El libro de Apocalipsis es, a la vez, una revelación de Jesús y una revelación sobre Jesús. Fue Cristo quien tomó la iniciativa de revelar el futuro por medio de símbolos que representan el gran conflicto entre el bien y el mal, que alertan acerca de los desafíos que sus seguidores enfrentarían a lo largo de los siglos y revelan el plan de salvación, la última batalla y la certeza de un final feliz a su lado para siempre.
Cristo es el verdadero Héroe del libro. Se presenta con fuerza para los que se sienten débiles, con esperanza para los que están desesperados, perdón para los que sufren por la culpa y seguridad para los que le temen al futuro. Él se presenta, habla, se revela. Cada acción proviene de él. Como dijo C. S. Lewis: “Cuando se trata de conocer a Dios, toda la iniciativa depende de él. Si él no quisiera darse a conocer, nada de lo que hicimos nos permitiría encontrarlo”. ¡Qué reconfortante es verlo caminando en nuestra dirección! En los tres primeros capítulos de Apocalipsis se menciona a Jesús unas 130 veces, y en todo el libro se lo identifica con 38 nombres y títulos. Por ejemplo: testigo fiel (1:5); el primogénito de los muertos (1:5); el soberano de los reyes de la Tierra (1:5); el Alfa y la Omega (1:8); el Señor (1:8); la raíz de David (5:5); el León de la tribu de Judá (5:5); el Cordero (5:12); la estrella resplandeciente de la mañana (22:16); el REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (19:16).
Entre estos nombres y títulos, hay uno que llama nuestra atención: Cordero. En Apocalipsis aparece aproximadamente 27 veces, lo que significa que necesitamos, especialmente, mirar a Cristo como el Salvador del mundo. Elena de White declaró: “Deben estudiarse detenidamente las profecías de Daniel y del Apocalipsis, y en relación con ellas las palabras: ‘He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’ (Juan 1:29)” (Obreros evangélicos, p. 154).
¿Qué lecciones podemos obtener de lo escrito por el pastor Juan en el primer capítulo del Apocalipsis?
En primer lugar, reconocer que todos estamos juntos en el sufrimiento. Juan escribió: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 1:9). La palabra “tribulación” significa angustia, aflicción. Describe el momento en el que estamos preocupados todo el tiempo, no logramos descansar, dormir o parar porque estamos sumergidos en el dolor. Es vivenciar el dolor de los que sufren. Pero sufrir juntos disminuye nuestro dolor. Juan era sensible a las pruebas de otros hermanos cuando expresó que él también estaba sufriendo.
En segundo lugar, estamos juntos en el consuelo. “Al verlo, caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo su mano derecha sobre mí, me dijo: ‘No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último’ ” (1:17, NVI). Juan contempló a Jesús, ya no herido por los soldados, torturado y clavado en la cruz, sino glorificado, vencedor, y con total autoridad y dominio sobre todo y sobre todos. El Salvador se acercó al anciano discípulo, colocó su mano sobre él y le dijo “No temas” (RVR 1960). Los tiempos que Juan estaba enfrentando no eran fáciles. Sin embargo, estaba seguro de la reconfortante y cuidadosa presencia de su Redentor a su lado.
En tercer lugar, Cristo está entre su pueblo y su iglesia. Juan vio a Jesús entre los candeleros (1:13, 20).Cristo está presente en medio a su pueblo y sustentaa sus ministros. Elena de White escribió: “Necesitamosconfiar en Jesús diariamente, a cada hora. Nos haprometido que, según sea el día, será nuestra fuerza.Por su gracia podremos soportar todas las cargasdel momento presente y cumplir sus deberes”(Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 186).
Sobre el autor: Secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Sudamérica.