elemento más deseable: “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz” (Núm. 6:24-26). El brillo del rostro de Dios vuelto hacia su pueblo expresa alegría y muestra aceptación, favor, respeto y perdón.

Muchos salmos testifican acerca de la misma verdad fundamental: “Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro” (Sal. 4:6). En inglés, la New Living Translation reza: “Haz que tu rostro nos sonría, Señor”. Necesitamos la sonrisa de Dios, porque cuando nos brinda su sonrisa nos permite sonreírnos los unos a los otros.

David no podía imaginar la vida sin ese favor: “¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?” (Sal. 13:1). En el Salmo 11, concluye su pensamiento con esta afirmación “los íntegros contemplarán su rostro” (vers. 7, NVI). El Señor le dijo a Salomón: “Si se humillare mi pueblo, […] y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crón. 7:14).

Buscar el rostro de Dios significa desear su favor y su intervención de gracia: “Aconteció en los días de David que hubo hambre […]. David buscó el rostro del Señor” (2 Sam. 21:1, RVA-2015). En esa búsqueda se incluye arrepentimiento, peticiones, ayunos y alabanzas (Joel 2:12-15; Fil. 4:6), porque buscar el rostro divino debe ir de la mano con una total dedicación a él. Comparecer ante el rostro de Dios señala a la visita al Santuario (Deut. 31:11; Isa. 1:12), pero “nadie se presentará ante mí [lit. ver mi rostro] con las manos vacías” (Éxo. 23:15; 34:20). Así, el rostro divino aparece en el contexto de expectativas y esperanzas de que el Señor estará con su pueblo, cambiará su situación y lo bendecirá.

Jacob, Esaú y el rostro de Dios

La historia de Jacob luchando con un extraño y luego encontrándose con su hermano Esaú es muy esclarecedora, porque toda la narración de Génesis 32 y 33 se compone en torno a la palabra “rostro”. El texto hebreo afirma literalmente que Jacob estaba huyendo del rostro de Esaú (Gén. 35:1); por lo tanto, aquí “rostro” significa una persona.

La imagen de Esaú persiguió a Jacob por veinte años. Durante ese tiempo, él nunca visitó su tierra natal, ni a sus padres, ni se reconcilió con su hermano. Por lo tanto, antes de que Jacob pudiera encontrarse con Esaú, necesitaba encontrarse con su Dios. Antes de ver nuevamente el rostro de su hermano, tenía que ver el rostro del Señor.

La palabra rostro aparece en estos dos capítulos en lugares cruciales, confirmando su significado. Este término se utiliza cuatro veces en solo un versículo, aunque las traducciones en español generalmente no capten ese juego de palabras. Una traducción literal destaca los pensamientos de Jacob: “Cubriré su rostro con estos presentes que van antes de mi rostro y, después, cuando vea su rostro, tal vez él levante mi rostro” (Gén. 32:20).

Jacob quería apaciguar, pacificar o calmar la ira de Esaú, literalmente, cubriendo el rostro de su hermano con presentes extravagantes en el intento de que él no viera y recordara el mal que Jacob le había hecho. La abundancia de presentes fue su intento de cambiar la actitud de Esaú en relación con él. La frase idiomática “levantar el rostro” significa “aceptar favorablemente”, “ser gentil”, “perdonar”, “ser amigable” o “recibir a otra persona”.

Jacob entonces luchó con “un hombre” (32:24), en el que reconoció a una Persona divina (desde una perspectiva cristiana, se identifica a esa Persona con el Cristo preencarnado).[6] Por eso él llamó al lugar Peniel, que en Hebreo significa el “Rostro de Dios”. Y razonó: “He visto a Dios cara a cara, y todavía sigo con vida” (vers. 30). ¿Qué vio Jacob en el rostro de Dios? El Señor le dio un nuevo nombre y lo bendijo (vers. 26-29).

Más tarde aquella mañana, cuando Esaú se le acercaba, Jacob fue a su encuentro inclinándose ante su hermano siete veces (33:3). Como Jacob primero se humilló ante el Señor, ahora era capaz de humillarse ante su hermano. Y Esaú lo aceptó de gracia. En aquel momento de reconciliación (vers. 4), Jacob estalló en un reconocimiento especial. De acuerdo con Génesis 33:10, confesó que vio el rostro de Dios en Esaú. “Si he hallado ahora gracia en tus ojos, acepta mi presente, porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. ¿Qué estaba viendo Jacob en el rostro de su hermano? Las mismas expresiones de amor, compasión, perdón y gracia que había visto en el rostro del Señor. La sonrisa de Dios en Jacob se refleja en la aceptación de Esaú. ¿Qué leen las personas en nuestro rostro cuando interactúan con nosotros?

¿Qué encontrar en el rostro de Dios?

  1. El rostro de Dios nos da la garantía de su presencia (Gén. 28:15; Mat. 28:20; Hech. 18:10).
  2. El rostro de Dios provee estabilidad y equilibrio emocional en un mundo de soledad, ansiedad y miedo. Alguien me ama, cuida de mí y me protege (Juan 14:27; Fil 4:7).[7]
  3. El rostro de Dios conduce y guía (Éxo. 33:15).
  4. El rostro de Dios da fuerza intelectual, porque podemos confiar en el consejo y la sabiduría infinitos de Dios (Sal. 73:23, 24; Prov. 3:5-7).
  5. La presencia de Dios trae prosperidad y éxito para cumplir su voluntad, misión y propósito. Él capacita a su pueblo para ser su testigo fiel (Hech. 1:8; cf. Fil. 2:13).
  6. Ver el rostro de Dios con los ojos de la fe es la clave para una vida victoriosa (Sal. 16:8)
  7. El rostro de Dios ofrece resistencia y perseverancia (Heb. 11:27; Apoc. 14:12).
  8. El rostro de Dios nos da un sentido de identidad (Isa. 6:1-8; 43:1; Gál. 3:26-29; 4:5; 1 Juan 3:1).
  9. El rostro de Dios significa que él vela por nosotros, habla con nosotros y oye nuestras oraciones (Sal. 32:8; 33:18).
  10. Ver el rostro de Dios transforma vidas (2 Cor. 3:18; Rom. 12:1, 2).

Jesús afirmó: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8). Los redimidos, como habitantes de la Nueva Jerusalén, tendrán la satisfacción de ver el rostro de Dios en persona. Los verdaderos creyentes verán constantemente su semblante, y ese encuentro cara a cara será su experiencia más elevada y definitiva. Juan lo describe con júbilo: “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apoc. 22:3, 4).

La promesa de ver el rostro de Dios es la escena más fascinante sobre la cercanía de los redimidos con Dios. Vivirán para siempre y se alegrarán en su presencia. Él estará permanentemente con ellos, por lo que nunca más necesitarán buscar su rostro. Contemplarán el esplendor y la majestad del Señor, su gloria plena. Y cuanto más conozcan a su Rey y Señor, más entusiasmo tendrán para servirlo, obedecerlo y adorarlo. Cada día, durante toda la eternidad, traerá nuevos descubrimientos de la bondad, el brillo y la grandeza de Dios y de su carácter de amor.

Sobre el autor: Director del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] El Salmo 27 fue escrito en forma de estructura quiástica:

(A) vers. 1-3

(B) vers. 4

(C) vers. 5, 6

(D) vers. 7

(E) vers. 8

(D’) vers. 9, 10

(C’) vers. 11, 12

(B’) vers. 13

(A’) vers. 14

[2] Ver F. Brown, S. R. Driver, y C. A. Briggs (eds.), A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament (New York, NY: Houghton Mifflin, 1907), pp. 815, 816. William L. Holladay (ed.), A Concise Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988), pp. 293, 294.

[3] Ver Brown, Driver y Briggs, A Hebrew and English Lexicon, pp. 815, 819.

[4] Abraham Even-Shoshan (ed.), A New Concordance of the Old Testament: Using the Hebrew and Aramaic Text (Jerusalén: Kiryat-Sefer, 1990), pp. 949-952.

[5] John R. Kohlenberger III, Edward W. Goodrick, y James A. Swanson, The Exhaustive Concordance to the Greek New Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1995), pp. 861, 862.

[6] Jacques B. Doukhan, “Genesis”, Seventh-day Adventist International Bible Commentary (Nampa, ID: Pacific Press, 2016), pp. 368, 372.

[7] La vida sin Dios es solitaria. Este aspecto fue destacado por Roger Scruton, The Face of God (Londres: Continuum, 2012), pp. 153-178.