Siento como si una parte de mí hubiera sido amputada. Ser pastor no es algo que usted hace, sino algo que usted es. Es parte de mi propia identidad
Yo fui pastor. Mi separación del ministerio es tan reciente que todavía no me parece real. Es como cuando alguien muy cercano a nosotros muere, la fase de la negación continúa con frecuencia mucho después de efectuado el funeral. Pero es un hecho, y debo aprender a aceptarlo. Yo fui pastor.
Casi puedo leer la pregunta en sus ojos, y me apresuro a aclarar: no, no engañé a mi esposa, no desfalqué los fondos de la iglesia, no enseñé ninguna herejía, no estoy enfermo. Ahora veo un ligero cambio en la expresión de ustedes, pero la pregunta todavía está allí: “¿Entonces por qué?”
Quizá usted sea de la misma generación que yo, y crea lo que yo creía: el llamamiento al ministerio es para toda la vida. Salvo un serio colapso físico o moral, el joven pastor debía crecer hasta convertirse en un obrero maduro, retirarse después de unos cuarenta años o más, de servicio, y entonces continuar sirviendo a la iglesia sobre una base voluntaria hasta que fuera llamado al descanso.
Pero esto no era lo que me iba a ocurrir. Mi despido se debió a razones económicas. La carta del presidente de la asociación describía los problemas financieros por los cuales era necesario mi despido. Varios otros pastores, obreros bíblicos y empleados de oficina de la asociación fueron notificados de que serían desempleados.
Yo me quedé triste y horrorizado. ¡El ministerio era mi vocación, y ahora debía dejar la obra que amaba tanto! Apelé a la administración de la asociación pidiendo que me dejaran trabajar en cualquier cosa. Mantuve ocupado al correo como nunca, llevando mi curriculum vitae a todas las asociaciones de Estados Unidos. La compañía de teléfonos hizo buen negocio conmigo comunicándome con los presidentes de asociación. Todavía sigo esperando una invitación. Todavía sigo orando. Pero por el momento debo aceptar la realidad: Yo fui pastor, pero es posible que nunca más vuelva a serlo.
Usted sabe, la situación económica ha cambiado. Ahora se gradúan más estudiantes del seminario de lo que las finanzas de los campos pueden sostener. Antes era relativamente fácil obtener una invitación. Pero ahora ya no lo es.
Y descubrí que no estoy solo en esta difícil situación. Hace poco conversé con un pastor que había ministrado a muchas iglesias, había servido en el campo misionero, y estaba entre los dirigentes de la asociación hasta que la delegación decidió hacer un cambio completo en el liderazgo, y a él no se le reeligió. Desde entonces ha estado tratando de volver al ministerio. Está dispuesto a tomar un distrito de tres o cuatro iglesias. Está dispuesto a ir a donde sea. Todavía está esperando. Todavía está orando. Como lo ha estado haciendo desde hace seis años.
Una situación difícil
He escuchado relatos desgarradores similares de otros ministros que también fueron despedidos. El solo hecho de dejar el ministerio ya es doloroso. Pero el pastor que experimenta este golpe todavía tiene que hacerle frente a otras cargas también, a menudo crueles, anticristianas e innecesarias. Mi propia experiencia me ayudó a identificar algunas de estas situaciones difíciles.
1. Reacciones de la familia, los amigos, antiguos compañeros de estudios, miembros de la iglesia y otros pastores. He tenido que repetir la historia una y otra vez, y he tenido que soportar la misma mirada interrogante cada vez. ¿No será que hay alguna otra razón además de la económica para que lo despidieran? ¿No estará ocultando algo? Incluso mis mejores amigos pueden volverse silenciosamente escépticos.
No fue fácil decírselo a mis padres. Ellos trabajaron duro y se sacrificaron para sostenerme en el colegio, a fin de que yo estudiara teología. Ahora están muy ancianos y se sienten heridos. No pueden comprender cómo pudo suceder esto.
Tengo la buena fortuna de que la iglesia que yo pastoreaba cuando ocurrió esta crisis es una de las congregaciones más amantes, interesadas en el bienestar de los demás y leal de las que conozco. El apoyo y la completa aceptación que me han brindado me ayudaron más de lo que jamás llegarán a comprender. Me gustaría quedarme aquí y seguir siendo parte activa de esta iglesia, pero por razones económicas y personales debemos mudarnos a otro Estado. Me pregunto cómo me recibirán en la nueva iglesia a la cual asista cuando sepan que fui pastor. ¿Me recibirán con sospechas? ¿Tendré que demostrar toda la vida que no merezco sus sospechas? ¿Intentarán, quienes siempre tienen un hacha que blandir contra la asociación, convencerme de que me una a ellos?
2. Rumores. La vida adventista es bastante intrincada, y los rumores vuelan rápido. Lo malo de los rumores es que un granito de verdad se mezcla con un poquito de error, y en menos de lo que usted se imagina los relatos se vuelven totalmente absurdos, excepto, por supuesto, para la persona que es el blanco de esos rumores. He escuchado historias acerca de mí contadas por personas que viven a medio continente de distancia.
3. Estrés para la familia. El estrés que sobrecoge a la familia de un pastor cuando éste deja el ministerio es increíble. Mi esposa y yo hemos pasado por un trauma físico y emocional, e incluso espiritual, durante este período. Nuestra fe en Dios, nuestra confianza en la iglesia, nuestra relación mutua y con los amigos y la familia, han sido probadas hasta el límite.
El estrés que sufre la familia es el más difícil de soportar para nosotros como padres. Hace poco oí la voz, llena de dolor, de una madre, contándome cómo su hija había abandonado la iglesia porque sentía que su padre, obrero denominacional, había sido despedido injustamente. Ninguno de nosotros desea que nuestros hijos pasen por esa terrible experiencia. Deseamos evitarles las heridas, pero no lo logramos completamente. Mis hijos han podido entender bastante bien la situación. Creo que esto se debe en parte al ambiente de simpatía y aceptación de la iglesia local en la cual todavía está nuestra feligresía.
4. Estrés íntimo. Siento como si una parte de mí hubiera sido amputada. Y esta emoción no es particularmente mía. La he detectado también en todos los ex pastores con los cuales he hablado. El ministerio no es simplemente un empleo. Ser pastor no es algo que usted hace, sino algo que usted es. Así como no puedo imaginarme a mí mismo no ser un hombre, hijo, esposo o padre, no puedo imaginarme a mí mismo no ser pastor. Es parte de mi propia identidad.
5. Concepto propio. Causas ajenas a mi voluntad me separaron del ministerio. Yo no deserté. No cometí ningún pecado grave que justificara mi separación. Mi ministerio era exitoso. Mi iglesia estaba sana y en crecimiento. Yo no era un fracaso. Pero en los momentos más oscuros de mi experiencia me siento un fracasado. Lucho con sentimientos de culpabilidad e incapacidad.
6. Encontrar un nuevo empleo. He sido un profesional toda mi vida adulta, pero he sido educado y entrenado para una sola profesión: el ministerio. ¿Qué habilidades tengo para ofrecerle al mundo secular?
Muchos ex pastores se convierten en vendedores. Una decisión lógica, supongo, porque el ministerio involucra la “venta”. Sin embargo, como pastor, estoy absolutamente convencido de que mi producto es bueno para el cliente, y nunca más caro de lo que todos pueden pagar. ¿Puedo tener la misma certidumbre con los bienes raíces, los seguros o cualquier otra mercancía?
Sé qué puedo ganar lo suficiente para sostener a mi familia. El asunto es hallar un empleo que produzca satisfacción personal mientras suple las necesidades económicas. No es fácil, particularmente cuando uno ya llegó a la mitad de la vida.
7. Vencer la Ira. Cuando siento que mis derechos han sido atropellados y que no hay nada que yo pueda hacer al respecto, mi impotencia se convierte en ira. Sin embargo siento que nadie ha sido personalmente malo o vengativo conmigo. Quizá algunos de los dirigentes han cometido errores. Yo también los he cometido. Me esfuerzo por practicar el espíritu de perdón que he predicado durante 23 años y asumir mi propia responsabilidad personal por mis problemas en vez de culpar a otros. No obstante, mientras más difícil me resulta hallar un empleo, más difícil me resulta mantener una actitud positiva.
¿De qué modo puede usted ayudar?
Algunos ex pastores me han aconsejado someterme a una terapia con algún consejero cristiano como ellos lo han hecho. Otros encontraron la forma de hacerle frente al dolor y la frustración y hacer los ajustes necesarios sin buscar ayuda profesional. Hay mucho que usted, amigo, pariente, y hermano miembro de la iglesia, compañero de generación, pastor local, puede hacer para contribuir al proceso de recuperación. El principio subyacente es, por supuesto, la regla de oro. Trate al ex pastor como le gustaría ser tratado si estuviera en su lugar. Para ayudarle en la aplicación de estos principios eternos aquí hay algunos qué hacer y qué no hacer específicos.
1. Piense en la persona como individuo, no en la categoría. Las razones de cada pastor para dejar el ministerio son diferentes. La forma en que cada pastor se ajusta a la nueva vida también difiere. No suponga que porque un ministro se llenó de amargura y dejó la iglesia todos los ex pastores harán lo mismo. Por otra parte, no suponga que todos aceptarán el cambio fácilmente. Acepte a esta persona como un individuo singular.
2. No haga suposiciones en cuanto a las posibles razones del cambio. No puedo enfatizar lo suficiente la importancia que tiene el formarse percepciones basadas en información de primera mano y no en ideas preconcebidas o rumores. Es posible que la persona no quiera discutir todas las razones por la cuales deja el ministerio. Es probable que la indisposición no se deba a tenebrosos secretos, sino simplemente al dolor que le produce el hurgar en su pasado. Respete su silencio.
3. No haga caso a rumores y habladurías. Puede ser que usted crea que su fuente de información es la más confiable del mundo. Eso no significa que todo lo que usted oye sea verdad. He conocido gente digna de confianza que me ama y se preocupa por mí, y sin embargo ha hecho circular rumores acerca de mí que no estaban fundados en la verdad. Mis amigos no estaban mintiendo ni eran maliciosos. Simplemente su información era incorrecta.
4. No juzgue. Usted no estaba allí. Usted no puede entrar en el alma de otra persona y conocer sus motivos. Es posible que el pastor estuviera equivocado. O quizá la iglesia se equivocó. O la asociación. Todo ello puede no ser más que pura especulación. Sólo Dios conoce el corazón. Una actitud negativa, de crítica destructiva, acusadora, o murmuradora, nunca ayuda a ninguna causa o persona.
5. Escuche con el corazón. El ex pastor puede que quiera hablar de lo que ha sucedido. Puede ser que esté airado o lleno de amargura, y se haya vuelto altivo y arrogante. Es importante que usted escuche y perciba el dolor que subyace detrás de las palabras. Hágale saber a la persona que usted comprende sus sentimientos. Muéstrele aceptación y seguridad de que su amistad no se basa en lo que hace para ganarse la vida, sino en que son amigos.
6. No alimente la ira de esa persona con la suya propia. El pastor puede sentir que ni la asociación ni la iglesia fueron justos en la forma como manejaron su asunto. Puede ser que usted tenga motivos para quejarse contra la iglesia o los dirigentes de la asociación. Pero no empeore la situación añadiendo fuego a la ira del pastor. Lo que necesita es desahogar sus sentimientos y hallar solución a sus problemas. Los problemas no resueltos destruyen, el perdón sana.
7. Exprese amor Incondicional. No pida ni espere cambios en esta persona antes que usted le haya ofrecido su amistad. Lo que la persona necesita no es crítica ni análisis, sino un amigo comprensivo.
8. Sea sensible a las necesidades del pastor. Algunos ex pastores siguen activos en la iglesia local sirviendo, ya sea como ancianos o desempeñando algún otro cargo en la iglesia y predicando ocasionalmente. Algunos necesitan retirarse por algún tiempo, por lo general para adorar en privado con su familia y no participar activamente en la iglesia. Otros más pasan por un período en el que asistir a la iglesia se les hace muy difícil. No importa cuál sea la necesidad del pastor, no lo critique. Si usted no ha pasado por esta experiencia no puede comprender los sentimientos que experimenta el que sí lo ha vivido cuando entra a la iglesia y sin embargo no puede encaminarse al púlpito. Algunos pueden afrontar la transición del estatus de pastor al de laico, pasando todavía al frente y ejerciendo liderazgo. Otros necesitan estar solos para asimilar este drástico cambio en sus vidas. Hay peligro, por supuesto, de que el que deja de asistir a la iglesia ya no vuelva nunca, pero de todos modos, toda la crítica del mundo no lo traería de vuelta. Continúe siendo amigable. Invite al ex pastor y su familia a comer a su casa o a alguna otra actividad social.
9. Ofrezca ayuda práctica más que consejo. El consejo abunda. A mí se me ha aconsejado a seguir en el ministerio a pesar de todo lo ocurrido (pero no cómo hacerlo). Se me ha aconsejado a salir y obtener un empleo “de verdad” y ganar dinero “de verdad” (de nuevo sin decirme cómo hacerlo). Me han aconsejado demandar a la asociación, ser humilde, tener fe.
Pero también he recibido ayuda, fortaleza, y muestras de interés genuino. “Si usted y su familia necesitan un lugar dónde estar mientras se acomoda en otro empleo, mi casa está a su disposición”. “Tengo un amigo que podría darle trabajo. Déjeme llamarlo”. “Quiero ayudar con la colegiatura de sus hijos durante este año”.
10. Afirme de nuevo al pastor en el más profundo significado del ministerio. Todos somos ministros de Dios, ya seamos obreros a sueldo o no. Si el presidente de su asociación no se opone, invite al ex pastor a ir con usted a la reunión de obreros. Este tipo de asociación le dará una sensación de pertenencia. Aliéntelo a ser activo en el evangelismo. Muéstrele su continua aceptación como consiervo del Señor. Como símbolo de esta aceptación quizá puede ofrecerle reanudar su suscripción a la Revista Ministerio, que la asociación puede haber cancelado.
Sí, yo fui pastor. Pero sigo siendo, y siempre seré, un cristiano. Sigo siendo, y siempre seré, un siervo de Dios. No importa lo que el futuro me depare, la seguridad de mi salvación es firme. Lo que necesito de usted es amistad. Lo que usted necesita de mí es amistad. Juntos podemos curar las heridas y las frustraciones que nublan nuestro camino hasta que entremos por las puertas de la ciudad donde lo único que “yo era” será un pecador, y lo único que seremos será hijos de Dios.
Sobre el autor: Es un seudónimo.