Podría argüirse que el sermón profético en realidad no forma parte de sus grandes disertaciones, porque la congregación de Jesús estuvo limitada a sus discípulos. Hay, por supuesto, otros discursos o pláticas que Jesús pronunció, extensos como el de Juan 14-17, pero que fueron dados a un nivel más bien personal; y otros breves, que probablemente eran fragmentos de sus grandes sermones, pero no existe el texto completo.
Sin embargo, tenemos mucho del contenido y el estilo de la predicación de Jesús, de modo que podemos aprender tanto como queramos. He aquí ocho características que definen a Jesús como el más grande predicador que haya existido jamás.
Predicó el evangelio
El evangelio fue la primera prioridad en la predicación de Jesús. “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Luc. 4:43).
Por lo tanto, Jesús fue por todas las aldeas y ciudades, enseñando y “predicando el evangelio del reino” (Mat. 935). Él llamó al arrepentimiento (Mat. 4:17); sanó; despidió a quienes había sanado ordenándoles que no pecaran más; alimentó a los hambrientos; realizó maravillas.
Pero la actividad más sobresaliente que él realizó fue predicar el evangelio, las buenas nuevas del plan de salvación de Dios: “el evangelio eterno” (Apoc. 14:6).
Ministró con pasión
No hay duda de que la pasión marcó la vida y el ministerio de Jesús. Cuando vio a María y Marta quebrantadas por la pérdida de su hermano, lloró. Cuando contempló la ciudad de Jerusalén, cuyos habitantes lo rechazaron como el Mesías, lloró. Cuando vio la santidad del templo reducida al nivel de un mercado común, se airó y expulsó a los cambistas y mercaderes de la casa de su Padre.
Compruebe y verifique la pasión que lo caracterizó en Mateo 23. Perciba su ira. Note cuán acertadamente enfocó sus punzantes condenaciones sobre los escribas y fariseos. (Advertencia: hágalo con mucho cuidado, ya sea en el hogar o el púlpito. Jesús lo hizo bien porque conocía el corazón y podía tirar la primera piedra, sin riesgo de equivocarse, pero siempre con amor y sabiduría).
Jesús sabía que la misión de vida o muerte en la que estaba empeñado le costaría la vida, pero se entregó por entero a la causa. Este hecho es importante cuando pensamos en su predicación, porque él no usó la palabra para entretener, o probar un punto; predicó para cambiar las vidas de sus oyentes.
Nadie podría decir que Jesús fue un predicador afeminado, que sus discursos eran descoloridos y monótonos. Él era el ser más entusiasta, profundo y dedicado. Era la palabra encamada.
Ilustró su predicación
¿Cuánto escuecería su orgullo que se le recordara, no por la profundidad de su teología, su asombrosa lógica y su dramática presentación, sino por las historias que narró? Jesús siempre tenía en sus labios una historia que contar; las parábolas fueron un maravilloso recurso que él usó en su predicación (Mat. 13:34, 35). Y muchas veces alternaba éstas con una ilustración oportuna.
Mateo 24 es un buen ejemplo de ello. Primero, hay una ilustración que tiene que ver con el Antiguo Testamento: “Como en los días de Noé” (vers. 37). Luego sigue otra de la vida diaria: “Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa’ (vers. 43). Luego está una ilustración que habla de las relaciones entre un empleador y su empleado: el siervo fiel y prudente que seguirá siéndolo, aun cuando su amo esté ausente (vers. 45-51).
En este sermón apocalíptico Jesús habló del fin del tiempo, pero lo hizo mediante historias e ilustraciones. En Mateo 25, que es la continuación del sermón, Jesús formula tres parábolas, y en cada una de ellas afirma la importancia de vivir en consonancia con la espera de su Segunda Venida.
Jesús usó las ilustraciones con talento creativo. Vea en el Sermón del Monte cómo se refiere a sus seguidores como la sal de la tierra y la luz del mundo. Note su comentario acerca de las aves del cielo y los lirios del campo; si Dios cuida de ellos, ¿no cuidará también de usted? En otro lugar usó a un niño para ilustrar el hecho de que debemos llegar a ser como niños si hemos de entrar en el reino de los cielos.
Y, sí, tuvo un gran sentido del humor. Dicha cualidad, muchas veces, difícilmente se logra apreciar en las versiones y culturas occidentales. El humor de su tiempo tendía a usar el juego de palabras, más sutil a veces que el humor de la actualidad. Sin embargo, no se puede negar el uso magistral de la figura de ver una brizna de paja en el ojo de alguien, cuando usted tiene una viga atravesada en el suyo; o aquélla de colar el mosquito, mientras es capaz de tragarse el camello.
Fue relevante
Jesús fue más que un gran narrador de historias. Predicó lo que era verdaderamente relevante, y tocaba los corazones. ¿Por qué otra razón habría de seguir viniendo la gente para escucharlo? Fue más que un orador hábil para entretener a sus amigos, más que una rareza que desafiaba el pensamiento religioso de sus días. El habló de problemas que planteaban preocupaciones reales. Suplió las necesidades de la gente.
Su encuentro con Nicodemo (Juan 3) y con la mujer junto al pozo de Sicar (Juan 4) demuestra que conocía las grandes necesidades de la gente. Y las abordó todas en su enseñanza y predicación. Es por ello que en su sermón de Mateo 24 y 25 hizo más que sólo contestar las preguntas que los discípulos le habían hecho.
Trató los asuntos más importantes
Jesús habló y trató los asuntos de mayor importancia. Leamos una vez más el Sermón del Monte. Las bienaventuranzas trastornaron no sólo el pensamiento popular de sus días, sino de cualquier día. Y hubo más: amad a vuestros enemigos; no juzguéis; sed más justos que aquellos que pretenden serlo. ¿Asuntos sociales? Dad al necesitado (sin fanfarrias); no tratéis el asunto del divorcio con ligereza; amad al colector de impuestos. ¿Qué es verdaderamente importante? “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mat. 6:33).
Consideremos una vez más Mateo 24, 25. El gran tema aquí es la fase final de la práctica del pecado en la tierra y la segunda venida. En esto consiste el evangelio (“y será predicado este evangelio del reino”); es universal (“en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones”); y es apocalíptico (“y entonces vendrá el fin”) [Mat. 24:14]. Por lo tanto, estad apercibidos, “velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (vers 42). Hay aquí grandes cuestiones.
Jesús habló de asuntos que impactan la vida cristiana, que infunden esperanza aquí y ahora, así como para el futuro. Los predicadores podemos sentimos tentados a defender nuestro sermón titulado “El turbante de la Biblia”, aduciendo que está basado en la Escritura (aun cuando sólo tenga la aceptación de tres bostezos), pero aun así no está ligado con el tipo de predicación que Jesús utilizó.
Fue el predicador completo
La predicación de Jesús era asombrosamente equilibrada, algo que no sólo es digno de notar sino también de imitar. Él predicó para ayudar a la gente a crecer y madurar. Sus mensajes estaban diseñados para fortalecer, y no sólo para alentar espiritualmente a las personas. Él también se preocupaba por los aspectos sociales de la vida: dar al necesitado, reconciliarse con el hermano, caminar la segunda milla, etc.
Él trajo una nueva moralidad al púlpito. Definió el adulterio como hecho con sólo pensarlo, antes de consumarlo. Vio al misericordioso. no como débil, sino como bendito. Dijo que sólo los puros de corazón verán a Dios.
También su predicación contenía una obvia preocupación por la salud, y practicaba lo que enseñaba. Transitó todos los caminos sanando a los enfermos. Incluso, al descender del púlpito después del Sermón del Monte, sanó a un leproso (Mat. 8:1-4).
Y hubo equilibrio en su predicación apocalíptica. No nos dejó sólo con sombrías advertencias, antes bien aplicó la urgencia de prepararse para la recompensa, en relación con su segunda venida con ilustraciones inteligibles.
Fue un predicador basado en la Biblia
Jesús nos dejó un modelo de predicación. Como seguidores suyos, hemos de predicar como él predicó. Su mensaje debe ser nuestro mensaje. Su autoridad debe ser nuestra autoridad. Su objetivo debe ser nuestro objetivo. No importa cómo lo vistamos, cómo lo ilustremos o cómo lo presentemos, nuestra predicación debe ser absolutamente Cristo- céntrica. Ello debería impulsamos a ir a nuestras Biblias: la Palabra que revela la Palabra. Entonces tendremos consistentemente su vida, el poder de su influencia, y los efectos de su toque divino. Entonces seremos como él: maestro, amigo; entonces tendremos su preocupación y su pasión cuando prediquemos…
Sobre el autor: es editor de la revista Signs of the Times, en la Signs Publisbing Company de Australia