Si tratáramos de clasificar todas las posibles “zorras pequeñas” —peligros latentes para el ministro del siglo veinte— acabaríamos teniendo uno o más volúmenes de considerables proporciones. Así que limitaré mis observaciones a unos pocos aspectos de la vida del ministro que pueden echarle zancadillas y en las cuales a menudo cae.
1. El deseo de alabanza. No nos gusta, sencillamente, admitir la presencia de esta “zorra” en nuestra vida. Para comprobar su presencia, yo me hago esta pregunta: “¿Me siento decaído cuando la reunión ha terminado, he saludado a todos, y sólo muy pocas personas me han felicitado por el ‘excelente’ sermón?” Aun después de muchos años de predicación, uno puede sentirse tentado a juzgar el grado de éxito de su sermón por el eco y la sinceridad de los comentarios favorables que se hacen en la puerta. Debido a que Elena G. de White condena esta práctica, algunos de nuestros miembros se abstienen de una alabanza tal, pero otros la practican libremente. ¿Es ése su criterio para juzgar un mensaje de éxito?
Un ministro no debiera esperar la alabanza ni debiera alimentarse de su poder subyugador. Eso le hace sentirse bueno, importante, talentoso, e influye para que él se apoye en la alabanza y en la reputación antes que en el Espíritu. El problema de muchos pastores es que prefieren ser arruinados por la alabanza antes que salvados por la crítica. El ministro debiera vivir tan cerca de Dios cada día que no llegue a estar ni lleno de suficiencia propia ni se desanime.
2. Hipersensibilidad (eufemismo por orgullo). Cuán fácilmente se preocupa uno por los comentarios desfavorables, ¡especialmente cuando la crítica es para uno mismo! ¿Me turba en la misma medida la crítica desfavorable hacia un compañero en el ministerio? Si la respuesta es No, yo soy de veras egoísta. Nunca debemos gozarnos de oír acerca de las fallas de otros obreros. El orgullo y el egoísmo van tomados de la maro y golpean constantemente para entrar en la puerta del corazón, ¡si es que ya no entraron!
¿Nos ofendemos cuando ros critican? Recordemos, el orgullo es el que produce la ofensa, ¡no la otra persona! Los verdaderos cristianos no tienen fundamento para sentirse ofendidos. Cuando lo hacemos, el antiguo hombre del yo no ha sido crucificado. Si se nos critica debiéramos tener la suficiente grandeza como para aguantar la crítica. Si es cierta, aceptémosla para nuestro provecho. Si es falsa, ignorémosla. Mostramos cuán grandes somos por la forma en que aceptamos o luchamos contra las críticas. Si nadie nos critica, es una señal segura que no estamos cumpliendo nuestro deber. En la solapa de mi Biblia he escrito:
“Si el ministro no pone su rostro como un pedernal, si no tiene fe y ánimo indómitos, si su corazón no se fortifica mediante la constante comunión con Dios, comenzará a amoldar su testimonio para agradar a los oídos y corazones no santificados de sus oyentes. Al tratar de evitar la crítica a la cual está expuesto, se separa de Dios” (Elena G. de White, Review and Herald, 7 de abril de 1885, pág. 209).
A menudo me digo a mí mismo: “El perro ladra, pero la caravana avanza”. No nos detengamos para tirar piedras a los perros del diablo: tiene muchísimos más, y además eso no es parte de la gran comisión.
3. Celos. ¿Entre los ministros?, pregunta Ud. Sí, desgraciadamente puede suceder, especialmente cuando acerca de un compañero en el ministerio (al cual siempre nos sentimos tentados a considerar igual o inferior a nosotros) se habla en términos elogiosos o se lo asciende a una posición “más elevada”. He conocido a algunos que en tales ocasiones lanzaban inmediatamente una campaña de crítica para “ponerlo nuevamente donde le corresponde”.
4. Pereza. Este hábito, en diversos grados y formas, es otra “zorra pequeña”. Es demasiado fácil volverse:
a. Perezoso o descuidado en mantener la propia vida de oración.
“Satanás gobierna toda mente que no se halla en forma decidida bajo el control del Espíritu de Dios” (Testimonios para los Ministros, pág. 77).
“Tan pronto como un hombre se separa de Dios, de manera que su corazón deja de estar bajo el poder subyugante del Espíritu Santo, los atributos de Satanás se revelan en él, y comienza a oprimir a sus semejantes… Esta disposición se manifiesta en nuestras instituciones… en la relación de los obreros entre sí” (Id., pág. 75).
b. Perezoso en el estudio y la lectura de la Biblia. Esto lleva a la fosilización en el ministerio. Los predicadores debieran siempre ser estudiantes.
c. Perezoso en el trabajo. Recolección, evangelismo, visitación, apoyo de todas las fases de la obra de Dios. Debe mantenerse un buen equilibrio, y a veces ¡Ud. será criticado por no hacer lo suficiente!
d. Perezoso en la recreación, es quizá la falla de alguno de nosotros. Unos chinos pusieron cierta vez el epitafio “Se incendió por Dios” sobre la tumba de un misionero. Había sido un trabajador incansable. Algunos podrán enorgullecerse de esto, y por cierto que esto es mejor que eludir las responsabilidades. Pero la intemperancia es pecado. Debe mantenerse el equilibrio. Con renunciar a las vacaciones anuales porque se está “demasiado ocupado” no se le hace un favor a nadie, ni siquiera a Aquel que dijo: “Venid vosotros aparte, y reposad un poco”.
5. Seriedad excesiva. Todos necesitamos un buen sentido del humor. Los que nunca pueden sonreír o reír están predestinados para las úlceras y la tumba. No pertenecen a esta era. ¡No hay lugar para ellos! Es antibíblica la actitud del que dice que “el mandón tiene que ser un buen cristiano porque siempre tiene la cara larga”. La vida es un privilegio, no una carga. El cristianismo, la obediencia, el pago del diezmo, la observancia del sábado, la reforma pro salud, el trabajo, etc., son todos privilegios, no cargas. Los pastores tienen suficientes tensiones y cargas para que hayan de añadírseles innecesariamente actitudes erróneas de vida. Quizá haya pocas profesiones que tengan más y mayores tensiones que la del ministerio, ¡aunque pocos laicos a veces parecen darse cuenta de esto! Estas tensiones pronto postrarán al individuo sin una gran fe y dependencia de Dios, y sin un espíritu alegre y un buen sentido del humor.
Por otra parte, el extremo opuesto de liviandad, intrascendencia, bromas, burlas, conversación vulgar y ha.ata y conducta liviana y jocosa, no debiera ser tolerado. Estas cosas rebajan y debilitan la influencia de uno para el bien.
6. Chismes. El ministro, así como su esposa, debieran ser buenos conversadores. ¡Esto no significa que deban ser ‘‘buenos chismosos”! Nunca diga chismes de los demás. La gente confía en Ud.: no traicione esa confianza. La amonestación de Santiago: “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros”, debiera ser llevada hasta los aspectos más íntimos de nuestra comunicación. Incluso el transmitir información aparentemente inocente acerca de otro puede ser peligroso. Recuerde:
Las grandes mentes hablan acerca de principios.
Las mentes medianas hablan acerca de sucesos.
Las mentes pequeñas hablan acerca de gente.
Recuerde, la iglesia está sufriendo más por lo ovejas que son las ovejas que por lo lobo que son los lobos. Empequeñecer es ser pequeño. Ennegrecer el cerco de otro no emblanquece el nuestro. La mayoría de los chismosos quedan presos en las redes de su propia lengua. “Debiéramos hablar de las virtudes de los demás como si fueran nuestras, y de sus vicios como si fuéramos pasibles de sus castigos”, dice un proverbio chino. Más gente es atropellada por los chismes que por los automóviles. Basta que la verdad pase de mano en mano unas pocas veces para convertirse en ficción. Algunos casi recurren al canibalismo para abrirse paso. Ningún hombre es un fracaso completo hasta que no comienza a echar la culpa a su antecesor.
7. Conducta social. Este aspecto de la vida del ministro puede convertirse en una trampa para algunos. Me refiero a las relaciones personales entre los ministros y el sexo opuesto. Factores de familiaridad que en sí mismos a menudo aparecen como inocentes e inofensivos, pueden no sólo hacer mucho para debilitar la confianza de la gente en el ministerio, sino que pueden ser las “zorras pequeñas” que “inocentemente” llevan al ministro mismo a un pecado mayor. Hay muchos que saben que somos ministros. Cuán cuidadosos debiéramos ser en evitar toda apariencia de mal en palabra y acto, de manera que “nuestro ministerio no sea vituperado”.
Haríamos bien en tomarnos muy a pecho las palabras del apóstol Pablo al joven ministro Timoteo cuando dijo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza…. Practica estas cosas. Ocúpate en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Tim. 4:12-15).
Sobre el autor: Pastor en la Asociación de Oregón