Fundamentos de la motivación misionera para el ministerio

La misión es una realización del Dios trino en un movimiento en el cual él se hace conocido para salvar.[1] El tema de la misión no puede disociarse del discipulado ni de la acción salvadora de la Trinidad en el mundo. Por consiguiente, la misión de la iglesia debe utilizar el molde de la misión divina; debe fundamentarse en la comprensión de la Deidad y su relación con la humanidad.

Dios misionero

El concepto bíblico de misión se relaciona con la idea de “enviar” o “ser enviado”.[2] A fin de concretar el plan de la redención, el Padre envió a su Hijo para salvar al pecador (Juan 3:16; 5:37; 6:38). Después de la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús, ambos enviaron al Espíritu Santo (Juan 14:16, 26; 16:13), con la misión de restaurar al pecador y comisionar a los salvos, como iglesia, a compartir las buenas nuevas del evangelio. Los misiólogos han caracterizado la acción integrada y coordinada de las tres Personas de la Deidad a favor de la salvación de las personas con la expresión Missio Dei.[3]

Otro aspecto de la naturaleza misionera de Dios es la misión integral. Aquí es preciso destacar que esta afirmación no debe confundirse con los conceptos sustentados por la Teología de la Misión Integral que, como la Teología de la Liberación, defiende un contexto evangelizador de liberación de opresiones y está “marcado por el problema histórico de la dominación y la dependencia”.[4]

En virtud del Gran Conflicto cósmico, el pecado se volvió universal (Eze. 28:17; Isa. 14:13, 14); por lo tanto, se hace necesaria una acción divina igualmente universal para combatirlo. La visión misionera de Dios es amplia e inclusiva, alcanza a todos los pueblos de la Tierra por medio de su plan salvífico, que invita a los incrédulos, por medio de la poderosa acción del Espíritu Santo, a aceptar el amable señorío de Jesucristo.

Discípulo misionero

Así como Dios envió a su Hijo con el objetivo de proclamar la salvación, Cristo envía a sus discípulos para compartir el evangelio y formar nuevos seguidores (Mat. 28:19, 20). La orden de Jesús, “hacer discípulos” (29:19), implica la dotación del Espíritu para el cumplimiento de la Gran Comisión (Rom. 12:6-8; 1 Cor. 12:4-11, 28- 31). Así, la concesión de los dones espirituales a los discípulos tiene su origen en el Padre y en el Hijo (Efe. 4:8, 11; 1 Tes. 4:8), y el Espíritu Santo, el “Agente de todas las actividades espirituales”[5] en la iglesia, distribuye los dones “a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor. 12:11).

La orden de hacer discípulos también resulta en una evangelización internacional. Los apóstoles recibieron el poder para testificar cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos, capacitándolos para proclamar las buenas nuevas hasta los confines de la Tierra, comenzando por Jerusalén (Hech. 1:8; 2:1-4). El mensaje de salvación debe llevarse a todos los pueblos a fin de cumplir la misión mundial, siempre con las Escrituras como fundamento de la predicación.

En este sentido, el testimonio de las Escrituras sobre Jesús tiene un fuerte aliado en el tiempo del fin, el Espíritu de Profecía, marca del remanente escatológico (Apoc. 12:17; 14:12). De acuerdo con Apocalipsis, este grupo de fieles mantendrá el testimonio de Jesús incluso ante la persecución impuesta por el dragón (12:17). El triple mensaje que deben predicar (14:6-12) tiene significado y alcance universal, pues Dios los designó para cumplir la Gran Comisión de Mateo 28:18 al 20. En las escenas finales, mientras el remanente esté proclamando los tres mensajes angélicos, movidos por una poderosa manifestación del Espíritu Santo (Apoc. 18:1), la falsa trinidad compuesta por el dragón, la bestia y el falso profeta anunciará un mensaje falso (16:13, 14); preparando, así, el escenario para el Armagedón.

Incentivo para la misión

Debemos encontrar nuestra motivación para la misión en Jesucristo, quien se identificó con la humanidad por medio de la encarnación, y provee elementos que impelen a la acción de los salvos en favor de los perdidos. La compasión, ese “sentimiento de pesar, pena y simpatía para con el sufrimiento de los demás, asociado al deseo de confortarlos”,[6] es lo que fundamenta la pasión por la misión. Así actuó Jesús. De acuerdo con Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche afirmó equivocadamente, al criticar a Jesús y su sistema moral, que la compasión es la negación de la vida, responsable por la multiplicación del sufrimiento humano, y que “el amor es el estado en el que el hombre visualiza las cosas como ellas no son”.[7] Sin embargo, ¡es exactamente lo opuesto! El “espíritu de amor abnegado de Cristo”,[8] signado por el amor, la compasión y el servicio al prójimo (Mat. 20:28) es lo único capaz de transformar al ser humano y llevarlo a un nivel más elevado.

La motivación para obedecer la orden del Maestro de hacer nuevos discípulos es la percepción compasiva, por parte del discipulador, de que el pecador es siervo de Satanás y vive una vida arruinada, que necesita liberación y un servicio amoroso y voluntario, totalmente dependiente de “una ‘misión integral’ capaz de restaurar su vida espiritual, su dignidad, su condición social, su sentido de ciudadanía”.9]

Cuando el discípulo se convierte en discipulador por amor, refleja la acción de la propia Trinidad (cf. Juan 15:8-17) y debe replicar las acciones de Cristo, quien trabajaba “con esfuerzo persistente, ardiente, infatigable por la salvación de la humanidad perdida”.[10] Y cuenta a todos a su alrededor cómo fue transformado por él. La misión es un mandato de Dios[11] que debe cumplirse por medio de un sentimiento de profunda compasión por aquel que todavía vive bajo el yugo de la esclavitud del pecado que antes había experimentado el discipulador.

La motivación para el trabajo a favor de la salvación de las personas debe ser el deseo de que el pecador se acerque “confiadamente al trono de la gracia”, a fin de recibir misericordia en el momento oportuno (Heb. 4:16), y que encuentre al “Hijo de Dios” como “gran Sumo Sacerdote” (Heb. 4:14), compasivo, amoroso y dispuesto a conceder aquello que el ser humano arrepentido más desea: la paz con Dios (Rom. 5:1).

Sin embargo, este ideal no está libre de obstáculos. El mayor enemigo de la misión es la búsqueda de preservar la propia comodidad, el ministerio no abnegado, ya que el proceso de evangelización inevitablemente sacará al discípulo de su zona de confort. Por eso, debemos tener siempre en mente que en el trabajo de Cristo “no había egoísmo ni interés propio”.[12] Debemos inspirarnos en el hecho de que él, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”, vaciándose y “tomando forma de siervo” (Fil. 2:6, 7), para experimentar nuestra realidad de sufrimiento y hacernos partícipes de las bendiciones celestiales.

Por lo tanto, dado que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están comprometidos en salvar a la humanidad, lo mismo debe ocurrir con los discípulos de Cristo. El amor que une a la Trinidad, motivo para su acción misionera a favor de las personas, también debe ser el vínculo que ligue a los discípulos (Juan 13:35), la razón de la empatía y la unidad de sentimiento entre los ministros del evangelio, así como el factor que impulse al cumplimiento de la misión confiada por Cristo. Es el fundamento para que el pastor apaciente las ovejas (Juan 21:15-17). Si, como pastores discipuladores, la misión de Dios no se convierte en una prioridad para nosotros, entonces perdemos el sentido del discipulado. El sufrimiento de las ovejas perdidas y la muerte eterna como la certeza de su destino deben ser suficientes para que mantengamos la pasión por la misión de Dios.

Sobre el autor: Coordinador de posgraduación en Teología en la Facultad Adventista de Bahia, Brasil.


Referencias

[1] John R. W. Stott, “O Deus Vivo é um Deus Missionário”, en Ralph D. Winter, Steven C. Hawthorne e Kevin D. Bradford (eds.), Perspectivas no Movimento Cristão Mundial (São Paulo, SP: Vida Nova, 2009), pp. 33-40; Russell P. Shedd, “Missão: A Prioridade de Deus”, en Winter, Hawthorne y Bradford, Perspectivas no Movimento Cristão Mundial, pp. 26-32.

[2] Gordon R. Doss, Introduction to Adventist Mission (Silver Spring, MD: Institute of World Mission of General Conference of Seventh-day Adventists, 2018), p. 3.

[3] J. Andrew Kirk, O que é Missão? Teologia Bíblica de Missão (Londrina, PR: Descoberta, 2006), p. 45; Bosch, Missão Transformadora, pp. 28, 444, 467-470. La expresión latina Missio Dei significa literalmente “El envío de Dios”, que comunica la salvación al mundo. Jirí Moskala “The Mission of God’s People in the Old Testament”, Journal of the Adventist Theological Society 19, Nº 1 y 2 (2008), p. 42; John A. McIntosh, “Missio Dei”, en A. Scott Moreau (ed.), Evangelical Dictionary of World Mission (Grand Rapids, MI: Baker, 2000), pp. 631, 632.

[4] Regina Fernandes, Introduções às Teologias Latino-Americanas (Campinas, SP: Saber Criativo, 2019), p. 19.

[5] Lucien Cerfaux, Cristo na Teologia de Paulo (Santo André, SP: Academia Cristã, 2015), p. 225.

[6] Entrada “compaixão”, Aulete Digital, disponible en <tinyurl.com/y5qg8oh8>, consultado el 22/10/2020.

[7] Friedrich Nietzsche, O Anticristo (San Pablo, SP: Martin Claret, 2014), pp. 33, 34, 60.

[8] Elena de White, El camino a Cristo (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 65.

[9] Arzemiro Hoffmann, A Cidade na Missão de Deus: O Desafio Que a Cidade Representa Para a Bíblia e à Missão de Deus (Curitiba, PR: Encontro, 2007), p. 85.

[10] White, El camino a Cristo, p. 66.

[11] Gerald A. Klingbeil, “Mission and Contextualization: An Introduction”, en Gerald A. Klingbeil (ed.), Misión y contextualización: Llevar el mensaje bíblico a un mundo multicultural (Entre Ríos, Argentina: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2005), t. 2, p. xvii.

[12] White, El camino a Cristo, p. 66.